* «A mis ojos, Dios estaba ahí cuando todo pasaba y ausente cuando las cosas no iban. Sin embargo, en ese instante, la muerte de Jesús, Hijo de Dios, en la cruz y lo que padeció por cada uno de nosotros se hizo algo concreto. Comprendí que mis angustias, esos clavos que me traspasaban, Él también los vivía, conmigo. Eso nos unió de una forma mucho más sincera y completa que antes»