* «En el instante antes que pega (el avión contra la cordillera) me saco el cinturón y me agarro del portaequipaje. Y ahí esperando el último golpe dije: ‘Jesucito, Jesucito, no quiero morir’. Cerré los ojos. Cuando todo pareció que se había detenido -pensé que estaba muerto, porque con un avión que choca a 600 kilómetros por hora nadie puede estar vivo- sentí un estado de conciencia, que había vida después la vida. Y de repente un líquido me corrió por la cara, abrí los ojos y me di cuenta que estaba vivo… Somos personas únicas, irrepetibles e insustituibles. Aprendí que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y que la vida es un milagro y la muerte es un misterio. Tienes que hacer el 99% de lo que está a tu alcance y ese 01 que no vas a poder, Dios te va a ayudar»
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