Elige tu idioma

Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada pinchando en la imagen:

domingo, 8 de septiembre de 2024

Papa Francisco en homilía en Papúa Nueva Guinea, 8-9-2024: «Lo más importante: abrirse a Dios, a los hermanos, al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida»


* «Pudiera ocurrirnos que nos encontremos apartados de la comunión y de la amistad con Dios y con los hermanos cuando, más que los oídos y la lengua, sea el corazón el que esté obstruido. Existe una sordera interior y un mutismo del corazón que dependen de todo aquello que nos encierra en nosotros mismos, que nos cierra a Dios, nos cierra a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo a arriesgarse e involucrarse, el resentimiento, el odio»


      

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa 

* «Dios responde con lo puesto, con la cercanía de Jesús. En su Hijo, Dios nos quiere mostrar sobre todo esto: que Él es el Dios cercano, el Dios compasivo, que cuida nuestra vida, que supera toda distancia. Y en el pasaje del Evangelio, en efecto, vemos cómo Jesús se dirige a esos territorios de las periferias saliendo de Judea para encontrarse con los paganos» 


8 de septiembre de 2024.-
(Camino Católico)  En la multitudinaria y colorida Misa que ha celebrado este domingo en el Sir John Guise Stadium de Port Moresby, en Papúa Nueva Guinea con una gran cantidad de asistentes con vestimentas tradicionales papuanas, el Papa Francisco destacó: “Esto es lo más importante: abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida”. “Abrámonos a Dios y a su Palabra —continua el Santo Padre— abrámonos al Evangelio, abrámonos a la fe de la Iglesia y, de esta manera, seremos capaces de comunicarnos entre nosotros y edificar una sociedad distinta, también aquí, en Papúa Nueva Guinea”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Viaje apostólico a Papúa Nueva Guinea

SANTA MISA


HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Estadio “Sir John Guise” (Port Moresby)

Domingo, 8 de septiembre de 2024


Las primeras palabras que nos dirige hoy el Señor son: «¡Sean fuertes, no teman!» (Is 35,4). El profeta Isaías lo dice a todos aquellos que tienen el corazón quebrantado. De este modo, anima e invita a su pueblo para que, aún en medio de las dificultades y los sufrimientos, levante la mirada hacia un horizonte de esperanza y de futuro. Les dice que Dios viene a salvar, que Él vendrá y en aquel día «se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos» (Is 35,5). 


Esta profecía se realiza en Jesús. En el relato de san Marcos, particularmente, se ponen en evidencia dos cosas: la lejanía del sordomudo y la cercanía de Jesús.



La lejanía del sordomudo. Este hombre se encontraba en una zona geográfica que, en el lenguaje actual, llamaríamos “periferia”. El territorio de la Decápolis se situaba al otro lado del Jordán y lejos de Jerusalén, que era el centro religioso. Pero ese hombre sordomudo experimentaba además otro tipo de lejanía; se encontraba lejos de Dios, estaba lejos de los hombres porque no tenía la posibilidad de comunicarse. Era sordo y por eso no podía escuchar a los demás, era mudo y a causa de ello no podía hablar con nadie. Este hombre era un marginado del mundo, estaba aislado, era un prisionero de su sordera y de su mudez y, por lo tanto, no podía abrirse para comunicarse con los demás.


Ahora bien, podemos leer esta condición de sordomudez en otro sentido, pues pudiera ocurrirnos que nos encontremos apartados de la comunión y de la amistad con Dios y con los hermanos cuando, más que los oídos y la lengua, sea el corazón el que esté obstruido. Existe una sordera interior y un mutismo del corazón que dependen de todo aquello que nos encierra en nosotros mismos, que nos cierra a Dios, nos cierra a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo a arriesgarse e involucrarse, el resentimiento, el odio, y la lista podría continuar. Todo esto nos aleja de Dios, nos aleja de los hermanos y también de nosotros mismos; y nos aleja de la alegría de vivir.


Hermanos y hermanas, ante esta lejanía, Dios responde con lo puesto, con la cercanía de Jesús. En su Hijo, Dios nos quiere mostrar sobre todo esto: que Él es el Dios cercano, el Dios compasivo, que cuida nuestra vida, que supera toda distancia. Y en el pasaje del Evangelio, en efecto, vemos cómo Jesús se dirige a esos territorios de las periferias saliendo de Judea para encontrarse con los paganos (cf. Mc 7,31).



Con su cercanía, Jesús sana la sordera, sana la mudez del hombre; en efecto, cuando nos sentimos alejados, y decidimos distanciarnos —de Dios, de los hermanos y de quienes son diferentes a nosotros—, entonces nos encerramos, nos atrincheramos en nosotros mismos y terminamos girando sólo entorno a nuestro yo, nos hacemos sordos a la Palabra de Dios y al grito del prójimo y, por lo tanto, incapaces de dialogar con Dios y con el prójimo.


Y ustedes hermanos y hermanas, que habitan en esta tierra tan lejana, tal vez tienen la impresión de estar separados, separados del Señor, separados de los hombres, y esto no es así, no: ¡ustedes están unidos, unidos en el Espíritu Santo, unidos en el Señor! Y el Señor dice a cada uno de ustedes: “Ábrete”. Esto es lo más importante: abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida.



También a ustedes hoy les dice el Señor: “¡Ánimo, no temas, pueblo papú! ¡Ábrete! Ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de los hermanos”. Que ninguno de ustedes permanezca sordo y mudo frente a esta invitación. En este camino los acompaña el beato Juan Mazzucconi que, entre tantos inconvenientes y hostilidades, trajo a Cristo en medio de ustedes, para que ninguno quedara sordo frente al alegre mensaje de salvación, y a todos se les pudiera soltar la lengua para cantar el amor de Dios. Que así sea, hoy, también para ustedes.


Francisco

Foto: Vatican Media, 8-9-2024

Papa Francisco en el Ángelus, en Papúa Nueva Guinea, 8-9-2024: «Reina de la paz, ayúdanos a convertirnos a los designios de Dios, que son designios de paz y de justicia para la gran familia humana»


8 de septiembre de 2024.- (Camino Católico)  Antes de concluir la Santa Misa en el Estadio Sir John Guise de Puerto Moresby, en Papúa Nueva Guinea, el Santo Padre ha elevado una vez más su voz en favor de la paz para las naciones y para la creación. “No al armamentismo ni a la explotación de la casa común”, ha dicho el Pontífice, y también ha pedido oraciones por el Santuario de Lourdes afectado por una inundación invocando a la Virgen María y rezando el Ángelus. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

Viaje apostólico a Papúa Nueva Guinea

PAPA FRANCISCO


ÁNGELUS


Estadio “Sir John Guise” (Port Moresby)

Domingo, 8 de septiembre de 2024


Queridos hermanos y hermanas:


Antes de concluir esta celebración, nos dirigimos a la Virgen María con la oración del Ángelus. A ella le encomiendo el camino de la Iglesia en Papúa Nueva Guinea y en las Islas Salomón. Que María, Auxilio de los cristianos —María Helpim— los acompañe y los proteja siempre; que fortalezca la unión de las familias; que haga hermosos y valientes los sueños de los jóvenes; que sostenga y consuele a los ancianos; que conforte a los enfermos y a los que sufren.


Y desde esta tierra tan bendecida por el Creador, quisiera invocar junto a ustedes, por intercesión de María Santísima, el don de la paz para todos los pueblos. En particular, lo pido para esta gran región del mundo entre Asia, Oceanía y el Océano Pacífico. Paz, paz para las naciones y también para la creación. No al armamentismo ni a la explotación de la casa común. Sí al encuentro entre los pueblos y las culturas; sí a la armonía del hombre con las criaturas.


María Helpim, Reina de la paz, ayúdanos a convertirnos a los designios de Dios, que son designios de paz y de justicia para la gran familia humana.


En este domingo, que es la fiesta litúrgica de la Natividad de María, nuestro pensamiento va al santuario de Lourdes, que por desgracia ha sido afectado por una inundación.




Oración del Ángelus:  
                      


Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.

Et concépit de Spíritu Sancto.

Ave Maria…


Ecce ancílla Dómini.

Fiat mihi secúndum verbum tuum.

Ave Maria…


Et Verbum caro factum est.

Et habitávit in nobis.

Ave Maria…


Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.

Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.


Orémus.

Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,

méntibus nostris infunde;

ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.


Amen.


Gloria Patri… (ter)

Requiem aeternam…


Benedictio Apostolica seu Papalis


Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.

Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,

Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.


Amen.



Francisco



Fotos: Vatican Media, 8-9-2024

Santa Misa y Ángelus, presidida por el Papa Francisco, de hoy, XXIII domingo del Tiempo Ordinario, en Papúa Nueva Guinea, 8-9-2024


8 de septiembre de 2024.- (Camino Católico) La mañana de este 8 de septiembre, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre ha presidido la Santa Misa en el Estadio Sir John Guise de Puerto Moresby, en Papúa Nueva Guinea. A los más de 23 mil fieles papús, en su homilía el Pontífice los ha animado a, “abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.

Antes de concluir la Santa Misa, el Santo Padre ha elevado una vez más su voz en favor de la paz para las naciones y para la creación. “No al armamentismo ni a la explotación de la casa común”, ha dicho el Pontífice, y también ha pedido oraciones por el Santuario de Lourdes afectado por una inundación invocando a la Virgen María y rezando el Ángelus.

Homilía de Mons. Luis Ángel de las Heras, obispo de León, y lecturas de la Misa de hoy, XXIII domingo de Tiempo Ordinario, 8-9-2024


8 de septiembre de 2024.-  (
Camino Católico) Homilía de  Mons. Luis Ángel de las Heras, CMF, obispo de León, y lecturas de la Misa de hoy, XXIII domingo de Tiempo Ordinario, emitida por 13 TV desde la Catedral de León.

Santa Misa de hoy, XXIII domingo de Tiempo Ordinario, en la catedral de León, 8-9-2024


8 de septiembre de 2024.-  (Camino Católico)  Celebración de la Santa Misa de hoy, XXIII domingo de Tiempo Ordinario, presidida por Mons. Luis Ángel de las Heras, CMF, obispo de León, emitida por 13 TV desde la Catedral de León.

Palabra de Vida 8/9/2024: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» / Por P. Jesús Higueras


Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 8 de septiembre de 2024, domingo de la 23ª semana de Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Marcos 7, 31-37:

En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él.

Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”.

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían:

«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Oración de acción de gracias y alabanza a la Virgen María felicitándola por su Natividad / Por P. Carlos García Malo


* «Felicidades, Madre. Gracias por tu Sí incondicional a Dios cuando el arcángel te visitó, gracias por dejar que tomara forma humana en tu vientre, gracias por «darle vida», por acurrucarlo en tus brazos, por maravillarte ante lo que te decían los pastores en la noche santa, por los ojos de sorpresa ante la visita de unos magos. Gracias Madre. Y no se te privó del dolor: el arresto, pasión y muerte de Jesús lo viviste sufriente pero dolorosa y de pie ante la Cruz. Noche oscura la de aquel sábado. Y el domingo, solamente tú sabes cómo se te anunció la resurrección… Y cómo no, la Trinidad te coronaba como Reina y Señora de todo lo creado. Era justo hacerlo así… la criatura más humilde, valiente y servicial que ha tenido Dios y tendrá en todos los tiempos. ¡Felicidades, Madre!»

P. Carlos García Malo / Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Cada 8 de septiembre se celebra la Natividad de la Virgen María. ¡Feliz cumpleaños Madre nuestra! “Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo”, decía San Juan Damasceno (675-749) en una hermosa homilía pronunciada un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana en Jerusalén.

“¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador”, añadía el Santo y Doctor de la Iglesia.

En los Evangelios no se dan datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones que hablan de ello. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala a Nazareth como cuna de María.

Sin embargo, ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática (de las ovejas). Allí, debajo de la hermosa iglesia románica levantada por los cruzados y que aún existe (la Basílica de Santa Ana), se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen.

Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos, como el llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en piscina probática antes de ser ofrecidos en el templo.

La Fiesta de la Natividad (nacimiento) de la Santísima Virgen surgió en oriente por el siglo V – VI y en occidente fue introducida hacia el siglo VII, donde era celebrada con una procesión – letanía que concluía en la Basílica de Santa María la Mayor.

Todos estos datos históricos corroboran el profundo amor mariano de los primeros cristianos y la importancia de la fiesta que se celebra hoy, en la que la Iglesia conmemora el Nacimiento de la Madre de Dios.

“Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente”, explicaba San Juan Damasceno.

“Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres».

Oremos en acción de gracias y alabanza a la Virgen Marías en el día que se conmemora su Natividad:


Felicidades, Madre.

Gracias por tu Sí incondicional a Dios cuando el arcángel te visitó, gracias por dejar que tomara forma humana en tu vientre, gracias por «darle vida», por acurrucarlo en tus brazos, por maravillarte ante lo que te decían los pastores en la noche santa, por los ojos de sorpresa ante la visita de unos magos. 

Gracias Madre, porque no te amedrentó el dolor ni el sufrimiento cuando Herodes quiso acabar con su vida.

Ni te dejaste llevar por el miedo al huir a Egipto.

Regresaste puntual a Nazaret en cuanto os lo dijo el Ángel.

Los años de la infancia escondidos en humildad y educándolo en la fe de tu pueblo.

El disgusto de los doce años en el templo de Jerusalén y su enigmática respuesta que tú meditabas en el corazón. Salto en tiempo…

Y ahí seguías estando tú acompañando a tu Hijo, en un segundo plano, en su predicación.

Y no se te privó del dolor: el arresto, pasión y muerte de Jesús lo viviste sufriente pero dolorosa y de pie ante la Cruz.

Noche oscura la de aquel sábado.

Y el domingo, solamente tú sabes cómo se te anunció la resurrección… y la alegría que no tiene fin te invadió; y el Magnificat enmudeció ante los nuevos cantos de alabanza y gloria que te fueron inspirados por el Espíritu que nunca te abandona y de la que tú eres Sierva fiel… y los apóstoles, y con ellos Madre de la Iglesia e Intercesora potente… y tu discreta asunción, (discreta en la tierra, algarabía y júbilo en el Cielo por quién llegaba).

Y cómo no, la Trinidad te coronaba como Reina y Señora de todo lo creado.

Era justo hacerlo así… la criatura más humilde, valiente y servicial que ha tenido Dios y tendrá en todos los tiempos. ¡Felicidades, Madre!

P. Carlos García Malo


Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús sigue «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


* «Los milagros de Cristo jamás son fines en sí mismos; son ‘signos’. Lo que Jesús obró un día por una persona en el plano físico indica lo que Él quiere hacer cada día por cada persona en el plano espiritual. El hombre curado por Cristo era sordomudo; no podía comunicarse con los demás, oír su voz y expresar sus propios sentimientos y necesidades. Si la sordera y la mudez consisten en la incapacidad de comunicarse correctamente con el prójimo, de tener relaciones buenas y bellas, entonces debemos reconocer enseguida que todos somos, quien más quien menos, sordomudos, y es por ello que a todos dirige Jesús aquel grito suyo: effatá, ¡ábrete!. La diferencia es que la sordera física no depende del sujeto y es del todo inculpable, mientras que la moral lo es. Hoy se evita el término «sordo» y se prefiere hablar de ‘discapacidad auditiva’, precisamente para distinguir el simple hecho de no oír de la sordera moral»

 Effatá. ¡Ábrete!: Domingo XXIII del tiempo ordinario – B

Isaías 35, 4-7a  /  Salmo 145  /  Santiago 2, 1-5  /  Marcos 7, 31-37

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- El pasaje del Evangelio nos refiere una bella curación obrada por Jesús: «Le presentan un sordomudo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándose de la gente, a solas, le puso sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá!”, que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».

Jesús no hacía milagros como quien mueve una varita mágica o chasquea los dedos. Aquel «gemido» que deja escapar en el momento de tocar los oídos del sordo nos dice que se identificaba con los sufrimientos de la gente, participaba intensamente en su desgracia, se hacía cargo de ella. En una ocasión, después de que Jesús había curado a muchos enfermos, el evangelista comenta: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mateo 8, 17).

Los milagros de Cristo jamás son fines en sí mismos; son «signos». Lo que Jesús obró un día por una persona en el plano físico indica lo que Él quiere hacer cada día por cada persona en el plano espiritual. El hombre curado por Cristo era sordomudo; no podía comunicarse con los demás, oír su voz y expresar sus propios sentimientos y necesidades. Si la sordera y la mudez consisten en la incapacidad de comunicarse correctamente con el prójimo, de tener relaciones buenas y bellas, entonces debemos reconocer enseguida que todos somos, quien más quien menos, sordomudos, y es por ello que a todos dirige Jesús aquel grito suyo: effatá, ¡ábrete!. La diferencia es que la sordera física no depende del sujeto y es del todo inculpable, mientras que la moral lo es. Hoy se evita el término «sordo» y se prefiere hablar de «discapacidad auditiva», precisamente para distinguir el simple hecho de no oír de la sordera moral.

Somos sordos, por poner algún ejemplo, cuando no oímos el grito de ayuda que se eleva hacia nosotros y preferimos poner entre nosotros y el prójimo el «doble cristal» de la indiferencia. Los padres son sordos cuando no entienden que ciertas actitudes extrañas o desordenadas de los hijos esconden una petición de atención y de amor. Un marido es sordo cuando no sabe ver en el nerviosismo de su mujer la señal del cansancio o la necesidad de una aclaración. Y lo mismo en cuanto a la esposa.

Estamos mudos cuando nos cerramos, por orgullo, en un silencio esquivo y resentido, mientras que tal vez con una sola palabra de excusa y de perdón podríamos devolver la paz y la serenidad en casa. Los religiosos y las religiosas tenemos en el día tiempos de silencio, y a veces nos acusamos en la Confesión diciendo: «He roto el silencio». Pienso que a veces deberíamos acusarnos de lo contrario y decir: «No he roto el silencio».

Lo que sin embargo decide la calidad de una comunicación no es sencillamente hablar o no hablar, sino hablar o no hacerlo por amor. San Agustín decía a la gente en un discurso: Es imposible saber en toda circunstancia qué es lo justo que hay que hacer: si hablar o callar, sin corregir o dejar pasar algo. He aquí entonces que se te da una regla que vale para todos los casos: «Ama y haz lo que quieras». Preocúpate de que en tu corazón haya amor; después, si hablas será por amor, si callas será por amor, y todo estará bien porque del amor no viene más que el bien.

La Biblia permite entender por dónde empieza la ruptura de la comunicación, de dónde viene nuestra dificultad para relacionarnos de una manera sana y bella los unos con los otros. Mientras Adán y Eva estaban en buenas relaciones con Dios, también su relación recíproca era bella y extasiante: «Ésta es carne de mi carne…». En cuanto se interrumpe, por la desobediencia, su relación con Dios, empiezan las acusaciones recíprocas: «Ha sido él, ha sido ella…».

Es de ahí de donde hay que recomenzar cada vez. Jesús vino para «reconciliarnos con Dios» y así reconciliarnos los unos con los otros. Lo hace sobre todo a través de los sacramentos. La Iglesia siempre ha visto en los gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a los cuales Él continúa «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente. Por esto en el bautismo el ministro realiza sobre el bautizando los gestos que Jesús realizó sobre el sordomudo: le pone los dedos en los oídos y le toca la punta de la lengua, repitiendo la palabra de Jesús: effatá, ¡ábrete!.

En particular el sacramento de la Eucaristía nos ayuda a vencer la incomunicabilidad con el prójimo, haciéndonos experimentar la más maravillosa comunión con Dios.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


Evangelio:

En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él.

Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”.

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían:

«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Marcos 7, 31-37