martes, 1 de octubre de 2019
Eres cuerpo y espíritu. El primero efímero, el segundo eterno ¿Por cuál te preocuparás entonces? / Por P. Carlos García Malo
domingo, 2 de junio de 2019
El mismo Cristo es partido y repartido como alimento que sacia la sed de eternidad / Por P. Carlos García Malo
jueves, 1 de mayo de 2008
En busca del cuerpo perfecto: 40.000 chicas españolas se someten cada año a cirugía estética / Autor: Víctor Ruiz
Los mensajes publicitarios y el modelo de ‘perfección’ física que fomentan los medios de comunicación hacen estragos en muchas ocasiones entre los más jóvenes. Sin tetas no hay paraíso, el título de una novela del colombiano Gustavo Bolívar y de una serie televisiva en España y en otros muchos países, resume a la perfección la convicción de muchas adolescentes.
Alrededor de 40.000 menores españolas se someten cada año a la cirugía estética en busca del cuerpo perfecto al que alude la serie de televisión. De hecho, España es el país europeo más enganchado al bisturí ‘estético’ y el aumento de pecho es la intervención más solicitada.
El doctor Antonio Porcuna, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE), considera que esa cantidad de operaciones es una “barbaridad”.
De la misma opinión es el doctor Víctor García Giménez, presidente de la Sociedad Española de Medicina y Cirugía Cosmética (SEMCC), quien declara que “dar cifras es complicado, porque hablamos de medicina privada, pero pocas operaciones no son”.
Al mismo tiempo, otros profesionales del sector creen que la cifra es “próxima a la realidad”, como la doctora María Jesús Barba.
“Está de moda la mujer con pecho”
Barba hace referencia a la creciente moda del aumento de pecho y dice, en referencia a las tallas, que “ahora se lleva la 95 o la 100. Está de moda la mujer con pecho. De ahí que los implantes de mama sea la cirugía más demandada por mujeres de todas las edades: menores, jóvenes y adultas”. “Muchas, incluso, se operan para aumentar una sola talla”, insiste.
Cada año, según cálculos del sector, unas 25.000 mujeres españolas pagan una media de 6.000 euros por ver cumplido el deseo de aumentar el tamaño de sus pechos.
Por la consulta de la doctora Barba pasan cientos de chicas. “A partir de los 18, muchas”, empeñadas en ajustar su físico a unos cánones de belleza impuestos por la publicidad, la moda, el cine o los medios de comunicación, recalca esta profesional. “No hay otra razón”, insiste.
En cualquier caso, el número de menores que pasan por el quirófano supondría el diez por ciento del total de operaciones de estética realizadas en España, que es líder en Europa y el cuarto país del mundo en este tipo de operaciones, por detrás de Estados Unidos, Brasil y Argentina.
Obsesión por el cuerpo ‘10’
“Desde los años ochenta del siglo pasado, los medios han fijado su atención en unos personajes cuyo único valor es tener un cuerpo perfecto, algo tan irreal como infrecuente. Y eso ha calado especialmente entre los más jóvenes”, afirma la psicóloga Rosa Calvo.
La presión social, del grupo y de la moda estarían, pues, en el origen de esa obsesión de los adolescentes por lucir un cuerpo 10, por imitar la nariz o los labios de su actriz preferida, o por lucir el mismo escote que la cantante de moda.
“El problema es que el desarrollo corporal no se ha completado a esas edades ni existe estabilidad emocional”, dos características inherentes a la adolescencia, apunta el doctor Porcuna.
“A 15, 16, 17 años, incluso antes, no debe operarse una nariz o las mamas si no es por un problema fisiológico importante. El organismo está todavía en pleno desarrollo y podría tener consecuencias graves en el futuro. Nunca, jamás a esas edades, debe entrar una chica en un quirófano por capricho”, advierte el presidente de SECPRE.
Porcuna apela a la responsabilidad, a la ética, de sus compañeros de profesión: “Nuestro código deontológico nos obliga a no hacer daño”, recuerda.
Asimismo, denuncia el intrusismo, unido a la falta de escrúpulos, de algunos que sólo piensan en “hacer caja”, y la ausencia de una normativa legal que regule las operaciones en adolescentes.
“Responsabilidad de los padres”
También hace mención a la responsabilidad de los padres, que son quienes pagan el “capricho” de sus hijas. “Deben entender que una cirugía siempre conlleva riesgos. Que no puede ser un regalo de Navidad o cumpleaños, o por un aprobado. No es lo mismo que regalar un coche o una moto”, añade el doctor Porcuna.
Esta nueva “adicción” de los jóvenes por la cirugía estética “debe preocuparnos”, agrega el doctor Víctor García Giménez, presidente de la Sociedad Española de Medicina y Cirugía Cosmética, y recuerda que todo médico, antes de operar, debe evaluar la madurez física y mental del paciente.
“La inmensa mayoría -continúa el presidente de la SEMCC- sabemos lo que sí y lo que no se puede hacer” cuando llega un joven a la consulta. “Es un tema de ética, de deontología, de ciencia”, insiste.
En su intento por hallar una explicación a tan preocupante banalización de la cirugía estética entre los más jóvenes, la psicóloga Rosa Calvo habla de su obsesión por tener un cuerpo perfecto unido al deseo de exagerar su identidad sexual.
“Cuando se miran al espejo, las adolescentes quieren ver reflejada una imagen exagerada de su condición de mujer. De ahí que sueñen con tener unos pechos más grandes”, asegura.
En una etapa de la vida tan vulnerable como es la adolescencia, “y de tantas inseguridades”, los chicos y chicas, explica la psicóloga, buscan la admiración de los demás y la identidad en lo corporal. “La inseguridad se focaliza sobre todo en la imagen”, comenta.
Rosa Calvo se refiere además a la ausencia de límites en la que son educados los jóvenes de hoy. “Desconocen, porque no se lo enseñamos, que no es positivo que se cumplan todos los deseos, ni los propios ni los ajenos, que las frustraciones ayudan a madurar, o que el valor de un ser humano no está en su cuerpo. Mucho menos en unos implantes de mama. Estamos obligados a enseñarles que no somos un trozo de carne”, concluye la psicóloga.
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jueves, 10 de enero de 2008
¿Pudor o tabú? / Autor: Alfonso López Quintás
No pocas personas estiman que la exhibición corpórea debe ser permitida porque la contraponen al tabú, no al pudor, con los valores positivos que éste encierra para la personalidad humana. El término “tabú” apenas indica nada preciso: se limita a sugerir un ámbito de realidades o acciones prohibidas, intocables. Su misma oscuridad le confiere poder estratégico, porque el vocablo “prohibición” se opone a “permiso”, “apertura”, “libertad”, vocablos que están cargados de prestigio en la sociedad actual. Esta contraposición deja al término “tabú” –y al término “pudor”, en cuanto rehuye el exhibicionismo- en una situación desairada.
Conviene, por ello, esforzarse en dar a cada término su sentido preciso. El pudor tiene un valor funcional, relativo al sentido que otorgamos a nuestra vida al relacionarnos con otras personas. No trata sólo ni principalmente de ocultar algunas partes del cuerpo, sino de darles el trato respetuoso que merecen. El pudor vela las partes del cuerpo que denominamos “íntimas” por estar en relación directa con actos personales que no tienen sentido en la esfera pública, sino sólo en la esfera privada de la relación dual a la que está confiada la creación de nuevas vidas.
No faltan actualmente quienes parecen sentir complacencia en quebrantar las normas del pudor, a las que tachan de ñoñas y obsoletas. “El cuerpo no es malo –proclaman como algo obvio-; todas sus partes tienen el mismo valor y deben contemplarse con normalidad”.
En el nivel biológico, esta afirmación es cierta. Cada parte del cuerpo realiza la función que le compete y está, por ello, plenamente justificada. De ahí que en las consultas médicas se muestre el cuerpo con toda espontaneidad, sin necesidad de sonrojarse, pues la desnudez presenta aquí un sentido ético positivo por ser necesaria para la curación de la persona.
En el nivel lúdico o creativo, el cuerpo es “la palabra del espíritu”, el lugar viviente de la realización del hombre como persona. No es un útil a su servicio, ni un instrumento de instrumentos. Te doy la mano para saludarte y en ella vibra toda mi persona. Cuando dos personas se abrazan, no estamos sólo ante dos cuerpos que se entrelazan, sino, al mismo tiempo y en un nivel superior, ante dos personas que crean un campo de afecto mutuo. Esta simultaneidad es posible porque los cuerpos no son únicamente algo material; son ámbitos, fuentes de posibilidades, realidades expresivas vivificadas por ese hálito de vida enigmático que llamamos alma. No hay en el mundo ni un solo objeto o instrumento que tenga semejante poder de hacer presente a una persona. Pensemos en la expresividad de un gesto, una sonrisa, una palabra amable..., y veremos que el cuerpo humano supera inmensamente todos los objetos, los útiles, los instrumentos, los materiales de un tipo u otro.
Si nos hacemos cargo del poder que tiene el cuerpo humano de remitir a realidades superiores que en él se hacen de algún modo presentes y en él actúan, advertiremos que, al unirse sexualmente dos personas, no realizan un mero ayuntamiento corpóreo; crean una relación personal que debe estar cargada de sentido. En toda relación amorosa, el cuerpo juega un papel expresivo singular. No es una especie de trampolín para pasar hacia algo que está más allá de él, como cuando oímos o comunicamos una noticia. En este caso, lo importante es tomar nota de lo que se comunica. Apenas importa quién lo hace y de qué forma. En la relación amorosa, en cambio, el cuerpo se hace valer, es vehículo indispensable de la presencia de quienes manifiestan su afecto.
El cuerpo participa activamente en las relaciones amorosas íntimas. Intimidad significa aquí que tú y yo estamos fundando una relación de encuentro en la cual tú no estás fuera de mí ni frente a mí. Los dos estamos en un mismo campo de interacción y enriquecimiento mutuo, y actuamos con espontaneidad, sinceridad, apertura de espíritu, confianza, fidelidad y cordialidad. Ese campo de juego común es para nosotros algo singular, irrepetible, incanjeable, único en el mundo. Por eso no puede ser comprendido de veras sino por quienes lo están creando en cada momento, pues el encuentro es fuente de luz, y, al encontrarnos, vamos descubriendo lo que somos, los ideales que impulsan nuestras vidas, los sentimientos que suscita nuestro trato, el sentido que va cobrando nuestra existencia.
Lo que significa nuestra vida en la intimidad sólo nos es accesible a nosotros, no a quienes se encuentran fuera de ella. Consiguientemente, exhibir lo que sucede en ese recinto privado no tiene el menor sentido, es insensato. Puede tener un significado, en cuanto significa un incentivo erótico para quienes lo contemplan; pero no tiene sentido reducir una parcela de la vida privada de unas personas a mero incentivo para enardecer los instintos. Una realidad digna de respeto en sí misma es tomada como mero medio para unos fines y, por ello, degradada.
Figurémonos que en la puerta de una habitación de un hotel hay una cerradura a la antigua usanza, y se te ocurre contemplar a su través un acto íntimo realizado por una pareja. Si alguien te sorprende, te sonrojas, porque sabes que tal acción es indigna de una persona adulta. Lo es por carecer de sentido. Nadie te ha prohibido realizar semejante acto. Ni se trata, tampoco, de un tabú. Sencillamente, intuyes que tal gesto no tiene sentido, aunque tenga un significado -el de saciar una curiosidad morbosa-. Lo que de verdad expresa el acto que contemplas sólo puede ser comprendido por quienes lo realizan. Contemplarlo desde fuera es sacarlo de contexto; constituye una profanación.
Tal profanación acontece a diario en algunos espectáculos y medios de comunicación. Las páginas de los diarios y las revistas, así como las pantallas de cine y televisión vienen a ser gigantescos ojos de cerradura por los que millones de personas se adentran en la intimidad de otros seres. Como éstos suelen exhibirse voluntariamente a cambio de una gratificación económica, convierten su intimidad en un medio para lograr fines ajenos a la misma, la rebajan de rango, la envilecen, literalmente la prostituyen. Este verbo español procede del latino “prostituere”, que significa poner en público, poner en venta.
Los espectadores debemos considerar si es digno participar en tal proceso de envilecimiento. Recordemos que el sentido del tacto es el más posesivo. Agarrar algo con la mano y “tenerlo en un puño” es signo de posesión. Al tacto le sigue en poder posesivo la mirada, que es una especie de tacto a distancia. “Si no lo veo, no lo creo”, solemos decir, ya que ver equivale a palpar la realidad de algo. Por eso, dejarse ver es, en cierta medida, dejarse poseer. Y, viceversa, mirar supone un intento de poseer. Pero intentar poseer lo que de por sí exige respeto, estima y colaboración significa un rebajamiento injusto y presenta –como sabemos- una condición sádica.
Cuando Orfeo –en el conocido mito- recobró a su amada Eurídice del reino de los muertos, fue advertido de que, para retenerla junto a sí, debería no mirarle al rostro durante una noche. En la literatura y la mitología, la noche simboliza un período de prueba. Mirar indica el afán de poseer. El rostro es el lugar en que vibra el ser entero de una persona. A Orfeo se le vino a decir que para crear una relación estable, auténtica, con Eurídice debía renunciar al deseo de poseerla y adoptar una actitud de respeto, estima y voluntad de colaboración.
Ofrecer a las miradas ajenas las partes íntimas del cuerpo implica dejarse poseer en lo que tiene uno de más peculiar, propio y personal. Protegerse pudorosamente de miradas extrañas no indica ñoñería, aceptación de tabúes, sometimiento a preceptos religiosos irracionales –como se dice a veces banalmente-. Significa evitar que lo más genuino de la propia persona sea rebajado de rango y convertido en pasto erótico. El pudor tiene un sentido eminentemente positivo. No consiste tanto en ocultar una parte de nuestra superficie corpórea cuanto en salvaguardarnos del uso irrespetuoso, manipulador, posesivo, de nuestras fuerzas creadoras, a fin de estar disponibles para la creación de formas elevadas de unidad o encuentro.
No tiene el menor sentido afirmar que se practica el exhibicionismo para “liberarse” de normas y tabúes, porque, si una norma es juiciosa y fomenta nuestro desarrollo personal, prescindir de ella supone perder todas las posibilidades creativas que nos otorga. Ofrecer la intimidad a un público anónimo, como si fuera un mero objeto de contemplación, un espectáculo, significa renunciar al encuentro personal. Constituye, por tanto, una degradación.
A tal degradación se exponen quienes contemplan escenas fuertemente eróticas en las pantallas de televisión o cine. Si alguien piensa que este acto no es degradante porque las personas contempladas se exhiben libremente a cambio de una retribución pecuniaria, debe pensar que vender la intimidad significa rebajar el propio cuerpo a la condición de medio para el logro de un fin. La consecuencia de este envilecimiento, provocado por el vértigo de la ambición, es la tristeza y la amargura. Se comprende el rictus amargo de los rostros que figuran en las imágenes pornográficas.
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Fuente Catholic.net
martes, 8 de enero de 2008
Lo que prima es el cuerpo / Autor: Víctor Corcoba Herrero
El cuerpo ya no se considera como realidad típicamente personal, como señal de identidad. Se reduce a pura materialidad y apariencia. No importan los retoques con tal de saborear las mieles del goce. Ya mismo surge una nueva hipoteca. La del cuerpo. Y los bancos y entidades crediticias serán dueños de nosotros, aún más si cabe. Claro. Los arreglitos valen un riñón y parte del otro. Haber si por lo menos desgrava en Hacienda. Somos cuerpos vendidos. Y todo por una boca bien dibujada y carnosa para seducir y rejuvenecer el look. O por unos pechos llenos de silicona. Encima no son de oro, ¡jolines! Hasta es posible cambiar la mirada. Es la imagen de una felicidad encerrada en el círculo vicioso del deseo más instintivo, que, para más INRI, promueve la esbeltez como sinónimo de salud y estética, mientras que la obesidad se relaciona con lo insano y antiestético. Para colmo de males, nos ofrecen el peso perfecto, las medidas perfectas... Consecuencia de todo ello, la anorexia. Los jóvenes, ya se sabe, necesitan tener modelos a imitar. Lo físico es la guinda. Luego resulta que, con tantas chapuzas corporales, chapoteo de tatuajes y demás pluscuamperfectos colgantes, ni nos reconocemos en el cuarto de baño. Otro gallo nos cantaría, sí los figurines no cotizasen en exclusiva. Hemos perdido el más común de los sentidos, el de mirarse a sí mismo con buenos ojos, aceptar lo que uno es, y lo que tiene, y decirse todos los días, lo que el enamorado dice a la flor. Es la mejor medicina para la salud y el bienestar.
Lo malo de todo este tinglado, es que hemos convertido los cuerpos serranos en serranías de carne. En pura materia, donde todo se compra y se vende. Olvidamos que somos más que un cuerpo bonito. La persona humana no puede renunciar a ser ella misma. Los modelos que nos presentan los poderosos medios de comunicación, no son, la verdad, muy aconsejables. Vivimos unos momentos donde todo vale, como cultura y cultivo. Incluido el culto al cuerpo. La publicidad es tan pujante y repetitiva que, no pocas personas, piensan que se es más feliz en función del grado de belleza física alcanzado. Siempre juvenil y sin arrugas. No se acepta que pasen los años y el cuidado corporal llega a convertirse en algo obsesivo y en un valor absoluto. Hemos caído en la trampa de considerar la vida del ser humano como una mercancía de consumo. Cuestión grave para vivir a corazón abierto. Todas estas contradicciones y situaciones paradójicas de bellezas exteriores, son síntomas de falta de armonía entre la lógica del bienestar y la lógica de los valores éticos fundados en la dignidad de la persona.
La nueva plasticidad del cuerpo, se ha puesto de moda. Poco importa lo espiritual. Lo físico, lo que entra por los ojos a primera vista, cada día es menos auténtico. ¿Quién lo diría? Las distintas clínicas son capaces de metamorfosearnos, y escapar, así, de nuestro cuerpo biológico. ¡Qué cara! ¿Y si yo me gusto, por qué cambiar? Prefiero ser un don Quijote y cambiar la sociedad. Para que se fije más en lo interno. En lo del corazón verdadero. En lo de la poesía en los labios. Y en lo de respirar el aroma de una mirada inocente que se injerta en el alma, con todo el amor del universo. ¡Esto sí que me libera y me asciende a las alturas!
La felicidad no la da un cuerpo dotado de hermosura, sino otros valores como pueden ser la entrega incondicional a los demás. La donación de uno mismo. Eso es lo que hay que fortalecer y reforzar. Lo que no se hace. Cada día, a poco que miremos a nuestro alrededor, notaremos la sed de alegrías, a pesar de tantos festines. La diversión verdadera es aquella que nos engrandece. Nos pone majos. Como si llevásemos un ángel a nuestro lado. Esos rostros de belleza sí que imprimen encanto. Esa dulzura, estilo y buen gusto, no es posible conseguirla en ninguna clínica o salón de belleza.
Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de la vida y lo buscan en sucedáneos, en operaciones externas, en cambios de imagen y hasta de sexo, en un desenfrenado consumismo, en comilonas donde corre la droga, el alcohol o el erotismo a dos bandas: la homosexual (tan de moda hoy) y heterosexual. “Hay que probarlo todo”, leo en un anuncio por palabras. Buscan la placidez, pero el resultado es siempre una profunda tristeza, un vacío del corazón y muchas veces la desesperación. No se gustan por fuera porque han olvidado asearse por dentro. Ciertamente no es fácil. El capitalismo salvaje nos puede tanto, que nos atonta. Hasta hacernos perder la razón de ser, nuestra identidad y carácter, nuestros modales intrínsecos que nos vigorizan y vivifican, sobre todo en lo de ser una señorita de buen ver o un señor de buen vivir. Que no pasa, desde luego, por tener solamente un cuerpo diez. En cualquier caso, si deseamos llegar a la consecución de la alegría y ser un poco más felices, estoy convencido de que hemos de avanzar en una rigurosa ascética personal que nos haga más de los afectos (fondos) y menos de los aspectos (formas). Lo más gozoso es quererse uno antes por lo que se es, una persona en busca de la verdad y de sus creencias. Lo demás son aditamentos que nos atrapan y nos esclavizan.
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Fuente: Catholic.net