29 de mayo de 2009.- Eran niños bien. O mejor dicho: niñatos mal. Vecinos del acomodado barrio Sant Gervasi, en Barcelona, a Oriol, Ricard y Juan José no les gustaban los mendigos. Su pasatiempo los fines de semana era jugar al pim-pam-pum con ellos. Las palizas, acompañadas de burlas, las grababan en sus móviles y luego las enseñaban a sus amigotes, que se partían de risa. La noche del 16 de diciembre de 2005, sin embargo, ninguno de los tres activó el dispositivo de cámara de su teléfono. No hizo falta.
(Gonzalo Altozano / Alba) La cámara de seguridad de la sucursal de La Caixa, en la calle Guillermo Tell, lo grabó todo: Oriol y Ricard mofándose de Rosario, la mendiga que esa noche, envuelta en cartones, hacía del cajero su refugio contra el frío. Le lanzaron naranjas, botellas de plástico y hasta conos para señalar el tráfico. Tras un forcejeo con los jóvenes, Rosario logra sacarlos a la calle y echar el pestillo. Al cabo de unas horas, aparece en escena Juan José, que engaña a la indigente para que le abra la puerta. Fue su perdición: con él entraron Oriol y Ricard. Más burlas, nuevos golpes y el contenido de un bidón de veinticinco litros con el que rocían a Rosario. Resultó ser disolvente que, al contacto con una colilla, convirtió el cajero en un horno crematorio.
Oriol, Ricard y Juan José -que hoy cumplen condena por el asesinato de la mendiga- no son los únicos jóvenes de Barcelona que salen los fines de semana en busca de indigentes. Esta noche ALBA acompaña a un grupo de ellos. Son una veintena, de entre 13 y 28 años, distribuidos en tres coches y una furgoneta. Saben dónde encontrar a los más indefensos vagabundos, a los más pobres de los pobres. La caravana se detiene en una explanada del Poble Nou, donde hace noche un matrimonio venido de Europa del Este. Los chicos bajan de los vehículos y, avanzando en semicírculo, se acercan a la pareja. Al verlos venir, en vez de salir por pies, el matrimonio sonríe a los visitantes: son los Jóvenes de San José.
Estos chicos en nada se parecen a los del arranque del reportaje. En vez de bidones de gasolina, portan termos de café. Su cuartel general no es un cíber, son los salones de la parroquia San Félix Africano, donde, además de repartir las tareas de la noche, rezan, llenando así de contenido la idea ignaciana de que la oración ha de preceder a la acción. En los males de los desfavorecidos no ven un divertimento, sino una reedición del sufrimiento de Cristo en la cruz. Los Jóvenes de San José están por la caridad, no por el odio.
Del Poble Nou la caravana pone rumbo a Las Ramblas. Hubiera tocado La Merced, pero hoy la zona la trabajan las Misioneras de la Madre Teresa, y en este ‘negocio’ no se da la competencia desleal. Porque los Jóvenes de San José no son los únicos que dedican la noche del sábado a evangelizar por la vía de los hechos. Lo que pasa es que historias como la que protagonizan rara vez se leen en los periódicos, se ven en televisión. Para ser portada, para salir en telediario, los de San José tendrían que hacer algo escandaloso, como aquellos neonazis franceses que repartían caldo de cerdo entre los homeless musulmanes, con abierto ánimo de ofender.
Pero los Jóvenes no caerán en eso: los bocadillos que preparan son de fiambre o atún, a elegir, pues quieren llegar a cuantos más pobres mejor, sin faltar a las creencias religiosas de ninguno. No es alianza de civilizaciones a escala local, es caridad cristiana pura y dura. Para aprender a moverse así por la vida los de San José no tuvieron que cursar EpC, simplemente pasar por las aulas del Corazón Inmaculado de María, en Sentmenat, Barcelona. Este colegio es la obra educativa de la Unión Seglar; uno de sus fundadores fue el jesuita José María Alba, cuyo ideal de vida fue: “Por Cristo, por María y por España, más, más y más”.
Que la mayoría de los Jóvenes de San José se conozcan de Sentmenat no significa que ésa sea conditio sine qua non para militar en sus filas. Esta noche, por ejemplo, se ha unido a ellos un chico de origen peruano que va a la misma parroquia que uno del grupo. Lo han encontrado cerca de la catedral, dándole conversación a un mendigo. El domingo pasado, en misa, el cura dijo que con los pobres no sólo se cumplía a base de limosnas. Y el chaval se lo tomó al pie de la letra. Si quisiera ingresar en los Jóvenes de San José, tendría que reunir una serie de requisitos, que pueden resumirse en uno: manifestar en todo momento una conducta irreprochable.
Porque los Jóvenes de San José se han constituido en asociación benéfica, con estatutos y todo. En el artículo 2 de los mismos, que hace referencia a los fines, se habla de ayudar a los pobres, de incorporarlos al mundo laboral, de promover su formación integral… Ésta es la letra de los estatutos; el espíritu que aletea detrás son las enseñanzas de la Iglesia Católica; enseñanzas que ellos tratan de transmitir con el ejemplo, pero también con la palabra.
Eso sí, buscando siempre la oportunidad. Por ejemplo, cuando un indigente les da las gracias, le dicen que se las dé a Dios, que ellos son sólo instrumentos; o si alguien les pregunta de dónde salen, les hablan de su colegio, de lo que allí les enseñaron; cuando se despiden, lo hacen con un “adiós”, nunca un “hasta luego”. Al principio, además de comida, repartían escapularios. Si han dejado de hacerlo, no es por respetos humanos, sino porque ya es raro encontrar a un vagabundo en Barcelona que no lleve uno al cuello. Está claro: los Jóvenes de San José se han metido en esto a mayor gloria de Dios, no para apuntarse al pilla-pilla presupuestario.
La última parada de la noche, el puerto de Barcelona. De ahí, la caravana pondrá rumbo de vuelta a San Félix Africano. La noche ha tenido sus durezas. A diferencia de otras, en ésta no han sido testigos de ninguna muerte violenta, pero sí han conocido a un hombre, biólogo de profesión, al que la crisis llevó a dormir en la calle. Le puede pasar a cualquiera, piensan los chicos.
Pero también ha habido lugar para las risas. Como las provocadas por el recuerdo de las primeras salidas, cuando los jóvenes se dividían para repartirse las calles, y cada grupo se llamaba según una virtud del Padre Putativo. “¡A ver, los Castísimos de San José…! ¿Dónde se han metido los Castísimos de San José?”. Y, claro, la cara de los adictos a la juerga que pasaban por allí era un poema. O la vez que se les acercó un yonqui preguntándoles si repartían chocolate. “Pero chocolate, chocolate, ¿eh?”. La tableta no la quería ni Cadbury ni Nestlé, sino con denominación de origen El Magreb. O cuando la Policía les dijo que no podían aparcar donde lo habían hecho. “Somos los Jóvenes de San José”. “¡Ah, bueno! En ese caso…”. Aquella noche descubrieron hasta qué medida eran, a ojos de los demás, un contrapunto sano en la noche canalla de Barcelona.
Ya en los salones de la parroquia de San Félix Africano -son las tres de la madrugada-, tiempo para dar buena cuenta del excedente de bocadillos y echar un cigarrito. Tiempo también para una última meditación. La dirige Marcos Vera, uno de los impulsores del grupo, que cita unas palabras del padre Castellani a propósito del buen samaritano, viejo precursor de los Jóvenes de San José.
Se busca ayuda
Cada salida nocturna de los Jóvenes -un sábado de cada dos- cuesta alrededor de 200 euros: caldo, pasta, bocadillos, galletas, natillas, arroz con leche, fruta… Todo en cantidades suficientes para abastecer a cuantos encontraran. Y más: mantas, sacos de dormir, ropa, y cualquier cosa que pudieran mendigarles, desde pilas para un transistor a un diccionario español-polaco/polaco-español. A estos gastos hay que sumar los ya desembolsados: termos, cortadoras de fiambre, neveras… Y los que habrán de desembolsar, porque los de San José quieren extender su ayuda a orfanatos, asilos, centros de desintoxicación, familias necesitadas… Además de con las cuotas de los socios, la asociación se financia con donaciones voluntarias. Saben que Dios proveerá, pero también que hay que allanarle los caminos, conque ahí va un número de cuenta:
2100-0153-16-0101743861.
No hay comentarios:
Publicar un comentario