Un hecho innegable: la necesidad del perdón de mis pecados
Todos tenemos muchas cosas buenas…, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos; y como consecuencia de esto nos equivocamos, cometemos errores y pecados. Esto es evidente y Dios lo sabe. De nuestra parte, tonto sería negarlo. En realidad… sería peor que tonto… San Juan dice que "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 Jn 1, 9-10).
De aquí que una de las cuestiones más importantes de nuestra vida sea ¿cómo conseguir "deshacernos" de lo malo que hay en nosotros? ¿de las cosas malas que hemos dicho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos: purificar nuestra vida de lo que no es bueno, sacar lo que está podrido, limpiar lo que está sucio, etc.: librarnos de todo lo que no queremos de nuestro pasado. ¿Pero cómo hacerlo?
No se puede volver al pasado, para vivirlo de manera diferente… Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y El quiere hacerlo… hasta el punto que el perdón de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con Dios.
Como respetó nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un gran regalo que Dios nos ha hecho.
En su misericordia infinita nos dio un instrumento que no falla en reparar todo lo malo que podamos haber hecho. Se trata del sacramento de la penitencia. Sacramento al que un gran santo llamaba el sacramento de la alegría, porque en él se revive la parábola del hijo prodigo, y termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben.
Así nuestra vida se va renovando, siempre para mejor, ya que Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin enojos, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida todo tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo) porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso.
La confesión no es algo meramente humano: es un misterio sobrenatural. Consiste en un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote.
Dejando de lado otros aspectos, aquí vamos sencillamente a mostrar que confesarse es razonable, que no es un invento absurdo y que incluso humanamente tiene muchísimos beneficios. Te recomiendo pensar los argumentos… pero más allá de lo que la razón nos pueda decir, vale la pena acudir a Dios pidiéndole su gracia: eso es lo más importante, ya que en la confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la misericordia de Dios.
Algunas razones por las que tenemos que confesarnos
- En primer lugar porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar " (Jn 20, 22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando quieres que Dios te borre los pecados, sabes a quien acudir, sabes quienes han recibido de Dios ese poder.
Es interesante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte y el pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.
- Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Sant 5, 16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo.
- Porque en la confesión te encuentras con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confiesas con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quien es ese «yo»? No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confiesas, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.
- Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa».
- El perdón es algo que «se recibe». Yo no soy el artífice del perdón de mis pecados: es Dios quien los perdona. Como todo sacramento hay que recibirlo del ministro que lo administra válidamente. A nadie se le ocurriría decir que se bautiza sólo ante Dios… sino que acude a la iglesia a recibir el Bautismo. A nadie se le ocurre decir que consagra el pan en su casa y se da de comulgar a sí mismo… Cuando se trata de sacramentos, hay que recibirlos de quien corresponde: quien los puede administrar válidamente.
- Necesitamos vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido, básicamente por tres motivos:
a) porque nos podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y acabar en el infierno.
b) porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en "off-side": no valen, carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que lo bueno que hacemos sea inútil.
c) porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-28). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo.
- Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. El reconocimiento de nuestros errores es el primer paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede cambiar.
- La confesión es vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal tiende a pecar más fácilmente.
Otros motivos que hacen muy conveniente la confesión
- Necesitamos paz interior. El reconocimiento de nuestras culpas es el primer paso para recuperar la paz interior. Negar la culpa no la elimina: sólo la esconde, haciendo más penosa la angustia. Sólo quien reconoce su culpa está en condiciones de liberarse de ella.
- Necesitamos aclararnos a nosotros mismos. La confesión nos "obliga" a hacer un examen profundo de nuestra conciencia. Saber qué hay «adentro», qué nos pasa, qué hemos hecho, cómo vamos… De esta manera la confesión ayuda a conocerse y entenderse a uno mismo.
- Todos necesitamos que nos escuchen. ¿En qué consiste el primer paso de la terapia de los psiquiatras y psicólogos sino en hacer hablar al "paciente"? Y te cobran para escucharte… y al "paciente" le hace muy bien. Estas dos profesiones han descubierto en el siglo XX algo que la Iglesia descubrió hace muchos siglos (en realidad se lo enseñó Dios). El decir lo que nos pasa, es una primera liberación.
- Necesitamos una protección contra el auto-engaño. Es fácil engañarse a uno mismo, pensando que eso malo que hicimos, en realidad no está tan mal; o justificándolo llegando a la conclusión de que es bueno, etc. Cuando tenemos que contar los hechos a otra persona, sin excusas, con sinceridad, se nos caen todas las caretas… y nos encontramos con nosotros mismos, con la realidad que somos.
- Todos necesitamos perspectiva. Una de las cosas más difíciles de esta vida es conocerse uno mismo. Cuando "salimos" de nosotros por la sinceridad, ganamos la perspectiva necesaria para juzgarnos con equidad.
- Necesitamos objetividad. Y nadie es buen juez en causa propia. Por eso los sacerdotes pueden perdonar los pecados a todas las personas del mundo… menos a una: la única persona a la que un sacerdote no puede perdonar los pecados es él mismo: siempre tiene que acudir a otros sacerdote para confesarse. Dios es sabio y no podía privar a los sacerdotes de este gran medio de santificación.
- Necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados: si tenemos las disposiciones necesarias para el perdón o no. De otra manera correríamos un peligro enorme: pensar que estamos perdonados cuando ni siquiera podemos estarlo.
- Necesitamos saber que hemos sido perdonados. Una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado. Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado, y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.
- Tenemos derecho a que nos escuchen. La confesión personal más que una obligación es un derecho: en la Iglesia tenemos derecho a la atención personal, a que nos atiendan uno a uno, y podamos abrir el corazón, contar nuestros problemas y pecados.
- Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan. Todos pasamos por momentos de pesimismo, desánimo… y necesitamos que se nos escuche y anime. Encerrarse en sí mismo solo empeora las cosas…
- Necesitamos recibir consejo. Mediante la confesión recibimos dirección espiritual. Para luchar por mejorar en las cosas de las que nos confesamos, necesitamos que nos ayuden.
- Necesitamos que nos aclaren dudas, conocer la gravedad de ciertos pecados, en fin… mediante la confesión recibimos formación.
Algunos "motivos" para no confesarse
- ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos
Hemos visto que el Señor dio ese poder a los Apóstoles. Además, permíteme decirte que ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio… Es lo que decían los fariseos indignados cuando Jesús perdonaba los pecados… (puedes mirar Mt 9, 1-8).
- Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios
Genial. Me parece bárbaro… pero hay algunos "peros"…
Pero… ¿cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma?
Pero… ¿cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta que no es tan fácil… Una persona que robara un banco y no quisiera devolver el dinero… por más que se confesara directamente con Dios… o con un cura… si no quisiera reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere "deshacerse" del pecado.
Este argumento no es nuevo… Hace casi mil seiscientos años, San Agustín replicaba a quien argumentaba como vos: "Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: «lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo»? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los cielos sin necesidad? Frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo."
- ¿Porque le voy a decir los pecados a un hombre como yo?
Porque ese hombre no un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el sacramento del orden). Esa es la razón por la que vas a él.
- ¿Porque le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?
El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que vos…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar al absolución, poder que tiene por el sacramento del orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar… Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.
- Me da vergüenza...
Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Además te cuesta, precisamente porque te confiesas poco…, en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza.
Además, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el cura ya lo escuchó trescientas mil veces… A esta altura de la historia… no creo que puedas inventar pecados nuevos…
Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el diablo quita la vergüenza para pecar… y la devuelve aumentada para pedir perdón… No caigas en su trampa.
- Siempre me confieso de lo mismo...
Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido… y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos… Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos… Además cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan machas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo… Para querer estar limpio basta querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.
- Siempre confieso los mismos pecados...
No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son pecados diferentes, aunque sean de la misma especie… Si yo insulto a mi madre diez veces… no es el mismo insulto… cada vez es uno distinto… No es lo mismo matar una persona que diez… si maté diez no es el mismo pecado… son diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los "nuevos", es decir los cometidos desde la última confesión.
- Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso...
El desánimo, puede hacer que pienses: "es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual". No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Uno que se baña todos los días… se ensucia igual… Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre… y está bastante limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados… hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.
- Sé que voy a volver a pecar... lo que muestra que no estoy arrepentido
Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento quiera luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos… ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé… Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro déjalo en las manos de Dios…
- Y si el cura piensa mal de mi...
El sacerdote está para perdonar… Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho siempre piensa bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él… sino porque vos crees que representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etc. Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratis -sin ganar un peso-, durante horas, … si no se hace por amor a las almas… no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención… es porque quiere ayudarte y le importas… aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al cielo.
- Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados...
No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la ex-comunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.
- Me da pereza...
Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero ya que es bastante fácil de superar… Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…
- No tengo tiempo...
No creo que te creas que en los últimos ___ meses… no hayas tenidos los diez minutos que te puede llevar una confesión… ¿Te animas a comparar cuántas horas de TV has visto en ese tiempo… (multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días…)?
- No encuentro un cura...
No es una raza en extinción, hay varios miles. Toma la guía de teléfono (o llama a información). Busca el teléfono de tu parroquia. Si ignoras el nombre, busca por el obispado, ahí te dirán… Así podrás saber en tres minutos el nombre de un cura con el que te puedes confesar… e incluso pedirle una hora… para no tener que esperar.
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Fuente: Fluvium.org
martes, 27 de noviembre de 2007
¿Enseñar a hacer apostolado o formar apóstoles? / Autor: Germán Sánchez Griese
En algunos lugares de Occidente, como en Italia, asistimos a un florecimiento de iniciativas de voluntariado tremendo. Las ganas de trabajar y de hacer algo por los demás, especialmente por los más necesitados ha suscitado en todos, especialmente en los jóvenes, iniciativas de diverso género. Pero existe una diferencia fundamental entre voluntariado y apostolado. En el voluntariado, el joven o el adulto se compromete en una acción buena, de ayuda al prójimo, pero que parte del hombre para llegar al hombre mismo. No es, si lo podemos llamar de este modo trascendental, es decir no inicia más allá del hombre, no llega más allá del hombre y utiliza medios humanos.
Ha sido éste quizás uno de los errores que con más frecuencia han cometido los agentes de la pastoral de la caridad. Se han quedado quizás en el hombre, pero no han pasado a la humanidad del hombre, es decir a su parte espiritual, que forma parte integrante de la humanidad del hombre. “Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias.
Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad. El verdadero apostolado se presenta como un movimiento del corazón del hombre hacia el corazón de Dios, para desde ahí amar a los hombres.
No se trata por tanto de enseñar a hacer apostolado. Si bien es cierto que las necesidades son muchas y que siempre urgirá la posibilidad de hacer el bien, la obra de apostolado no se reduce a una acción. Podemos afirmar que el apostolado es el reflejo, la manifestación concreta de toda una experiencia espiritual, suscitada por Dios en la persona y de la que se desprende, de una forma casi natural y obligada, diversas manifestaciones concretas, entre las que sobresalen las obras de apostolado. Se trata por lo tanto no de hacer apostolado, sino de ser apóstoles. No se trata de dar una solución humana a una necesidad apremiante. Esto podría hacerlo cualquier persona desde diversos puntos de vista. Se trata más bien de salir al encuentro del Cristo que sufre en la necesidad apremiante. Sigue siendo una necesidad real, encarnada en hombres, mujeres, niños o adolescentes, pero la transformación que opera la experiencia del Espíritu en esa necesidad apremiante, permite penetrar espiritualmente dicha necesidad, dicha realidad, y ver a Cristo en esa misma necesidad apremiante de la Iglesia.
Esta relación personal con Cristo, permite establecer una escuela de apostolado muy específica en la que sus métodos, sus directivas, sus indicaciones no deberán ser considerados como emanados de la inventiva o genio humano, sino que serán producto de la experiencia espiritual personal, y de la comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios. De esta manera, se logra abstraerse de la dimensión del tiempo y del lugar en la que ha nacido la necesidad apremiante, para pasar a la dimensión sobrenatural de dicha necesidad apremiante, dando origen a la misión. Las personas con sus necesidades humanas o espirituales pasan a ser partes del Cristo que sufre, ya sea en el cuerpo o en el alma, a lo largo del tiempo y en diversas circunstancias.
Para formar estos apóstoles, se deberá cultivar en los laicos un celo ardiente por la salvación de las almas, alimentado incesantemente en el trato íntimo y personal con Cristo, de forma que los laicos puedan preguntarse en su interior lo que harán por Cristo y las almas. No se trata de una labor de convicción para que los laicos ayuden en un determinado apostolado o ayuden en una determinada acción. Si el laico no siente que su corazón se hace pedazos al contemplar la necesidad de los hombres, podemos decir que no se habrá formado aún al apóstol. Se trata de llevar al laico para que se ponga delante de Jesucristo y pueda formularse en el interior de su alma la pregunta sobre la que hará por Cristo y por sus hermanos.
Si no se logra que el laico se formule esta pregunta y la responda de cara a Cristo, no estará formando al verdadero apóstol y se deberá contentar tan sólo con el triste y muy humano espectáculo de ver un grupo de almas piadosas que realizan obras buenas, pero no un grupo de verdaderos apóstoles que trabajan por Cristo comprometidos dentro de su estado laical en la construcción de la Iglesia.
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Fuente: Catholic.net
Ha sido éste quizás uno de los errores que con más frecuencia han cometido los agentes de la pastoral de la caridad. Se han quedado quizás en el hombre, pero no han pasado a la humanidad del hombre, es decir a su parte espiritual, que forma parte integrante de la humanidad del hombre. “Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias.
Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad. El verdadero apostolado se presenta como un movimiento del corazón del hombre hacia el corazón de Dios, para desde ahí amar a los hombres.
No se trata por tanto de enseñar a hacer apostolado. Si bien es cierto que las necesidades son muchas y que siempre urgirá la posibilidad de hacer el bien, la obra de apostolado no se reduce a una acción. Podemos afirmar que el apostolado es el reflejo, la manifestación concreta de toda una experiencia espiritual, suscitada por Dios en la persona y de la que se desprende, de una forma casi natural y obligada, diversas manifestaciones concretas, entre las que sobresalen las obras de apostolado. Se trata por lo tanto no de hacer apostolado, sino de ser apóstoles. No se trata de dar una solución humana a una necesidad apremiante. Esto podría hacerlo cualquier persona desde diversos puntos de vista. Se trata más bien de salir al encuentro del Cristo que sufre en la necesidad apremiante. Sigue siendo una necesidad real, encarnada en hombres, mujeres, niños o adolescentes, pero la transformación que opera la experiencia del Espíritu en esa necesidad apremiante, permite penetrar espiritualmente dicha necesidad, dicha realidad, y ver a Cristo en esa misma necesidad apremiante de la Iglesia.
Esta relación personal con Cristo, permite establecer una escuela de apostolado muy específica en la que sus métodos, sus directivas, sus indicaciones no deberán ser considerados como emanados de la inventiva o genio humano, sino que serán producto de la experiencia espiritual personal, y de la comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios. De esta manera, se logra abstraerse de la dimensión del tiempo y del lugar en la que ha nacido la necesidad apremiante, para pasar a la dimensión sobrenatural de dicha necesidad apremiante, dando origen a la misión. Las personas con sus necesidades humanas o espirituales pasan a ser partes del Cristo que sufre, ya sea en el cuerpo o en el alma, a lo largo del tiempo y en diversas circunstancias.
Para formar estos apóstoles, se deberá cultivar en los laicos un celo ardiente por la salvación de las almas, alimentado incesantemente en el trato íntimo y personal con Cristo, de forma que los laicos puedan preguntarse en su interior lo que harán por Cristo y las almas. No se trata de una labor de convicción para que los laicos ayuden en un determinado apostolado o ayuden en una determinada acción. Si el laico no siente que su corazón se hace pedazos al contemplar la necesidad de los hombres, podemos decir que no se habrá formado aún al apóstol. Se trata de llevar al laico para que se ponga delante de Jesucristo y pueda formularse en el interior de su alma la pregunta sobre la que hará por Cristo y por sus hermanos.
Si no se logra que el laico se formule esta pregunta y la responda de cara a Cristo, no estará formando al verdadero apóstol y se deberá contentar tan sólo con el triste y muy humano espectáculo de ver un grupo de almas piadosas que realizan obras buenas, pero no un grupo de verdaderos apóstoles que trabajan por Cristo comprometidos dentro de su estado laical en la construcción de la Iglesia.
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Fuente: Catholic.net
lunes, 26 de noviembre de 2007
Sólo tengo el día y la noche / Autor: Jaume Boada i Rafí O.P.
Dice María: "Porque ha mirado mi alma pobre de esclava". Y Jesús, en el Evangelio: "Felices los que tienen el alma pobre".
Ramón era un mendigo amigo que pedía limosna a la puerta de nuestra iglesia. La comunidad le ayudaba como sabía y podía. Frecuentemente se podía conversar con él, que tenía una filosofía de la vida muy especial. Era un mendigo con vocación de mendigo.
Un día me dijo las palabras que encabezan esta meditación de hoy: "Sólo tengo el día y la noche".
Me hicieron pensar mucho y me ayudaron a descubrir la auténtica dimensión de la pobreza de alma.
Yo no sabría decirte si la pobreza de alma es consecuencia o es raíz del abandono. Me inclinaría a decir que es el primer fruto del abandono. En todo caso, es una actitud esencial en el camino de la búsqueda de Dios.
Jesús, en el Sermón del Monte, síntesis y programa de su Buena Noticia, quiere empezar sus palabras con las que hacen referencia a la pobreza de alma: "Bienaventurados los pobres de alma".
María tuvo un alma pobre de esclava, el Señor la miró en su pequeñez, y fue escogida para realizar en ella «cosas grandes».
«Sólo tengo el día y la noche... » Y yo me decía a mí mismo: «Escogí ser pobre como Jesús y, sinceramente, yo, seguidor de Jesús, no puedo decir que sólo tengo el día y la noche. Y no es problema de «cosas», de tener más o menos, es cuestión de actitudes interiores, consecuencia de mi abandono en las manos del Padre y condición imprescindible para buscar a Dios en verdad.»
¿No lo crees tú así, hermano? ¿Tú puedes decir que sólo tienes el día y la noche?
Yo te invito a recorrer, en actitud orante, los rasgos que configuran la pobreza de alma.
Al pobre de alma se le conoce por su paz. Su paz de alma, su paz de dentro. Y tiene paz porque no tiene nada que perder:
- No se tiene a sí mismo y ni siquiera desea «tenerse».
- No se aferra a la voluntad de querer tener la razón, y menos cuando para ello debe faltar al amor.
- No da ni un paso por «poseer» y aún menos por «poseerse».
- Vive con sencillez, sin decirlo, el mandato de Jesús: «Si quieres seguirme, niégate, olvídate de ti mismo.»
- Renuncia al comparativo, a comparar y a compararse. Descubrirás que comparar te quita la paz.
- Acepta con sencillez las limitaciones propias. El pobre sabe reconocer que son suyas. No cae en la fácil excusa de echar la culpa a los demás por ellas. Será capaz hasta de sonreir cuando los demás se las descubren o hablan de ellas, y será capaz de sonreir porque las asume con paz.
Por todo ello la pobreza de alma da una gran paz interior. ¡Es tan grande, tan necesaria esta libertad para poder buscar a Dios sin nada que se interponga!.
A partir de estas actitudes ya podrías empezar a decir que sólo tienes el día y la noche.
Pero es bueno que profundicemos en esta descripción.
El pobre vive intensamente el presente como un regalo de Dios. Y lo vive con paz de alma, pues sabe que el futuro es cuestión de confianza.
El pobre de alma es generoso al dar y amplio al recibir.
Porque la paz de la pobreza de alma le da un corazón nuevo se puede decir que el pobre tiene un corazón simple como de niño, un corazón grande y fuerte como de madre. Tiene un corazón bondadoso como el cielo que a todos acoge, y un corazón cálido como el sol del invierno.
Una de las consecuencias más palpables de la pobreza de alma es la sensibilidad espiritual que lleva al pobre que vive su búsqueda de Dios a dar valor a las pequeñas cosas como una sonrisa, una mirada amable, un pequeño gesto de servicio, una palabra sincera y oportuna. Esta sensibilidad le lleva también a descubrir y reconocer con gratitud todos los gestos de generosidad de Dios y de los hermanos.
El pobre de alma tiene una especial capacidad para la alabanza y la acción de gracias.
Te decía que el pobre de alma no se tiene a sí mismo, y es cierto. Esto le lleva a entregar la propia voluntad y a vivir en una disponibilidad de servicio y de amor, sin límite alguno, sin cálculos egoístas, en una actitud sencilla de gratuidad. Lo da y lo recibe todo con la libertad y amplitud de quien está convencido de que nadie le debe nada.
El pobre de alma tiene la alegría de poder decir al Señor con toda la sinceridad de su corazón: "Tú eres Señor, mi único bien". Y vive la paz interior de quien se apoya en Dios de verdad, y sabe que sin Él no es nada. Y esto, en lugar de inquietarle, le alegra, pues le permite depender de aquel a quien ama.
Quien vive la pobreza de alma siente la necesidad de ser de todos y de multiplicarse para llegar a todos sin mirar, por supuesto, lo que queda para él. No se contenta con dar un pedazo de pan a quien lo pide: si pudiera, hasta se haría él mismo pan. Sabe ser corazón cuando el hermano precisa amor; sabe ser sonrisa cuando hay tristeza en el hermano, y sabe ser oído cuando el hermano precisa hablar, decir o decirse, desahogarse. En este caso se olvida, incluso, del tiempo.
La oración es una semilla que encuentra la tierra más apropiada en el pobre de alma, pues la pobreza le lleva a confiar en la bondad de Dios y en su providencia. Y esta confianza, es tan grande y tan arraigada en su vida, que confía también en la bondad de los hermanos, sí, en la bondad escondida, en el corazón de todo hermano, incluso del hermano a quien conoce tanto que le es difícil descubrir su rostro de bondad.
El pobre de alma sabe ser abierto. Busca y ama la sencillez, la simplicidad y la transparencia. El pobre no se permite el lujo de tener, ni siquiera, dobles intenciones. Tiene la mirada limpia, no oculta nada. Por ello mira siempre a los ojos.
El pobre de alma es buen oyente de la Palabra; como María, sabe que todo canto de alabanza y acción de gracias nace de la contemplación silenciosa. El Magnificat nació en el alma pobre de esclava de María.
La pobreza de alma da a quien la vive la "lengua de discípulo". La humildad en el hablar no tiene necesidad de levantar la voz; no quiere imponer, porque prefiere escuchar.
Sí, el pobre es interiormente libre, no se ata a respetos humanos porque no tiene nada que temer.
Te he hablado mucho, hermano, de la paz de alma que tiene el pobre. La razón última de esta paz está en que la única riqueza que tiene es Cristo y, ¿quién será capaz de arrebatarle el amor de Cristo?.
Por otra parte, la paz es consecuencia del amor que siempre ahuyenta al miedo y al temor.
El pobre de alma siente la necesidad ineludible de orar, porque descubre a Dios como sentido de todo lo que dice y hace. Y algo muy importante: está convencido de que la eficacia de todo lo que hace no viene de sus manos de alfarero, sino de la bondad de Dios, que quiere dar vida al barro. Por ello, remite toda muestra de gratitud al Señor, dador de todo bien. Y no lo hace por compromiso, sino por convicción sincera.
Se da una profunda relación entre pobreza y súplica, entre alma pobre y contemplación: cuanto más pobre, más orante; cuanto más orante, más pobre.
El pobre vive feliz en su pobreza, vive su vida en alegría y serenidad de alma, porque tiene como única seguridad el saberse en las manos del Padre, el recordar que su rostro está grabado en ellas y es mirado constantemente con amor.
El pobre de alma suplica y reza con una gran confianza. Sabe esperar. Sólo los pobres, sólo los que se sienten inseguros de sí mismos, sólo quienes se saben ante Dios sin derecho a nada, saben esperar cuando suplican, pues recuerdan que Dios es siempre gratuito, y tan gratuito como generoso en sus dones.
Quien está en camino de vivir la pobreza de alma aprende a borrarse y a desaparecer para valorar a los demás porque, es cierto, no valoramos a los demás, incluso se llega a prescindir de Dios porque nos creemos más y cuando nos creemos más.
El pobre de alma es feliz tanto cuando ha de asumir papeles protagónicos, como cuando está en un papel secundario, es tan feliz cuando puede ser rama con flores y frutos, como cuando ha de ser raíz. Entonces descubre que no pierde el tiempo: en su vida oculta, da vida a la planta.
El pobre de alma se apoya en Dios en todo momento, en toda circunstancia y en todo lugar y lo expresa espontáneamente, invocándolo con amor y esperanza, con la sencillez y la naturalidad más claras.
María es el testigo fundamental del pobre de alma. Ella vivió su pobreza como disponibilidad y como docilidad. El ser dócil a los deseos o a las sugerencias de los demás, manifestados o no, es una manera de ser pobres.
El pobre entiende que "pobreza de alma" equivale a sentido de servicio, como María, la de la visitación. María - Camino. Es de pobres ir a servir y no esperar a que el servicio nos sea exigido.
El pobre vive todo con alegría y paz de alma. Aprendió a dar y a recibir sonriendo. Comprendió que detrás de todo lo bueno y lo malo que vive hay una sola y gran verdad: se sabe amado por Dios con ternura.
Enrique, "el caminante", es un pequeño hermano de Jesús, amigo. Desde el año 1950, al acabar su noviciado, fue enviado por sus superiores a integrarse en el mundo de los mendigos. Vivir como uno de ellos, vestir como ellos y dormir donde duermen los mendigos. Tiene una mirada limpia, se le ve feliz. Un día le dije: «Hermano Enrique, con este aspecto, aunque seas religioso, en algunos lugares te recibirán bien y en otros te cerrarán la puerta". Su respuesta fue muy de pobre de alma: «Si me reciben bien, está bien; si me reciben mal, está bien. Solo soy un pobre».
Hermano, que en tu camino de búsqueda de Dios, que en tu deseo de ser fiel al Señor, puedas decir también que tú eres pobre.
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Fuente: Abandono.com
Jesucristo, Rey del hogar / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Jesucristo es el Rey del hogar.
Y comenzamos con una anécdota de hace ya muchos años, pues se remonta a Septiembre de 1907, cuando un sacerdote peruano, el santo misionero Padre Mateo, se presentaba ante el Papa San Pío X, que estaba ante la mesa de su escritorio, entretenido en cortar las hojas de un libro nuevo que acababa de llegarle.
- ¿Qué te ha pasado, hijo mío? Me han dicho que vienes de Francia...
- Sí, Santo Padre. Vengo de la capilla de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María. Contraje la tuberculosis, y, desahuciado de los médicos, fui a la Capilla a pedir al Sagrado Corazón la gracia de una santa muerte. Nada más me arrodillé, sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo. Me sentí curado de repente. Vi que el Sagrado Corazón quería algo de mí. Y he trazado mi plan.
El Papa San Pío X aparentaba escuchar distraído, sin prestar mucha atención a lo que le decía el joven sacerdote, que parecía un poco soñador.
- Santo Padre, vengo a pedir su autorización y su bendición para la empresa que quiero iniciar.
- ¿De qué se trata, pues?
- Quiero lanzarme por todo el mundo predicando una cruzada de amor. Quiero conquistar hogar por hogar para el Sagrado Corazón de Jesús.
Entronizar su imagen en todos los hogares, para que delante de ella se consagren a Él, para que ante ella le recen y le desagravien, para que Jesucristo sea el Rey de la familia. ¿Me lo permite, Santo Padre?
San Pío X era bastante bromista, y seguía cortando las hojas del libro, en aparente distracción. Ahora, sin decir palabra, mueve la cabeza con signo negativo. El Padre Mateo se extraña, y empieza a acongojarse:
- Santo Padre, pero si se trata de... ¿No me lo permite?
- ¡No, hijo mío, no!, sigue ahora el Papa, dirigiéndole una mirada escrutadora y cariñosa, y pronunciando lentamente cada palabra: ¡No te lo permito! Te lo mando, ¿entiendes?... Tienes mandato del Papa, no permiso. ¡Vete, con mi bendición!
A partir de este momento, empezaba la campaña de la Entronización del Corazón de Jesús en los hogares. Fue una llamarada que prendió en todo el mundo. Desde entonces, la imagen o el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús ha presidido la vida de innumerables hogares cristianos. Jesucristo, el Rey de Amor, desde su imagen bendita ha acogido súplicas innumerables, ha enjugado torrentes de lágrimas y ha estimulado heroísmos sin cuento.
¿Habrá pasado a la historia esta práctica tan bella? Sobre todo, y aunque prescindamos de la imagen del Sagrado Corazón, ¿dejará de ser Jesucristo el Rey de cada familia?...
Hoy la familia constituye la preocupación mayor de la Iglesia y de toda la sociedad en general.
Porque vemos cómo el matrimonio se tambalea, muchas veces apenas contraído.
El divorcio está a las puertas de muchas parejas todavía jóvenes.
Los hijos no encuentran en la casa el ambiente en que desarrollarse sanamente, lo mismo en el orden físico que en el intelectual y el moral.
Partimos siempre del presupuesto de que la familia es la célula primera de la sociedad. Si esa célula se deteriora viene el temido cáncer, del que de dicen que no es otra cosa sino una célula del cuerpo mal desarrollada.
Esto que pasa en el orden físico, y de ahí tantas muertes producidas por el cáncer, pasa igual en el orden social. El día en que hayamos encontrado el remedio contra esa célula que ya nace mal o ha empezado a deformarse, ese día habremos acabado con la mayor plaga moral que está asolando al mundo.
Todos queremos poner remedio a las situaciones dolorosas de la familia.
Y todos nos empeñamos cada uno con nuestro esfuerzo y con nuestra mucha voluntad en hacer que cada casa llegue a ser un pedacito de cielo.
¿Podemos soñar, desde un principio, en algún medio para evitar los males que se han echado encima de las familias?
¿Podemos soñar en un medio para atraer sobre los hogares todos los bienes?..
¡Pues, claro que sí! Nosotros no nos cansaremos de repetirlo en nuestros mensajes sobre la familia. Este medio es Jesucristo.
Empecemos por meter a Jesucristo en el hogar.
Que Cristo se sienta invitado a él como en la boda de Caná.
Que se meta en la casa con la libertad con que entraba en la de los amigos de Betania.
Que viva en ella como en propia casa, igual que en la suya de Nazaret... Pronto en ese hogar se notará la presencia del divino Huésped y Rey de sus moradores. En el seno de esa familia habrá paz, habrá amor, habrá alegría, habrá honestidad, habrá trabajo, habrá ahorro, habrá esperanza, habrá resignación en la prueba, habrá prosperidad de toda clase.
Jesucristo, Rey universal, ¿no es Rey especialmente de la Familia?... Acogido amorosamente en el hogar, con Él entrarán en la casa todos los bienes....
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Fuente: Catholic.net
Callar es amar / Autor: Oscar Schmidt
¿Cuántas veces tenemos ganas de decir, de criticar, de negar, de oponernos, de resistirnos, de imponer nuestro particular punto de vista? Es como un fuego interior, irresistible, el que nos grita. ¡No puedes dejar las cosas así! ¡Es que te están tomando de tonto! En muchas ocasiones, estos impulsos están motivados por el amor propio, mejor dicho, el egoísmo que nos invita a no quedar jamás sin poner la última palabra o dejar en claro que no estamos de acuerdo.
Callar, eso si que es difícil. Callar cuando creemos comprender lo que ocurre, más difícil todavía. ¿Y en que medida conocemos realmente la motivación de aquellos a quienes queremos criticar, o aconsejar, o corregir? ¿En qué medida podemos juzgar a los demás? Las más de las veces tomamos posiciones que, con los años, juzgamos como equivocadas. ¡Que equivocado estaba entonces!, solemos exclamar. ¡Si hubiera sido capaz de guardar silencio!
Me refiero hoy a esa enorme llave del amor, que es el silencio, la humildad de callar y privarnos de pasar a la primera fila, de tomar el micrófono y decir todo lo que pensamos. El poder simplemente observar a los demás, escucharlos, e intervenir sólo cuando tenemos algo positivo para dar, seguros de no estar simplemente tratando de decir algo, de tener nuestro “papel protagónico” bien cubierto.
Callar es sacrificio, es amor. No hacer, privarnos de figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora. ¿Quién más puede ver lo que está pasando en nuestro interior, si a nadie lo contamos? Ese silencio es una gigantesca muestra de fe, es entregar a Dios ese sacrificio, sabiendo que El lo ve y lo valora. Dios toma esas muestras de amor y las pone en su alhajero, a buen recaudo de los ojos de los hombres. ¿Que hombre, acaso, es testigo de esos actos de heroísmo interior? Nadie, sólo Dios los ve.
A veces pensamos que nuestro servicio a Dios incluye lo que los demás piensan de nosotros, el juicio que tienen de nuestros actos. No es así. Dios ve nuestro corazón y busca aquello que es sincero, profundo y puro. Si la gente, con juicios del todo humanos, ve en nosotros algo que no somos en realidad, no debemos preocuparnos por la opinión de Dios. El ve las cosas como realmente son, ya que las más de las veces es la hipocresía lo que impulsa los actos de las personas. El Señor, el Justo de los Justos, puro Amor y Misericordia, ve el mundo de modo muy distinto. El quiere que le demos sacrificios interiores, que vayan purificando nuestra alma de las necesidades de figuración y protagonismo, que llenan nuestro corazón de vanidad y egoísmo.
El verdadero heroísmo es el de aquellos que pueden callar, esperar, y privarse de las necesidades propias, en beneficio de los demás. Es una gran muestra de amor, que florece también en nuestra relación con quienes nos rodean. ¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos incómodos con aquellos que opinan sobre todo, y nos critican, aconsejan, corrigen y enseñan sobre todo en todo momento?
Sin embargo, no siempre nos irá bien practicando el silencio y la humildad. Algunas veces podremos ser incomprendidos, o malentendidos. Pero es Dios el que conoce la motivación que anida en nuestro corazón en esos momentos. Y El se hará cargo de nuestras necesidades, como siempre, en el instante oportuno.
Señor, hazme manso, prudente y humilde. Dame la fortaleza para callar, esperar y confiar en Ti. Enséñame a hacer pequeños sacrificios interiores que agraden a Tu Corazón Amante, necesitado de pequeños gestos que te recuerden la humildad y el silencio de Tu Madre, en la pequeña casita de Nazaret. Ella, la más perfecta Criatura surgida del Amor de Tu Padre, guardó silencio desde el día en que el Ángel le anunció Tu venida, hasta aquella tarde en que te vio morir en la Cruz. Tú también guardaste silencio ese día. Ahora, Señor, enséñanos a callar, a esperar, a amar.
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Fuente: www.reinadelcielo.org
Callar, eso si que es difícil. Callar cuando creemos comprender lo que ocurre, más difícil todavía. ¿Y en que medida conocemos realmente la motivación de aquellos a quienes queremos criticar, o aconsejar, o corregir? ¿En qué medida podemos juzgar a los demás? Las más de las veces tomamos posiciones que, con los años, juzgamos como equivocadas. ¡Que equivocado estaba entonces!, solemos exclamar. ¡Si hubiera sido capaz de guardar silencio!
Me refiero hoy a esa enorme llave del amor, que es el silencio, la humildad de callar y privarnos de pasar a la primera fila, de tomar el micrófono y decir todo lo que pensamos. El poder simplemente observar a los demás, escucharlos, e intervenir sólo cuando tenemos algo positivo para dar, seguros de no estar simplemente tratando de decir algo, de tener nuestro “papel protagónico” bien cubierto.
Callar es sacrificio, es amor. No hacer, privarnos de figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora. ¿Quién más puede ver lo que está pasando en nuestro interior, si a nadie lo contamos? Ese silencio es una gigantesca muestra de fe, es entregar a Dios ese sacrificio, sabiendo que El lo ve y lo valora. Dios toma esas muestras de amor y las pone en su alhajero, a buen recaudo de los ojos de los hombres. ¿Que hombre, acaso, es testigo de esos actos de heroísmo interior? Nadie, sólo Dios los ve.
A veces pensamos que nuestro servicio a Dios incluye lo que los demás piensan de nosotros, el juicio que tienen de nuestros actos. No es así. Dios ve nuestro corazón y busca aquello que es sincero, profundo y puro. Si la gente, con juicios del todo humanos, ve en nosotros algo que no somos en realidad, no debemos preocuparnos por la opinión de Dios. El ve las cosas como realmente son, ya que las más de las veces es la hipocresía lo que impulsa los actos de las personas. El Señor, el Justo de los Justos, puro Amor y Misericordia, ve el mundo de modo muy distinto. El quiere que le demos sacrificios interiores, que vayan purificando nuestra alma de las necesidades de figuración y protagonismo, que llenan nuestro corazón de vanidad y egoísmo.
El verdadero heroísmo es el de aquellos que pueden callar, esperar, y privarse de las necesidades propias, en beneficio de los demás. Es una gran muestra de amor, que florece también en nuestra relación con quienes nos rodean. ¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos incómodos con aquellos que opinan sobre todo, y nos critican, aconsejan, corrigen y enseñan sobre todo en todo momento?
Sin embargo, no siempre nos irá bien practicando el silencio y la humildad. Algunas veces podremos ser incomprendidos, o malentendidos. Pero es Dios el que conoce la motivación que anida en nuestro corazón en esos momentos. Y El se hará cargo de nuestras necesidades, como siempre, en el instante oportuno.
Señor, hazme manso, prudente y humilde. Dame la fortaleza para callar, esperar y confiar en Ti. Enséñame a hacer pequeños sacrificios interiores que agraden a Tu Corazón Amante, necesitado de pequeños gestos que te recuerden la humildad y el silencio de Tu Madre, en la pequeña casita de Nazaret. Ella, la más perfecta Criatura surgida del Amor de Tu Padre, guardó silencio desde el día en que el Ángel le anunció Tu venida, hasta aquella tarde en que te vio morir en la Cruz. Tú también guardaste silencio ese día. Ahora, Señor, enséñanos a callar, a esperar, a amar.
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Fuente: www.reinadelcielo.org
domingo, 25 de noviembre de 2007
Testimonio de Oreste Pesare: "Sólo por la fe en Cristo logré abandonar el mundo" /
Oreste Pesare, delegado de la Renovación Carismática en Roma, habla para LA RAZÓN
Ahora es un hombre feliz pero Oreste Pesare, el responsable de la oficina internacional de la Renovación Carismática Católica en el Vaticano anduvo rondando la muerte en su juventud debido al abuso del alcohol y el consumo de drogas. Pesare, italiano y padre de tres hijos, afirma que la oración del incrédulo ¬Señor, si tu existes, quiero conocerte¬ le salvó la vida y que los mayores milagros que ha presenciado se han producido gracias a la oración ante Jesús Sacramentado, ante el Sagrario. Oreste Pesare estima que el secreto del apostolado está en «convertirnos nosotros».
Mónica Vázquez - "La Razón" Madrid.-
Casado y con tres hijos, Oreste Pesare es un hombre rebosante de felicidad, aunque no siempre fue así. Estuvo mucho tiempo alejado del Señor; el alcohol y las drogas le distraían de su presencia. Finalmente, la oración que siempre repetía en su interior «Señor, si tú existes, yo quiero conocerte» fue contestada por Dios al salvarlo de una situación de la que tal vez no hubiera podido salir vivo.
- ¿Cómo ha conocido al Señor?
- El Señor me ha salvado de la muerte cuando ninguno me podía salvar y esto ha cambiado profundamente mi vida. Ahora he decidido entregar mi vida al Señor y él me ha llenado con su Espíritu Santo. Antes de conocer la Renovación estaba involucrado en el alcohol y en las drogas. Yo no creía en Dios pero recuerdo que siempre tenía esta oración en el corazón: «Señor, si tu existes yo quiero conocerte». Quizás por mis estudios de filosofía tenía esta inquietud. Creo que esta plegaria ha sido acogida por el Señor.
- ¿Cómo sucedió exactamente?
- Fue cuando estuve en la cárcel. Me arrestaron porque llevaba mucha droga en los bolsillos, entonces entendí que tendría que pasar mucho tiempo preso. En el calabozo tenía mucho miedo y supliqué: «Si tu existes, espero que me ayudes porque mañana no te necesitaré». En pocos minutos llegó el comandante y me dijo: «Hace más de 30 años que trabajo aquí como policía y esto nunca me había pasado: vete que no quiero verte más». Y al rato salí de la comisaría. Entonces ya no tenía miedo sino una gran alegría en el corazón. «Señor, tú existes, tú me has escuchado cuando nadie me podía ayudar», le agradecí. Y así cambió mi vida.
- ¿Sus padres son católicos?
- Sí, cuanto esto sucedió ellos llevaban meses en un grupo de oración carismática. Mi padre había comenzado a ayunar cada viernes para que sus hijos nos convirtiéramos. En 6 ó 7 meses los 3 hijos entramos en la Renovación, cada uno por su lado.
-¿Qué opina de la frase marxista «la religión es el opio de los pueblos»?
-(Ríe a carcajadas) Por tantos años yo he creído en esa frase... Creo que ha sido dicha por alguien que no ha conocido a Jesús. Seguro que un marxista puede conocer a Jesús, pero que haya mucha gente que no crea en Dios es un misterio, es fruto del pecado. Puedes tener amigos, mujeres, dinero, coches, motos, pero si tienes esa muerte en el corazón nada vale la pena.
- ¿Cuál es la oración que aconseja?
- La oración hecha a Jesús ante la Eucaristía. Los mayores milagros que he visto han sido ante Jesús-eucaristía.
-¿Qué hay que hacer para ayudar en la conversión de los demás? -Convertirnos nosotros. Si nosotros somos santos la luz de Dios llega a los demás. Si tú estás lleno de gozo los demás te preguntan porqué. Si tú has cambiado profundamente tu vida los demás se dan cuenta.
Ahora es un hombre feliz pero Oreste Pesare, el responsable de la oficina internacional de la Renovación Carismática Católica en el Vaticano anduvo rondando la muerte en su juventud debido al abuso del alcohol y el consumo de drogas. Pesare, italiano y padre de tres hijos, afirma que la oración del incrédulo ¬Señor, si tu existes, quiero conocerte¬ le salvó la vida y que los mayores milagros que ha presenciado se han producido gracias a la oración ante Jesús Sacramentado, ante el Sagrario. Oreste Pesare estima que el secreto del apostolado está en «convertirnos nosotros».
Mónica Vázquez - "La Razón" Madrid.-
Casado y con tres hijos, Oreste Pesare es un hombre rebosante de felicidad, aunque no siempre fue así. Estuvo mucho tiempo alejado del Señor; el alcohol y las drogas le distraían de su presencia. Finalmente, la oración que siempre repetía en su interior «Señor, si tú existes, yo quiero conocerte» fue contestada por Dios al salvarlo de una situación de la que tal vez no hubiera podido salir vivo.
- ¿Cómo ha conocido al Señor?
- El Señor me ha salvado de la muerte cuando ninguno me podía salvar y esto ha cambiado profundamente mi vida. Ahora he decidido entregar mi vida al Señor y él me ha llenado con su Espíritu Santo. Antes de conocer la Renovación estaba involucrado en el alcohol y en las drogas. Yo no creía en Dios pero recuerdo que siempre tenía esta oración en el corazón: «Señor, si tu existes yo quiero conocerte». Quizás por mis estudios de filosofía tenía esta inquietud. Creo que esta plegaria ha sido acogida por el Señor.
- ¿Cómo sucedió exactamente?
- Fue cuando estuve en la cárcel. Me arrestaron porque llevaba mucha droga en los bolsillos, entonces entendí que tendría que pasar mucho tiempo preso. En el calabozo tenía mucho miedo y supliqué: «Si tu existes, espero que me ayudes porque mañana no te necesitaré». En pocos minutos llegó el comandante y me dijo: «Hace más de 30 años que trabajo aquí como policía y esto nunca me había pasado: vete que no quiero verte más». Y al rato salí de la comisaría. Entonces ya no tenía miedo sino una gran alegría en el corazón. «Señor, tú existes, tú me has escuchado cuando nadie me podía ayudar», le agradecí. Y así cambió mi vida.
- ¿Sus padres son católicos?
- Sí, cuanto esto sucedió ellos llevaban meses en un grupo de oración carismática. Mi padre había comenzado a ayunar cada viernes para que sus hijos nos convirtiéramos. En 6 ó 7 meses los 3 hijos entramos en la Renovación, cada uno por su lado.
-¿Qué opina de la frase marxista «la religión es el opio de los pueblos»?
-(Ríe a carcajadas) Por tantos años yo he creído en esa frase... Creo que ha sido dicha por alguien que no ha conocido a Jesús. Seguro que un marxista puede conocer a Jesús, pero que haya mucha gente que no crea en Dios es un misterio, es fruto del pecado. Puedes tener amigos, mujeres, dinero, coches, motos, pero si tienes esa muerte en el corazón nada vale la pena.
- ¿Cuál es la oración que aconseja?
- La oración hecha a Jesús ante la Eucaristía. Los mayores milagros que he visto han sido ante Jesús-eucaristía.
-¿Qué hay que hacer para ayudar en la conversión de los demás? -Convertirnos nosotros. Si nosotros somos santos la luz de Dios llega a los demás. Si tú estás lleno de gozo los demás te preguntan porqué. Si tú has cambiado profundamente tu vida los demás se dan cuenta.
Reafirma tu fe en la Eucaristía / Autor: Padre Jonas Abib, Fundador de la Comunidad Canción Nueva
Rece esta oración con el padre Jonas
Señor, perdón por todos mis pecados, y por los pecados de toda la humanidad. Dame la gracia de la conversión y cambio de vida. Dame tu Santo Espíritu, para que mi vida sea transformada. Coloca en mí el arrepentimiento de mis pecados. Dame la contrición perfecta.
Soy pecador, pero digo: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y amo. Pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”.
Dame, Jesús, una sincera búsqueda de conversión. Quiero cambiar de vida. Necesito vencer el mal con el bien, venciendo la enfermedad del pecado que está en mí. Lávame de todo pecado por la fuerza de tu presencia en la Eucaristía, por la fuerza de tu sangre derramada por mis pecados.
Señor, asumo para mí la vida en santidad y el horror a todo pecado. Dame la gracia de la cura de esta enfermedad, que es el pecado en mi vida. Extermina toda lepra que alcanza mi alma. Asumo la santidad que tienes para mí digo y “no” a todo pecado.
Jesús, cambia mi corazón. Yo quiero la vida eterna. Jesús, sé que lo más importante hoy es mi conversión. Convierte mi corazón. Esta es mi mayor necesidad. Estoy aquí para Adorarte, Señor. Es una inmensa gracia para mí poder expresar con todo mí ser cuánto Te amo.
Señor, Te adoro por tu humildad en la que te haces presente simplemente en una hostia consagrada. Tú eres Dios, Rey y Señor, y toda mi existencia está en Tus manos. Tú estás en el control de todas las cosas, de todos los acontecimientos de mi vida.
Hoy mi adoración es esta: colocar mi vida en el control de tus manos. Ya no quiero controlar y dirigir mi vida, sino saber que todo está siendo controlado y regido por tu autoridad. Esa es la mayor gracia y seguridad para mi vida.
Gracias porque estás presente en la Eucaristía, y de allí levantas tu súplica al Padre, por mí. Gracias porque pides por todas mis necesidades, y colocas en mi corazón amor ardiente por tu presencia real en el Santísimo Sacramento. Amén
Señor, perdón por todos mis pecados, y por los pecados de toda la humanidad. Dame la gracia de la conversión y cambio de vida. Dame tu Santo Espíritu, para que mi vida sea transformada. Coloca en mí el arrepentimiento de mis pecados. Dame la contrición perfecta.
Soy pecador, pero digo: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y amo. Pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”.
Dame, Jesús, una sincera búsqueda de conversión. Quiero cambiar de vida. Necesito vencer el mal con el bien, venciendo la enfermedad del pecado que está en mí. Lávame de todo pecado por la fuerza de tu presencia en la Eucaristía, por la fuerza de tu sangre derramada por mis pecados.
Señor, asumo para mí la vida en santidad y el horror a todo pecado. Dame la gracia de la cura de esta enfermedad, que es el pecado en mi vida. Extermina toda lepra que alcanza mi alma. Asumo la santidad que tienes para mí digo y “no” a todo pecado.
Jesús, cambia mi corazón. Yo quiero la vida eterna. Jesús, sé que lo más importante hoy es mi conversión. Convierte mi corazón. Esta es mi mayor necesidad. Estoy aquí para Adorarte, Señor. Es una inmensa gracia para mí poder expresar con todo mí ser cuánto Te amo.
Señor, Te adoro por tu humildad en la que te haces presente simplemente en una hostia consagrada. Tú eres Dios, Rey y Señor, y toda mi existencia está en Tus manos. Tú estás en el control de todas las cosas, de todos los acontecimientos de mi vida.
Hoy mi adoración es esta: colocar mi vida en el control de tus manos. Ya no quiero controlar y dirigir mi vida, sino saber que todo está siendo controlado y regido por tu autoridad. Esa es la mayor gracia y seguridad para mi vida.
Gracias porque estás presente en la Eucaristía, y de allí levantas tu súplica al Padre, por mí. Gracias porque pides por todas mis necesidades, y colocas en mi corazón amor ardiente por tu presencia real en el Santísimo Sacramento. Amén
La belleza de la sexualidad humana / Autor: P. Paulo Ricardo de Azevedo Júnior
Muchas veces vemos el sexo como cosa del demonio
También ésos por el vino desatinan y por el licor divagan: sacerdotes y profetas desatinan por el licor, se ahogan en vino, divagan por causa del licor, desatinan en sus visiones, titubean en sus decisiones.
Porque todas las mesas están cubiertas de vómito asqueroso, sin respetar sitio. [escena típica de una embriaguez colectiva] (Is 28, 7ss.) Aquello que Dios pide de nosotros se hace una lengua extranjera si estamos embriagados.
¿Por qué tomé este versículo? Por qué es justamente este el problema de la soltería en la Iglesia.
Muchos hablan de crisis de vocaciones y dicen: la falta de vocaciones es un problema, por qué la Iglesia de Roma, el obispo de Roma, que es un usurpador de los derechos de las diócesis, de las Iglesias Particulares, él quiere imponer a todos la soltería. Existen algunos padres en Brasil, y no estoy diciendo una teoría, estoy denunciando una realidad de la Iglesia de Brasil – que dicen así: Si el Papa quiere la soltería, ¡que él viva! ¡Nosotros no queremos! Queremos la libertad de la soltería, y ya que el Papa no libera la soltería, nosotros vamos a liberar en la práctica. El Papa es un viejo de 80 años, pero nosotros somos jóvenes, queremos vivir el amor libre. Esto ya es un movimiento dentro de la Iglesia de Brasil.
No piensen bondadosamente que esta mentalidad es una lucha por el padre casado.
La boda supone castidad cristiana, supone fidelidad, y esto también es complicado. Creemos que castidad es difícil sólo para quien es celibatario. No, castidad es desafío para todos, también para quien es casado. Muchos jóvenes me dicen: No sé como usted aguanta la soltería, y yo respondo: No sé como usted aguanta la castidad en la boda, pues ella es dura y difícil.
Existe un movimiento ideológico, sin nombre, sin partido, sin registro en la notaría, pero está ahí este movimiento que quiere acabar con la soltería en la práctica. Y digo esto sin miedo de errar, y para abrir los ojos de muchos de vosotros. Esta realidad es el humo del demonio dentro de la Iglesia Católica de Brasil. Y entonces se dice: Faltan padres a causa de la soltería, a causa de esta cruz pesada que el Obispo de Roma impone a los padres del occidente.
Lo que falta no son vocaciones, lo que falta es fe. La crisis en la Iglesia Católica, de modo especialísimo, la crisis de la Iglesia Católica en Brasil, es una crisis de fe. Las personas ya no creen. ¿Por qué crisis de fe? Necesito decir bien claro: por qué la soltería es un carisma y es muy difícil entender un carisma si no tengo fe. Por ejemplo, es difícil creer que el don de lenguas es un don de Dios si tú no tienes fe. Se hace un negocio ridículo pura y simplemente. Si Dios no actúa, si no es acción de Dios, como es que algo va a ser carisma, como es que vamos a creer en el don de cura, en los milagros, en el don de profecía, en el don de palabra de Sabiduría. ¿Cómo vamos a creer en un carisma si no tenemos fe? La misma cosa sucede con la soltería. Lo que falta ¡es fe! Es en la falta de fe que está la raíz del problema. ¿Qué falta de fe es esta? ¿Fe en que? Fe en creer que la propuesta del Evangelio es camino de felicidad.
Bismarck, famoso dictador de Alemania, decía que una mentira dicha un millón de veces, se hace verdad. Es así en la cabeza del pueblo. La mentira dicha un millón de veces es la siguiente: ¡Nadie es feliz sin sexo! Por lo tanto, el sexo se hizo un valor absoluto, él trae la felicidad, en sí mismo. En palabras más claras: el sexo se hizo dios. Pues, una cosa que en sí misma trae la felicidad es Dios, ¿no es así? En realidad, muchos tienen un otro dios, un dios que no es Dios – el dios del sexo. Es necesario que volvamos a la fe del evangelio, que creamos realmente en aquello que el Señor nos propone – la castidad cristiana, la soltería. ¿Cómo vamos a llegar a esto? Apuntamos hasta ahora al problema, necesitamos entonces ver la solución. Este problema necesita ser resuelto primero dentro de nosotros, para que podamos también predicar esto.
En un primer momento, necesitamos ver la belleza de la sexualidad humana. Nuestro tiempo perdió la noción de la belleza de la sexualidad. Ya no tenemos noción de la belleza, pues lo bello es algo gratuito. Nosotros, por otro lado, estamos en una sociedad donde sólo lo que tiene valor es es útil, entonces, claro, lo que es bello no tiene utilidad. Nadie se preocupa con lo bello. Si hay alguna preocupación, es por la propia belleza, en una visión narcisista – Yo necesito ser bonito. Existe una belleza en ser como Jesús, soñar como Jesús es. Existe una belleza en la sexualidad que Dios nos dio. Si queremos la belleza de ser como Jesús, necesitamos entender primero la belleza de la sexualidad humana. La sexualidad humana es una obra de arte, una maravilla.
Yo necesito arrancar el sexo de las manos del demonio y colocarlo en las manos de Dios – Pues, de tanto ver el sexo negativamente, muchas veces, vemos el sexo como cosa del demonio. Es como si Dios hubiera creado al hombre asexuado y el demonio fue quien creó el sexo. Pero el sexo es creación de Dios, por lo tanto, es una belleza.
El sexo es bonito, es maravilloso, es un presente de Dios. Que, infelizmente, como todo lo que hace el demonio envidioso, él toma lo que es de Dios y pervierte. El sexo fue hecho para ser vivido en el amor de total donación de un hombre por una mujer y de una mujer por un hombre, para que los dos den origen a la vida. Mi propio cuerpo habla eso. El cuerpo humano es un sacramento que me indica. El sexo habla de mí, de mi persona. El sexo habla de donde yo vengo y para donde yo voy. ¿De dónde yo vengo? De una donación mutua de un hombre y de una mujer. Yo soy un presente. Un presente que me fue dado por Dios. Yo me recibo como presente de Dios. La sexualidad humana me habla de este don gratuito, aleatorio, parece loco, caótico, pero no es un mero acaso, es la voluntad divina. La unión de un hombre y de una mujer me hizo puro don y presente de Dios.
Padre Paulo Ricardo de Azevedo Júnior
Arquidiocesis de Cuibá(Brasil)
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Fuente: Comunidad Canción Nueva
También ésos por el vino desatinan y por el licor divagan: sacerdotes y profetas desatinan por el licor, se ahogan en vino, divagan por causa del licor, desatinan en sus visiones, titubean en sus decisiones.
Porque todas las mesas están cubiertas de vómito asqueroso, sin respetar sitio. [escena típica de una embriaguez colectiva] (Is 28, 7ss.) Aquello que Dios pide de nosotros se hace una lengua extranjera si estamos embriagados.
¿Por qué tomé este versículo? Por qué es justamente este el problema de la soltería en la Iglesia.
Muchos hablan de crisis de vocaciones y dicen: la falta de vocaciones es un problema, por qué la Iglesia de Roma, el obispo de Roma, que es un usurpador de los derechos de las diócesis, de las Iglesias Particulares, él quiere imponer a todos la soltería. Existen algunos padres en Brasil, y no estoy diciendo una teoría, estoy denunciando una realidad de la Iglesia de Brasil – que dicen así: Si el Papa quiere la soltería, ¡que él viva! ¡Nosotros no queremos! Queremos la libertad de la soltería, y ya que el Papa no libera la soltería, nosotros vamos a liberar en la práctica. El Papa es un viejo de 80 años, pero nosotros somos jóvenes, queremos vivir el amor libre. Esto ya es un movimiento dentro de la Iglesia de Brasil.
No piensen bondadosamente que esta mentalidad es una lucha por el padre casado.
La boda supone castidad cristiana, supone fidelidad, y esto también es complicado. Creemos que castidad es difícil sólo para quien es celibatario. No, castidad es desafío para todos, también para quien es casado. Muchos jóvenes me dicen: No sé como usted aguanta la soltería, y yo respondo: No sé como usted aguanta la castidad en la boda, pues ella es dura y difícil.
Existe un movimiento ideológico, sin nombre, sin partido, sin registro en la notaría, pero está ahí este movimiento que quiere acabar con la soltería en la práctica. Y digo esto sin miedo de errar, y para abrir los ojos de muchos de vosotros. Esta realidad es el humo del demonio dentro de la Iglesia Católica de Brasil. Y entonces se dice: Faltan padres a causa de la soltería, a causa de esta cruz pesada que el Obispo de Roma impone a los padres del occidente.
Lo que falta no son vocaciones, lo que falta es fe. La crisis en la Iglesia Católica, de modo especialísimo, la crisis de la Iglesia Católica en Brasil, es una crisis de fe. Las personas ya no creen. ¿Por qué crisis de fe? Necesito decir bien claro: por qué la soltería es un carisma y es muy difícil entender un carisma si no tengo fe. Por ejemplo, es difícil creer que el don de lenguas es un don de Dios si tú no tienes fe. Se hace un negocio ridículo pura y simplemente. Si Dios no actúa, si no es acción de Dios, como es que algo va a ser carisma, como es que vamos a creer en el don de cura, en los milagros, en el don de profecía, en el don de palabra de Sabiduría. ¿Cómo vamos a creer en un carisma si no tenemos fe? La misma cosa sucede con la soltería. Lo que falta ¡es fe! Es en la falta de fe que está la raíz del problema. ¿Qué falta de fe es esta? ¿Fe en que? Fe en creer que la propuesta del Evangelio es camino de felicidad.
Bismarck, famoso dictador de Alemania, decía que una mentira dicha un millón de veces, se hace verdad. Es así en la cabeza del pueblo. La mentira dicha un millón de veces es la siguiente: ¡Nadie es feliz sin sexo! Por lo tanto, el sexo se hizo un valor absoluto, él trae la felicidad, en sí mismo. En palabras más claras: el sexo se hizo dios. Pues, una cosa que en sí misma trae la felicidad es Dios, ¿no es así? En realidad, muchos tienen un otro dios, un dios que no es Dios – el dios del sexo. Es necesario que volvamos a la fe del evangelio, que creamos realmente en aquello que el Señor nos propone – la castidad cristiana, la soltería. ¿Cómo vamos a llegar a esto? Apuntamos hasta ahora al problema, necesitamos entonces ver la solución. Este problema necesita ser resuelto primero dentro de nosotros, para que podamos también predicar esto.
En un primer momento, necesitamos ver la belleza de la sexualidad humana. Nuestro tiempo perdió la noción de la belleza de la sexualidad. Ya no tenemos noción de la belleza, pues lo bello es algo gratuito. Nosotros, por otro lado, estamos en una sociedad donde sólo lo que tiene valor es es útil, entonces, claro, lo que es bello no tiene utilidad. Nadie se preocupa con lo bello. Si hay alguna preocupación, es por la propia belleza, en una visión narcisista – Yo necesito ser bonito. Existe una belleza en ser como Jesús, soñar como Jesús es. Existe una belleza en la sexualidad que Dios nos dio. Si queremos la belleza de ser como Jesús, necesitamos entender primero la belleza de la sexualidad humana. La sexualidad humana es una obra de arte, una maravilla.
Yo necesito arrancar el sexo de las manos del demonio y colocarlo en las manos de Dios – Pues, de tanto ver el sexo negativamente, muchas veces, vemos el sexo como cosa del demonio. Es como si Dios hubiera creado al hombre asexuado y el demonio fue quien creó el sexo. Pero el sexo es creación de Dios, por lo tanto, es una belleza.
El sexo es bonito, es maravilloso, es un presente de Dios. Que, infelizmente, como todo lo que hace el demonio envidioso, él toma lo que es de Dios y pervierte. El sexo fue hecho para ser vivido en el amor de total donación de un hombre por una mujer y de una mujer por un hombre, para que los dos den origen a la vida. Mi propio cuerpo habla eso. El cuerpo humano es un sacramento que me indica. El sexo habla de mí, de mi persona. El sexo habla de donde yo vengo y para donde yo voy. ¿De dónde yo vengo? De una donación mutua de un hombre y de una mujer. Yo soy un presente. Un presente que me fue dado por Dios. Yo me recibo como presente de Dios. La sexualidad humana me habla de este don gratuito, aleatorio, parece loco, caótico, pero no es un mero acaso, es la voluntad divina. La unión de un hombre y de una mujer me hizo puro don y presente de Dios.
Padre Paulo Ricardo de Azevedo Júnior
Arquidiocesis de Cuibá(Brasil)
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Fuente: Comunidad Canción Nueva
Contemplación / Autora: Catalina de Jesús
Muchos hablan hoy de la contemplación.
De la oración contemplativa.
¿Qué es la oración contemplativa?
Yo os aseguro que no es algo que se pueda aprender.No hay técnicas.De nada vale, leer libros, oir charlas, ir a grupos.
Contemplar a Dios , conocer a Dios, es un Don.Es un regalo suyo.
Él está en tu puerta con ese regalo en las manos.Esperando que le abras, para dártelo.
¿Y qué es abrirle la puerta?
Pues darselo TODO.
Darle tu vida.
Tu Voluntad.
Todos tus deseos.Tus ilusiones.Tus proyectos.
Darte por completo a Él.Entregarte del todo.
No puedes quedarte con nada.Todo es TODO.
No es cuestión de mucho meditar...más bien de mucho ACTUAR.
Vivir sólo para Él.Para hacer en cada instante su Voluntad.
Ser valiente.
Tirarte al vacio.
Si te pide ser sacerdote,levántate y hazlo.
Si te pide consagrarte cómo religioso ó religiosa, levántate y hazlo.
Si te pide ser misionero, levántate, coge un avión y vete.
Si te pide un entrega radical allí donde estás, con un compromiso eclesial, hazlo ya.
No hay que tener miedo.
No hay que guardarse nada.Esto es lo más importante.
No puedes guardarte nada...
Pues Él se da DEL TODO.
Él te va a llenar cómo nada ni nadie te ha llenado.
Te va a dar una felicidad que aun no puedes ni imaginar...
¿A que esperas?
Te inundará el AMOR.
Se apoderará de ti el AMOR.
Serás libre.Libre de todas las preocupaciones, afanes y cosas que ahora te atan.
Descubirás entonces qué es contemplar.Sin libros, sin técnicas, sin necesidad de nada, pues el Espíritu será tu Maestro.
No podrás dejar de amar...y de gozar.
Pues Dios sólo quiere que le dejes hacerte feliz...
De la oración contemplativa.
¿Qué es la oración contemplativa?
Yo os aseguro que no es algo que se pueda aprender.No hay técnicas.De nada vale, leer libros, oir charlas, ir a grupos.
Contemplar a Dios , conocer a Dios, es un Don.Es un regalo suyo.
Él está en tu puerta con ese regalo en las manos.Esperando que le abras, para dártelo.
¿Y qué es abrirle la puerta?
Pues darselo TODO.
Darle tu vida.
Tu Voluntad.
Todos tus deseos.Tus ilusiones.Tus proyectos.
Darte por completo a Él.Entregarte del todo.
No puedes quedarte con nada.Todo es TODO.
No es cuestión de mucho meditar...más bien de mucho ACTUAR.
Vivir sólo para Él.Para hacer en cada instante su Voluntad.
Ser valiente.
Tirarte al vacio.
Si te pide ser sacerdote,levántate y hazlo.
Si te pide consagrarte cómo religioso ó religiosa, levántate y hazlo.
Si te pide ser misionero, levántate, coge un avión y vete.
Si te pide un entrega radical allí donde estás, con un compromiso eclesial, hazlo ya.
No hay que tener miedo.
No hay que guardarse nada.Esto es lo más importante.
No puedes guardarte nada...
Pues Él se da DEL TODO.
Él te va a llenar cómo nada ni nadie te ha llenado.
Te va a dar una felicidad que aun no puedes ni imaginar...
¿A que esperas?
Te inundará el AMOR.
Se apoderará de ti el AMOR.
Serás libre.Libre de todas las preocupaciones, afanes y cosas que ahora te atan.
Descubirás entonces qué es contemplar.Sin libros, sin técnicas, sin necesidad de nada, pues el Espíritu será tu Maestro.
No podrás dejar de amar...y de gozar.
Pues Dios sólo quiere que le dejes hacerte feliz...
¿Qué ha traído Jesús al mundo? / Autor: P. Fernando Pascual LC
Cada generación se siente invitada a ponerse ante Jesús de Nazaret para preguntarse: tú, ¿quién eres?
Después de 2000 años, también nosotros sentimos la necesidad de resolver la pregunta sobre Jesucristo, sobre su Persona, sobre su Misión, sobre su Obra.
El Papa Benedicto XVI concreta aún más la pregunta para nuestro tiempo, para nuestro mundo sumergido en guerras, pobreza, injusticias, miedos. “¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?” (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, p. 69).
La respuesta surge desde una experiencia profunda, desde la oración que descubre en Jesucristo al Salvador del mundo. “La respuesta es muy sencilla: a Dios. [Jesús] ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se había ido revelando primero poco a poco, desde Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los profetas; el Dios que sólo había mostrado su rostro en Israel y que, si bien entre muchas sombras, había sido honrado en el mundo de los pueblos...” (“Jesús de Nazaret”, pp. 69-70).
Ante Cristo toda la historia humana adquiere su sentido más profundo, más pleno. Los reinos humanos, los imperios poderosos, los que triunfan en el dinero o en el poder, pasan y se esfuman, uno tras otro. En silencio, con una presencia humilde, con una fuerza pacífica, la gloria de Dios sigue entre nosotros, supera la contingencia del tiempo, ofrece esa salvación auténtica que cada hombre desea con ansiedad inextinguible.
Desde que Jesús ha traído a Dios, todo es distinto. “Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor” (“Jesús de Nazaret”, p. 70).
¿Qué ha traído Jesús al mundo? La pregunta puede hacerse en primera persona: ¿qué ha traído Jesús para mí, para mi familia, para mis amigos, para la ciudad y la nación en las que vivo? La respuesta también se hace en singular: me ha traído la vista, me ha traído la esperanza, me ha traído el perdón, me ha traído la salvación, me ha traído el Amor, me ha traído a Dios...
En la marcha diaria hacia lo eterno, Jesús nos acompaña, nos guía, nos levanta, nos cuida. Como el apóstol santo Tomás, abrimos el corazón lleno de alegría para decir, ante tanto Amor, unas palabras de fe humilde y total: “Señor mío y Dios mío”...
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Fuente: Catholic.net
Después de 2000 años, también nosotros sentimos la necesidad de resolver la pregunta sobre Jesucristo, sobre su Persona, sobre su Misión, sobre su Obra.
El Papa Benedicto XVI concreta aún más la pregunta para nuestro tiempo, para nuestro mundo sumergido en guerras, pobreza, injusticias, miedos. “¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?” (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, p. 69).
La respuesta surge desde una experiencia profunda, desde la oración que descubre en Jesucristo al Salvador del mundo. “La respuesta es muy sencilla: a Dios. [Jesús] ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se había ido revelando primero poco a poco, desde Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los profetas; el Dios que sólo había mostrado su rostro en Israel y que, si bien entre muchas sombras, había sido honrado en el mundo de los pueblos...” (“Jesús de Nazaret”, pp. 69-70).
Ante Cristo toda la historia humana adquiere su sentido más profundo, más pleno. Los reinos humanos, los imperios poderosos, los que triunfan en el dinero o en el poder, pasan y se esfuman, uno tras otro. En silencio, con una presencia humilde, con una fuerza pacífica, la gloria de Dios sigue entre nosotros, supera la contingencia del tiempo, ofrece esa salvación auténtica que cada hombre desea con ansiedad inextinguible.
Desde que Jesús ha traído a Dios, todo es distinto. “Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor” (“Jesús de Nazaret”, p. 70).
¿Qué ha traído Jesús al mundo? La pregunta puede hacerse en primera persona: ¿qué ha traído Jesús para mí, para mi familia, para mis amigos, para la ciudad y la nación en las que vivo? La respuesta también se hace en singular: me ha traído la vista, me ha traído la esperanza, me ha traído el perdón, me ha traído la salvación, me ha traído el Amor, me ha traído a Dios...
En la marcha diaria hacia lo eterno, Jesús nos acompaña, nos guía, nos levanta, nos cuida. Como el apóstol santo Tomás, abrimos el corazón lleno de alegría para decir, ante tanto Amor, unas palabras de fe humilde y total: “Señor mío y Dios mío”...
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Fuente: Catholic.net
Carta a Santa Teresa de Ávila / Autor: Albino Luciani
Teresa, un maravedí y Dios
Querida Santa Teresa,
Octubre es el mes de vuestra fiesta: pensé que me permitirías que me entretuviera con vos por escrito.
El que mira al famoso grupo marmóreo, en el cual Bernini os pesenta traspasada por la flecha del Serafín, piensa en vuestras visiones y éxtasis. Y hace bien: la Teresa mística de los raptus en Dios es también una verdadera Teresa.
Pero es también verdadera la otra Teresa que me gusta más: la más cercana a nosotros, la que resulta de la autobiografía y de las cartas. Es la Teresa de la vida práctica ; que prueba nuestras mismas dificultades y las sabe superar con destreza; que sabe sonreír, reír y hacer reír; que se mueve con desenvoltura en medio del mundo y de las situaciones más diversas y todo ello gracias a las abundantes dotes naturales pero, más todavía, a su constante unión con Dios.
Estalla la Reforma protestante, la situación de la Iglesia en Alemania y en Francia es crítica. Vos os dáis cruenta y escribís: "Con tal de salvar un alma sola de las muchas que se pierden allá, habría sacrificado mil veces la vida. ¡Pero yo era mujer!”
¡Mujer! Pero que vale por veinte hombres, que no deja algún medio sin intentar y que logra realizar una magnífica reforma interna y con la obra y los escritos influye en toda la Iglesia; ¡la primera y la única mujer que, con Santa Catalina, haya sido proclamada Doctora de la Iglesia!
Mujer de lengua sincera y de pluma elegante y cortante. Teníais un altísimo concepto de la misión de las monjas, pero habéis escrito al padre Gracián: "Por amor de Dios, ¡fíjese bien lo que hace! No crea nunca en las monjas, porque si ellas quieren una cosa, intentan por todos los medios posibles". Y al padre Ambrosio, al rechazar a una postulante, decís: "Usted me hace reír, diciéndome de haber comprendido a aquella alma sólo con verla. ¡No es tan fácil conocer a las mujeres!"
Es vuestra la lapidaria definición del diablo: "Aquel pobre desgraciado, que no puede amar". A don Sancho Dávila : "Distracciones en el rezo del Officio Divino también yo las tengo… me he confesado de ellas con el padre Domingo (Báñez, teólogo famoso, n.d.a.), que me ha dicho que no les hiciera caso. Lo mismo le digo a usted, porque el mal es incurable". Es un consejo espiritual, este, pero consejos los habéis esparcido a manos llenas y de todos los géneros; al padre Gracián, hasta le habéis dado el consejo de montar un asno más dulce en sus viajes, que no tuviera la costumbre de arrojar a los frailes por tierra, ¡o de hacerse atar al asno mismo para no caer!
Insuperabile, aún, aparecéis en el momento de la batalla. El Nuncio, nada menos, os hace encerrar en el convento de Toledo, declarándoos “fémina inquieta, vagabunda, desobediente y contumaz…”. Pero desde el convento vuestros mensajes a Felipe II, a príncipes y prelados, deshacen todo ovillo.
Vuestra conclusión: “Teresa sola no vale nada; Teresa y un maravedí valen menos que nada; ¡Teresa, un maravedí y Dios todo lo pueden!”
***
Para mí, vos sóis un caso notable de un fenómeno que se repite regularmente en la vida de la Iglesia Católica.
Las mujeres, o sea, de por sí, no gobiernan. Esto pertenece a la Jerarquía. Pero, muy a menudo, inspiran, promueven y, tal vez, dirijen.
Por una parte, en efecto, el Espíritu “sopla donde quiere”; por otra, la mujer es más sensibile a la religión y más capaz de darse generosamente a las grandes causas. De aquí el grandísimo grupo de santas, de místicas y de fundadoras aparecidas en la Iglesia Católica.
Junto a ellas habría que incluir a las mujeres que han impulsado movimientos ascético-teológicos, los cuales influyeron en un radio muy vasto.
La noble Marcela, que dirigió en el Aventino una specie de convento compuesto por patricias ricas y cultas, colaboró con San Jerónimo en la traducción de la Biblia.
Madame Acarie influyó en personajes ilustres como el gesuita Coton, el capuchino de Canfelt, el mismo Francisco de Sales y muchos otros, influyendo en toda la espiritualidad francesa de principios del Seiscientos.
La princesa Amalia de Gallitzin, desde su “Círculo de Münster”, apreciado hasta por Goethe, difundió en toda Alemania septentrional una corriente de vida intensamente espiritual. Sofía Swetchine, rusa convertida, a principios del Ochocientos, apareció en Francia la “directora espiritual” de los laicos y sacerdotes más representativos.
Podría citar otros casos, pero vuelvo a vos que, más que hija, habéis sido madre espiritual de San Juan de la Cruz y de los primeros Carmelitas reformados. Hoy es todo claro y parejo al respecto, pero en vuestros tiempos ocurrió el choque arriba mencionado.
De un lado, estábais vos, rica de carismas, fuerzas ardientes y luminosas concedidas a vos para la Iglesia de Dios; del otro, estaba el Nuncio, o sea, la Jerarquía que debía juzgar la autenticidad de vuestros carismas. En un primer momento, presentadas las informaciones erradas, el juicio del Nuncio fue negativo. Una vez dadas las necesarias explicaciones y examinadas mejor las cosas, estas se aclararon: la Jerarquía aprobó todo y vuestros dones pudieron expanderse en favor de la Iglesia.
***
Pero de carismas y de Jerarquía se siente hablar tanto también hoy. Especialista cual fuísteis en la materia, me permito extraer de vuestras obras los siguientes principios:
1. Por encima de todo está el Espíritu Santo. De Él vienen sea los carismas sea los poderes de los Pastores; al Espíritu Santo corresponde realizar el acuerdo armónico entre Jerarquía y carismas y promover la unidad de la Iglesia.
2. Carismas y Jerarquía son ambos necesarios para la Iglesia, pero en modo diverso. Los carismas actúan como acelerador, favoreciendo el progresso y la renovación. La Jerarquía debe hacer más bien de freno, a favor de la estabilidad y la prudencia.
3. A veces, carismas y Jerarquía se entrecruzan y superponen. Ciertos carismas, en efecto, son dados sobre todo a los Pastores como los "dones de gobernar” recordados por San Pablo en la primera carta a los Corintios. Viceversa, debiendo la Jerarquía regular todas las etapas principales de la vida eclesial, los carismáticos no pueden sustraerse a su guía con el pretexto de tener carismas.
4. Los carismas no son caza reservada de nadie: pueden ser dados a todos: curas y laicos, hombres y mujeres. Pero otra cosa es poder tener, otra tener de hecho los carismas.
Encuentro escrito en vuestro libro de las Fundaciones (c. VIII, n. 7): “Una penitente afirmaba al confesor que la Virgen iba a visitarla a menudo y se entretenía hablándole más de una hora, revelándole el futuro y muchas otras cosas. Y como entre tantas extravagancias salía alguna verdadera, se consideraba todo como verdadero. Intuí enseguida de qué se trataba… pero me conformé con decirle al confesor que esperara el éxito de las profecías, que se informara del género de vida de la penitente y exigiera otros signos de santidad. En fin… se vio que eran todas extravagancias”.
***
Querida Santa Teresa, ¡si vinieras hoy! El nombre “carisma” se desperdicia; se distribuyen patentes de “profeta” a más no poder, atribuyendo este título también a los estudiantes que se enfrentan con la policía en las plazas o a los guerrilleros de America Latina. Se pretende oponer los carismáticos a los Pastores. ¿Qué diríais vos de ello, que obedecíais a los confesores aun cuando sus consejos resultaban opuestos a aquellos dados por Dios en la oración?
Y no creáis que yo sea pessimista. Aquello de ver carismas por todos lados espero que sea sólo una moda pasajera. Por otra parte, sé bien que los dones auténticos del Espíritu han sido siempre acompañados de abusos y falsos dones; no obstante ello, la Iglesia ha ido lo mismo hacia adelante.
En la joven Iglesia de Corinto, por ejemplo, había un gran florecimiento de carismas, pero San Pablo se preocupó por algún abuso encontrado. El fenómeno se repitió a continuación en formas aberrantes más vistosas.
Dos mujeres, Priscilla y Maximilla, sostenedoras y financiadoras del Montanismo en Asia, comenzaron predicando “carismáticamente” un despertar moral hecho de grandes austeridades, de renuncia total al matrimonio, de prontitud absoluta al martirio. Terminaron contraponiendo a los obispos los “nuevos profetas”, hombres y mujeres, que “investidos por el Espíritu”, predicaban, administraban los sacramentos, esperaban al Cristo que, de un momento a otro, habría venido a inaugurar el reino millenario.
En tiempos de San Agustín estaba Lucilla de Cartago, rica señora, a quien el obispo Ceciliano había regañado porque, antes de la Comunión, acostumbraba estrechar contra el pecho un pequeño hueso de no se sabe qué mártir. Irritada y resentida, Lucilla indujo a un grupo de obispos a oponerse a su obispo: perdido un proceso ante el episcopato africano, el grupo protestó, sin éxito ante el Papa, luego ante el Concilio de Arles, luego ante el mismo emperador e inició una nueva iglesia. En casi todas las ciudades africanas se vieron así dos obispos, dos catedrales frecuentadas por dos categorías opuestas de fieles que, encontrándose, se daban golpes: de acá los católicos, de allá los donatistas, secuaces de Donato y Lucilla.
Los donatistas se llamaban los “puros”; no se sentaban en el lugar ocupado antes por un católico sin haberlo limpiado con la manga; evitaban como a apestados a los obispos católicos; se apelaban al Evangelio contra la Iglesia, que decían sostenida por la autoridad imperial; instituyeron escuadras de asalto. El mansísimo San Agustín debió una vez apostrofarlos: “Os importa tanto el martirio, ¿por qué no tomáis una cuerda para colgaros?”
En el siglo XVII fueron la monjas de Port Royal. Una de sus Abadesas, la Madre Angélica, había empezado bien: se había “carismáticamente” reformado a sí misma y al monasterio, rechazando de la clausura hasta a los padres. Provista de grandes dotes, nacida para gobernar, se convirtió todavía en el alma de la resistencia jansenista, intransigente hasta el fin ante la autoridad eclesiástica. De ella y de sus monjas se decía : "Puras como ángeles, soberbias como demonios".
¡Cuán lejano es todo esto de vuestro espíritu! ¡Cuál abismo entre estas mujeres y vos! "Hija de la Iglesia" era el nombre que os gustaba más. Lo murmurásteis en el lecho de muerte, mientras, durante la vida, para la Iglesia y con la Iglesia habíais trabajado tanto, ¡aceptando hasta sufrir algo desde la Iglesia!
¡¿Si enseñárais un poco vuestro método a las “profetizas” de hoy?!
Octubre de 1974
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* S. TERESA DE ÁVILA, al siglo Teresa de Cepeda y Ahumada (1515 -1582). De rica y noble familia de Ávila, en España, carmelita a los 21 años, se dedicó a una vigorosa actividad de reforma de su Orden que quiso retrotraer a la primitiva austeridad. A la obra de reforma agregó la experiencia ascética y mística, testimoniada en maravillosos escritos: Camino de perfección, una Autobiografía y numerosas Cartas.
Querida Santa Teresa,
Octubre es el mes de vuestra fiesta: pensé que me permitirías que me entretuviera con vos por escrito.
El que mira al famoso grupo marmóreo, en el cual Bernini os pesenta traspasada por la flecha del Serafín, piensa en vuestras visiones y éxtasis. Y hace bien: la Teresa mística de los raptus en Dios es también una verdadera Teresa.
Pero es también verdadera la otra Teresa que me gusta más: la más cercana a nosotros, la que resulta de la autobiografía y de las cartas. Es la Teresa de la vida práctica ; que prueba nuestras mismas dificultades y las sabe superar con destreza; que sabe sonreír, reír y hacer reír; que se mueve con desenvoltura en medio del mundo y de las situaciones más diversas y todo ello gracias a las abundantes dotes naturales pero, más todavía, a su constante unión con Dios.
Estalla la Reforma protestante, la situación de la Iglesia en Alemania y en Francia es crítica. Vos os dáis cruenta y escribís: "Con tal de salvar un alma sola de las muchas que se pierden allá, habría sacrificado mil veces la vida. ¡Pero yo era mujer!”
¡Mujer! Pero que vale por veinte hombres, que no deja algún medio sin intentar y que logra realizar una magnífica reforma interna y con la obra y los escritos influye en toda la Iglesia; ¡la primera y la única mujer que, con Santa Catalina, haya sido proclamada Doctora de la Iglesia!
Mujer de lengua sincera y de pluma elegante y cortante. Teníais un altísimo concepto de la misión de las monjas, pero habéis escrito al padre Gracián: "Por amor de Dios, ¡fíjese bien lo que hace! No crea nunca en las monjas, porque si ellas quieren una cosa, intentan por todos los medios posibles". Y al padre Ambrosio, al rechazar a una postulante, decís: "Usted me hace reír, diciéndome de haber comprendido a aquella alma sólo con verla. ¡No es tan fácil conocer a las mujeres!"
Es vuestra la lapidaria definición del diablo: "Aquel pobre desgraciado, que no puede amar". A don Sancho Dávila : "Distracciones en el rezo del Officio Divino también yo las tengo… me he confesado de ellas con el padre Domingo (Báñez, teólogo famoso, n.d.a.), que me ha dicho que no les hiciera caso. Lo mismo le digo a usted, porque el mal es incurable". Es un consejo espiritual, este, pero consejos los habéis esparcido a manos llenas y de todos los géneros; al padre Gracián, hasta le habéis dado el consejo de montar un asno más dulce en sus viajes, que no tuviera la costumbre de arrojar a los frailes por tierra, ¡o de hacerse atar al asno mismo para no caer!
Insuperabile, aún, aparecéis en el momento de la batalla. El Nuncio, nada menos, os hace encerrar en el convento de Toledo, declarándoos “fémina inquieta, vagabunda, desobediente y contumaz…”. Pero desde el convento vuestros mensajes a Felipe II, a príncipes y prelados, deshacen todo ovillo.
Vuestra conclusión: “Teresa sola no vale nada; Teresa y un maravedí valen menos que nada; ¡Teresa, un maravedí y Dios todo lo pueden!”
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Para mí, vos sóis un caso notable de un fenómeno que se repite regularmente en la vida de la Iglesia Católica.
Las mujeres, o sea, de por sí, no gobiernan. Esto pertenece a la Jerarquía. Pero, muy a menudo, inspiran, promueven y, tal vez, dirijen.
Por una parte, en efecto, el Espíritu “sopla donde quiere”; por otra, la mujer es más sensibile a la religión y más capaz de darse generosamente a las grandes causas. De aquí el grandísimo grupo de santas, de místicas y de fundadoras aparecidas en la Iglesia Católica.
Junto a ellas habría que incluir a las mujeres que han impulsado movimientos ascético-teológicos, los cuales influyeron en un radio muy vasto.
La noble Marcela, que dirigió en el Aventino una specie de convento compuesto por patricias ricas y cultas, colaboró con San Jerónimo en la traducción de la Biblia.
Madame Acarie influyó en personajes ilustres como el gesuita Coton, el capuchino de Canfelt, el mismo Francisco de Sales y muchos otros, influyendo en toda la espiritualidad francesa de principios del Seiscientos.
La princesa Amalia de Gallitzin, desde su “Círculo de Münster”, apreciado hasta por Goethe, difundió en toda Alemania septentrional una corriente de vida intensamente espiritual. Sofía Swetchine, rusa convertida, a principios del Ochocientos, apareció en Francia la “directora espiritual” de los laicos y sacerdotes más representativos.
Podría citar otros casos, pero vuelvo a vos que, más que hija, habéis sido madre espiritual de San Juan de la Cruz y de los primeros Carmelitas reformados. Hoy es todo claro y parejo al respecto, pero en vuestros tiempos ocurrió el choque arriba mencionado.
De un lado, estábais vos, rica de carismas, fuerzas ardientes y luminosas concedidas a vos para la Iglesia de Dios; del otro, estaba el Nuncio, o sea, la Jerarquía que debía juzgar la autenticidad de vuestros carismas. En un primer momento, presentadas las informaciones erradas, el juicio del Nuncio fue negativo. Una vez dadas las necesarias explicaciones y examinadas mejor las cosas, estas se aclararon: la Jerarquía aprobó todo y vuestros dones pudieron expanderse en favor de la Iglesia.
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Pero de carismas y de Jerarquía se siente hablar tanto también hoy. Especialista cual fuísteis en la materia, me permito extraer de vuestras obras los siguientes principios:
1. Por encima de todo está el Espíritu Santo. De Él vienen sea los carismas sea los poderes de los Pastores; al Espíritu Santo corresponde realizar el acuerdo armónico entre Jerarquía y carismas y promover la unidad de la Iglesia.
2. Carismas y Jerarquía son ambos necesarios para la Iglesia, pero en modo diverso. Los carismas actúan como acelerador, favoreciendo el progresso y la renovación. La Jerarquía debe hacer más bien de freno, a favor de la estabilidad y la prudencia.
3. A veces, carismas y Jerarquía se entrecruzan y superponen. Ciertos carismas, en efecto, son dados sobre todo a los Pastores como los "dones de gobernar” recordados por San Pablo en la primera carta a los Corintios. Viceversa, debiendo la Jerarquía regular todas las etapas principales de la vida eclesial, los carismáticos no pueden sustraerse a su guía con el pretexto de tener carismas.
4. Los carismas no son caza reservada de nadie: pueden ser dados a todos: curas y laicos, hombres y mujeres. Pero otra cosa es poder tener, otra tener de hecho los carismas.
Encuentro escrito en vuestro libro de las Fundaciones (c. VIII, n. 7): “Una penitente afirmaba al confesor que la Virgen iba a visitarla a menudo y se entretenía hablándole más de una hora, revelándole el futuro y muchas otras cosas. Y como entre tantas extravagancias salía alguna verdadera, se consideraba todo como verdadero. Intuí enseguida de qué se trataba… pero me conformé con decirle al confesor que esperara el éxito de las profecías, que se informara del género de vida de la penitente y exigiera otros signos de santidad. En fin… se vio que eran todas extravagancias”.
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Querida Santa Teresa, ¡si vinieras hoy! El nombre “carisma” se desperdicia; se distribuyen patentes de “profeta” a más no poder, atribuyendo este título también a los estudiantes que se enfrentan con la policía en las plazas o a los guerrilleros de America Latina. Se pretende oponer los carismáticos a los Pastores. ¿Qué diríais vos de ello, que obedecíais a los confesores aun cuando sus consejos resultaban opuestos a aquellos dados por Dios en la oración?
Y no creáis que yo sea pessimista. Aquello de ver carismas por todos lados espero que sea sólo una moda pasajera. Por otra parte, sé bien que los dones auténticos del Espíritu han sido siempre acompañados de abusos y falsos dones; no obstante ello, la Iglesia ha ido lo mismo hacia adelante.
En la joven Iglesia de Corinto, por ejemplo, había un gran florecimiento de carismas, pero San Pablo se preocupó por algún abuso encontrado. El fenómeno se repitió a continuación en formas aberrantes más vistosas.
Dos mujeres, Priscilla y Maximilla, sostenedoras y financiadoras del Montanismo en Asia, comenzaron predicando “carismáticamente” un despertar moral hecho de grandes austeridades, de renuncia total al matrimonio, de prontitud absoluta al martirio. Terminaron contraponiendo a los obispos los “nuevos profetas”, hombres y mujeres, que “investidos por el Espíritu”, predicaban, administraban los sacramentos, esperaban al Cristo que, de un momento a otro, habría venido a inaugurar el reino millenario.
En tiempos de San Agustín estaba Lucilla de Cartago, rica señora, a quien el obispo Ceciliano había regañado porque, antes de la Comunión, acostumbraba estrechar contra el pecho un pequeño hueso de no se sabe qué mártir. Irritada y resentida, Lucilla indujo a un grupo de obispos a oponerse a su obispo: perdido un proceso ante el episcopato africano, el grupo protestó, sin éxito ante el Papa, luego ante el Concilio de Arles, luego ante el mismo emperador e inició una nueva iglesia. En casi todas las ciudades africanas se vieron así dos obispos, dos catedrales frecuentadas por dos categorías opuestas de fieles que, encontrándose, se daban golpes: de acá los católicos, de allá los donatistas, secuaces de Donato y Lucilla.
Los donatistas se llamaban los “puros”; no se sentaban en el lugar ocupado antes por un católico sin haberlo limpiado con la manga; evitaban como a apestados a los obispos católicos; se apelaban al Evangelio contra la Iglesia, que decían sostenida por la autoridad imperial; instituyeron escuadras de asalto. El mansísimo San Agustín debió una vez apostrofarlos: “Os importa tanto el martirio, ¿por qué no tomáis una cuerda para colgaros?”
En el siglo XVII fueron la monjas de Port Royal. Una de sus Abadesas, la Madre Angélica, había empezado bien: se había “carismáticamente” reformado a sí misma y al monasterio, rechazando de la clausura hasta a los padres. Provista de grandes dotes, nacida para gobernar, se convirtió todavía en el alma de la resistencia jansenista, intransigente hasta el fin ante la autoridad eclesiástica. De ella y de sus monjas se decía : "Puras como ángeles, soberbias como demonios".
¡Cuán lejano es todo esto de vuestro espíritu! ¡Cuál abismo entre estas mujeres y vos! "Hija de la Iglesia" era el nombre que os gustaba más. Lo murmurásteis en el lecho de muerte, mientras, durante la vida, para la Iglesia y con la Iglesia habíais trabajado tanto, ¡aceptando hasta sufrir algo desde la Iglesia!
¡¿Si enseñárais un poco vuestro método a las “profetizas” de hoy?!
Octubre de 1974
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* S. TERESA DE ÁVILA, al siglo Teresa de Cepeda y Ahumada (1515 -1582). De rica y noble familia de Ávila, en España, carmelita a los 21 años, se dedicó a una vigorosa actividad de reforma de su Orden que quiso retrotraer a la primitiva austeridad. A la obra de reforma agregó la experiencia ascética y mística, testimoniada en maravillosos escritos: Camino de perfección, una Autobiografía y numerosas Cartas.
Dios, siempre actual / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Una de las cosas que más nos deben importar en nuestra vida es que Dios sea siempre en nosotros Alguien y actual, vamos a hablar así. Que siempre sea de interés. Que nos preocupe siempre. Que nunca lo releguemos al olvido. Que Dios lo llene todo: nuestra oración, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestro gozar, nuestras penas y nuestras preocupaciones. Que en todo, absolutamente en todo, esté presente Dios, porque Dios es para nosotros es interés sumo.
Se cuenta de un gran escritor católico que presentó un artículo sobre Dios a una revista francesa para su publicación. Lo lee el director, y dice visiblemente contrariado:
Hubiéramos preferido un artículo de actualidad.
O sea, que Dios era un ser algo pasado de moda, algo que había que arrinconar, algo que ya no interesaba. Afortunadamente, nosotros somos unas personas que decimos todo lo contrario:
¿Dios?... ¡Bienvenido sea su recuerdo! Que no se oscurezca nunca de la mente, ni se escape del corazón...
Esos que así se desinteresan de Dios no reflexionan sobre el mal que se echan encima. Nada más abrir la magna carta de San Pablo a los fieles de Roma, se encuentran con unas palabras que podrían hacerles temblar, y que podemos expresar de este modo:
¿No se dan cuenta de que ni los mismos paganos van a tener excusa en el tribunal de Dios? ¿Es que no ven a Dios en todas sus obras? ¿Tan ciegos están? ¿No saben leer el nombre de Dios en las estrellas, ni adivinarlo en una flor, ni encontrarlo en la sonrisa de una madre feliz, ni descubrirlo en el propio corazón, ni percibirlo en el grito de la conciencia?...
Al revés de esos que se cierran para no descubrir a Dios, vemos cómo los pensadores más grandes han sido creyentes. Los sabios, ordinariamente, son los primeros convencidos de que hay un Dios, y lo respetan, lo veneran, y esperan en Él.
Y nosotros, con muchas o pocas luces en nuestra inteligencia, pero con una fe inmensa recibida de Dios, cultivada por nosotros con esmero, gozamos cuando oímos y leemos algo de Dios, porque así avanzamos en el conocimiento de un Dios inmenso, incomprensible, pero que se esconde entero en nuestro corazón.
A los niños de la catequesis les enseñábamos un canto muy de niños: No hay reloj sin relojero, ni mundo sin Creador. Era un canto para niños, pero lo interesante es que un gran filósofo tenía bastante con este pensar de los niños, y se extasiaba ante un reloj precisamente, mientras se iba diciendo durante mucho rato:
El relojero es anterior al reloj, esto es evidente. Sin un relojero, no existiría el reloj. Y se decía a sí mismo entonces: Por lo mismo, el que ha hecho el mundo es anterior al mundo. Entonces, Dios es eterno.
Este sabio, de la obra del hombre, como es un reloj, ascendía con gran naturalidad a la obra de Dios y a Dios mismo.
Otro de los sabios más grandes, observador del firmamento, y el que determinó la ley de la gravitación universal, se descubría reverente la cabeza cuando oía el nombre de Dios.
La obra de Dios le hacía llegar al mismo Autor del Universo.
Un investigador moderno de la vida de los animales, y cuyos libros son una delicia, decía después de tanto estudio:
Yo no puedo decir que creo en Dios. Yo no puedo creer, porque yo veo a Dios.
Este observador de la Naturaleza, en los animalitos más pequeños encontraba la existencia de Dios de tal modo que casi se le hacía evidente.
Y es que toda la creación no es más que una moneda de oro en la que Dios el Creador acuñó su imagen, para que lo reconozca cualquiera que sepa leer y tenga ganas de interpretarla.
¿Ha pasado de moda esta manera de presentar la prueba de la fe? No; ni mucho menos. Por desgracia, hay todavía ateos en el mundo, y conviene ayudarles a abrir los ojos.
Pero no es esto precisamente lo que ahora nos interesa a nosotros. Nosotros, creyentes, lamentamos otra cosa, como es el disfrutar de la creación y no ayudarnos a tener a Dios mucho más presente en nuestra vida.
Hoy no vivimos estables en un rincón de nuestra tierra, sin más horizonte que unos kilómetros a nuestro alrededor. Hoy nos movemos mucho. Cada día descubrimos nuevos rincones cargados de belleza. La televisión nos ofrece programas estupendos sobre las maravillas del mundo. ¿Somos capaces de elevarnos a Dios aprovechando todos esos medios?
San Ignacio de Loyola acaba sus Ejercicios Espirituales con una magnífica meditación, llamada Contemplación para alcanzar amor.
Cuando se mira una planta, un gusanillo, el cielo tachonado de estrellas, todas las criaturas y todos los acontecimientos, se debe descubrir a Dios, para subir más hacia Él y crecer intensamente en su amor.
Así lo entendió un gran discípulo de San Ignacio, astrónomo de fama mundial, que escribió para su lápida sepulcral:
De la visión del cielo es corto el camino para llegar a Dios.
Volvemos a lo del principio: ¿Queremos que Dios nos interese a lo largo de todo el día? ¿Queremos que su luz se acreciente más en nuestra mente y que su amor encienda cada vez más nuestro corazón?... ¿Por qué no nos empeñamos en descubrirlo en todo, si en todo lo vamos a encontrar?....
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Fuente: Catholic.net
Se cuenta de un gran escritor católico que presentó un artículo sobre Dios a una revista francesa para su publicación. Lo lee el director, y dice visiblemente contrariado:
Hubiéramos preferido un artículo de actualidad.
O sea, que Dios era un ser algo pasado de moda, algo que había que arrinconar, algo que ya no interesaba. Afortunadamente, nosotros somos unas personas que decimos todo lo contrario:
¿Dios?... ¡Bienvenido sea su recuerdo! Que no se oscurezca nunca de la mente, ni se escape del corazón...
Esos que así se desinteresan de Dios no reflexionan sobre el mal que se echan encima. Nada más abrir la magna carta de San Pablo a los fieles de Roma, se encuentran con unas palabras que podrían hacerles temblar, y que podemos expresar de este modo:
¿No se dan cuenta de que ni los mismos paganos van a tener excusa en el tribunal de Dios? ¿Es que no ven a Dios en todas sus obras? ¿Tan ciegos están? ¿No saben leer el nombre de Dios en las estrellas, ni adivinarlo en una flor, ni encontrarlo en la sonrisa de una madre feliz, ni descubrirlo en el propio corazón, ni percibirlo en el grito de la conciencia?...
Al revés de esos que se cierran para no descubrir a Dios, vemos cómo los pensadores más grandes han sido creyentes. Los sabios, ordinariamente, son los primeros convencidos de que hay un Dios, y lo respetan, lo veneran, y esperan en Él.
Y nosotros, con muchas o pocas luces en nuestra inteligencia, pero con una fe inmensa recibida de Dios, cultivada por nosotros con esmero, gozamos cuando oímos y leemos algo de Dios, porque así avanzamos en el conocimiento de un Dios inmenso, incomprensible, pero que se esconde entero en nuestro corazón.
A los niños de la catequesis les enseñábamos un canto muy de niños: No hay reloj sin relojero, ni mundo sin Creador. Era un canto para niños, pero lo interesante es que un gran filósofo tenía bastante con este pensar de los niños, y se extasiaba ante un reloj precisamente, mientras se iba diciendo durante mucho rato:
El relojero es anterior al reloj, esto es evidente. Sin un relojero, no existiría el reloj. Y se decía a sí mismo entonces: Por lo mismo, el que ha hecho el mundo es anterior al mundo. Entonces, Dios es eterno.
Este sabio, de la obra del hombre, como es un reloj, ascendía con gran naturalidad a la obra de Dios y a Dios mismo.
Otro de los sabios más grandes, observador del firmamento, y el que determinó la ley de la gravitación universal, se descubría reverente la cabeza cuando oía el nombre de Dios.
La obra de Dios le hacía llegar al mismo Autor del Universo.
Un investigador moderno de la vida de los animales, y cuyos libros son una delicia, decía después de tanto estudio:
Yo no puedo decir que creo en Dios. Yo no puedo creer, porque yo veo a Dios.
Este observador de la Naturaleza, en los animalitos más pequeños encontraba la existencia de Dios de tal modo que casi se le hacía evidente.
Y es que toda la creación no es más que una moneda de oro en la que Dios el Creador acuñó su imagen, para que lo reconozca cualquiera que sepa leer y tenga ganas de interpretarla.
¿Ha pasado de moda esta manera de presentar la prueba de la fe? No; ni mucho menos. Por desgracia, hay todavía ateos en el mundo, y conviene ayudarles a abrir los ojos.
Pero no es esto precisamente lo que ahora nos interesa a nosotros. Nosotros, creyentes, lamentamos otra cosa, como es el disfrutar de la creación y no ayudarnos a tener a Dios mucho más presente en nuestra vida.
Hoy no vivimos estables en un rincón de nuestra tierra, sin más horizonte que unos kilómetros a nuestro alrededor. Hoy nos movemos mucho. Cada día descubrimos nuevos rincones cargados de belleza. La televisión nos ofrece programas estupendos sobre las maravillas del mundo. ¿Somos capaces de elevarnos a Dios aprovechando todos esos medios?
San Ignacio de Loyola acaba sus Ejercicios Espirituales con una magnífica meditación, llamada Contemplación para alcanzar amor.
Cuando se mira una planta, un gusanillo, el cielo tachonado de estrellas, todas las criaturas y todos los acontecimientos, se debe descubrir a Dios, para subir más hacia Él y crecer intensamente en su amor.
Así lo entendió un gran discípulo de San Ignacio, astrónomo de fama mundial, que escribió para su lápida sepulcral:
De la visión del cielo es corto el camino para llegar a Dios.
Volvemos a lo del principio: ¿Queremos que Dios nos interese a lo largo de todo el día? ¿Queremos que su luz se acreciente más en nuestra mente y que su amor encienda cada vez más nuestro corazón?... ¿Por qué no nos empeñamos en descubrirlo en todo, si en todo lo vamos a encontrar?....
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Fuente: Catholic.net
La “CHRISTIFIDELIS LAICI” de Juan Pablo II / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
La exhortación Apostólica del 30 de Diciembre de 1988 nace como fruto del Sínodo de 1987 sobre los laicos, sitúa a los laicos como trabajadores de la Viña del Señor y su misión en este mundo secularizado trabajando en comunión y con corresponsabilidad con los clérigos para anunciar a Cristo en todos los ámbitos de la sociedad.
La exhortación especial a los movimientos laicales que se congregan a modo de comunidad para desarrollar su misión como laicos en esta sociedad.
Características de las nuevas asociaciones y criterios de eclesialidad
– Laicales: La pertenencia al movimiento no se da en virtud de un estado religioso propio (como se da en las órdenes) o por medio de un sacramento (como el presbiterado) sino que sus miembros son laicos, partícipes de la misión de Cristo por el bautismo. De allí la índole secular, propia de estas nuevas comunidades.
– Comunitarias: También los cristianos consagrados y ordenados pueden ser miembros de estas nuevas realidades eclesiales porque, aunque la nota secular es propia de los laicos, no lo es exclusivamente; se trata de una dimensión de toda la Iglesia. Esto enriquece y promueve la comunión eclesial recreando los vínculos y las relaciones entre sus miembros.
– Misioneras: Como carismas al servicio de la Iglesia, los nuevos movimientos participan del llamado a la evangelización (Christifideles laici, 29).
– Ecuménicas: Trabajan por la unidad, sobretodo desde la oración común interconfesional y el ecumenismo de la vida, implicándose en acciones en favor del hombre y la sociedad. Algunas asociaciones explicitan su preocupación ecuménica en los programas y estatutos.
Al hablar de criterios de eclesialidad nos referimos al reconocimiento por parte de la autoridad eclesiástica. No entraremos en el debate sobre la necesidad de una "autentificación oficial" y sobre quién deba ejercer ese derecho; simplemente recogemos aportes y opiniones de teólogos y representantes jerárquicos al respecto. M. González Muñana entiende que el discernimiento corresponde hacerlo a toda la Iglesia, por ser templo del Espíritu, pero reconoce que es tarea propia del ministerio apostólico, que debe emitir un juicio decisorio, tanto sobre la autenticidad como sobre el ejercicio de los carismas. Para el cardenal C. Martini, este discernimiento significa no sólo "evaluación y juicio, sino también acompañamiento con miras a una inserción cordial y orgánica en el conjunto de la actividad formativa y misionera de la Iglesia, y requiere un cierto tiempo y buena voluntad recíproca".
La exhortación apostólica Christifideles laici, en el contexto del capítulo II titulado "La participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia-Comunión", da una serie de criterios fundamentales para el reconocimiento y discernimiento de todo tipo de asociaciones laicales de fieles: el primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad; la responsabilidad de confesar la fe católica; el testimonio de una comunión firme y convencida con el papa y el obispo, y las demás formas de apostolado en la Iglesia; la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia; el comprometerse en una presencia en la sociedad humana al servicio de la dignidad integral del hombre (Christifideles laici, 30).
Los movimientos en el decir magisterial
El magisterio referido a los nuevos movimientos está casi exclusivamente ligado a la figura de Juan Pablo II. Sólo últimamente (1999) el tema fue tratado por algunos obispos, respondiendo a una invitación del Consejo Pontificio para los Laicos.
En 1981 se realizó un primer congreso internacional de movimientos en Roma, donde el Papa señaló que "la Iglesia misma es un movimiento". Un segundo encuentro se desarrolló en el "87; en esta ocasión Juan Pablo II afirmó que: "El gran florecimiento de estos movimientos y las manifestaciones de energía y de vitalidad eclesial que los caracterizan han de considerarse ciertamente como uno de los frutos más bellos de la amplia y profunda renovación espiritual, promovida por el último concilio".
En la exhortación apostólica Christifideles Laici sigue esta línea de reconocimiento al decir que "en estos últimos años, el fenómeno asociativo laical se ha caracterizado por una particular variedad y vivacidad" (29). Tras reconocer que el asociacionismo laical es una constante en la historia de la Iglesia señalará que, sin embargo, hoy se observa un nuevo impulso haciendo surgir y difundirse múltiples formas nuevas.
En la Vigilia de Pentecostés de 1996 confirma esta línea de reconocimiento de la realidad asociativa en surgimiento, y solicita la organización de un encuentro de todos los movimientos con el Papa durante la vigilia de Pentecostés de 1998, en el marco de la celebración del Jubileo en el año dedicado al Espíritu Santo. Este acontecimiento, de connotaciones profundas y sugerentes, ha supuesto una especie de reconocimiento por parte del pontífice.
En los años siguientes los movimientos se reunieron para dar continuidad a lo vivido en el 98. Tales encuentros fueron: en Speyer en 1999, en Madrid en el 2000 y en el 2001 para pensar la programación pastoral en los inicios del nuevo milenio a la luz de la Carta Apostólica Novo Milennio Ineunte.
Los movimientos han sido acompañados y alentados llamativamente por Juan Pablo II. Como la realidad misma de estas nuevos grupos, también la posición del Papa frente a esta realidad ha generado actitudes diversas. Hay quienes entienden con él que son los protagonistas de la nueva evangelización a la que el Papa impulsa. Otros, en cambio, los han señalado, tomando una imagen medieval, como los "ejércitos del Papa", de los que se sirve para instaurar un "proceso de restauración" de clara línea "conservadora" en la Iglesia.
Riesgos y límites
No podemos negar las tensiones y conflictos que el surgimiento de los nuevos movimientos ha ocasionado en la Iglesia. Estos son apasionadamente defendidos por unos, y criticados por otros. Todos son conscientes de las incomprensiones. Aún se está ensayando un diálogo de encuentro y clarificación. M. González Muñana señala que "hay que dar tiempo al tiempo, ante un fenómeno que por su muy corta historia no es fácil adoptar posicionamientos definitivos e inalterables". Los mismos fundadores de los movimientos han leído esta realidad como un proceso de crecimiento y madurez. En expresión de L. Giussani –fundador de Comunión y Liberación–, sucede "como cuando en una casa nace un niño no esperado, no previsto, que forzosamente es un desbarajuste para toda la organización familiar", o como la presencia de un adolescente en casa, que crea problemas porque aporta la novedad de una nueva personalidad en la familia, en el decir de Andrea Riccardi –iniciador de la Comunidad de San Egidio.
Sobre todo en el contexto europeo la mayoría de los nuevos miembros de estas asociaciones no tienen vinculación previa al cuerpo eclesial. De aquí la fascinación de estas realidades que se abren al encuentro con personas que quizá nunca hubiesen tomado contacto con la Iglesia si no es por el modo nuevo que les ofrecen los movimientos. Pero de aquí mismo también su límite, pues para ellos el movimiento se convierte en su única experiencia eclesial. Esto puede resultar en la absolutización del modo propio de ser y considerarse Iglesia y convertirse en riesgo de sectarismo y narcisismo.
El resurgir de la experiencia comunitaria puede degenerar en comunitarismo; esto es, desequilibrio en la relación entre personalización y comunitariedad. En algunos casos se advierte el peligro de llegar a la dictadura del grupo o la del líder, y con ella la consiguiente anulación de los individuos, lo que sucede cuando estos quedan limitados en su libertad por el exceso de control, o cuando es suplantada su personalidad por la del grupo.
Por tratarse de experiencias trasladadas de lugar a lugar, el arraigo local y el diálogo con la cultura se observa deficiente. Muchas veces la sensibilidad popular se resiste a una forma "importada" que parece imponerse, más que iluminar la realidad del propio lugar. Al mismo tiempo este límite, en su carga positiva y bien planteado, puede leerse como desafío a integrar experiencias diversas, convirtiéndose así en riqueza para todos.
A las dificultades señaladas, se suma el conflicto de la vinculación con la Iglesia local y las parroquias. Este es, quizás, uno de los puntos neurálgicos en el tema de los movimientos porque refiere a la tensión Iglesia universal-Iglesia local, y conlleva entonces una determinada visión eclesiológica. No nos es posible desarrollar aquí el tema, pero daremos brevemente algunas pistas sobre el estado de la cuestión.
Algunos han señalado que los movimientos podrían tener la tentación de saltar sobre la Iglesia local, dada su dimensión internacional y su visión universalista. Aquí la pregunta es: ¿qué significa una dimensión internacional? ¿qué visión universalista eclesial es válida, si ignora la realidad local? ¿dónde está la Iglesia universal si no en la Iglesia de cada lugar? Hay quienes entienden estas nuevas formas eclesiales como realidades supradiocesanas y legitiman la apelación directa al Papa, en cuanto impulsor de los movimientos. Una posición más dialogal invita a considerar los nuevos movimientos como instancias transdiocesanas en la organización eclesial, que si bien no dependen directamente de la realidad local, han de actuarse en íntima vinculación con la Iglesia en tal lugar. Podemos considerar los nuevos movimientos como un signo de profecía en la Iglesia y para las iglesias. Pero no basta que se integren genéricamente a la misión de la Iglesia, pues sería una abstracción pasar al nivel de la Iglesia universal si no es desde y en la iglesia local.
La pregunta sobre la relación de los movimientos con la Iglesia local deriva enseguida en la cuestión parroquial. Para algunos la parroquia carece, en estos últimos tiempos, de la dinámica vital para expresar con nitidez y transparencia la pertenencia eclesial. Descreídos de la capacidad para ser una auténtica comunidad, estiman que debería ser suplantada o complementada por estructuras alternativas (movimientos y asociaciones). Sin embargo, sin negar la crisis por la que atraviesan las parroquias, otros afirman que es el lugar fundamental de pertenencia e inserción eclesial. Señalan entonces que el ámbito parroquial es insustituible, pero no excluyente; y que debe co-existir con otras realidades eclesiales.
Estamos de acuerdo y confirmamos la importancia y necesidad de todas las formas de vida eclesial, pero señalamos aún la dificultad de armonizarlas en comunión. Hoy todavía no queda claro el modo como estas vinculaciones se desarrollan y realizan en la Iglesia. Es preciso ensayar propuestas de solución en la articulación de los movimientos en la Iglesia local y señalar actitudes y comportamientos a poner en práctica en la convivencia de las asociaciones con las parroquias en la comunidad diocesana.
Esta nueva realidad eclesial, como son los movimientos, nos remite y sitúa en la etapa post-conciliar. Y nos confirma que aún estamos transitando las líneas eclesiológicas inicialmente. El surgimiento de grupos y comunidades laicales concreta en cierto sentido la nueva orientación teológica sobre el lugar del laico en la Iglesia, la conciencia de su vocación y misión y el reconocimiento de la universal llamada a la santidad. Habrá que verificar también con el Concilio la recuperación de la importancia de la Iglesia local y su valor, para que la universalidad no signifique centralización sino verdaderamente catolicidad, es decir, comunión de todos.
La inautenticidad / Autor: Caesar Atuire
La inautenticidad es una nota desafinada en la sinfonía del hombre auténtico, o como una grieta en la pared del hombre maduro. Se da por muchas causas.
a. El "respeto humano"
La inautenticidad causada por el "qué dirán" consiste en adecuar el comportamiento a lo que los demás esperan de uno y no a lo que dictan las convicciones y opciones personales. No cabe duda de que está bien y es un acto de caridad pensar en el efecto que el propio obrar tiene sobre los demás. El peligro está en absorber o incorporar comportamientos falsos, como si se tratara de ponerse una máscara para representar un papel.
El "respeto humano" es una de las formas más comunes de inautenticidad. Su causa se encuentra en una falta de valor personal, por la cual las convicciones se quebrantan ante la presencia de los demás. Cuando esto ocurre, el comportamiento ya no sale de lo profundo, sino del "qué dirán" de los demás. Como aquellos cristianos que rehuyen profesar su fe en público por miedo al "que dirán" o al simple hecho de ser ridiculizados.
La inautenticidad es un escollo muy sutil, por eso el esfuerzo de superación tiene que ser constante. Ésta se puede dar en personas consagradas que hacen mucho en nombre de Dios, pero realmente actúan movidas sólo por la estima de los demás, para no ser menos que los demás, o para sentirse realmente entregados o realizados en su misión, capaces, sobre todo cuando hay alguien que les observe. La manera real de superar este defecto es la autoconvicción arraigada en la opción por amar a Dios sobre todas las cosas. Se trata de un esfuerzo continuo y consciente de amar a Dios en la vida cotidiana de tal manera que él sea el criterio habitual del obrar.
b. El conformismo
El segundo tipo de inautenticidad brota del conformismo: cuando el cristiano, al margen de la propia opción por Cristo, se conforma con valores, actitudes y comportamientos del medio ambiente y de las pasiones. Podemos distinguir entre el conformismo de las costumbres y el conformismo de las ideas aunque en la realidad los dos se entremezclan. En el primer caso, tenemos las personas que siguen la moda: vestidos, comportamientos, coches, hábitos, etc. En el caso de un cristiano este conformismo puede darse en la adaptación a una conducta inspirada en modelos mundanos, en su comportamiento, en su manera de juzgar la realidad, etc.
El otro tipo de conformismo es todavía más insidioso. Se da entre jóvenes y adultos inmaduros. En el joven hay un afán de autoafirmarse; querría inventar todo de nuevo; quiere ser diferente, lo cual es muy bueno en sí. Ahora bien, el conformismo ocurre cuando este afán viene aprovechado por intereses y fuerzas ajenas al joven mismo. Se convierte así en un conformista ideológico de tipo político, social o simplemente en un rebelde.
Dicho esto, es preciso añadir que el esfuerzo por evitar el conformismo y por actuar según principios personales e íntimos no significa caer en una rigidez cerrada. Se trata de tener una base de convicciones que servirán como plataforma para relacionarme con el mundo y no para romper el contacto con los demás.
c. La falta de identidad de vida
Hay personas que no se entregan plenamente a lo que son y a lo que profesan. Por eso crean en sí mismos un vacío que tienen que llenar, puesto que carecen de una identidad; esto les conduce a adoptar papeles falsos o a buscar notoriedad de diversas maneras.
En el primer caso, se encuentra el tipo literato, el tipo culto, el tipo artístico, el tipo músico, el tipo social, el tipo filósofo, el tipo intelectual, el tipo práctico, el tipo incomprendido, el tipo piadoso, aun el tipo místico. Sí, claro que estos tipos se dan o se pueden dar en personas auténticas como una característica fundamental bien identificada con su vocación. La inautenticidad aparece cuando se adoptan estos papeles como compensaciones inmediatas, pero falsas, que crean la inautenticidad de vida. Sólo pueden acabar en el fracaso ya que no llenan un vacío sino que sólo consiguen taparlo.
El segundo tipo se da en personas que buscan llamar la atención de los demás hasta llegar a un comportamiento que contradice su propio credo íntimo. Es siempre una obra del "yo" que busca afirmarse y ser tenido en cuenta por los demás. Los caminos son innumerables: el hábito sistemático de opinar diversamente de los demás, un comportamiento social muy obsequioso, la ubicación dentro de un grupo selecto de personas cerrado a los demás, la búsqueda constante de modos de destacar dentro del grupo, etc. Una persona que vive de una manera habitual en desacuerdo con su opción no puede ser auténtica.
Habiendo visto ya qué es la autenticidad y cuáles son sus principales enemigos, podemos resumir todo lo dicho en esta frase "ser tú mismo y no una máscara".
Ciertamente hay que precisar, porque puede interpretarse como una invitación a dar curso libre a todo lo que se siente, tesis que rechazamos. Se trata de conocer al hombre, su fin, y actuar coherentemente según eso. Por supuesto, no es una tarea que se pueda llevar a cabo sin actitudes de sinceridad vital, de coherencia lógica en el comportamiento, de introspección profunda, de autosuperación. Esto no se adquiere en un día, sino a través del esfuerzo diario y sereno. Hay que ir poco o poco conociéndose y obrando con veracidad, sabiendo bien que "la verdad os hará libres".
El que de veras quiere formarse percibirá la necesidad de conocerse bien a sí mismo. No se puede comenzar a trabajar en forma alocada y ciega. Se requiere, para conseguirlo, un conocimiento del fin y de la base donde se parte. El fin está marcado por la identidad del cristiano maduro. El punto de partida y la base sobre la cual se ha de construir la personalidad madura son propios de cada uno y para llegar a conocerlos se requiere una seria labor de introspección. Entran en juego aquí los elementos de la conocida tríada: conócete, acéptate, supérate.
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Fuente: Toma la vida en tus manos
a. El "respeto humano"
La inautenticidad causada por el "qué dirán" consiste en adecuar el comportamiento a lo que los demás esperan de uno y no a lo que dictan las convicciones y opciones personales. No cabe duda de que está bien y es un acto de caridad pensar en el efecto que el propio obrar tiene sobre los demás. El peligro está en absorber o incorporar comportamientos falsos, como si se tratara de ponerse una máscara para representar un papel.
El "respeto humano" es una de las formas más comunes de inautenticidad. Su causa se encuentra en una falta de valor personal, por la cual las convicciones se quebrantan ante la presencia de los demás. Cuando esto ocurre, el comportamiento ya no sale de lo profundo, sino del "qué dirán" de los demás. Como aquellos cristianos que rehuyen profesar su fe en público por miedo al "que dirán" o al simple hecho de ser ridiculizados.
La inautenticidad es un escollo muy sutil, por eso el esfuerzo de superación tiene que ser constante. Ésta se puede dar en personas consagradas que hacen mucho en nombre de Dios, pero realmente actúan movidas sólo por la estima de los demás, para no ser menos que los demás, o para sentirse realmente entregados o realizados en su misión, capaces, sobre todo cuando hay alguien que les observe. La manera real de superar este defecto es la autoconvicción arraigada en la opción por amar a Dios sobre todas las cosas. Se trata de un esfuerzo continuo y consciente de amar a Dios en la vida cotidiana de tal manera que él sea el criterio habitual del obrar.
b. El conformismo
El segundo tipo de inautenticidad brota del conformismo: cuando el cristiano, al margen de la propia opción por Cristo, se conforma con valores, actitudes y comportamientos del medio ambiente y de las pasiones. Podemos distinguir entre el conformismo de las costumbres y el conformismo de las ideas aunque en la realidad los dos se entremezclan. En el primer caso, tenemos las personas que siguen la moda: vestidos, comportamientos, coches, hábitos, etc. En el caso de un cristiano este conformismo puede darse en la adaptación a una conducta inspirada en modelos mundanos, en su comportamiento, en su manera de juzgar la realidad, etc.
El otro tipo de conformismo es todavía más insidioso. Se da entre jóvenes y adultos inmaduros. En el joven hay un afán de autoafirmarse; querría inventar todo de nuevo; quiere ser diferente, lo cual es muy bueno en sí. Ahora bien, el conformismo ocurre cuando este afán viene aprovechado por intereses y fuerzas ajenas al joven mismo. Se convierte así en un conformista ideológico de tipo político, social o simplemente en un rebelde.
Dicho esto, es preciso añadir que el esfuerzo por evitar el conformismo y por actuar según principios personales e íntimos no significa caer en una rigidez cerrada. Se trata de tener una base de convicciones que servirán como plataforma para relacionarme con el mundo y no para romper el contacto con los demás.
c. La falta de identidad de vida
Hay personas que no se entregan plenamente a lo que son y a lo que profesan. Por eso crean en sí mismos un vacío que tienen que llenar, puesto que carecen de una identidad; esto les conduce a adoptar papeles falsos o a buscar notoriedad de diversas maneras.
En el primer caso, se encuentra el tipo literato, el tipo culto, el tipo artístico, el tipo músico, el tipo social, el tipo filósofo, el tipo intelectual, el tipo práctico, el tipo incomprendido, el tipo piadoso, aun el tipo místico. Sí, claro que estos tipos se dan o se pueden dar en personas auténticas como una característica fundamental bien identificada con su vocación. La inautenticidad aparece cuando se adoptan estos papeles como compensaciones inmediatas, pero falsas, que crean la inautenticidad de vida. Sólo pueden acabar en el fracaso ya que no llenan un vacío sino que sólo consiguen taparlo.
El segundo tipo se da en personas que buscan llamar la atención de los demás hasta llegar a un comportamiento que contradice su propio credo íntimo. Es siempre una obra del "yo" que busca afirmarse y ser tenido en cuenta por los demás. Los caminos son innumerables: el hábito sistemático de opinar diversamente de los demás, un comportamiento social muy obsequioso, la ubicación dentro de un grupo selecto de personas cerrado a los demás, la búsqueda constante de modos de destacar dentro del grupo, etc. Una persona que vive de una manera habitual en desacuerdo con su opción no puede ser auténtica.
Habiendo visto ya qué es la autenticidad y cuáles son sus principales enemigos, podemos resumir todo lo dicho en esta frase "ser tú mismo y no una máscara".
Ciertamente hay que precisar, porque puede interpretarse como una invitación a dar curso libre a todo lo que se siente, tesis que rechazamos. Se trata de conocer al hombre, su fin, y actuar coherentemente según eso. Por supuesto, no es una tarea que se pueda llevar a cabo sin actitudes de sinceridad vital, de coherencia lógica en el comportamiento, de introspección profunda, de autosuperación. Esto no se adquiere en un día, sino a través del esfuerzo diario y sereno. Hay que ir poco o poco conociéndose y obrando con veracidad, sabiendo bien que "la verdad os hará libres".
El que de veras quiere formarse percibirá la necesidad de conocerse bien a sí mismo. No se puede comenzar a trabajar en forma alocada y ciega. Se requiere, para conseguirlo, un conocimiento del fin y de la base donde se parte. El fin está marcado por la identidad del cristiano maduro. El punto de partida y la base sobre la cual se ha de construir la personalidad madura son propios de cada uno y para llegar a conocerlos se requiere una seria labor de introspección. Entran en juego aquí los elementos de la conocida tríada: conócete, acéptate, supérate.
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Fuente: Toma la vida en tus manos
sábado, 24 de noviembre de 2007
27 de Noviembre: La Virgen de la Medalla Milagrosa
El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera: La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:
"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".
Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y una voz dijo a Catalina: "Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.
El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros. (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).
"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".
Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y una voz dijo a Catalina: "Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.
El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros. (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).
Bienaventuranzas de los deportistas (1) / Autor: Equipo de pastoral juvenil del Obispado de San Isidro
“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:” (Mt. 5, 1-2)
Felices ustedes, los limpios y honestos en la competencia, porque el deporte los ayudará a ser mejores personas.
Felices ustedes, los que hacen del deporte un camino hacia el interior del corazón porque encontrarán en él la humildad para respetar las diferencias.
Felices ustedes, los que se mantengan fieles a sus principios, amistades y compañeros porque serán fuente de confianza.
Felices los que respeten al árbitro y colaboren con él, porque la paz de Jesús inundará sus corazones y ayudarán a construir la civilización del amor.
Felices ustedes, los que saben ganar y perder porque disfrutarán con alegría el juego.
Felices ustedes, los que hacen del deporte un lugar de encuentro, amistad y solidaridad porque en él verán a Jesús.
Felices los que hagan del deporte un medio de conversión porque vivirán en él valores cristianos.
Felices los que sepan perdonar cuando sean ofendidos porque amarán como Jesús.
Felices los que integran a los excluidos en su equipo porque Dios los buscará para ser parte del suyo.
Felices los que aprendan a jugar como niños porque gozarán de alegría.
“Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo...” (Mt. 5, 12)
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Fuente: fragmentos.net
Felices ustedes, los limpios y honestos en la competencia, porque el deporte los ayudará a ser mejores personas.
Felices ustedes, los que hacen del deporte un camino hacia el interior del corazón porque encontrarán en él la humildad para respetar las diferencias.
Felices ustedes, los que se mantengan fieles a sus principios, amistades y compañeros porque serán fuente de confianza.
Felices los que respeten al árbitro y colaboren con él, porque la paz de Jesús inundará sus corazones y ayudarán a construir la civilización del amor.
Felices ustedes, los que saben ganar y perder porque disfrutarán con alegría el juego.
Felices ustedes, los que hacen del deporte un lugar de encuentro, amistad y solidaridad porque en él verán a Jesús.
Felices los que hagan del deporte un medio de conversión porque vivirán en él valores cristianos.
Felices los que sepan perdonar cuando sean ofendidos porque amarán como Jesús.
Felices los que integran a los excluidos en su equipo porque Dios los buscará para ser parte del suyo.
Felices los que aprendan a jugar como niños porque gozarán de alegría.
“Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo...” (Mt. 5, 12)
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Fuente: fragmentos.net
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