El Santo Padre ha recordado que el Señor nos pide también – junto con el ejercicio de la caridad – reflexionar sobre las injusticias que generan exclusión, en particular, “sobre los privilegios de unos pocos, que perjudican a muchos otros cuando perduran”: “El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos…. Quienes padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los pobres, los más vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les deja sólo las “migajas” del banquete”.
Por ese motivo, el Santo Padre ha insistido en que como cristianos “no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación de quienes no pertenecen a ‘nuestro’ grupo”.
Por otra parte Francisco ha subrayado que “amar al prójimo como a uno mismo significa también comprometerse seriamente en la construcción de un mundo más justo”. Significa “sentir compasión por el sufrimiento de los hermanos y las hermanas”, significa “acercarse, tocar sus llagas, compartir sus historias”. Y significa, además, “hacerse prójimo de todos los viandantes apaleados y abandonados en los caminos del mundo, para aliviar sus heridas y llevarlos al lugar de acogida más cercano, donde se les pueda atender en sus necesidades”.
Amar al prójimo como a uno mismo es un “santo mandamiento” que Dios dio a su pueblo, ha añadido el Santo Padre. Y es un mandamiento que el Padre “selló con la sangre de su Hijo Jesús, para que sea fuente de bendición para toda la humanidad”. Pues la “familia humana”, “todos hermanos, hijos del único Padre”, es el plan original del Padre revelado en Jesucristo.