* «No comparto la opinión de aquellos que dicen que el mal que nos abruma es una prueba enviada por Dios. Dios no nos pone a prueba. Es nuestra propia impotencia, indignidad y miseria lo que nos castiga. Frente al amor, nos damos cuenta de cómo hemos tomado un mal camino, de cuántos errores hemos cometido. Cuando uno cree en Dios – y yo creo – tengo la íntima convicción de que se nos pide que logremos algo. Además, si estamos un poco interesados en las Escrituras, solo hay un mandamiento que Cristo nos dejó, una palabra: haz el bien al más pequeño de los míos. “Siempre que lo hagas a uno de estos más pequeños de mis hermanos, me lo haces a mí” (Mateo 25:40). Los más debilitados, los más disminuidos, los más vulnerables son a menudo el discapacitado, el portador de la diferencia, de la particularidad. Creo que es a él a quien debes acudir si crees en Dios. El más pequeño tiene rostro del otro, del diferente, del extranjero, del migrante, del que está sufriendo, del que es escudriñado, juzgado, que no tiene hogar, que es condenado al ostracismo. A través de la discapacidad, puedes experimentar todo esto al mismo tiempo»