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domingo, 17 de noviembre de 2024

Papa Francisco en homilía, 17-11-2024: «Nuestra vida impregnada de compasión y caridad es signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte»

* «Nosotros estamos llamados a leer las situaciones de nuestra vida terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca. Y se hace cercano con nuestra proximidad cristiana, con nuestra fraternidad cristiana. No se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado. A quien da limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras hacia otro lado?»

     

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa 

* «Nos volvemos Iglesia de Jesús en la medida en la cual servimos a los pobres, porque solo así “la Iglesia ‘se vuelve’ ella misma, es decir, la Iglesia se vuelve casa abierta para todos, lugar de la compasión de Dios para la vida de cada hombre”. Y lo digo a la Iglesia, lo digo a los Gobiernos, lo digo a las Organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres» 

17 de noviembre de 2024.- (Camino Católico)  “Es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte”. Esto ha subrayado el Papa Francisco en su homilía de la Santa Misa, que ha presidido esta mañana en la Basílica de San Pedro, ante cinco mil fieles, con ocasión de la VIII Jornada Mundial de los pobres.

Francisco ha hecho un llamamiento a toda la Iglesia, a los gobiernos de los Estados y a las Organizaciones internacionales: “por favor, no se olviden de los pobres”. Además, el Papa ha invitado a mirar a los ojos y tocar las manos de aquellos a quien damos limosna, recordando que la caridad debe ser un acto de encuentro y no de indiferencia. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Santa Misa con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres

CAPILLA PAPAL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 Basílica de San Pedro - Altar de la Cátedra

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

17 de noviembre de 2024

Las palabras que acabamos de escuchar podrían suscitarnos sentimientos de angustia; en realidad, son un gran anuncio de esperanza. En efecto, si Jesús por una parte pareciera describir el estado de ánimo de quien ha visto la destrucción de Jerusalén y piensa que haya llegado el final, al mismo tiempo Él anuncia algo extraordinario: en la hora de la oscuridad y la desolación, justo en el momento en que todo parece derrumbarse, Dios viene, Dios se hace cercano, Dios nos reúne para salvarnos.

Jesús nos invita a tener una mirada más aguda, a tener ojos capaces de “leer desde adentro” los acontecimientos de la historia, para descubrir que, incluso en las angustias de nuestro corazón y de nuestro tiempo, hay una esperanza inquebrantable que brilla. Por eso, en esta Jornada Mundial de los Pobres, detengámonos precisamente en estas dos realidades: angustia y esperanza. Realidades que siempre están combatiendo dentro de nuestro corazón.

Primero la angustia. Es un sentimiento extendido en nuestra época, donde la comunicación social amplifica los problemas y las heridas, haciendo que el mundo sea más inseguro y el futuro más incierto. Asimismo, el Evangelio de hoy se abre con un escenario que proyecta en el cosmos la tribulación del pueblo, y lo hace utilizando un lenguaje apocalíptico: «El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán» (Mc 13,24-25).

Si nuestra mirada se limita solo a la narración de los hechos, prevalecerá en nosotros la angustia. De hecho, también hoy vemos el sol oscurecerse y la luna apagarse, vemos el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas que no tienen qué comer, vemos los horrores de la guerra, vemos las muertes inocentes. Frente a esta realidad, corremos el riesgo de hundirnos en el desánimo y dejar pasar inadvertida la presencia de Dios dentro del drama de la historia. De este modo, nos condenamos a la impotencia; vemos como a nuestro alrededor crece la injusticia que provoca el dolor de los pobres, sin embargo, nos dejamos llevar por la inercia de aquellos que, por comodidad o por pereza, piensan que “el mundo es así” y “no hay nada que yo pueda hacer”. Así, incluso la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad. Y mientras una parte del mundo está condenada a vivir en los sectores marginales de la historia, al tiempo que crecen las desigualdades y la economía castiga a los más débiles, mientras la sociedad se consagra a la idolatría del dinero, sucede que los pobres y los excluidos no pueden hacer otra cosa que continuar esperando (cf. Ex ap. Evangelii gaudium, 54).

Pero Jesús, en medio de ese cuadro apocalíptico enciende la esperanza. Nos abre completamente el horizonte, alargando nuestra mirada para que aprendamos a acoger, incluso en la precariedad y en el dolor del mundo, la presencia del amor de Dios que se hace cercano, que no nos abandona, que actúa para nuestra salvación. Precisamente cuando el sol se oscurece y la luna deja de brillar y las estrellas caen del cielo, dice el Evangelio, «se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte» (vv. 26-27).

Con estas palabras, Jesús está indicando principalmente su muerte que acontecerá pronto. Sobre el Calvario, de hecho, el sol se oscurecerá y las tinieblas descenderán al mundo; pero precisamente en ese momento el Hijo del hombre vendrá sobre las nubes, porque el poder de su resurrección destrozará las cadenas de la muerte, la vida eterna de Dios surgirá desde la oscuridad del sepulcro y un mundo nuevo nacerá de los escombros de una historia herida por el mal.

Hermanos y hermanas, esta es la esperanza que Jesús nos quiere brindar. Y lo hace incluso a través de una bella imagen: observen a la higuera —dice—, porque «cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano» (v. 28). Del mismo modo, también nosotros estamos llamados a leer las situaciones de nuestra vida terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca (cf. v. 29). Y se hace cercano con nuestra proximidad cristiana, con nuestra fraternidad cristiana. No se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado. A quien da limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras hacia otro lado?

Somos nosotros, sus discípulos, quienes gracias al Espíritu Santo podemos sembrar esta esperanza en el mundo. Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado (cf. Enc. Fratelli tutti, 9-55). Es a nosotros a los que su gracia nos hace brillar, es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte.

Hermanos y hermanas, no lo olvidemos, la esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso, necesita de una fe que opere en la caridad, necesita de cristianos que no se hagan los desentendidos. Veía yo una fotografía de un fotógrafo romano: retrataba a una pareja adulta, casi ancianos, que salía de un restaurante, en invierno. La señora iba bien cubierta con un abrigo de piel y también el hombre. En la puerta estaba una señora pobre, sentada en suelo, que pedía limosna, y ambos miraban para otro lado. Esto pasa cada día. Preguntémonos a nosotros mismos: ¿me hago el desentendido cuando veo la pobreza, la necesidad, el dolor de los demás? Un teólogo del siglo veinte decía que la fe cristiana debe suscitar en nosotros una “mística de ojos abiertos”: no una espiritualidad que huye del mundo, sino, por el contrario, una fe que abre los ojos frente al sufrimiento del mundo y frente a la infelicidad de los pobres, para ejercitar la misma compasión de Cristo. ¿Tengo yo la misma compasión del Señor hacia los pobres, hacia los que no tienen trabajo, no tienen qué comer, están marginados por la sociedad? Y no debemos fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia, compartiendo nuestros bienes con los más pobres, comprometiéndonos social y políticamente para mejorar la realidad que nos rodea. Podría parecernos poca cosa, pero nuestro poco será como las primeras hojas que brotan de la higuera, una anticipación del verano que se acerca.

Estimados hermanos, en esta Jornada Mundial de los Pobres me gustaría recordar una advertencia del Cardenal Martini. Él dijo que debemos cuidarnos de pensar que primero está la Iglesia, ya consolidada en sí misma, y luego los pobres de los que elegimos ocuparnos. En realidad, nos volvemos Iglesia de Jesús en la medida en la cual servimos a los pobres, porque solo así “la Iglesia ‘se vuelve’ ella misma, es decir, la Iglesia se vuelve casa abierta para todos, lugar de la compasión de Dios para la vida de cada hombre” (cf. C.M. Martini, Città senza mura. Lettere e discorsi alla diocesi 1984, Bologna 1985, 350).

Y lo digo a la Iglesia, lo digo a los Gobiernos, lo digo a las Organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres.

Francisco


Fotos: Vatican Media, 17-11-2024

Papa Francisco en el Ángelus, 17-11-2024: «Las palabras de Jesús permanecen e invitan a confiar en el Evangelio, que contiene una promesa de salvación y eternidad, y a dejar de vivir en la angustia de la muerte»

* «En Él, en Cristo, volveremos a encontrar un día las cosas y las personas que han pasado y que nos han acompañado en nuestra existencia terrenal. A la luz de esta promesa de resurrección, toda realidad adquiere un significado nuevo: todo muere y también nosotros moriremos un día, pero no perderemos nada de lo que hemos construido y amado, porque la muerte será el comienzo de una nueva vida»

    

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «Hago una pregunta, cada uno puede hacerse a sí mismo esta pregunta: ¿me privo de algo para dárselo a los pobres? Cuando doy la limosna, ¿toco la mano del pobre y le miro a los ojos? Hermanos y hermanas, ¡no olvidemos que los pobres no pueden esperar!... Me uno a la Iglesia en Italia que celebra mañana una Jornada de Oración por las víctimas y los sobrevivientes de abusos. Cada abuso es una traición a la confianza, ¡es una traición a la vida! La oración es indispensable para ‘reconstruir la confianza’» 

 17 de noviembre de 2024.- (Camino Católico) “Jesús habla de lo que permanece. Todo pasa, pero sus palabras no pasarán: las palabras de Jesús permanecen por siempre. Así nos invita a confiar en el Evangelio, que contiene una promesa de salvación y eternidad, y a dejar de vivir bajo la angustia de la muerte. Porque mientras todo pasa, Cristo permanece”, ha afirmado el Papa Francisco antes de rezar el Ángelus, desde el balcón del Palacio Apostólico en la Plaza de San Pedro.

Francisco ha invitado a dar a las cosas “su justo peso” y a reflexionar sobre “lo que pasa y lo que permanece en nuestras vidas”, recordando que no tenemos que estar apegados a las cosas de la tierra sino a las palabras de Jesús que nos guían hacia la vida eterna.

Tras el rezo del Ángelus, Francisco ha recordado a los países que sufren conflictos, desde Ucrania a Sudán, subrayando que “la guerra hace inhumanos a los pueblos, los induce a tolerar crímenes inaceptables”. Se unió a la oración por las víctimas de los abusos de la Iglesia italiana, “indispensable” para retejer la confianza traicionada. Y recordó el testimonio de los dos mártires albaneses Palić y Gazulli Palic y del alemán Metzger, beatificados ayer y hoy. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS


XXXIII domingo del Tiempo Ordinario


Plaza de San Pedro


 17 de noviembre de 2024


Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!


En el Evangelio de la liturgia de hoy, Jesús describe una gran tribulación: «el sol se oscurecerá, la luna ya no dará su resplandor» (Mc 13,24). Ante este sufrimiento, muchos podrían pensar en el fin del mundo, pero el Señor aprovecha la ocasión para ofrecernos una interpretación diferente, diciendo: «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13,31).


Podemos detenernos en esta expresión: lo que pasa y lo que permanece.


En primer lugar, lo que pasa. En algunas circunstancias de nuestra vida, cuando atravesamos una crisis o experimentamos algún fracaso, así como cuando vemos a nuestro alrededor el dolor causado por las guerras, las violencias, las catástrofes naturales, tenemos la sensación de que todo llega a su fin, y sentimos que incluso las cosas más bellas pasan. Sin embargo, las crisis y los fracasos, aunque dolorosos, son importantes, porque nos enseñan a dar a cada cosa su justo peso, a no atar nuestro corazón a las realidades de este mundo, porque pasarán: están destinadas a pasar.


Al mismo tiempo, Jesús habla de lo que permanece. Todo pasa, pero sus palabras no pasarán: las palabras de Jesús permanecen por siempre. Así nos invita a confiar en el Evangelio, que contiene una promesa de salvación y eternidad, y a dejar de vivir bajo la angustia de la muerte. Porque mientras todo pasa, Cristo permanece. En Él, en Cristo, volveremos a encontrar un día las cosas y las personas que han pasado y que nos han acompañado en nuestra existencia terrenal. A la luz de esta promesa de resurrección, toda realidad adquiere un significado nuevo: todo muere y también nosotros moriremos un día, pero no perderemos nada de lo que hemos construido y amado, porque la muerte será el comienzo de una nueva vida.


Hermanos y hermanas, incluso en las tribulaciones, en las crisis, en los fracasos, el Evangelio nos invita a mirar la vida y la historia sin tener miedo de perder lo que acaba, sino con alegría por lo que queda. No olvidemos que Dios nos prepara un futuro de vida y alegría.


Así pues, preguntémonos: ¿estamos apegados a las cosas de la tierra, que pasan, que pasan rápidamente, o a las palabras del Señor, que permanecen y nos guían hacia la eternidad? Por favor, hagámonos esta pregunta. Nos va a ayudar.


Y oremos a la Santísima Virgen, que se ha confiado totalmente a la Palabra de Dios, para que ella interceda por nosotros.



Oración del Ángelus:                         


Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.

Et concépit de Spíritu Sancto.

Ave Maria…


Ecce ancílla Dómini.

Fiat mihi secúndum verbum tuum.

Ave Maria…


Et Verbum caro factum est.

Et habitávit in nobis.

Ave Maria…


Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.

Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.


Orémus.

Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,

méntibus nostris infunde;

ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.


Amen.


Gloria Patri… (ter)

Requiem aeternam…


Benedictio Apostolica seu Papalis


Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.

Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,

Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.


Amen.



Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:


Queridos hermanos y hermanas,


ayer en Escútari fueron beatificados dos mártires: Louis Palić, sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores, y Gjon Gazulli, sacerdote diocesano, víctimas de la persecución religiosa en el siglo XX. Y hoy ha sido beatificado en Friburgo de Brisgovia otro mártir, el sacerdote Max Josef Metzger, fundador del Instituto Secular de Cristo Rey, a quien se opuso el nazismo por su compromiso religioso en favor de la paz. Que el ejemplo de estos mártires reconforte a tantos cristianos discriminados por su fe en nuestro tiempo. ¡Un aplauso para los nuevos beatos!


Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres, cuyo tema es «La oración de los pobres sube hasta Dios» (Sir 21,5). Doy las gracias a todos aquellos que en las diócesis y parroquias han promovido iniciativas de solidaridad con los más desfavorecidos. Y en este día recordemos también a todas las víctimas de la carretera: recemos por ellas, por sus familias, y comprometámonos a prevenir los accidentes.


Hago una pregunta, cada uno puede hacerse a sí mismo esta pregunta: ¿me privo de algo para dárselo a los pobres? Cuando doy la limosna, ¿toco la mano del pobre y le miro a los ojos? Hermanos y hermanas, ¡no olvidemos que los pobres no pueden esperar!


Me uno a la Iglesia en Italia que celebra mañana una Jornada de Oración por las víctimas y los sobrevivientes de abusos. Cada abuso es una traición a la confianza, ¡es una traición a la vida! La oración es indispensable para «reconstruir la confianza».


También deseo recordar a todos los pescadores, con ocasión del Día Mundial de la Pesca, que se celebrará el próximo jueves: ¡Que María Estrella del Mar proteja a los pescadores y a sus familias!



Y saludo con afecto a todos ustedes, romanos y peregrinos. En particular, a los fieles de Ponta Delgada y Zagreb; a la Escolanía del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y a la comunidad ecuatoriana de Roma, que celebra la Virgen del Quinche. Saludo a los grupos de Chioggia y Caorle; a los bomberos de Romeno (Trento) y al coro parroquial de Nesso (Como).


Hermanos y hermanas, recemos por la paz: en la atormentada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, en Myanmar, en Sudán. La guerra hace inhumanos e induce a los pueblos a tolerar crímenes inaceptables. Que los gobernantes escuchen el clamor de los pueblos que piden la paz.


Un saludo a los chicos de la Inmaculada. Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


Francisco


Fotos: Vatican Media, 17-11-2024

Santa Misa de hoy, domingo, Jornada Mundial de los Pobres, presidida por el Papa Francisco, 17-11-2024

Foto: Vatican Media, 17-11-2024

17 de noviembre de 2024.- (Camino Católico) El Pontífice ha presidido la Santa Misa con ocasión de la VIII Jornada Mundial de los pobres, en la Basílica de San Pedro, ante cinco mil fieles, y ha hecho un llamamiento en su homilía a toda la Iglesia, a los gobiernos de los Estados y a las Organizaciones internacionales: “por favor, no se olviden de los pobres”. Y ha invitado a ser coherentes: “Es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.

Homilía de Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, y lecturas de la Misa de hoy, domingo, Santos Mártires de Córdoba, 17-11-2024

17 de noviembre de 2024.-  (Camino Católico) Homilía de  Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, y lecturas de la Misa de hoy,  Santos Mártires de Córdoba, emitida por 13 TV desde la Catedral de Córdoba.

Santa Misa de hoy, domingo, Santos Mártires de Córdoba, en la catedral de Córdoba, 17-11-2024

17 de noviembre de 2024.-  (Camino Católico)  Celebración de la Santa Misa de hoy, Santos Mártires de Córdoba, presidida por Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, emitida por 13 TV desde la Catedral de Córdoba.

Misterios Gloriosos del Santo Rosario desde el Santuario de Lourdes, 17-11-2024

17 de noviembre de 2024.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Gloriosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy domingo, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero.

Palabra de Vida 17/11/2024: «Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 17 de noviembre de 2024, domingo de la 33ª semana del Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Marcos 13, 24-32:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.

Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo el cielo.

Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».

Homilía del evangelio del domingo: Seguir la recomendación de Jesús: «Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento preciso» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* «Debemos cambiar completamente el estado de ánimo con el que escuchamos estos Evangelios que hablan del fin del mundo y del retorno de Cristo. Se ha terminado por considerar un castigo y una oscura amenaza aquello que la Escritura llama ‘la feliz esperanza’ de los cristianos, esto es, la venida de Nuestro Señor Jesucristo (Tito, 2, 13). También está por en medio la idea misma que tenemos de Dios. Los recurrentes discursos sobre el fin del mundo, obra frecuente de personas con un sentimiento religioso distorsionado, tienen sobre muchos un efecto devastador: reforzar la idea de un Dios perennemente enfadado, dispuesto a dar rienda suelta a su ira sobre el mundo. Pero éste no es el Dios de la Biblia, a quien un salmo describe como ‘clemente y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor, que no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor... que él sabe de qué estamos hechos’ (Sal 103, 814)»

    En aquellos días…  

Domingo XXXIII del tiempo ordinario - B:

Daniel 12, 1-3  /  Salmo 15  /  Hebreos 10, 11-14.18  /  Marcos 13, 24-32 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- El Evangelio del penúltimo domingo del año litúrgico es el clásico texto sobre el fin del mundo. En toda época ha habido quien se ha encargado de agitar amenazadoramente esta página del Evangelio ante sus contemporáneos, alimentando psicosis y angustia. Mi consejo es permanecer tranquilos y no dejarse turbar lo más mínimo por estas previsiones catastróficas. Basta con leer la frase final del mismo pasaje evangélico: «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre». Si ni siquiera los ángeles ni el Hijo (se entiende que en cuanto hombre, no en cuanto Dios) conocen el día ni la hora del final, ¿es posible que lo sepa y esté autorizado a anunciarlo el último adepto de alguna secta o fanático religioso? En el Evangelio Jesús nos asegura el hecho de que Él volverá un día y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos; el cuándo y el cómo vendrá (entre las nubes del cielo, el oscurecimiento del sol y la caída de las estrellas) forman parte del lenguaje figurado propio del género literario de estos relatos.

Otra observación puede ayudar a explicar ciertas páginas del Evangelio. Cuando nosotros hablamos del fin del mundo, según la idea que tenemos hoy del tiempo, pensamos inmediatamente en el fin del mundo en absoluto, después de lo cual ya no puede haber más que la eternidad. Pero la Biblia razona con categorías relativas e históricas, más que absolutas y metafísicas. Cuando por ello habla del fin del mundo, entiende con mucha frecuencia el mundo concreto, aquél que de hecho existe y es conocido por cierto grupo de hombres: su mundo. Se trata, en resumen, más del fin de un mundo que del fin del mundo, si bien las dos perspectivas a veces se entrecruzan.

Jesús dice: «No pasará esta generación sin que todo esto suceda». ¿Se equivocó? No; no pasó de hecho aquella generación; el mundo conocido por quienes le escuchaban, el mundo judaico, pasó trágicamente con la destrucción de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Cuando en el año 410 sucedió el saqueo de Roma por obra de los vándalos, muchos grandes espíritus del tiempo pensaron que era el fin del mundo. No erraban mucho; acababa un mundo, el creado por Roma con su imperio. En este sentido, no se equivocaban tampoco aquellos que el 11 de septiembre de 2001, viendo la caída de las Torres Gemelas, pensaron en el fin del mundo...

Todo esto no disminuye, sino que acrecienta la seriedad del compromiso cristiano. Sería la mayor estupidez consolarse diciendo que, total, nadie conoce cuándo será el fin del mundo, olvidando que puede ser, para cada uno, esta misma noche. Por eso Jesús concluye el Evangelio de hoy con la recomendación: «Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento preciso».

Debemos -considero- cambiar completamente el estado de ánimo con el que escuchamos estos Evangelios que hablan del fin del mundo y del retorno de Cristo. Se ha terminado por considerar un castigo y una oscura amenaza aquello que la Escritura llama «la feliz esperanza» de los cristianos, esto es, la venida de Nuestro Señor Jesucristo (Tito, 2, 13). También está por en medio la idea misma que tenemos de Dios. Los recurrentes discursos sobre el fin del mundo, obra frecuente de personas con un sentimiento religioso distorsionado, tienen sobre muchos un efecto devastador: reforzar la idea de un Dios perennemente enfadado, dispuesto a dar rienda suelta a su ira sobre el mundo. Pero éste no es el Dios de la Biblia, a quien un salmo describe como «clemente y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor, que no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor... que él sabe de qué estamos hechos» (Sal 103, 814)

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

 «En aquellos días, después de la tribulación aquella, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y los astros estarán cayendo del cielo, y las fuerzas que hay en los cielos serán sacudidas. Entonces, verán al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y congregará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo.

»De la higuera aprended la semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y brotan las hojas, conocéis que el verano está cerca; así también, cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, la generación ésta no pasará sin que todas estas cosas se hayan efectuado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas en cuanto al día y la hora, nadie sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre».

Marcos 13, 24-32

Homilía del evangelio del domingo: Velar con el corazón ardiendo de amor y la inteligencia iluminada por el conocimiento de los signos que Cristo nos ha dado para reconocer su venida / Por P. José María Prats

 * «El evangelio de hoy nos habla, pues, de la pasión, muerte y resurrección de la Iglesia, una verdad de fe que el mismo Catecismo de la Iglesia Católica formula con estas palabras tan claras: ‘Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad’»

   Domingo XXXIII del tiempo ordinario - B:

Daniel 12, 1-3  /  Salmo 15  /  Hebreos 10, 11-14.18  /  Marcos 13, 24-32 

P. José María Prats / Camino Católico.-  ¿Qué significa el comienzo tan enigmático de este evangelio: «después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán»? 

Unos versículos más arriba Jesús dice que «esa gran angustia» se producirá cuando «veáis que el ídolo abominable y devastador está donde no debe». Son palabras tan misteriosas que hasta el propio evangelista añade: «procure entenderlo el que lee», pero parecen indicarnos un momento de hegemonía tan grande de las fuerzas del mal («el ídolo abominable y devastador») que su ideología llegará a infiltrarse hasta en la misma Iglesia (el lugar «donde no debe»). Y en estas circunstancias, con una Iglesia abatida, perseguida y con grandes dificultades para proclamar el mensaje evangélico, se producirá un gran oscurecimiento de la verdad: «el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán». 

Según este evangelio, será precisamente en ese momento de oscuridad y agonía de la Iglesia cuando aparecerá la luz desbordante de Jesucristo en su venida definitiva para juzgar al mundo: «Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte», y la primera lectura añade: «muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.»

El evangelio de hoy nos habla, pues, de la pasión, muerte y resurrección de la Iglesia, una verdad de fe que el mismo Catecismo de la Iglesia Católica formula con estas palabras tan claras: «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad.» (CEC 675). «La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal.» (CEC 677).

En la segunda parte del evangelio, Jesús nos invita a estar atentos a estos signos que anuncian su venida definitiva como los brotes de la higuera anuncian la llegada del verano. No se trata de hacer especulaciones sobre la fecha del fin del mundo como han venido haciendo tantos grupos apocalípticos, pues «en cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre». Se trata de permanecer alerta, velando la llegada del Esposo con el corazón ardiendo de amor y la inteligencia despierta e iluminada por el conocimiento de los signos que Él mismo nos ha dado para reconocer su venida.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

 «En aquellos días, después de la tribulación aquella, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y los astros estarán cayendo del cielo, y las fuerzas que hay en los cielos serán sacudidas. Entonces, verán al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y congregará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo.

»De la higuera aprended la semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y brotan las hojas, conocéis que el verano está cerca; así también, cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, la generación ésta no pasará sin que todas estas cosas se hayan efectuado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas en cuanto al día y la hora, nadie sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre».

Marcos 13, 24-32

Reflexionemos con el evangelio de hoy domingo, san Marcos 13, 24-32: Aprovecha la vida, haz el bien, sé agradecido a Dios y cuando te llegue el momento cierra los ojos y vete al abrazo eterno de Dios con confianza / Por P. Carlos García Malo