* «Falleció una doctora de 28 años. Nos habían informado que empezábamos a ver pacientes con coronavirus, además de las guardias. Siempre pensaba que cuando llegara ese momento iba a tener una actitud súper heroica y no iba a tener miedo, que iba a entregar la vida como la entregó Jesús. Sin embargo, recuerdo estar en casa aterrorizada pensando: ‘Tengo 26 años no quiero morir, ya ha fallecido una compañera de 28. Y peor todavía: ¿Qué pasa si le sucede algo a mi madre y encima por mi culpa? Yo no quiero esto’. Entonces tuve un momento muy bueno porque estaba mirando la cruz y fui a sacar una tarjetita del Padre que tiene frases de Dios y decía: ‘Yo nunca te dejo sola porque lo que haces es de mi agrado’»
* «Me acuerdo la primera guardia que fue horrible. Llegué y había pacientes tirados por el suelo ahogándose sin oxígeno. No sé la cantidad de certificados de defunción que firmamos o a las familias a las que informamos. Y pensé: ‘Esto es la guerra estamos en una guerra y nadie lo sabe’ Recuerdo llegar a casa y llorar, pero Dios siempre ha estado ahí y en esos momentos tan duros nunca me ha dejado sola, como me lo prometió al sacar la tarjetita. Si algo he aprendido de todo esto es que hay cosas mucho más importantes que el miedo: como cogerle la mano a una persona que se está muriendo, poder rezar un último Padre Nuestro con ella y que no se sienta sola en el último momento de su vida. Eso es lo más importante. Si el coronavirus lo que consigue es quitarnos la humanidad y que tengamos miedo de cogerle la mano a quien sufre, significa que lo habremos perdido todo porque eso es lo más valioso que tenemos: El amor que es por lo que Jesús murió por nosotros»
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