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jueves, 16 de octubre de 2025

Papa León XIV en la FAO: «Movilizar toda energía para que en el mundo no haya nadie que carezca del alimento necesario; lo que Jesús dijo es apremiante para la comunidad internacional: ‘Denles ustedes de comer’»

* «El silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado. No podemos seguir así, ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición. ¡Fortalezcamos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo! No nos detengamos pensando que el hambre es sólo un problema que resolver. Es más. Es un clamor que sube al cielo y que requiere la veloz respuesta de cada nación, de cada organismo internacional, de cada instancia regional, local o privada. Nadie puede quedar al margen de luchar denodadamente contra el hambre. Esa batalla es de todos»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News del discurso del Papa León XIV

* «Los rostros hambrientos de tantos que aún sufren nos interpelan y nos invitan a reexaminar nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y, en general, nuestra forma de vivir en el mundo actual. Precisamente por eso, quiero llamar la atención de este foro internacional sobre las multitudes que carecen de acceso a agua potable, alimentos, atención médica esencial, vivienda digna, educación básica o trabajo digno, para que podamos compartir el dolor de quienes se alimentan solo de desesperación, lágrimas y miseria. ¿Cómo no recordar a todos los condenados a muerte y penurias en Ucrania, Gaza, Haití, Afganistán, Malí, República Centroafricana, Yemen y Sudán del Sur, por nombrar solo algunos lugares del planeta donde la pobreza se ha convertido en el pan de cada día de tantos hermanos y hermanas nuestros? La comunidad internacional no puede mirar hacia otro lado. Debemos hacer nuestro su sufrimiento. No podemos aspirar a una vida social más justa si no estamos dispuestos a liberarnos de la apatía que justifica el hambre como si fuera música de fondo a la que nos hemos acostumbrado, un problema irresoluble o simplemente la responsabilidad de otros. No podemos exigir acciones a los demás si nosotros mismos no cumplimos con nuestros propios compromisos. Por nuestra omisión, nos convertimos en cómplices de la promoción de la injusticia. No podemos esperar un mundo mejor, un futuro brillante y pacífico, si no estamos dispuestos a compartir lo que hemos recibido. Solo entonces podremos afirmar, con verdad y valentía, que nadie se ha quedado atrás… Que Dios renueve en cada uno de nosotros esa esperanza que no defrauda. Los desafíos que tenemos por delante son inmensos, pero también lo son nuestro potencial y las posibles líneas de acción. El hambre tiene muchos nombres y pesa sobre toda la familia humana. Toda persona humana tiene hambre no solo de pan, sino también de todo lo que le permita madurar y crecer hacia la felicidad para la que ha sido creada. Hay un hambre de fe, esperanza y amor que debe canalizarse hacia la respuesta integral que estamos llamados a dar juntos»

16 de octubre de 2025.- (Camino Católico).- En su visita a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), León XIV ha recordado que la lucha contra el hambre es “una responsabilidad compartida” que interpela a gobiernos, instituciones, empresas y ciudadanos. “Quien padece hambre no es un extraño. Es mi hermano y he de ayudarlo sin dilación alguna”, y por tanto ““movilizar toda energía disponible para que en el mundo no haya nadie que carezca del alimento necesario….. Lo que Jesús dijo a sus discípulos sigue siendo un desafío clave y apremiante para la comunidad internacional: ‘Denles ustedes de comer’”. ha afirmado ante representantes diplomáticos y autoridades internacionales. 

En su mensaje, León XIV ha subrayado que, a pesar de los avances tecnológicos y científicos, 673 millones de personas aún se acuestan sin comer cada noche, y 2.300 millones no pueden acceder a una alimentación adecuada. “No son cifras, son vidas truncadas”, dijo, calificando la situación de “fracaso colectivo, extravío ético y culpa histórica”.

“Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible.” En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha el discurso del Santo Padre, cuyo texto completo es el siguiente:


VISITA A LA ASAMBLEA DE LA FAO 

CON OCASIÓN DEL DÍA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Sede de la FAO, Roma

Jueves, 16 de octubre de 2025


Señor Director General,

distinguidas Autoridades,

Excelencias,

señoras y señores:

1. Permítanme, ante todo, expresar mi más cordial agradecimiento por la invitación a compartir esta memorable jornada con todos ustedes. Visito esta prestigiosa Sede siguiendo el ejemplo de mis Predecesores en la Cátedra de Pedro, que otorgaron a la FAO una especial estima y cercanía, conscientes del relevante mandato de esta organización internacional.

Saludo a todos los presentes con gran respeto y deferencia, y a través de ustedes, como servidor del Evangelio, expreso a todos los pueblos de la tierra mi más ferviente anhelo de que la paz reine por doquier. El corazón del Papa, que no se pertenece a sí mismo sino a la Iglesia y, en cierto modo, a toda la humanidad, mantiene viva la confianza de que, si se derrota el hambre, la paz será el terreno fértil del que nazca el bien común de todas las naciones.

A ochenta años de la institución de la FAO, nuestra conciencia debe interpelarnos una vez más frente al drama —siempre actual— del hambre y la malnutrición. Poner fin a estos males incumbe no sólo a empresarios, funcionarios o responsables políticos. Es un problema a cuya solución todos debemos concurrir: agencias internacionales, gobiernos, instituciones públicas, oenegés, entidades académicas y sociedad civil, sin olvidar a cada persona en particular, que ha de ver en el sufrimiento ajeno algo propio. Quien padece hambre no es un extraño. Es mi hermano y he de ayudarlo sin dilación alguna.

2. El objetivo que nos ve ahora reunidos es tan noble como ineludible: movilizar toda energía disponible, en un espíritu de solidaridad, para que en el mundo no haya nadie al que le falte el alimento necesario, tanto en cantidad como en calidad. De esta manera, se acabará con una situación que niega la dignidad humana, compromete el desarrollo deseable, obliga inicuamente a muchedumbres de personas a abandonar sus hogares y obstaculiza el entendimiento entre los pueblos. Desde su fundación, la FAO ha orientado infatigablemente su servicio para que el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria sean objetivos prioritarios de la política internacional. En este sentido, a cinco años del cumplimiento de la Agenda 2030, hemos de recordar con vehemencia que alcanzar el Hambre Cero sólo será posible si existe una voluntad real para ello, y no únicamente solemnes declaraciones. Por esto mismo, con renovado apremio, hoy estamos llamados a responder a una pregunta fundamental: ¿dónde estamos en la acción contra la plaga del hambre que continúa flagelando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?

3. Es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional. Son cifras que no podemos reputar como meras estadísticas: detrás de cada uno de esos números hay una vida truncada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan —y mueran— golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica.

4. Los escenarios de los conflictos actuales han hecho resurgir el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo todo el trabajo de sensibilización llevado adelante por la FAO durante estas ocho décadas. Cada vez parece alejarse más ese consenso expresado por los Estados que considera la inanición deliberada un crimen de guerra, como también el impedir intencionalmente el acceso a los alimentos a comunidades o pueblos enteros. El derecho internacional humanitario prohíbe sin excepción atacar a civiles y bienes esenciales para la supervivencia de las poblaciones. Hace unos años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó unánimemente esta práctica, reconociendo la conexión entre conflictos armados e inseguridad alimentaria, y estigmatizando el uso del hambre infligido a civiles como método de guerra[1]. Esto parece olvidado, pues, con dolor, somos testigos del uso continuo de esa estrategia cruel, que condena a hombres, mujeres y niños al hambre, negándoles el derecho más elemental: el derecho a la vida. Sin embargo, el silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado. No podemos seguir así, ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición. ¡Fortalezcamos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo! No nos detengamos pensando que el hambre es sólo un problema que resolver. Es más. Es un clamor que sube al cielo y que requiere la veloz respuesta de cada nación, de cada organismo internacional, de cada instancia regional, local o privada. Nadie puede quedar al margen de luchar denodadamente contra el hambre. Esa batalla es de todos.

5. Excelencias, hoy en día asistimos a paradojas ultrajantes. ¿Cómo podemos seguir tolerando que se desperdicien ingentes toneladas de alimentos mientras muchedumbres de personas se afanan por encontrar en la basura algo que llevarse a la boca? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten a unos pocos tenerlo todo y a muchos no tener nada? ¿Cómo no se detienen inmediatamente las guerras que destruyen los campos antes que las ciudades, llegando incluso a escenas indignas de la condición humana, en las que la vida de las personas, y en particular la de los niños, en vez de ser cuidada se desvanece mientras van en busca de comida con la piel pegada a los huesos? Contemplando el actual panorama mundial, tan penoso y desolador por los conflictos que lo afligen, da la impresión de que nos hemos convertido en testigos abúlicos de una violencia desgarradora, cuando, en realidad, las tragedias humanitarias por todos conocidas tendrían que instarnos a ser artesanos de paz munidos del bálsamo sanador que requieren las heridas abiertas en el corazón mismo de la humanidad. Una sangría que debería atraer inmediatamente nuestra atención y que habría de llevarnos a redoblar nuestra responsabilidad individual y colectiva, despertándonos del letargo aciago en el que con frecuencia estamos sumidos. El mundo no puede seguir asistiendo a espectáculos tan macabros como los que están en curso en numerosas regiones de la tierra. Hay que darlos por zanjados cuanto antes.

Ha llegado la hora, pues, de preguntarnos con lucidez y coraje: ¿se merecen las generaciones venideras un mundo que no es capaz de erradicar de una vez por todas el hambre y la miseria? ¿Es posible que no se pueda acabar con tantas y tan lacerantes arbitrariedades como signan negativamente a la familia humana? ¿Pueden los responsables políticos y sociales seguir polarizados, gastando tiempo y recursos en discusiones inútiles y virulentas, mientras aquellos a quienes deberían de servir continúan olvidados y utilizados en aras de intereses partidistas? No podemos limitarnos a proclamar valores. Debemos encarnarlos. Los eslóganes no sacan de la miseria. Urge una superación de un paradigma político tan enconado, basándonos en una visión ética que prevalezca sobre el pragmatismo vigente que reemplaza a la persona con el beneficio. No basta con invocar la solidaridad: debemos garantizar la seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y el desarrollo rural sostenible.

6. En este sentido, me parece un verdadero acierto que la Jornada Mundial de la Alimentación se celebre este año bajo el lema: “Mano de la mano por unos alimentos y un futuro mejores”. En un momento histórico marcado por profundas divisiones y contradicciones, sentirse unidos por el vínculo de la colaboración no es sólo un hermoso ideal, sino un llamamiento decidido a la acción. No hemos de contentarnos con llenar paredes con grandes y llamativos carteles. Ha llegado el tiempo de asumir un renovado compromiso, que incida positivamente en la vida de aquellos que tienen el estómago vacío y esperan de nosotros gestos concretos que los arranquen de su postración. Tal objetivo sólo puede alcanzarse mediante la convergencia de políticas eficaces y una implementación coordinada y sinérgica de las intervenciones. La exhortación a caminar juntos, en concordia fraterna, debe convertirse en el principio rector que oriente las políticas y las inversiones, porque únicamente a través de una cooperación sincera y constante se podrá construir una seguridad alimentaria justa y accesible para todos. Sólo uniendo nuestras manos, podremos construir un futuro digno, en el cual la seguridad alimentaria se reafirme como un derecho y no como un privilegio. Con esta convicción, quisiera evidenciar que, en la lucha contra el hambre y en el fomento de un desarrollo integral, el papel de la mujer se configura como indispensable, aunque no siempre sea suficientemente apreciado. Las mujeres son las primeras en velar por el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de la tierra, en amasar el futuro con las manos encallecidas por el esfuerzo. En cada rincón del mundo, la mujer es silenciosa arquitecta de la supervivencia, custodia metódica de la creación. Reconocer y valorar su papel no es sólo cuestión de justicia, es garantía de una alimentación más humana y más duradera.

7. Excelencias, conociendo la proyección de este foro internacional, déjenme que subraye sin ambages la importancia del multilateralismo frente a nocivas tentaciones que tienden a erigirse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más interconectado. Se hace, por tanto, más necesario, más que nunc,  que nunca repensar con audacia las modalidades de la cooperación internacional. No se trata sólo de individuar estrategias o realizar prolijos diagnósticos. Lo que los países más pobres aguardan con esperanza es que se oiga sin filtros su voz, que se conozcan realmente sus carencias y se les ofrezca una oportunidad, de modo que se cuente con ellos a la hora de solucionar sus verdaderos problemas, sin imponerles soluciones fabricadas en lejanos despachos, en reuniones dominadas por ideologías que ignoran frecuentemente culturas ancestrales, tradiciones religiosas o costumbres muy arraigadas en la sabiduría de los mayores. Es imperioso construir una visión que haga que cada actor del escenario internacional pueda responder con mayor eficacia y prontitud a las genuinas necesidades de aquellos a quienes estamos llamados a servir mediante nuestro compromiso cotidiano.

8. Hoy ya no podemos decepcionarnos pensando que las consecuencias de nuestros fracasos solo afectan a quienes permanecen ocultos. Los rostros hambrientos de tantos que aún sufren nos interpelan y nos invitan a reexaminar nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y, en general, nuestra forma de vivir en el mundo actual. Precisamente por eso, quiero llamar la atención de este foro internacional sobre las multitudes que carecen de acceso a agua potable, alimentos, atención médica esencial, vivienda digna, educación básica o trabajo digno, para que podamos compartir el dolor de quienes se alimentan solo de desesperación, lágrimas y miseria. ¿Cómo no recordar a todos los condenados a muerte y penurias en Ucrania, Gaza, Haití, Afganistán, Malí, República Centroafricana, Yemen y Sudán del Sur, por nombrar solo algunos lugares del planeta donde la pobreza se ha convertido en el pan de cada día de tantos hermanos y hermanas nuestros? La comunidad internacional no puede mirar hacia otro lado. Debemos hacer nuestro su sufrimiento. 

No podemos aspirar a una vida social más justa si no estamos dispuestos a liberarnos de la apatía que justifica el hambre como si fuera música de fondo a la que nos hemos acostumbrado, un problema irresoluble o simplemente la responsabilidad de otros. No podemos exigir acciones a los demás si nosotros mismos no cumplimos con nuestros propios compromisos. Por nuestra omisión, nos convertimos en cómplices de la promoción de la injusticia. No podemos esperar un mundo mejor, un futuro brillante y pacífico, si no estamos dispuestos a compartir lo que hemos recibido. Solo entonces podremos afirmar, con verdad y valentía, que nadie se ha quedado atrás.

9. Invoco sobre todos ustedes, la FAO y sus funcionarios, que se esfuerzan a diario por cumplir con sus responsabilidades con virtud y dar ejemplo, las bendiciones de Dios, que cuida de los pobres, los hambrientos y los desamparados. Que Dios renueve en cada uno de nosotros esa esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). Los desafíos que tenemos por delante son inmensos, pero también lo son nuestro potencial y las posibles líneas de acción. El hambre tiene muchos nombres y pesa sobre toda la familia humana. Toda persona humana tiene hambre no solo de pan, sino también de todo lo que le permita madurar y crecer hacia la felicidad para la que ha sido creada. Hay un hambre de fe, esperanza y amor que debe canalizarse hacia la respuesta integral que estamos llamados a dar juntos. Lo que Jesús dijo a sus discípulos ante una multitud hambrienta sigue siendo un desafío clave y apremiante para la comunidad internacional: «Denles ustedes de comer» (Mc 6,37). Con la pequeña contribución de los discípulos, Jesús obró un gran milagro. No dejen, pues, de pedirle hoy a Dios la valentía y la energía para seguir trabajando por una justicia que dé resultados duraderos y beneficiosos. En sus esfuerzos continuos, siempre podrán contar con la solidaridad y el compromiso de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia católica, dispuestas a salir al servicio de los más pobres y desfavorecidos del mundo.

Muchas gracias.

Papa León XIV

[1] Cfr. Consejo de Seguridad, Resolución 2417, aprobada en la 8267 Sesión, celebrada el 24 de mayo de 2018. El texto se puede consultar en: https://docs.un.org/es/S/RES/2417(2018)


Fotos: Vatican Media, 15-10-2025

miércoles, 4 de junio de 2008

Benedicto XVI: no darse por vencido ante el hambre y la desnutrición


Carta del Papa a la cumbre de la FAO sobre seguridad alimentaria mundial
"Da de comer al que está muriéndose de hambre, si no le das de comer, le habrás matado"

CIUDAD DEL VATICANO,(ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Benedicto XVI que leyó este martes el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado y jefe de la delegación de la Santa Sede, ante la Conferencia de unos 50 jefes de Estado y de otros representantes nacionales sobre "La seguridad alimentaria mundial: los retos del cambio climático y la bioenergía", que se celebra del 3 al 5 de junio en la sede del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en Roma.

* * *
Señor presidente de la República italiana,
ilustres jefes de Estado y de Gobierno,
señor director general de la FAO,
señor secretario general de la ONU,
señoras y señores:

Con alegría os presento mi deferente y cordial saludo a todos los que, de diferentes maneras, representáis a los diferentes componentes de la familia humana, reunidos en Roma para concordar soluciones idóneas y afrontar el problema del hambre y de la malnutrición.

He pedido al cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, que os transmita la particular atención con la que sigo vuestro trabajo y que os asegure que doy una gran importancia a la ardua tarea que os espera. A vosotros se dirige la mirada de millones hombres y mujeres, mientras nuevas insidias amenazan su supervivencia y situaciones preocupantes ponen en peligro la seguridad de sus países. De hecho, la creciente globalización de los mercados no siempre favorece la disponibilidad de alimentos y los sistema productivos con frecuencia están condicionados por límites estructurales, así como por políticas proteccionistas y fenómenos especulativos que dejan a poblaciones enteras al margen de los procesos de desarrollo. A la luz de esta situación, es necesario confirmar con fuerza que el hambre y la malnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias. El gran desafío de hoy consiste en "globalizar no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de solidaridad, en el respeto y en la valoración de la contribución de cada miembro de la sociedad" (Discurso a la fundación Centesimus Annus pro Pontifice, 31 de mayo de 2008).

Hago llegar a la FAO y a su director general mi aprecio y gratitud por haber llamado nuevamente la atención de la comunidad internacional sobre lo que obstaculiza la lucha contra el hambre y por haberla invitado a una acción que, para que sea eficaz, tiene que ser unitaria y coordinada.

Con este espíritu, deseo renovar a las personalidades que participan en esta cumbre el auspicio que formulé durante mi reciente visita a la sede de la ONU: es urgente superar la "paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos" (Discurso a la asamblea general de la ONU, 18 de abril de 2008). Además, me permito invitaros a colaborar de manera cada vez más transparente con las organizaciones de la sociedad civil comprometidas en superar la creciente brecha entre riqueza y pobreza. Os exhorto a continuar en esas reformas estructurales que, a nivel nacional, son indispensables para afrontar con éxito los problemas del subdesarrollo, de los que el hambre y la malnutrición son una consecuencia directa. ¡Sé que todo esto es arduo y complejo!

Ahora bien, ¿cómo es posible permanecer insensibles a los llamamientos de quienes, en diferentes continentes, no logran alimentarse suficientemente para vivir? Pobreza y malnutrición no son una mera fatalidad, provocada por situaciones ambientales adversas y por calamidades naturales desastrosas. Por otra parte, las consideraciones de carácter exclusivamente técnico o económico no deben prevalecer sobre los deberes de justicia hacia los que padecen hambre. El derecho a la alimentación "responde principalmente a una motivación ética: 'dar de comer a los hambrientos' (cf. Mt 25,35), que apremia a compartir los bienes materiales como muestra del amor que todos necesitamos [...] Este derecho primario a la alimentación está intrínsecamente vinculado con la tutela y defensa de la vida humana, roca firme e inviolable donde se apoya todo el edificio de los derechos humanos (Discurso al nuevo embajador de Guatemala, 31 de mayo de 2008).

Cada persona tiene derecho a la vida; por eso, es necesario promover de manera eficaz la aplicación de este derecho y ayudar a las poblaciones que sufren por la falta de alimentos a llegar a ser poco a poco capaces de satisfacer las propias exigencias de una alimentación suficiente y sana.

En este momento particular, en el que está amenazada la seguridad alimentaria a causa del encarecimiento de los productos agrícolas, deben elaborarse nuevas estrategias de lucha contra la pobreza y de promoción del desarrollo rural. Esto debe suceder también a través de procesos de reformas estructurales, que permitan afrontar los desafíos de la misma seguridad y de los cambios climáticos; además, es necesario aumentar la disponibilidad de comida, valorando las capacidades de los pequeños agricultores y garantizando su acceso al mercado. Ahora bien, el aumento global de la producción agrícola sólo podrá ser eficaz si va acompañado por la distribución eficaz de esta producción y si se destina primariamente a satisfacer las necesidades esenciales. Se trata de un camino que no es ciertamente fácil, pero que permitiría, entre otras cosas, redescubrir el valor de la familia rural: ésta no se limita a preservar la transmisión, de los padres a los hijos, de los sistemas de cultivo, de conservación y de distribución de los alimentos, sino que es sobre todo un modelo de vida, de educación, de cultura y de religiosidad.

Además, desde el punto de vista económico, asegura una atención eficaz y amorosa a los más débiles y, en virtud del principio de subsidiariedad, puede asumir un papel directo en la cadena de distribución y comercialización de los productos agrícolas destinados a la alimentación, reduciendo los costes de intermediación y favoreciendo la producción a pequeña escala.

Señoras y señores:

Las dificultades actuales muestran cómo las modernas tecnologías, por sí mismas, no son suficientes para superar la carencia alimentaria, así como tampoco lo son las estadísticas o el envío de ayuda en casos de emergencia. Todo esto tiene ciertamente una gran importancia, sin embargo debe ser completado y orientado por una acción política que, inspirada en los principios de la ley natural que están inscritos en el corazón de los hombres, proteja la dignidad de la persona. De este modo, también se respeta el orden de la creación y se tiene "como criterio de orientación el bien de todos" (mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2008, n. 7).

Sólo la tutela de la persona, pues, permite combatir la causa principal del hambre, es decir, esa cerrazón del ser humano hacia sus semejantes que disuelve la solidaridad, justifica los modelos de vida consumista y disgrega el tejido social, preservando e incluso llegando a aumentar el surco de injustos desequilibrios, dejando a un lado las exigencias más profundas del bien. (Cf. Deus Caritas Est, 28).

Por tanto, si se hiciera valer el respeto de la dignidad humana en la mesa de las negociaciones, de las decisiones y de su aplicación, podrían superarse obstáculos que de otro modo son insuperables y se eliminaría, o al menos disminuiría, el desinterés por el bien de los demás. De este modo, sería posible adoptar medidas valientes, que no se rindan ante el hambre y la malnutrición, como si se tratara simplemente de fenómenos endémicos y sin solución. La defensa de la dignidad humana en la acción internacional, también de emergencia, ayudaría además a limitar lo superfluo en la perspectiva de las necesidades de los demás y a administrar de modo justo los frutos de la creación, poniéndolos a disposición de todas las generaciones".

A la luz de estos principios deseo que las delegaciones presentes en esta reunión asuman nuevos compromisos y se propongan llevarlos a cabo con gran determinación. ¡La Iglesia católica, por su parte, desea unirse a este esfuerzo! Con espíritu de colaboración, basándose en la antigua sabiduría, inspirada por el Evangelio, propone un llamamiento firme y sentido, que sigue siendo de gran actualidad para quienes participan en la cumbre: "Da de comer al que está muriéndose de hambre, si no le das de comer, le habrás matado" (Decretum Gratiani, c. 21, d. LXXXVI). Os aseguro que, en este camino, podéis contar con la contribución de la Santa Sede. Ésta, si bien se diferencia de los Estados, se une a ellos en los objetivos más nobles para sellar un compromiso que, por su misma naturaleza, involucra a toda la comunidad internacional: alentar a todo pueblo a compartir las necesidades de los demás pueblos, poniendo en común los bienes de la tierra que el Creador ha destinado a toda la familia humana.

Con estos sentimientos, formulo mis mejores deseos de éxito para la conferencia e invoco la bendición del Altísimo sobre vosotros y sobre cuantos están comprometidos con el auténtico progreso de la persona y de la sociedad.
Vaticano, 2 de junio de 2008
BENEDICTUS PP. XVI

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

viernes, 25 de abril de 2008

Los biocombustibles pueden amenazar el derecho a la alimentación, advierte la Santa Sede

Su producción no debe implicar una reducción de productos agrícolas
CIUDAD DEL VATICANO,
(ZENIT.org).- La Santa Sede ha pedido medidas para que la producción de biocombustibles no implique un aumento del precio en los alimentos básicos, que en algunos países constituye una auténtica amenaza para el derecho a la alimentación.


Para lograr este objetivo, ha afirmado un representante vaticano, la producción de los biocombustibles no debería implicar una disminución de productos agrícolas en el mercado de alimentos.

Lo ha afirmado monseñor Renato Volante, observador permanente de la Santa Sede ante el Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), al intervenir en la Conferencia Regional de ese organismo para América Latina y el Caribe, que se ha celebrado en Brasilia (Brasil) del 17 al 18 de abril.
El uso de productos agrícolas para la producción de biocombustibles, afirmó el representante vaticano, «puede representar una oportunidad para la protección del ambiente y de la biodiversidad».

Sin embargo, reconoció que esta tendencia «es indicada hoy como la causa primaria de un aumento de los precios sin precedentes respecto a la década pasada, así como de un rápido cambio en el uso de terrenos agrícolas sometidos a cultivos intensivos que les empobrecen».

«Todo esto tiene un impacto mundial que, si bien presenta algunas ventajas para los agricultores productores, de hecho está causando consecuencias negativas para los niveles de pobreza en las áreas dependientes de la importación de alimentos y sobre la conservación de los terrenos».
Según monseñor Volante, los Estados están llamados a operar en virtud de ponderadas consideraciones que tengan como «objetivo esencial» la tutela y la aplicación del derecho a la alimentación.

Por este motivo, aclaró, no es posible «disminuir la cantidad de productos agrícolas que hay que introducir en el mercado de los alimentos o mantener en reserva para las emergencias que podrían verificarse a favor de otros fines, aunque sean aceptables, que no satisfacen un derecho fundamental, como es el derecho a la alimentación».