* «Siempre tuve la convicción de que la Madre de Dios me había preservado desde aquel momento para su Hijo, y, en lugar de morir, vivir para servir a Dios. Por eso, estoy convencido que este milagro fue el comienzo de mi vocación… Toda la familia debe a mi madre el haber recibido la fe. Ella misma convirtió a mi papá, ya casados, y supo encaminar bien a todos sus hijos. Comencé a los tres años en el colegio san Francisco, y desde allí recuerdo que siempre quise ser sacerdote. Recuerdo que jugaba a celebrar la Misa en mi habitación. Si bien en la adolescencia se borró un poco este deseo de llegar a ser sacerdote, ahora veo que siempre estuvo el Señor llamándome en el fondo, desde esos primeros deseos de mi niñez. En 2013, cuando tenía 15 años, realicé unos ejercicios espirituales, un retiro espiritual de silencio, inspirado en el método de san Ignacio. Allí vi con claridad que Dios me estaba llamando ya desde niño, pero ahora, con mucha mayor intensidad»
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