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lunes, 6 de abril de 2009

Mercedes Salisachs: “La vida es un embarazo. Sí, empezamos a vivir cuando morimos.”
Profundizó en su fe católica en el 58, tras la muerte por accidente de su hijo Miguel, de veintiún años
6 de abril de 2009.-Aunque la enfermedad la acorrale por varios frentes (una piedra en el riñón, el oído fuera de servicio, un brazo paralizado…), Mercedes conserva intactas la memoria y la lucidez, lo que nos permite empezar la entrevista por el principio -el hogar en que nació- y de ahí tratar de recorrer, en sólo folio y medio, lo que ha sido su vida.

(Alba) -La fe en casa de sus padres, ¿cómo se vivía?
-En ese sentido llevábamos un tren de vida, cómo le diría yo, descafeinado. Practicábamos, sí, pero como se practica, qué sé yo, un almuerzo.

-Es decir, no profundizaban.
-Entonces casi nadie lo hacía. Íbamos a misa, rezábamos el rosario, guardábamos el ayuno…, pero por cumplir.

-¿Cuándo empezó a ahondar?
-En el 58, tras la muerte por accidente de mi hijo Miguel, de veintiún años.

-¿Cómo le cambió la vida?
-Quedé destrozada. Al principio, me enfadé con Dios. Hasta que me fui enterando de cosas.

-¿Por ejemplo?
-Que Miguel iba con su novia todos los días a misa a comulgar, que había hecho los primeros viernes…

-¿Él nunca le dijo nada?
-No. Y eso que hablábamos mucho de religión. Pero él era muy humilde. Divertido, abierto y artista, pero humilde.

-Según iban contándole cosas…
-Pensaba: “Si quiero volver a verle, tengo que hacer lo mismo que él”. Desde entonces, comulgo todos los días.

-Y reza, claro.
-¡Muchísimo! Yo diría que, a lo largo del día, unas tres horas.

-¿Cuál es su plan de oración?
-Todos los días hago las tres partes del rosario, salvo los lunes, que rezo cuatro, porque añado los misterios de la Luz. Esta es la parte, digamoslo así, ‘mecánica’.

-¿En qué consiste la ‘espontánea’?
-En hablar con Dios, sin pautas.

-¿Y la escucha?
-Yo creo que sí.

-¿En qué lo nota?
-En que me concede lo que le pido. A veces se hace esperar, pero termina por concedérmelo.

-¿Qué pide?
-¿Para mí? Nada. Bueno, sí, que aumente mi fe.

-¿No reza para curarse?
-No. Ya es milagro que, a pesar de los silencios, mis libros sigan editándose y vendiéndose.

-¿Se siente perseguida?
-Perseguida no; ignorada sí.

-¿Por sus creencias religiosas?
-En parte por eso, en parte porque soy de derechas. Y españolista en Cataluña. Y mujer.

-Eso último ya no es un handicap.
-Sí, porque no soy lesbiana. Que si lo fuera… ¡Madre mía! Ahora la homosexualidad está de primerísima plana.



-¿Perdona a los que la silencian, a los que la ignoran?
-Sí, aunque es verdad que olvidar es más difícil que perdonar.

-Volviendo a sus libros. ¿Entiende la literatura como instrumento de evangelización?
-En mis libros muestro la vida tal como es: terrible. Con ellos busco que la gente reflexione.

-Ido su hijo Miguel, ¿con quién habla de estas cosas?
-Con Covadonga O’Shea, con Santiago Martín, con mi nieta, que tanto me recuerda a mi hijo, ahora con ustedes...

¿Y no le da pudor?
-¿Pudor? ¡Vergüenza me daría no hablar de Él! Pero si soy una firme defensora del catolicismo. Con la de regalos que me han caído del Más Allá…

-Habla del Más Allá.
-Porque tengo pruebas de su existencia.

-¿No le da miedo?
-Ninguno. La vida es un embarazo.

-¿Un embarazo?
-Sí, empezamos a vivir cuando morimos. Es también el ensayo general de una representación que tendremos que realizar en el otro mundo.

-¿Y si el ensayo sale mal?
-Pues adiós, madre.

-¿Y si sale bien?
-La maravilla que puede ser.

-Una escritora como usted, ¿cómo se imagina a Dios?
-No soy capaz de hacerlo. En cambio, sí puedo plasmar la Santísima Trinidad.

-¡Pero si es más difícil!
-Cuando enciendo la chimenea, veo que la llama es color butano, amarillo y violáceo. Y pienso: así debe de ser la Trinidad: una bola de fuego de colores, que no quema, que está llena de amor.

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