* «Muy pronto, el miedo a ser madre me invadió. Era incontenible. Habiendo aprendido de mi experiencia, empecé a confiarle a Dios esta dificultad todos los días en la oración. Poco a poco, semana a semana, eso me fue quitando poco a poco el miedo. Tuvimos una hija y me di cuenta de que yo estaba hecha para ser madre. Comprendí que yo siempre tenía miedo de cualquier cosa que pudiese hacerme realmente feliz. Es como si Dios me diese unos faros delanteros que me permiten ver unos pocos pasos por delante, para que pueda avanzar. No sé muy bien adónde voy, pero sí sé dónde dar mis próximos pasos. Y así avanzo diez metros, poco a poco. Y cuando, al cabo de un tiempo, miro atrás y hago balance, me doy cuenta de que he avanzado kilómetros»