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sábado, 5 de julio de 2025

Lydie se sumergió en el espiritismo para comunicarse con su abuela fallecida: «Un médium me dijo que fuera a un centro católico; Dios decidió intervenir para decirme: "¡Sal de ahí! ¡Es muy peligroso!»


Lydie se había confirmado, pero en la adolescencia se adentró en el espiritismo

* «Llegué a este centro católico. Allí había mucha gente rezando. El sacerdote me recibió en su despacho. Y le conté mi historia, le enseñé mis cuadernos. Rezó por mí y sentí el amor de Jesús en mi corazón. Me sentí abrumada, lloré. También sentí una gran paz. Necesitaba confesarme porque, con la iluminación del sacerdote, me dije: ‘Realmente he tomado un camino equivocado, me he puesto en peligro, me ha hecho daño’. Y quise pedir perdón. He recuperado mi libertad interior. En cualquier caso, ya no tengo ansiedad. Incluso he recuperado la alegría cuando estaba deprimida, y ya no tengo miedo» 

Camino Católico.- Deseando comunicarse con su abuela fallecida, Lydie se deja llevar por el espiritismo, hasta el punto de sentirse atrapada. Hasta que un día su médium la envía a un lugar inesperado, a un centro católico donde Dios la rescató del ocultismo. Ella ha aprendido cuán verdaderas son las advertencias de la Iglesia Católica que prohíbe las prácticas espiritistas y ocultistas. Cuenta su testimonio en un vídeo en francés a Découvrir Dieu así:

Lydie fue rescatada del ocultismo en un centro católico donde sintió el amor de Jesús

«Sé que mi abuela está con Dios y que puedo simplemente pensar en ella, rezar por ella; el Reino de Dios existe»

Me llamo Lydie y les voy a contar el encuentro más hermoso de mi vida. Vengo de una familia cristiana no practicante, pero sí cristiana por mi abuela paterna, quien tenía en su comedor una foto del Papa y, al otro lado, una foto del Presidente de la República. Y eso me marcó de pequeña. Y luego, había estatuillas de Lourdes por todas partes, y también representaciones de Jesús en la cruz.

Para complacer a mi abuela, mis padres me llevaron a catequesis: en aquella época, vivía en las afueras de París; era como una especie de educación popular. Y me gustaba mucho la catequesis porque hablábamos de Jesús. Y lo que me impresionaba de la vida de Jesús es que dio su vida para salvar a todos, y realmente lo vi como un superhéroe que hizo el bien a tanta gente que enseguida empecé a rezar todas las noches en mi habitación, pero en silencio, cuando mamá apagaba la luz. Y seguí así hasta mi profesión de fe al recibir el sacramento de la Confirmación.

Hubo un punto de inflexión un tanto impredecible en mi vida, porque alguien cercano me habló de las ciencias ocultas, en particular del espiritismo, la clarividencia, la reencarnación, la cartomancia y muchas otras palabras que terminan en "cia". Y entonces me generó una pequeña duda, confusión, al menos. Creo que empeoró un poco con la crisis de la adolescencia. Renuncié entonces a Jesús, al menos por un tiempo. Y me quedé así unos cuantos años.

Un día, mi abuela, de quien les hablé, falleció. Y quería comunicarme con ella. Así que había dos maneras de proceder: o tomabas la ouija y movías la mano hacia los números y las letras, y formaba palabras; o la invocación directa al espíritu para que se manifestase en escritura libre con un lápiz que yo sostenía sobre un papel, previos rituales espíritas

Con el tiempo, sí, hubo un diálogo, pero no era muy agradable, era un poco extraño y sí... No reconocí a mi abuela: en su forma de pronunciar las frases, en su forma de ser. No había ninguna referencia a mis recuerdos, en particular. Era un poco inverosímil, un poco extraño. Me asustaba mucho, pero, al mismo tiempo, era como una prisionera, no podía parar: de hecho, cada vez que tenía tiempo libre, volvía a coger el lápiz, incluso en clase, y volvía a empezar... La persona con la que me comunicaba, al principio, fingía ser protectora. Luego, finalmente, después, recibí insultos, mucha ansiedad, mucho miedo. También empecé a oír voces. Entonces, me preocupé muchísimo. Y mi moral no mejoró; al contrario, empeoró. Siento que mi depresión empeoró mucho. Incluso pensé en la muerte. Y duró... diez meses. Pero fue más llevadero: ¡fue un auténtico infierno para mí!

Después de la escritura automática, me adentré mucho más en la espiritualidad, ya que busqué un médium que respondiera a mis preguntas. Y al mismo tiempo, sentía atracción y una profunda repulsión por todo lo que experimentaba. Y me dije: esta es la persona que podrá ayudarme, iluminarme, darme respuestas. El día que fui a verlo, recibí mi beca de estudiante, y como quería ir allí... allí... invertí el dinero necesario. Incluso tomé un taxi que, sin duda, también me estafó. Y fui. Y cuando escuché lo que tenía que decir, mezcló todas las religiones: la reencarnación, Buda con Jesús... Fue un baño de... muchas cosas un poco extrañas. Pero no respondió a mis preguntas. Luego, tuvo que comunicarse con el más allá. Y me dijo que en ese momento, mientras estaba en trance, incluso fue un poco aterrador verlo en sus rasgos; estaba agitado por las sacudidas, sus ojos estaban un poco demacrados; Luego me dijo que fuera a un centro católico en el norte de Francia... realmente muy sorprendente. Pero no me dio la dirección exacta. Así que al día siguiente fui a una cabina telefónica a llamarlo. Le pregunté dónde estaba el centro y me dijo que llamara a información. Y me colgó: obviamente, ya no recordaba la conversación que habíamos tenido el día anterior.

Llegué a este centro. Allí había mucha gente rezando. El sacerdote me recibió en su despacho. Y le conté mi historia, le enseñé mis cuadernos. Rezó por mí y sentí el amor de Jesús en mi corazón. Me sentí abrumada, lloré. También sentí una gran paz. Necesitaba confesarme porque, con la iluminación del sacerdote, me dije: «Realmente he tomado un camino equivocado, me he puesto en peligro, me ha hecho daño». Y quise pedir perdón.

He recuperado mi libertad interior. En cualquier caso, ya no tengo ansiedad. Incluso he recuperado la alegría cuando estaba deprimida, y ya no tengo miedo. Mirando hacia atrás, me digo que lo que pasó con el médium fue sin duda contra su voluntad: fue porque Dios decidió intervenir para decirme: "¡Sal de ahí! ¡Es muy peligroso! ¡Vuelve a tu camino anterior, es mucho más seguro!".

Así que les diría a todos aquellos que se sienten tentados por las ciencias ocultas o que las practican, que tengan mucho cuidado, que vean lo que aporta a sus vidas: ¿aporta paz o, por el contrario, ansiedad o depresión? En cualquier caso, aunque hoy no haya encontrado el número de teléfono de mi abuela para llamarla al cielo, sé que está con Dios y que puedo simplemente pensar en ella, rezar por ella. Que el vínculo no se rompe, porque tengo esta esperanza de que está con Dios y de que el Reino de Dios existe".

Lydie

Vídeo en el que Lydie cuenta su testimonio en francés

Alejandra Quintana: «Soy virgen consagrada y estoy llamada a orar por cada cristiano, siendo un signo; que el que me mire, vea a Cristo; si no empiezo un día alimentándome de Él, el día no tiene sentido»


Alejandra Quintana es la primera virgen consagrada de Salta (Argentina) / Foto: Cortesía Alejandra Quintana

* «Las vírgenes consagradas no hacemos votos. Hacemos un propósito. En mi consagración dije: Padre, recibe mi propósito de castidad perfecta, mi determinación de seguir a Cristo… A veces creo que nos pasamos la vida buscando, cuando Dios está ahí, al lado nuestro. Simplemente tenemos que hacer silencio y dejar que Dios nos encuentre. Háblale a Dios, pero también escúchalo. A veces hablamos mucho y no escuchamos nada. Somos muy hijitos para eso. Tenemos que callarnos y dejar que Dios hable. Él nos va a indicar el camino» 

Camino Católico.- Alejandra Quintana tiene 45 años, vive en Salta (Argentina) y es profesora de educación física. Sin embargo, desde muy joven, su corazón perseguía un anhelo mayor: ser de Cristo. En abril de este año, su rostro circuló por los medios locales, al convertirse en la primera virgen consagrada de su provincia. 

Los comentarios en las redes sociales no tardaron en llegar, muchos desde el desconocimiento. Es que, aunque se trata de una forma de vida consagrada muy antigua, no es tan conocida como la vida sacerdotal o religiosa.

“Yo soy una mujer seglar que decide seguir a Cristo al servicio de la Iglesia. Por medio de este propósito y de la oración consecratoria me convierto en una persona sagrada, en la esposa de Cristo. Soy como la esposa de Cristo, espiritualmente hablando”, dice a  ACI Prensa.

Alejandra no pertenece a una congregación religiosa. No vive en comunidad ni usa hábito. Vive en su casa, trabaja como docente en una escuela pública y reza todos los días por la Iglesia. Su consagración fue un acto público ante el obispo, mediante el cual asumió vivir en virginidad perpetua por amor a Cristo.

Alejandra Quintana es la primera virgen consagrada de Salta (Argentina) / Foto: Cortesía Alejandra Quintana

“Las vírgenes consagradas no hacemos votos. Hacemos un propósito. En mi consagración dije: Padre, recibe mi propósito de castidad perfecta, mi determinación de seguir a Cristo”.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica que "desde los tiempos apostólicos", el Señor llama a las vírgenes "para consagrarse a Él enteramente con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu".

Por ello, estas mujeres toman "la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua 'a causa del Reino de los cielos'".

"Formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, las vírgenes son consagradas a Dios por el obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia", señala el Catecismo en el numeral 923. Estas mujeres pueden vivir solas o en comunidad.

“Sentí que debía orar por los sacerdotes”

Su historia de fe empezó en Cerrillos, su pueblo natal, 12 kilómetros al sur de la ciudad de Salta. Allí creció en una familia católica, en la que compartían la Misa cada domingo.

“Rezaba el rosario todos los días. Tenía una tía que vivía con nosotros, Evelia. Con ella aprendí a rezarlo. Por ella soy muy devota de la Virgen del Carmen, y me consagré a María a los 15 años”, un 16 de julio de 1995, recuerda.

Dos años después, leyó el libro Historia de un alma, de Santa Teresita del Niño Jesús, y experimentó un movimiento interior: “Sentí que mi llamado era a orar por los sacerdotes. Y desde ese día rezo por cada sacerdote”.

Alejandra Quintana con miembros de su comunidad  / Foto: Cortesía Alejandra Quintana

Dos opciones para servir a Dios

En aquel tiempo, Alejandra pensaba que la única forma de vida consagrada era el convento. Pero al enfermar su madre, tuvo que tomar una decisión: “Tuve que elegir entre la salud de mi madre e irme a un convento. Y yo elegí quedarme con mi mamá a cuidarla, porque sentía que Dios también estaba ahí, sirviéndole en mi mamá”.

A los 27 años, se consagró de manera privada, sin saber que poco tiempo después, tras la muerte de su madre y su abuela, comenzaría en su vida una nueva etapa.

El “zapatito de Cenicienta” 

Pasaron los años, y en 2018, durante unos ejercicios ignacianos, Alejandra volvió a sentir que Dios la seguía llamando: “Sentí que el Señor me pedía un pasito más: ser fecunda. Pero no teniendo un hijo. Era algo más fuerte”.

Intentando responder a ese llamado, buscó comunidades, carismas, grupos de laicos consagrados, pero “ninguna coincidía… Como el zapatito de Cenicienta”, relata. Fue así que, investigando en internet, encontró a las Vírgenes Consagradas y “el zapatito hizo clic”, afirma.

“Vos seguí caminando”: el largo camino hasta la consagración

Luego de una etapa de formación, llegó el momento de acercarse a hablar con el Arzobispo de Salta, Mons. Mario Cargnello, lo que para ella, que creció en un ambiente muy clericalista, era “too much” (demasiado). Sin embargo, “un día estaba ahí, hablando con él de esto”.

Alejandra Quintana con sus compañeras / Foto: Cortesía Alejandra Quintana

Desde aquella primera charla hasta su consagración, Alejandra tuvo que esperar seis años. “Según mi formación, yo ya estaba lista, pero la diócesis no estaba preparada. Había que allanar el camino”, explica.

Durante ese tiempo, continuó su formación, dirección espiritual y hasta realizó un psicodiagnóstico, al igual que los seminaristas antes de convertirse en sacerdotes, porque se trata de una decisión con mucho peso: “No es que hoy me consagré y mañana veo si me gusta. Es un camino que elijo de hoy para siempre”, resume.

“Que el que me vea, vea a Cristo”

Alejandra subraya que el llamado de una virgen consagrada no se refleja tanto en la acción, sino que su vocación tiene que ver con “ser signo”.

“No es que vamos a ser las ministras o las encargadas de la celebración. Estamos llamadas a velar por cada cristiano, a orar por cada cristiano, siendo un signo. Que el que me mire, no me vea a mí, sino a Cristo”, repite con convicción. “Que yo disminuya, como dijo San Juan, para que tú crezcas”, sintetiza.

Un día en la vida de una virgen consagrada

“El día empieza después que termina mi oración. No salgo de mi casa sin rezar, sin hacer mi lectio divina, mis laudes. Si no empiezo un día alimentándome de Él, el día no tiene sentido”, asegura.

Además de la oración personal, asiste diariamente a Misa, reza el Rosario y acude a alguna lectura espiritual. Su versículo bíblico favorito es: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”. Y su guía, una frase de Santa Teresa de Ávila: “Sólo Dios basta”.                                                         

Entre los desafíos del día a día, señala que “el obstáculo principal es el pedestal en el que la gente te pone. Yo siempre pido: ‘Bájenme, que tan alto me voy a marear’”.  

Por otro lado, la exigencia de estar siempre disponible: “No puedo estar 24/7 para todos. También necesito estar con mi Esposo. Si no me alimento de Él, no puedo hacer que Cristo crezca en mí”, sostiene.

Alejandra Quintana / Foto: Cortesía Alejandra Quintana

Un consejo a las jóvenes: “Deja que Dios te hable”

A quienes sienten inquietud por una entrega más profunda, Alejandra les comparte una reflexión personal: “A veces creo que nos pasamos la vida buscando, cuando Dios está ahí, al lado nuestro. Simplemente tenemos que hacer silencio y dejar que Dios nos encuentre”.

“Háblale a Dios, pero también escúchalo. A veces hablamos mucho y no escuchamos nada. Somos muy hijitos para eso”, reconoce. “Tenemos que callarnos y dejar que Dios hable. Él nos va a indicar el camino”.

“No puedo respirar si no sigo este camino”

En su propia experiencia, Alejandra también tuvo miedo. Pero “cuando pensaba en otras posibilidades, otras formas de vivir y de estar con Cristo, me faltaba el aire”.

Eso le dio la certeza que necesitaba: “No puedo respirar si no sigo este camino. Donde a pesar de las dificultades, seguís respirando, es el camino en el que encontrarás la paz”.

Abraham Martínez: «Soy médico de familia pero voy a ser ordenado sacerdote; oraba: ‘Señor, aquí estoy, haz conmigo lo que quieras’; me puse en sus manos con confianza, con mi corazón enamorado de Cristo»


Abraham Martínez Moratón es médico de familia pero Dios lo llamó a ser sacerdote / Foto: Diócesis de Cartagena

* «Encuentro gran alegría al traer a la memoria cómo el Señor ha sabido hilar tan bien en mi historia personal, poniendo todas las mediaciones concretas para que fuese capaz de enterarme de que me quería como sacerdote. Esto lo descubrí por medio de la misión, haciéndome entender que me quería como médico de cuerpos y almas… Quien entrega su vida a Dios nunca se arrepentirá, porque solo Dios basta para ser inmensamente feliz, cumpliendo sus palabras, es decir, viviendo el Evangelio de Jesucristo. No hay nada mejor, y tal vez Dios te esté llamando a ti, querido lector, sí, al igual que me llamó a mí, ninguno somos dignos de tan alto honor, pero todos somos libres para aceptar o rechazar los planes de Dios; pero sin lugar a dudas, lo mejor, con diferencia, es dejar a Dios tomar las riendas de tu vida, y ponerte en sus manos sin seguridades, sin nada que le impida hacer de ti lo que quiera; y te aseguro que te sorprenderá, Dios es especialista número uno en sorprender; no te arrepentirás jamás si permaneces siempre con Él, y te abandonas en Él, sencillamente, confiando en Él» 

Camino Católico.- Durante los fines de semana de julio cinco jóvenes recibirán el Orden Sacerdotal en la Diócesis de Cartagena. Este domingo, 6 de julio de 2025, será ordenado presbítero Abraham Martínez Moratón en la Parroquia Cristo Rey de Murcia, a las 19:30 horas. Él mismo comparte en el portal de la Diócesis de Cartagena y en el del Seminario Conciliar de Murcia su testimonio vocacional:

Abraham Martínez Moratón en el seminario / Foto: Diócesis de Cartagena 

«Mi encuentro personal con Cristo fue en Medjugorje durante una adoración eucarística; allí sentí un inmenso amor de Dios, indescriptible, que hizo que mi corazón se enamorara de Jesucristo»

Mi nombre es Abraham Martínez Moratón, tengo 34 años y soy diácono de la Iglesia católica en la Diócesis de Cartagena desde el 15 de diciembre de 2024. Desde mi nacimiento he vivido en la ciudad de Murcia, en el barrio de La Flota con mis padres, José y Fina, y dos hermanos, Ismael y Moisés; siendo yo el menor. Mi familia me ha transmitido desde pequeño la fe, y sin formar parte de ningún movimiento eclesial, desde bien pequeño he participado de la misa dominical en la parroquia de Cristo Rey; en la que me he ido implicando progresivamente, como catequista de confirmación, y en la liturgia, ayudando como lector durante las celebraciones eucarísticas. Si bien mi hermano Moisés murió cuando yo tenía 16 años, no estudié medicina por ese motivo; sino por hacer algo para ayudar a los demás, y estar influenciado por un amigo y unos programas de televisión; lo cual me llevó a matricularme de dichos estudios en la universidad de Murcia, y más adelante, terminé la especialidad en Medicina Familiar y Comunitaria en el Hospital Reina Sofía de Murcia, aunque para entonces, mi padre ya había fallecido.

‘¿Cómo siendo médico decides dejarlo todo para responder a una supuesta llamada de Dios?’ Esta pregunta me la han planteado en numerosas ocasiones desde que en septiembre de 2019 terminé mi contrato como médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, y comencé la formación como seminarista del Seminario Mayor San Fulgencio.

Mi respuesta a la pregunta inicial solamente la puedo dar desde la fe en Jesucristo, ya que ha sido Él quien lo ha ido haciendo todo, poco a poco, conquistando mi corazón, enamorándome de Él. Y la contestación que recibo tras mi explicación suele ser de tres formas posibles: “Si es lo que te gusta…”, “si eso te hace feliz…” o “te estás equivocando…”.

No es cierto que la medicina no me guste, ni que durante mi trabajo como médico no haya sido feliz, ni tampoco pienso que me haya equivocado de camino. Comprendo que el cambio es difícil de entender, porque he de confesar que a mí tampoco me ha resultado fácil. Ha sido progresivo, con una paciencia y amor por parte de Dios increíbles.

Dios ha estado y está muy grande en mi vida, y para explicar un poco mejor la historia de amor que Dios va obrando en mí, voy a sintetizar, a continuación, los hechos más relevantes de Dios para conmigo

Hacer deporte en la naturaleza con amigos siempre me ha gustado, y me ha servido para relajarme; también jugar a juegos de mesa con familiares y amigos, y ni qué decir tiene, las oportunidades de viajar conociendo diferentes personas y culturas.

En mi historia vocacional debo resaltar a Santa María Faustina Kowalska, que, a través de su Diario, me ayudó a encontrarme con el Señor por medio del cuadro y la oración de la coronilla de la Divina Misericordia. El Santuario de la Divina Misericordia de Murcia me cautivó con los Cenáculos Contemplativos de la Divina Misericordia que tenían lugar allí, y a los que comencé a asistir por mediación de catequistas de la parroquia de Cristo Rey con los que estaba en las catequesis de confirmación. Además, Santa Faustina me ha ayudado en mi vida de fe por varios motivos, en primer lugar, por el deseo de recibir el perdón de Dios, y verlo como algo muy bueno, que Dios realmente lo desea de cada alma; fomentando en mí una mayor frecuencia en el sacramento de la reconciliación, también deseaba encontrar un padre espiritual, que me ayudara a discernir en el camino lo que Dios quisiera para mí.

He experimentado la intercesión de tantas personas que han rezado por mí y, especialmente, la intercesión de la Virgen María: a través de Radio María que me enseñó a rezar el Santo Rosario y me descubrió la riqueza de la doctrina de la Iglesia Católica; la Hospitalidad Diocesana de Nuestra Señora de Lourdes, desde la que he podido ayudar como médico hospitalario en peregrinaciones diocesanas y que me ha ofrecido la oportunidad de conocer a un gran número de personas enamoradas de Jesús por María, llenas de belleza espiritual y humana, enseñándome a ver en cada enfermo al mismo Cristo, aplicando el lema “Amar, dar, servir y olvidarse”.

Recuerdo que mi encuentro personal con Cristo, de forma muy significativa, fue en un viaje de peregrinación mariana a Medjugorje en la primera semana de agosto de 2015, coincidiendo con el festival de la juventud; concretamente durante una adoración eucarística en mitad de una enorme explanada abarrotada de una multitud de personas que adorábamos al Señor en un silencio envolvente; allí sentí un inmenso amor de Dios, indescriptible, que hizo que mi corazón se enamorara de Jesucristo. Por lo que, tras volver a Murcia, mi enamoramiento de Jesucristo persistía, y la forma de calmar mi mente y mi corazón era participando en la Santa Misa diaria, pudiendo recibir a la Santísima Trinidad dentro de mí, comulgando el cuerpo de Cristo; en esto experimentaba una alegría diferente, que me llenaba de paz el corazón. No paraba de pensar en cada jornada en el momento de acudir al encuentro de mi amado, pudiendo escuchar su palabra y recibirlo dentro de mí en la celebración de la Eucaristía. Por tanto, pasé de ir a Misa los días de precepto como algo que había que hacer, y que entendía que era necesario, a ir todos los días por propia necesidad de amor, para encontrarme con Jesucristo, el amor de mi alma.

Antes de entrar al seminario resonaba dentro de mí una frase: “Señor, aquí estoy, haz conmigo lo que quieras”. Me hizo abrirme a Dios, sin reservarme nada, y dejarme en sus manos con confianza, porque con mi corazón enamorado de Cristo, estaba dispuesto a hacer lo que quisiera conmigo.

Encuentro gran alegría al traer a la memoria cómo el Señor ha sabido hilar tan bien en mi historia personal, poniendo todas las mediaciones concretas para que fuese capaz de enterarme de que me quería como sacerdote. Esto lo descubrí por medio de la misión, haciéndome entender que me quería como médico de cuerpos y almas; lo cual aconteció en una convivencia vocacional del Seminario Mayor San Fulgencio en el mes de julio de 2016; a la cual fui por mediación de un amigo seminarista, que no iba a ir a la convivencia, pero que terminó yendo, y así, yo también con él.

A largo de los años del seminario mi concepción del sacerdote ha variado, porque en un principio la contemplaba como un hacer por Dios; las mil y una cosas que un sacerdote puede hacer para ayudar a los demás, sobre todo por medio de los sacramentos de curación, y así sanar, llevando muchas almas al cielo. Sin embargo, actualmente, entiendo el sacerdocio como un dejarse hacer por Dios, es decir, fiarse de Dios, y ponerse en sus manos, sin seguridades, sin nada propio, porque Dios quiere obrar a través de sus sacerdotes, para que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, por caminos que siempre sorprenden, siendo la humildad la principal virtud que trabajar diariamente, porque con ella uno se hace pequeño ante Dios, confía en Él, para que se haga todo según su voluntad. En resumen, el sacerdocio lo entiendo como un abandonarse en Dios, para dejarle a Él el protagonismo, procurando no ser obstáculo en sus planes.

También me viene a la memoria cuando le conté a mi madre que pensaba entrar en el seminario, y llegar a ser sacerdote si era voluntad de Dios, lo cual se lo tomó bastante mal, porque no entendía que abandonara la profesión de médico, y su pensamiento se veía respaldado junto al de mis tías, hermanas de mi madre, que también pensaban igual; y si bien, actualmente su aceptación es mucho mayor que al principio, no terminan de aceptarlo con alegría. Mi hermano y el resto de mi familia lo tomaron con agrado, aceptando mi decisión, siempre y cuando fuera así feliz. Mis amigos en general me apoyaron, aunque algunos pensaban que estaba muy equivocado y mal de la cabeza, pero todos aceptaron mi decisión y no perdí ninguna amistad por este motivo.

Actualmente, el versículo que mejor me define es el siguiente: “sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8, 28). En la clave de la alegría de sentirme amado por Dios, y experimentar un enamoramiento por parte de Jesucristo, todo conviene para crecer en el amor de Dios, y si lo permite Dios, Él puede sacar siempre un bien mayor.

Las decisiones que uno toma en un determinado momento no están exentas de atravesar dificultades y pruebas; si bien, el Señor me ha regalado ser consciente de que Él va abriendo el camino, a pesar de los agobios y sufrimientos, y me ha ido confirmando el recorrido que estoy siguiendo, procurando dejarme guiar por Él. .

Concluyo dando gracias a Dios por todos sus beneficios y confío poder alabarlo, bendecirlo, glorificarlo y darle gloria todos los días de mi vida. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo 107 (106), 1)».

Abraham Martínez Moratón

Miguel Tovar Fernández: «Soy sacerdote y percibí la llamada con 13 años, tuve novia y buscaba la felicidad en otras cosas, pero fue el Señor el que me impulsó a entregarle mi vida»


Miguel Tovar Fernández sintió la llamada al sacerdocio con 13 años / Foto: Diócesis de Cartagena

* «Cuando el Señor te llama puede aparecer el miedo a que Dios te lo va a quitar todo. Y es totalmente al contrario, a lo largo de estos años, he podido comprobar que cuando uno le entrega la vida a Dios, te lo da todo. A día de hoy yo sigo yendo a ver al Real Murcia como buen socio y veo fútbol cuando puedo, continúo haciendo deporte, sigo viendo a mis amigos, pero lo vivo y lo disfruto de una forma distinta: desde Dios, sabiendo que él es lo primero y principal en tu vida. Incluso ese interés por el periodismo o la docencia no han desaparecido, sino que cobran su sentido más pleno y los podré llevar a cabo desde el ministerio sacerdotal, ya que dos tareas fundamentales del sacerdote son la de enseñar y comunicar» 

Vídeo del programa ‘Vidas con luz’ de Popular TV de Murcia del año 2023 en el que Miguel Tovar Fernández cuenta su testimonio vocacional

Camino Católico.- Cinco nuevos sacerdotes se incorporan al presbiterio diocesano de Cartagena en las próximas semanas, Miguel Tovar Fernández ha sido el primero de ellos, ha recibido el Orden Sacerdotal el sábado 5 de julio, a las 11:00 horas, en la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios de Torrealta (Molina de Segura). Él mismo cuenta al portal de la Diócesis de Cartagena cómo sintió la llamada al sacerdocio y cómo se han desarrollado estos años desde que entró en el Seminario Mayor San Fulgencio hasta recibir el diaconado:

Miguel Tovar Fernández siendo ya diácono con el Santísimo Sacramento / Foto: Miguel Tovar Fernández

«Ordenarme sacerdote para siempre con 24 años, es el mayor regalo que Dios me ha hecho. Un don cuyo mérito es de Dios»

Para comenzar mi testimonio vocacional lo haré usando una palabra: gracias. Le doy gracias al Señor porque poder ordenarme sacerdote para siempre con 24 años, es el mayor regalo que Dios me ha hecho. Un don cuyo mérito es de Dios, porque de entre las muchas cosas que podría haber hecho con 18 años, fue el Señor el que me impulsó a entrar al seminario y a entregarle mi vida a la Iglesia en septiembre de 2019.

Me llamo Miguel Tovar, soy de la Torrealta, un pequeño pueblo de Molina de Segura, cuna de vocaciones sacerdotales. En esta tierra murciana fui creciendo junto a mis padres y a mi hermano mellizo y mi hermana María, dos años mayor que yo. El 16 de junio fui bautizado junto a mi mellizo por el sobrino del beato Fortunato Arias, por D. Jesús Arias. Con el tiempo uno se da cuenta de que la vocación sacerdotal es un proceso que comienza antes de nacer como bien dice el profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones”. Pero cuando yo la percibí claramente por primera vez fue con 13 años.

Tras confirmarme, hubo momentos en los que esa llama de la vocación fue más fuerte y momentos en los que fue más floja. Mi adolescencia transcurrió de forma normal, con mis amigos, en el instituto, un noviazgo de cuatro años, con una pasión por el fútbol, el deporte y el Real Murcia tremenda. La vocación seguía ahí, pero yo no respondía por dos razones: intentaba buscar la felicidad en otras cosas y por el miedo al qué dirán. Cuando se acercaba el momento de entrar a la universidad, me debatía entre periodismo o la docencia.

Pero el Señor cuando llama, lo hace de verdad e insiste hasta que lo consigue. Y ese gusanillo que yo tenía desde bien pequeño, cada vez se fue haciendo más fuerte a través de la inquietud. La vocación sacerdotal, en medio de la vorágine de bachillerato era un pensamiento que no me podía quitar. Fue entonces cuando decidí visitar el seminario. Y cuando lo hice, mi corazón descansó. La belleza del canto, la liturgia, la convivencia de los seminaristas, las conversaciones con D. Sebastián Chico… Todo me hacía ver que estaba en mi sitio.

Los años de seminario los recuerdo con mucho cariño. Al seminario le debo mucho, mi formación, amistades auténticas, pero sobre todo el haber forjado la identidad sacerdotal y un amor profundo a la Iglesia, pudiéndola conocer en su profundidad. El lema de mi ordenación es “Su misericordia es eterna”. Y es que en los momentos de sufrimiento y de debilidad paradójicamente ha sido cuando más feliz he sido y cuando más consolado me he sentido por Jesús Buen Pastor. Ha sido en esos momentos donde me he encontrado con la paz, la fortaleza, el amor y sobre todo con la inmensa misericordia que solo encontramos en la Cruz de Cristo.

Miguel Tovar Fernández el día que cumplió 24 años / Foto: Miguel Tovar Fernández

En el seminario he podido conocer a la Iglesia en su variedad de carismas. Destaco dos momentos. Uno la visita al Monasterio Benedictino de Leyre y otro el viaje al Congo. El primero me ayudó a valorar la universalidad de la Iglesia y a poner en valor el trabajo de tantas personas que entregan su vida al servicio del Reino en las zonas más recónditas del planeta. El segundo me ayudó mucho para contemplar a Dios en la belleza del canto, de la liturgia, de la Creación y en la espiritualidad benedictina. Desde entonces vuelvo todos los veranos a este oasis de paz y espiritualidad.

Cuando el Señor te llama puede aparecer el miedo a que Dios te lo va a quitar todo. Y es totalmente al contrario, a lo largo de estos años, he podido comprobar que cuando uno le entrega la vida a Dios, te lo da todo. A día de hoy yo sigo yendo a ver al Real Murcia como buen socio y veo fútbol cuando puedo, continúo haciendo deporte, sigo viendo a mis amigos, pero lo vivo y lo disfruto de una forma distinta: desde Dios, sabiendo que él es lo primero y principal en tu vida. Incluso ese interés por el periodismo o la docencia no han desaparecido, sino que cobran su sentido más pleno y los podré llevar a cabo desde el ministerio sacerdotal, ya que dos tareas fundamentales del sacerdote son la de enseñar y comunicar.

Durante estos años he estado de pastoral en pastoral vocacional, en el Seminario Menor, en la parroquia del Carmen en Murcia, en la parroquia San Juan Bautista de Archena, en la parroquia Santiago el Mayor de Totana y ahora como diácono en la parroquia de El Salvador de Caravaca de la Cruz. Estos meses de diácono, junto a la ordenación diaconal, han sido los mejores de mi vida. Poder ser instrumento de Dios para la gente, en la escucha, en los sacramentos, en la predicación y en el servicio a los demás ha sido un auténtico regalo.

A punto de ordenarme sacerdote, cuando escribo este testimonio, me encuentro con temor y temblor, pero sobre todo con mucha alegría, paz, ilusión y unas ganas inmensas. Como decía al principio, poder unirme al Señor y a la Iglesia con 24 años para siempre es lo mejor que me ha pasado en la vida y gracias a lo cual soy la persona más feliz del mundo.

Miguel Tovar Fernández