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martes, 23 de septiembre de 2025

Matrimonio esperaba un hijo en la India: «La ecografía no detectó los latidos del corazón, rezamos al venerable Isidoro Zorzano y en otra prueba ya había los latidos normales; fue un milagro y la doctora dijo: ‘Dios es bueno?»

El matrimonio, familiares y amigos rezaron una novena al venerable Isidoro Zorzano, en la imagen, después que la primera ecografía no mostrará el latido del bebé  

* «La doctora, con más de 25 años de experiencia, nos explicó que cuando no había latido, normalmente nunca volvía a presentarse. Insistí en preguntar si existía alguna probabilidad, aunque fuera mínima, pues me aferraba a la esperanza. La respuesta fue clara: no había ninguna posibilidad, salvo un milagro… Dios ha sido inmensamente bueno con nosotros en este episodio. Aunque sabemos que aún nos esperan siete meses de embarazo, nadie podrá quitarnos este momento en el que escuchamos fuerte y claro el corazón de nuestro bebé» 

Camino Católico.-  Un matrimonio en Bangalore (India) recibió una noticia desoladora: en la ecografía de su segundo embarazo no se detectaban los latidos del corazón. Gracias a la intercesión del venerable Isidoro Zorzano, todo cambió. Lo cuenta uno de los esposos, que dirma con las iniciales N.N. en el portal del Opus Dei en donde relata todo el proceso que vivieron:

«Para nosotros, fue realmente un milagro concedido por la intercesión de Isidoro»

El 27 de junio de 2023, mi esposa y yo acudimos al médico tras dar positivo en la prueba de embarazo. Después de una breve consulta, el doctor de un prestigioso hospital de Bangalore (India) nos felicitó: estábamos esperando a nuestro segundo hijo. El siguiente paso sería realizar una ecografía para comprobar que todo marchaba bien con el bebé.

Tres días después hicimos la ecografía, y el médico nos informó de inmediato que debíamos ver a nuestro ginecólogo lo antes posible, pues no se detectaban los latidos del corazón. A la mañana siguiente acudimos a la consulta y nos confirmaron que no había ninguna posibilidad de que el latido apareciera. La doctora, con más de 25 años de experiencia, nos explicó que cuando no había latido, normalmente nunca volvía a presentarse. Insistí en preguntar si existía alguna probabilidad, aunque fuera mínima, pues me aferraba a la esperanza. La respuesta fue clara: no había ninguna posibilidad, salvo un milagro.

Mi esposa, mi suegra y yo salimos de la consulta incrédulos. Lo que siguió fueron incontables lecturas en Internet, consultas con varios médicos y, sobre todo, pedir a nuestros seres queridos que rezaran a Dios por un milagro. Mientras pensaba en todo lo que podía haber fallado —quizá el escáner no se había hecho bien, tal vez la doctora no interpretó correctamente el informe, o la máquina utilizada no funcionaba adecuadamente— cada pequeña esperanza se desvanecía frente a la seguridad con la que la especialista había afirmado que el latido no reaparecería.

El 10 de julio nos programaron otra ecografía, más como confirmación del diagnóstico anterior que como una verdadera esperanza. Fue entonces cuando un querido amigo me habló de la novena al venerable Isidoro Zorzano. Decidimos rezarla juntos hasta el día 9, víspera de la exploración decisiva.

Ese día acudimos a otro hospital, con otro radiólogo y otro ginecólogo. Llegó nuestro turno para el escáner y, tras quince angustiosos minutos con mi esposa dentro de la consulta, la doctora finalmente me llamó: con enorme sorpresa, se veía claramente el latido del corazón de nuestro bebé (170 latidos por minuto, perfecto para su edad). Para nosotros, fue realmente un milagro concedido por la intercesión de Isidoro.

Llevamos ambos informes a nuestra nueva ginecóloga, que tampoco podía creer los resultados contradictorios y quiso confirmar personalmente lo que tenía en sus manos. Lo único que dijo fue: «Dios es bueno». Y así es: Dios ha sido inmensamente bueno con nosotros en este episodio. Aunque sabemos que aún nos esperan siete meses de embarazo, nadie podrá quitarnos este momento en el que escuchamos fuerte y claro el corazón de nuestro bebé.

Espero que este testimonio sea de ayuda para muchos otros que rezan a nuestro Dios amoroso, especialmente a través de nuestros amigos en el Cielo, como Isidoro Zorzano.

N.N. – India

domingo, 21 de septiembre de 2025

Regina Selvam y Richard Michael, matrimonio católico indio afincado en España con 6 hijos: «Para el crecimiento de los hijos en la fe, lo más importante es que el matrimonio esté enamorado de Dios»


Regina Selvam y Richard Michael durante las vacaciones de veranos con sus seis hijos / Foto: Cedida por la familia Michael-Selvam

* «El Espíritu Santo me decía que tenía que rezar, y empecé a hacer novenas por mi futuro marido. Hasta que llegó el momento de ingresar en la universidad y sólo en mi promoción éramos 4.800 personas; en mi clase, 120 chicos y 9 chicas. Y católicos, sólo dos en todo el campus. Una compañera me dijo: ‘Hay un chico con nombre de católico, y es guapo’. Y resulta que igual que yo, Richard también rezaba novenas a san Antonio de Padua por su futura mujer. Así estuvimos dos años… Me impactó mucho ver por primera vez un Sagrario. Fue brutal poder hablar con el Señor. Mi madre nos decía que el mismo Dios que hablaba con Abraham era el del Sagrario, y ahora ¡podía hablar con Él directamente!» 

Camino Católico.-  En la India, un país donde el porcentaje de católicos es del 1,6 %, parecía imposible que Regina Selvam y Richard Michael se conocieran. Afincados hoy en España y tras casi 20 años de matrimonio y seis hijos, cuentan a Margarita García en Misión su historia y cómo la Providencia ha guiado todos sus pasos.

- ¿Cómo se vive la fe en minoría en un país como el suyo?

Regina: Mi madre era católica y mi padre se convirtió al casarse. Según la costumbre, se fueron a vivir con la familia paterna, todos hindúes. En una casa hindú no puede entrar un dios extranjero. Por eso, vivíamos la fe a escondidas, no conocíamos casi a los santos, ni teníamos una Biblia. Los domingos íbamos a misa y el sacerdote hablaba de cosas sencillas, por ejemplo: “Esta semana no habléis mal de otra persona”. Y cuando estábamos en familia, nuestra madre nos lo recordaba haciéndonos gestos con los ojos. Mi hermana y yo escribíamos para rezar el Rosario porque no podíamos hacerlo en voz alta. Mis padres consiguieron una imagen del Sagrado Corazón al que rezábamos por las noches. Para mí Él era el catolicismo. Yo le hablaba en silencio. Un día mis abuelos descubrieron la imagen y nos obligaron a elegir: o Dios o la familia. Mis padres eligieron a Dios y tuvimos que marcharnos.

- ¿Sufristeis algún episodio más de persecución religiosa?

Regina: Llegamos a vivir a un barrio de primera casta, los brahmanes. Ahí nos mandaban cartas de amenazas, nos insultaban y escupían… A los católicos nos odian porque “hemos renegado de las costumbres indias”. Yo no tuve amigos hasta el bachillerato.

- A pesar de la dificultad, ¿experimentabais la presencia de Dios?

Regina: Totalmente. Tienes una vida interior que te llena, no te hace falta nada. Fue una gracia total de Dios aceptar lo que me quería dar. De dónde venimos no está en nuestras manos.

- El matrimonio concertado es costumbre en la India, pero os casasteis por amor. ¿Cómo os conocisteis?

Regina: Para mi hermana y para mí el matrimonio concertado no suponía un problema, al contrario, si nuestros padres nos daban todo lo que creían bueno para nosotras, ¿por qué no iban a encontrarnos el mejor marido? Pero el Espíritu Santo me decía que tenía que rezar, y empecé a hacer novenas por mi futuro marido. Hasta que llegó el momento de ingresar en la universidad y sólo en mi promoción éramos 4.800 personas; en mi clase, 120 chicos y 9 chicas. Y católicos, sólo dos en todo el campus. Una compañera me dijo: “Hay un chico con nombre de católico, y es guapo”. Y resulta que igual que yo, Richard también rezaba novenas a san Antonio de Padua por su futura mujer. Así estuvimos dos años.

Richard: En toda la carrera nos habíamos cruzado dos veces. Regina no tenía pendientes, que los católicos sí llevan, y por eso pensé que era protestante. Casi a punto de terminar la carrera, le ofrecí una estampa de un santo. Ella la cogió y pensé: “Es católica”. Le pedí al Señor que si tenía que ser para mí, nos cruzáramos por la calle, y así ocurrió.

Richard Michael y Regina Selvam, matrimonio católico indio afincado en España / Foto: Cedida por la familia Michael-Selvam

- Ya tenía la señal, sólo faltaba dar con su teléfono…

Richard: No había móviles, y Regina no tenía teléfono ni en casa. En una tienda del pueblo había un fijo que me costó seis meses conseguir. Finalmente hablamos antes de la Pascua.

Regina: Me dijo: “Soy Richard, ¿te acuerdas de mí? Te quiero mucho. Quiero casarme contigo” . Y colgó. Unos días después fue la pedida de mano. El padre de Richard, para saber si era “buena católica” me preguntó por el capítulo 11 del Eclesiástico y mira cómo es la Providencia: ¡esa mañana lo había leído! Mi suegro se puso contentísimo. Dios estaba de nuestra parte. Pero aún tardamos un tiempo en casarnos porque no podía casarme antes que mi hermana, que es la mayor.

- ¿Entonces vinisteis a España?

Regina: Mi hermana y yo anhelábamos tener una comunidad, así que para continuar con nuestros estudios pensamos en emigrar a un país católico. Teníamos unos folletos de vidas de santos que no conocíamos y entre ellos estaba santa Teresa de Ávila. Pensé: “España tiene que ser muy santa”. Y animadas por nuestros padres fuimos a un coffee center, buscamos en Google un máster en matemáticas y otro en informática, y nos matriculamos en la primera universidad que nos salió. Mis padres vendieron todo y nos compraron el billete. Sólo quedaba el visado. Cuando llegamos a la embajada había una cola de gente que llevaba seis meses durmiendo allí. Empezamos a rezar a san Judas Tadeo y al llegar el momento de cerrar, salió un señor de la embajada y dijo: “¡Esas chicas, las últimas de hoy!”. ¡Otro milagro! Con dos maletas llenas de arroz y 500 euros cogimos el avión a Barcelona. Nuestros padres, antes de entrar en el aeropuerto, nos dijeron: “Un cristiano nunca se olvida de la obediencia, la alegría y la dignidad”.

- Y por fin llegáis a España.

Regina: Nos dimos cuenta de que para todo necesitábamos dinero. No podíamos pagar la residencia, teníamos que buscar piso, así que rezamos un rosario a san José pidiéndole una casa antes de que saliera el sol. Por la tarde teníamos un piso para compartir. Nos quedamos con 40 euros que nos duraron 2 años. Estábamos emocionadísimas, ¡el piso tenía agua limpia y un baño! Para nosotras era algo increíble. Había días que pasábamos hambre, pero se lo ofrecíamos a Dios. Y siempre llegaba comida.

- Y tú, Richard. ¿Dónde estabas?

Richard: En la India no era fácil encontrar trabajo, entonces me marché a Londres. Y Cuando se casó la hermana mayor de Regina nos pudimos casar.

- ¿Qué os impactó de España?

Richard: Que los colegios, las calles, los hospitales… tuvieran nombres cristianos. En España puedes ver a Dios en lo cotidiano. El cristianismo ha penetrado en todo, y aunque la gente diga que no practica, vive la fe aun sin quererlo. Hemos conocido gente atea que hace el bien…

Regina: Me impactó mucho ver por primera vez un Sagrario. Fue brutal poder hablar con el Señor. Mi madre nos decía que el mismo Dios que hablaba con Abraham era el del Sagrario, y ahora ¡podía hablar con Él directamente!

- Anhelabais una comunidad para vivir la fe, ¿la habéis encontrado?

Richard: Al buscar colegio para nuestros hijos conocimos un entorno católico de mucha fe. Para el crecimiento de los hijos en la fe, lo más importante es que el matrimonio esté enamorado de Dios. Nosotros lo tenemos presente de forma muy natural: al jugar al fútbol, al cocinar… Con la alegría de saber que cada acto está conectado con la eternidad. Así es más fácil transmitir la fe.

Regina: Intento sufrir un poco por el Señor. Así lo hacía mi madre. Ella a veces nos ponía el rosario como “almuerzo” para el colegio y asumíamos con naturalidad que ese día no comíamos, sino que rezábamos. Así también lo hacemos con nuestros seis hijos: si tienen hambre, a veces les dejamos pasar un poco de hambre. Tienen que saber que todo viene del Señor. Nuestros hijos tienen que ver que no tenemos una vida y luego está la fe.