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sábado, 28 de septiembre de 2024

Papa Francisco a católicos en Bélgica, 28-9-2024: «El Evangelio, recibido y donado, conduce a la alegría, descubre que Dios es el Padre de la misericordia, nos levanta y nunca nos retira su amor»


* «Dios jamás retira su amor por ti. Esto, frente a la experiencia del mal, a veces pudiera parecernos “injusto”, porque nosotros sólo aplicamos la justicia terrena que dice que “quien se equivoca debe pagar por su error”. Sin embargo, la justicia de Dios es superior; el que se haya equivocado está llamado a reparar sus errores, pero para sanar su corazón necesita del amor misericordioso de Dios. No se olviden: Dios perdona todo, Dios perdona siempre, Dios nos justifica con su misericordia, es decir, nos hace justos porque nos da un corazón nuevo, una vida nueva»

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con el discurso del Papa 

* «Caminen juntos, ustedes y el Espíritu Santo, juntos, y practiquen la misericordia, para así ser Iglesia. Sin el Espíritu, no acontece nada de cristiano. Nos lo enseña la Virgen María, nuestra Madre. Que ella los guíe y los cuide. Bendigo a todos de corazón. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias» 

28 de septiembre de 2024.- (Camino Católico) “El Evangelio, acogido y compartido, recibido y donado, nos conduce a la alegría, porque nos hace descubrir que Dios es el Padre de la misericordia, que se conmueve por nosotros, que nos levanta de nuestras caídas, que nunca nos retira su amor”, ha dicho el Papa Francisco durante el encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y agentes de pastoral de Bélgica, con quienes se encontró este sábado 28 de septiembre, en la Basílica del Sagrado Corazón de Koekelberg de Bruselas, en el marco de su 46 Viaje Apostólico a Luxemburgo y Bélgica. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la alocución del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:


Viaje apostólico a Bélgica: 

Encuentro con obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminaristas y operadores pastorales en la basílica del Sagrado Corazón de Koekelberg

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Sábado, 28 de septiembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Me siento feliz de estar aquí entre ustedes. Agradezco a Mons. Terlinden por sus palabras y por habernos recordado la prioridad de anunciar el Evangelio. Gracias a todos.

En esta encrucijada que es Bélgica, ustedes son una Iglesia “en movimiento”. En efecto, desde hace tiempo están buscando transformar la presencia de las parroquias en el territorio y dar un fuerte impulso a la formación de los laicos. Se esfuerzan, sobre todo, por ser una comunidad cercana a la gente, que acompaña a las personas y que da testimonio con gestos de misericordia.

Partiendo de sus preguntas, quisiera proponerles algunas líneas de reflexión que giran alrededor de tres palabras: evangelización, alegría y misericordia.

El primer camino que estamos llamados a recorrer es la evangelización. Los cambios de nuestra época y la crisis de la fe que experimentamos en occidente nos han impulsado a regresar a lo esencial, es decir, al Evangelio, para que a todos se anuncie nuevamente la buena noticia que Jesús trajo al mundo, haciendo resplandecer toda su belleza. La crisis —cada crisis— es un tiempo que se nos ha ofrecido para sacudirnos, para interpelarnos y para cambiar. Es una ocasión preciosa —en el lenguaje bíblico se dice kairós, ocasión especial— como sucedió a Abram, a Moisés y a los profetas. Cuando experimentamos las desolaciones, de hecho, siempre debemos preguntarnos cuál es el mensaje que el Señor nos quiere comunicar. ¿Y qué es lo que nos hace ver la crisis? Hemos pasado de un cristianismo establecido en un marco social acogedor, a un cristianismo “de minorías” o, mejor dicho, de testimonio. Y esto reclama la valentía de una conversión eclesial, para comenzar esas transformaciones pastorales que tienen que ver incluso con las costumbres, los modelos, los lenguajes de la fe, para que estén realmente al servicio de la evangelización (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27).

Y quisiera decirle a Helmut, que esta valentía se exige también a los sacerdotes. Ser sacerdotes que no se limitan a conservar o administrar un patrimonio del pasado, sino pastores, pastores enamorados de Cristo y prontos para acoger las exigencias del Evangelio —con frecuencia implícitas— mientras caminan con el santo Pueblo de Dios; y nosotros caminamos un poco adelante, un poco en medio y un poco atrás. Y cuando llevamos el Evangelio —pienso en lo que dijo Yaninka— el Señor abre nuestros corazones al encuentro con el que es distinto a nosotros. Es bueno, y más aún necesario, que entre los jóvenes haya sueños y espiritualidades diferentes. Así debe ser, porque pueden ser muchos los caminos personales y comunitarios, pero nos conducen a la misma meta, al encuentro con el Señor. En la Iglesia hay lugar para todos —todos, todos— y ninguno debe ser fotocopia de nadie. La unidad en la Iglesia no es uniformidad, se trata más bien de encontrar la armonía de las diferencias. Y también a Arnaud le diría: el proceso sinodal debe ser un retorno al Evangelio, no debe haber entre las prioridades alguna reforma que vaya “a la moda”, sino más bien cuestionarse: ¿cómo podemos hacer llegar el Evangelio a una sociedad que ya no lo escucha o que se aleja de la fe? Preguntémonos todos. 

El segundo camino a transitar es la alegría. No se trata de las alegrías asociadas a algo momentáneo, ni de consentir los modelos de evasión o de diversión consumista; sino de una alegría más grande, que acompaña y sostiene la vida inclusive en los momentos oscuros o dolorosos, y esto es un don que viene de lo alto, de Dios. Es la alegría del corazón suscitada por el Evangelio, es saber que a lo largo del camino no estamos solos y que aún en las situaciones de pobreza, de pecado, de aflicción, Dios es cercano, cuida de nosotros y no permitirá que la muerte tenga la última palabra. Dios es cercano, cercanía. Mucho antes de ser Papa, Joseph Ratzinger escribió que una regla del discernimiento es la siguiente: «donde muere el humor, ni siquiera existe el Espíritu Santo […]. Y viceversa: la alegría es signo de gracia» (El Dios de Jesucristo, Brescia 1978, 129). Esto es hermoso. Quisiera entonces decirles que su predicación, su modo de celebrar, su servicio y apostolado deben dejar traslucir la alegría del corazón, ya que esto suscita preguntas y atrae incluso a los más alejados. La alegría del corazón; no esa sonrisa falsa de circunstancias, sino la alegría del corazón. Agradezco a sor Agnese y le digo: la alegría es el camino. Cuando la fidelidad se presenta difícil, debemos mostrar —como tú lo has dicho, Agnese— que esta virtud es un “camino a la felicidad”. Y entonces, viendo hacia dónde conduce el camino, estamos más preparados para iniciarlo.  

Y el tercer itinerario es la misericordia. El Evangelio, acogido y compartido, recibido y donado, nos conduce a la alegría, porque nos hace descubrir que Dios es el Padre de la misericordia, que se conmueve por nosotros, que nos levanta de nuestras caídas, que nunca nos retira su amor. Fijemos esto en nuestro corazón: Dios jamás nos retira su amor. “Pero Padre, ¿aunque haga algo grave?”. Dios jamás retira su amor por ti. Esto, frente a la experiencia del mal, a veces pudiera parecernos “injusto”, porque nosotros sólo aplicamos la justicia terrena que dice que “quien se equivoca debe pagar por su error”. Sin embargo, la justicia de Dios es superior; el que se haya equivocado está llamado a reparar sus errores, pero para sanar su corazón necesita del amor misericordioso de Dios. No se olviden: Dios perdona todo, Dios perdona siempre, Dios nos justifica con su misericordia, es decir, nos hace justos porque nos da un corazón nuevo, una vida nueva.

Por eso diría a Mia: gracias por el gran trabajo que hacen para transformar la rabia y el dolor en ayuda, cercanía y compasión. Los abusos generan atroces sufrimientos y heridas, mermando incluso el camino de la fe. Y se necesita mucha misericordia para no permanecer con el corazón de piedra frente al sufrimiento de las víctimas, para hacerles sentir nuestra cercanía y ofrecerles toda la ayuda posible, para aprender de ellas —como lo has dicho tú— a ser una Iglesia que se hace sierva de todos sin someter a nadie. Sí, porque una raíz de la violencia está en el abuso de poder, cuando utilizamos nuestros roles para aplastar o manipular a los demás.

Y misericordia —pienso en el ministerio de Pieter— es una palabra clave para los presos. Cuando entro en una cárcel me pregunto: ¿por qué ellos sí y yo no? Jesús nos muestra que Dios no se distancia de nuestras heridas e impurezas. Él sabe que todos cometemos errores, pero que ninguno es un error. Nadie está perdido para siempre. Es justo entonces seguir los caminos de la justicia terrena y los itinerarios humanos, psicológicos y penales; pero la pena debe ser una medicina, debe llevar a la sanación. Se necesita ayudar a las personas para levantarse, a reencontrar su senda en la vida y en la sociedad. Sólo bajo una circunstancia en la vida de todos se nos permite mirar a una persona de arriba hacia abajo, para ayudarla a levantarse. Sólo así. Recordemos que todos podemos cometer errores, pero que ninguno es un error. Nadie está perdido para siempre. Misericordia, siempre, siempre misericordia.

Hermanas y hermanos, les agradezco. Y al despedirme quisiera recordarles una obra de Magritte, vuestro ilustre pintor, que se titula “El acto de fe”. Representa una puerta cerrada por dentro, pero con una abertura al centro, está abierta hacia el cielo. Es una abertura que nos invita a ir más allá, a mirar hacia delante y hacia arriba, a no encerrarnos nunca en nosotros mismos, nunca en nosotros mismos. Los dejo con esta imagen, como símbolo de una Iglesia que nunca cierra sus puertas —por favor, nunca cierra las puertas—, que a todos ofrece una apertura al infinito, que sabe mirar más allá. Esta es la Iglesia que evangeliza, que vive la alegría del Evangelio, que practica la misericordia.

Hermanas y hermanos, caminen juntos, ustedes y el Espíritu Santo, juntos, y practiquen la misericordia, para así ser Iglesia. Sin el Espíritu, no acontece nada de cristiano. Nos lo enseña la Virgen María, nuestra Madre. Que ella los guíe y los cuide. Bendigo a todos de corazón. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

Francisco


Fotos: Vatican Media, 28-9-2024

sábado, 7 de septiembre de 2024

Papa Francisco a consagrados y catequistas, en Papúa Nueva Guinea, 7-9-2024: «No estamos solos, es el Señor quien actúa en nuestra vocación, que es ser instrumentos de su gracia»


* «Sabéis que las tres actitudes más bellas son la cercanía, la compasión y la ternura. Si una mujer o un hombre consagrado, un sacerdote, un obispo, los diáconos no son cercanos, no son compasivos y no son tiernos, no tienen el Espíritu de Jesús. No lo olvidéis: cercanía, compasión, ternura… El tesoro más hermoso a los ojos del Padre somos nosotros, acurrucados en torno a Jesús, bajo el manto de María, unidos espiritualmente a todos los hermanos que el Señor nos ha confiado y que no pueden estar aquí, encendidos por el deseo de que el mundo entero conozca el Evangelio y comparta con nosotros su fuerza y su luz»

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la alocución del Papa 

* «Lo dice San Pablo cuando nos recuerda que el crecimiento de lo que sembramos no es obra nuestra, sino del Señor (cf. 1 Co 3, 7), y lo enseña la Madre Iglesia cuando subraya que, incluso con nuestro esfuerzo, es Dios “quien hace venir su reino a la tierra” (Concilio Ecuménico Vaticano II, Decr. Ad gentes, 42). Por tanto, sigamos evangelizando, con paciencia, sin dejarnos desanimar por las dificultades y las incomprensiones, incluso cuando éstas surgen donde menos desearíamos encontrarlas: en la familia, por ejemplo» 

7 de septiembre de 2024.- (Camino Católico)  El Papa Francisco, en su discurso a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas, en el Santuario María Auxiliadora, en Port Moresby, Papúa Nueva Guinea, les ha dicho que sigan el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. "Si un consagrado, un sacerdote, un obispo, un siervo, un diácono no son cercanos, no son compasivos y no son tiernos, no tienen el Espíritu de Jesús…. Seguimos adelante, sin miedo -no sé si siempre-, sabiendo que no estamos solos, que es el Señor quien actúa, en nosotros y con nosotros haciéndonos instrumentos de su gracia. Esta es nuestra vocación: ser instrumentos”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la alocución del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Encuentro con los obispos de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminaristas y catequistas

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Santuario de María Auxiliadora (Port Moresby)

Sábado, 7 de septiembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Os saludo con afecto a todos: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas. Agradezco al Presidente de la Conferencia Episcopal sus palabras, así como a Santiago, a Gracia, a sor Lorena y al padre Emmanuel sus testimonios.

Estoy feliz de estar aquí, en esta hermosa iglesia salesiana: los salesianos saben hacer bien las cosas. Enhorabuena. Este es un santuario diocesano dedicado a María Auxiliadora: María Auxiliadora -yo fui bautizado en la parroquia de María Auxiliadora de Buenos Aires-, título tan querido por San Juan Bosco; María Auxiliadora, como cariñosamente la invocáis aquí. Cuando, en 1844, la Virgen inspiró a Don Bosco la construcción de una iglesia en su honor en Turín, le hizo esta promesa: “Aquí está mi casa, desde aquí mi gloria”.

María le prometió que, si tenía el valor de empezar a construir aquel santuario, le llegarían grandes gracias. Y así sucedió: se construyó la iglesia, que es maravillosa -¡pero la de Buenos Aires es más hermosa! - y se ha convertido en un centro de irradiación del Evangelio, de formación de los jóvenes y de caridad, se ha convertido en un punto de referencia para tantas personas.

Así que el hermoso santuario en el que nos encontramos, que se inspira en esa historia, también puede ser un símbolo para nosotros, sobre todo en referencia a tres aspectos de nuestro camino cristiano y misionero, como han subrayado los testimonios que hemos escuchado: el coraje de comenzar, la belleza de existir y la esperanza de crecer.

Primero: el valor de empezar. Los constructores de esta iglesia comenzaron haciendo un gran acto de fe, que dio sus frutos, y que sólo fue posible gracias a otros muchos comienzos valientes, de quienes les precedieron. Los misioneros llegaron a este país a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles, de hecho algunos intentos fracasaron. Pero no se rindieron: con gran fe y celo apostólico siguieron predicando el Evangelio y sirviendo a sus hermanos y hermanas, recomenzando muchas veces donde habían fracasado, con muchos sacrificios.


Nos lo recuerdan estas vidrieras -que ahora no se pueden ver porque es de noche- a través de las cuales la luz del sol nos sonríe en los rostros de los Santos y Beatos: mujeres y hombres de todas las procedencias, vinculados a la historia de vuestra comunidad: Pedro Chanel, protomártir de Oceanía, Juan Mazzucconi y Pedro To Rot, mártires de Nueva Guinea, y después Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, María McKillop, María Goretti, Laura Vicuña, Zeffirino Namuncurà, Francisco de Sales, Juan Bosco, María Dominica Mazzarello.

Todos hermanos y hermanas que, de modos diversos y en tiempos diferentes, comenzando y recomenzando tantas veces obras y caminos, han contribuido a llevar el Evangelio entre vosotros, con una riqueza multicolor de carismas, animados por el mismo Espíritu y la misma caridad de Cristo (cf. 1 Co 12, 4-7; 2 Co 5, 14). Es gracias a ellos, a sus “partidas” y “partidas de nuevo” - los misioneros son mujeres y hombres de “salida”, y si vuelven, de “salida de nuevo”: ésta es la vida del misionero, salir y salir-, es gracias a ellos que estamos aquí y que hoy, a pesar de los desafíos que no faltan, seguimos adelante, sin miedo -no sé si siempre-, sabiendo que no estamos solos, que es el Señor quien actúa, en nosotros y con nosotros (cf. Ga 2,20), haciéndonos, como a ellos, instrumentos de su gracia (cf. 1 Pe 4,10). Esta es nuestra vocación: ser instrumentos.

Y en este sentido, también a la luz de lo que hemos escuchado, quisiera recomendaros un camino importante hacia el que dirigir vuestras “salidas”: el de las periferias de este país. Pienso en las personas que pertenecen a los segmentos más pobres de las poblaciones urbanas, así como en las que viven en las zonas más remotas y abandonadas, donde a veces faltan las cosas necesarias. Y pienso también en los marginados y heridos, moral y físicamente, por los prejuicios y las supersticiones, a veces hasta el punto de arriesgar la vida, como nos recordaban Santiago y sor Lorena.

A estos hermanos y hermanas, la Iglesia quiere estarles particularmente cercana, porque en ellos Jesús está presente de un modo especial (cf. Mt 25, 31-40), y donde está Él, nuestra cabeza, allí estamos también nosotros, sus miembros, pertenecientes a un mismo cuerpo, “bien unidos y bien relacionados por la ayuda que nos prestan todas las coyunturas” (Ef 4, 16). Y, por favor, no lo olvidéis: ¡cercanía, cercanía! Ya sabéis que las tres actitudes más bellas son la cercanía, la compasión y la ternura. Si una mujer o un hombre consagrado, un sacerdote, un obispo, los diáconos no son cercanos, no son compasivos y no son tiernos, no tienen el Espíritu de Jesús. No lo olvidéis: cercanía, compasión, ternura.

Y esto nos lleva al segundo aspecto: la belleza de existir. Podemos verla simbolizada en las conchas kina, con las que está adornado el presbiterio de esta iglesia, y que son signo de prosperidad. Nos recuerdan que aquí el tesoro más hermoso a los ojos del Padre somos nosotros, acurrucados en torno a Jesús, bajo el manto de María, unidos espiritualmente a todos los hermanos que el Señor nos ha confiado y que no pueden estar aquí, encendidos por el deseo de que el mundo entero conozca el Evangelio y comparta con nosotros su fuerza y su luz.


James preguntó cómo transmitir el entusiasmo de la misión a los jóvenes. No creo que haya “técnicas” para ello. Sin embargo, una forma probada es cultivar y compartir con ellos nuestra alegría de ser Iglesia (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo de 2007), un hogar acogedor hecho de piedras vivas, elegidas y preciosas, colocadas por el Señor unas junto a otras y cimentadas por su amor (cf. 1 Pe 2, 4-5). Así, como nos recordó Grace, recordando la experiencia del Sínodo, estimándonos y respetándonos unos a otros y poniéndonos al servicio de los demás, podemos mostrarles a ellos y a cualquiera que se encuentre con nosotros lo hermoso que es seguir juntos a Jesús y anunciar su Evangelio.

La belleza de estar ahí, pues, no se experimenta tanto en los grandes acontecimientos y en los momentos de éxito, sino más bien en la fidelidad y el amor con los que nos esforzamos por crecer juntos cada día.

Y así llegamos al tercer y último aspecto: la esperanza de crecer. En esta Iglesia existe una interesante “catequesis en imágenes” del paso del Mar Rojo, con las figuras de Abraham, Isaac y Moisés: los Patriarcas fecundados por la fe, que por creer recibieron como don una descendencia numerosa (cf. Gn 15,5; 26,3-5; Ex 32,7-14). Y éste es un signo importante, porque nos anima también a nosotros, hoy, a tener confianza en la fecundidad de nuestro apostolado, continuando a sembrar pequeñas semillas de bien en los surcos del mundo.

Parecen minúsculas, como un grano de mostaza, pero si confiamos y no dejamos de esparcirlas, por la gracia de Dios brotarán, darán una cosecha abundante (cf. Mt 13, 3-9) y producirán árboles capaces de acoger a las aves del cielo (cf. Mc 4, 30-32). Lo dice San Pablo cuando nos recuerda que el crecimiento de lo que sembramos no es obra nuestra, sino del Señor (cf. 1 Co 3, 7), y lo enseña la Madre Iglesia cuando subraya que, incluso con nuestro esfuerzo, es Dios “quien hace venir su reino a la tierra” (Concilio Ecuménico Vaticano II, Decr. Ad gentes, 42).

Por tanto, sigamos evangelizando, con paciencia, sin dejarnos desanimar por las dificultades y las incomprensiones, incluso cuando éstas surgen donde menos desearíamos encontrarlas: en la familia, por ejemplo, como hemos oído.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias juntos al Señor por cómo arraiga y se difunde el Evangelio en Papúa Nueva Guinea y en las Islas Salomón. Continuad así vuestra misión, como testigos del valor, la belleza y la esperanza. Y no olvidéis el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. ¡Seguid siempre adelante con este estilo del Señor! Os doy las gracias por lo que hacéis, os bendigo a todos de corazón y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí, porque lo necesito, ¡gracias!

Francisco


Fotos: Vatican Media, 7-9-2024

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Papa Francisco a consagrados y catequistas en Indonesia, 4-9-2024: «Anunciar el Evangelio no significa imponer la fe a la de los demás, sino dar y compartir la alegría del encuentro con Cristo»


* «Los invito a mantenerse siempre así: abiertos y amigos de todos —’tomados de la mano’-, profetas de comunión en un mundo donde, sin embargo, parecería que crece cada vez más la tendencia a dividirse, imponerse y provocarse mutuamente. Y sobre este punto, quiero decirles algo: ¿saben quién es el ser más divisor del mundo? El gran divisor, el que siempre divide, pero es Jesús quien une. El diablo es el que divide, así que ¡cuidado!»

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la alocución del Papa 

* «La compasión no consiste en dar limosna a hermanos y hermanas necesitados mirándolos de arriba hacia abajo, desde la ‘torre’ de las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, en hacernos cercanos unos a otros, despojándonos de todo lo que puede impedir inclinarnos para entrar realmente en contacto con quien está caído, y así levantarlo y .. y devolverle la esperanza. Y no sólo eso, significa además abrazar sus sueños y sus deseos de redención y de justicia, ocuparnos de ellos, ser sus promotores y cooperadores, involucrando también a los demás, extendiendo la “red” y las fronteras en un gran dinamismo comunicativo de caridad. Esto no significa ser comunista, sino que significa caridad, significa amor»


4 de septiembre de 2024.- (Camino Católico)  El Papa Francisco en su encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y catequistas en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción en Yakarta, Indonesia, ha reflexionó sobre el lema del viaje a ese país: Fe, Fraternidad y Compasión. “Anunciar el Evangelio no significa imponer o contraponer la propia fe a la de los demás, sino dar y compartir la alegría del encuentro con Cristo, siempre con gran respeto y afecto fraterno por cada persona” ha dicho el Pontífice.

La compasión, señala Francisco, está muy vinculada con la fraternidad. La compasión, no es solamente dar limosna a hermanos y hermanas necesitados "mirándolos de arriba hacia abajo, desde la “torre” de las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, en hacernos cercanos unos a otros, despojándonos de todo lo que puede impedir inclinarnos para entrar realmente en contacto con quien está caído, y así levantarlo y devolverle la esperanza.  

El Papa Francisco, antes de iniciar su alocución, ha improvisado para cerrar la intervención de una de las personas que han hablado ante él y asegura que “la Iglesia la llevan adelante los catequistas, son aquellos que avanzan. Luego, están las hermanas, después del catequista. Después los sacerdotes y obispos. Pero los catequistas son la fuerza de la Iglesia”. Asimismo, como en ocasiones pasadas, el Papa Francisco aseguró que “la fe se transmite en casa, en dialecto y las catequistas y la madres y abuelas llevan adelante esta fe”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la alocución del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:



Viaje apostólico a Indonesia

Encuentro con obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminaristas y catequistas en la catedral de Nuestra Señora de la Asunción (Yakarta)

DISCURSO DEL SANTO PADRE

4 de septiembre de 2024

El Santo Padre toma la palabra tras escuchar algunos testimonios. Y pide a la catequista que acaba de terminar que permanezca un momento a su lado:

Contigo aquí frente a mí, me gustaría decirte algo.

La Iglesia -hay que pensarlo así- la Iglesia la llevan adelante los catequistas, son aquellos que avanzan. Luego, están las hermanas religiosas, después del catequista. Después los sacerdotes y obispos. Pero los catequistas son la fuerza de la Iglesia.

Una vez, en uno de sus viajes a África, un presidente de la República me dijo que había sido bautizado por su padre catequista. La fe se transmite en casa. La fe se transmite en dialecto. Y los catequistas, junto con las madres y las abuelas, llevan adelante esta fe. Doy muchas gracias a todos los catequistas: ¡son buenos, son muy buenos! ¡Gracias!


Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.

Aquí hay cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas, laicos y niños, pero todos somos hermanos y hermanas. Los títulos del Papa, el cardenal y el obispo no son tan importantes, todos somos hermanos y hermanas. Cada uno tiene su propia tarea para hacer crecer al pueblo de Dios.

Saludo al cardenal, a los obispos, a los sacerdotes y diáconos, a las consagradas y consagrados, a los seminaristas y a los catequistas presentes. Agradezco al Presidente de la Conferencia Episcopal sus palabras, así como también a los hermanos y hermanas que han compartido sus testimonios con nosotros.

Como ya se ha mencionado, el lema elegido para esta Visita apostólica es “Fe, fraternidad, compasión”. Pienso que son tres virtudes que expresan bien tanto vuestro camino de Iglesia como vuestro carácter en cuanto pueblo, étnica y culturalmente bien diversificado, pero al mismo tiempo caracterizado por una innata tendencia hacia la unidad y la convivencia pacífica, como testimonian los principios tradicionales de la Pancasila. Por eso, quisiera reflexionar con ustedes sobre estas tres palabras.

La primera es fe. Indonesia es un país grande, con abundantes recursos naturales, sobre todo en flora, fauna, recursos energéticos y materia prima, entre otros. Si se considera superficialmente, una gran riqueza como esta podría convertirse en motivo de orgullo o arrogancia, pero, si la vemos con una mente y un corazón abiertos, esta riqueza puede en cambio recordarnos a Dios, su presencia en el cosmos y en nuestra vida, como nos enseña la Sagrada Escritura (cf. Gn 1; Si 42,15-43,33). Es el Señor, en efecto, quien nos da todo esto. No hay un centímetro del maravilloso territorio indonesio, ni un instante de la vida de cada uno de sus millones de habitantes que no sea don suyo, signo de su amor gratuito y providente de Padre. Y mirar todo esto con humildes ojos de hijos nos ayuda a creer, a reconocernos pequeños y amados (cf. Sal 8), y a cultivar sentimientos de gratitud y responsabilidad.

Agnes nos ha hablado de esto, a propósito de nuestra relación con la creación y con los hermanos, especialmente los más necesitados, a vivir con un estilo personal y comunitario caracterizado por el respeto, el civismo y la humanidad; con sobriedad y caridad franciscana.


Después de la fe, la segunda palabra del lema es fraternidad. Una poetisa del siglo pasado usó una expresión muy hermosa para describir esta actitud; escribió que ser hermanos quiere decir amarse reconociéndose «diferentes cual dos gotas de agua». Y es justo así. No hay dos gotas de agua iguales, ni hay dos hermanos, ni siquiera gemelos, completamente idénticos. Vivir la fraternidad, entonces, significa acogerse mutuamente reconociéndose iguales en la diversidad.

También esto es un valor estimado en la tradición de la Iglesia indonesia, y se manifiesta en la apertura con la que esta se relaciona con las diferentes realidades que la componen y la rodean, tanto en el ámbito cultural, étnico, social y religioso, como valorando el aporte de todos y ofreciendo generosamente el suyo en cada contexto. Este aspecto es importante, porque anunciar el Evangelio no significa imponer o contraponer la propia fe a la de los demás, sino dar y compartir la alegría del encuentro con Cristo (cf. 1 P 3,15-17), siempre con gran respeto y afecto fraterno por cada persona. Y en esto los invito a mantenerse siempre así: abiertos y amigos de todos —“tomados de la mano”, como dijo don Maxi— profetas de comunión en un mundo donde, sin embargo, parecería que crece cada vez más la tendencia a dividirse, imponerse y provocarse mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).

Y sobre este punto, quiero decirles algo: ¿saben quién es el ser más divisor del mundo? El gran divisor, el que siempre divide, pero es Jesús quien une. El diablo es el que divide, así que ¡cuidado!

Es importante que intentemos llegar a todos, como nos recordó sor Rina, con el deseo de poder traducir en Bahasa Indonesia, no sólo los textos de la Palabra de Dios, sino también las enseñanzas de la Iglesia, para que lleguen al mayor número de personas posible. Y lo señaló también Nicholas, describiendo la misión del catequista con la imagen de un “puente” que une. Esto me llamó la atención, y me hizo pensar en el maravilloso espectáculo que sería, en el gran archipiélago indonesio, la presencia de miles de “puentes del corazón” que unen a todas las islas, y aún más, en millones de esos “puentes” que unen a todas las personas que las habitan. Hay otra hermosa imagen de la fraternidad: un bordado inmenso de hilos de amor que atraviesan el mar, superan las barreras y abrazan todo tipo de diversidad, haciendo de todos «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). ¡Es el lenguaje del corazón, no lo olviden!

Y llegamos a la tercera palabra: compasión, que está muy vinculada con la fraternidad. Como sabemos, en efecto, la compasión no consiste en dar limosna a hermanos y hermanas necesitados mirándolos de arriba hacia abajo, desde la “torre” de las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, en hacernos cercanos unos a otros, despojándonos de todo lo que puede impedir inclinarnos para entrar realmente en contacto con quien está caído, y así levantarlo y .. y devolverle la esperanza (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 70). Y no sólo eso, significa además abrazar sus sueños y sus deseos de redención y de justicia, ocuparnos de ellos, ser sus promotores y cooperadores, involucrando también a los demás, extendiendo la “red” y las fronteras en un gran dinamismo comunicativo de caridad (cf. ibíd., 203). Esto no significa ser comunista, sino que significa caridad, significa amor.

Hay quienes le temen a la compasión, porque la consideran una debilidad. En cambio, exaltan, como si fuera una virtud, la astucia de los que sirven a sus propios intereses, manteniéndose distantes de los demás, sin dejarse “tocar” por nada ni por nadie, creyendo que así son más lúcidos y libres para lograr sus objetivos.


Recuerdo con tristeza a una persona muy rica de Buenos Aires, que siempre tenía el hábito de acumular, y acumular, cada vez más dinero. Murió dejando una gran herencia. La gente bromeaba diciendo: "Pobre hombre, ¡no le pudieron cerrar el ataúd!". Quería llevarse todo, pero no se llevó nada. Puede hacernos reír, pero no olviden que ¡el diablo entra por los bolsillos, siempre! Aferrarse a las riquezas como seguridad es una manera incorrecta de ver la realidad. Lo que mueve al mundo no son los cálculos del interés propio, que generalmente terminan destruyendo la creación y dividiendo a las comunidades, sino la caridad ofrecida a los demás. Esto es lo que nos hace avanzar: la caridad que se da a sí misma. La compasión no nubla la verdadera visión de la vida. Al contrario, nos hace ver mejor las cosas, a la luz del amor, y verlas con más claridad con los ojos del corazón. Me gustaría repetirlo: por favor, ¡cuidado, y no olviden que el diablo entra por los bolsillos!

A este respecto, me parece que el portal de esta catedral, en su arquitectura, resume muy bien lo que hemos dicho, en clave mariana. Este, en efecto, está sostenido, en el centro del arco ojival, por una columna sobre la que está colocada una estatua de la Virgen María. Nos muestra así a la Madre de Dios ante todo como modelo de fe, mientras simbólicamente sostiene, con su pequeño “sí” (cf. Lc 1,38), todo el edificio de la Iglesia. Su cuerpo frágil, apoyado en la columna, en la roca que es Cristo, parece llevar con Él sobre sí el peso de toda la construcción, como diciendo que esta obra, fruto del trabajo y del ingenio del hombre, no puede sostenerse sola. María aparece luego como imagen de fraternidad, en el gesto de acoger, en medio del pórtico principal, a todos los que quieren entrar. Y, por último, María es también icono de compasión, en su velar y proteger al pueblo de Dios que, con las alegrías y los dolores, las fatigas y las esperanzas, se congrega en la casa del Padre.

Queridos hermanos y hermanas, me gustaría concluir esta reflexión retomando lo que san Juan Pablo II manifestó al visitar este lugar hace algunas décadas, dirigiéndose precisamente a los sacerdotes y religiosos. Citaba el versículo del salmo: «Laetentur insulae multae» – «Regocíjense las islas incontables» (Sal 96,1) e invitaba a sus oyentes a hacerlo «testimoniando la alegría de la Resurrección y dando la [...] vida, de modo que también las islas más lejanas puedan “regocijarse” escuchando el Evangelio, del que vosotros sois predicadores, maestros y testigos» (Encuentro con los obispos, el clero y los religiosos de Indonesia, Yakarta, 10 de octubre de 1989).

Yo también renuevo esta exhortación, y los animo a seguir su misión fortalecidos en la fe, abiertos a todos en la fraternidad y cercanos a cada uno en la compasión. Fuertes en la fe, abiertos para acoger a todos. ¡Qué hermosa es aquella parábola del Evangelio en la que los invitados a la boda no querían acudir! ¿Qué hizo el Señor? ¿Se amargó? No, envió a sus servidores y les dijo que fueran a los cruces de los caminos para invitar a todos. Con ese mismo estilo tan hermoso, sigan adelante con fraternidad, con compasión y con unidad. Pienso en las muchas islas de aquí, tantas islas, y el Señor les dice a ustedes, buenas personas, “a todos, a todos”. De hecho, el Señor dice “¡buenos y malos!”, ¡a todos!

Renuevo esta exhortación y los animo a continuar su misión: fuertes en la fe, abiertos a todos en la fraternidad y cercanos a los demás en la compasión. Fe, fraternidad y compasión. Les dejo estas tres palabras, y ustedes podrán reflexionar más tarde sobre ellas. Fe, fraternidad y compasión. Los bendigo y les agradezco por tantas cosas buenas que hacen cada día en todas estas hermosas islas. Rezaré por ustedes y les pido, por favor, que recen por mí. Tengan cuidado con una cosa: ¡recen por, no en contra! ¡Gracias!

Francisco

Fotos: Vatican Media, 4-9-2024