* «Sentí cada vez más el deseo y la necesidad de rezar. Un año después del 13 de noviembre, Erick me dijo: ‘Sería mejor que te dirigieras a Dios en lugar de acudir a los psiquiatras’. Un día entré en la habitación de Anna y Dios me atrajo hacia su Biblia, que había recibido en su primera comunión. Poco a poco la fui leyendo. En otra ocasión estaba sentaba en el borde de la cama, rezando. Sin querer hablar de una visión, Dios estaba allí, frente a mí, nuestras hijas a su lado y María lejos, en un camino. Cada noche se acercaba más y más, y una noche se llevó a las chicas con ella. Desde entonces, estoy en paz. Conozco a mis hijas: sin María, habrían vagado por todas partes. Ahora sé que cuando llegue al cielo, estarán con María para darme la bienvenida. Ya no temen nada, estoy tranquila. No tendré suficiente tiempo en mi vida para agradecerle a Dios que esté con nosotros… Desde hace unos cuatro años tenemos una vida de oración constante. Por la mañana, rezamos juntos, empezando por la Palabra y la oración diaria. Desayunamos y luego leo el Magnificat. A continuación rezamos por separado durante unos cuarenta y cinco minutos, Erick en la mesa o en el porche, yo en un rincón de oración que hemos creado en nuestra habitación. Por la noche, antes de la cena, vuelvo a rezar y después «escribo» a las niñas y leo la Biblia. Nos consuela estar juntos, nuestra fe y saber que un día nos reuniremos con ellas. Esa es nuestra única esperanza»