*"Sentía una vocecita que me empujaba a buscar el bien, pero no sabía dónde buscarlo: probé con la política, con la carrera, con la literatura. . . pero la droga todo lo volvía una ilusión."
*"Luego comenzaron años cargados de psicólogos, psiquiatras, clínicas, hospitales y demás. Siempre recaía, cada vez estaba peor; la rabia y la falta de confianza en mí me habían hecho perder los estímulos vitales y siempre estaba fuera de control. Me odiaba, odiaba a todos, odiaba a Dios."*"Nadie había tenido el coraje de proponerme el encuentro con Dios y una vida cristiana. Al ingresar en una clínica psiquiátrica, mi mamá que también estaba agotada de tantos fracasos y sin saber qué hacer, me hablo de la Virgen de Medjugorgie y de una Comunidad que había ahí."
25 de mayo de 2009.- (Comunidad Cenáculo) Soy Santiago y hoy vivo en la Fraternidad de Argentina de la Comunidad Cenáculo, mi tierra de origen. Crecí en una familia que deseaba lo mejor para mí, creyendo que lo mejor era el estudio y el éxito.
Buscaba en los libros una respuesta que se convirtió en un medio para hacerme ver y aplastar a los otros. Me aislaba, me sentía diferente de mis compañeros de
escuela y detrás de la máscara de “chico muy inteligente”, crecía en mí el miedo y la inseguridad.
Cuando finalicé el colegio me hice los primeros amigos de la droga: me parecía que eran más fuertes, más inteligentes, más profundos. También yo me zambullí en la droga con toda la insatisfacción que llevaba adentro.
En poco tiempo la droga fue mi refugio, la anestesia para todos mis miedos, la fuerza para recorrer las calles del mal, la mentira y la violencia. Ahora comprendo que todo ese mal, no sólo la droga, me despojaba de la dignidad, me hacía cada vez más débil y desilusionado, hasta incapaz de pensar en una vida mejor.
Sin embargo, sentía una vocecita que me empujaba a buscar el bien, pero no sabía dónde buscarlo: probé con la política, con la carrera, con la literatura. . . pero la droga todo lo volvía una ilusión.
Luego comenzaron años cargados de psicólogos, psiquiatras, clínicas, hospitales y demás. Siempre recaía, cada vez estaba peor; la rabia y la falta de confianza en mí me habían hecho perder los estímulos vitales y siempre estaba fuera de control. Me odiaba, odiaba a todos, odiaba a Dios.
Nadie había tenido el coraje de proponerme el encuentro con Dios y una vida cristiana. Al ingresar en una clínica psiquiátrica, mi mamá que también estaba agotada de tantos fracasos y sin saber qué hacer, me hablo de la Virgen de Medjugorgie y de una Comunidad que había ahí.
Todo me parecía ciencia ficción, pero ya no tenía nada que perder, estaba desesperado y ya no podía ocultar mi fracaso: acepté y la Comunidad Cenáculo me acogió..
Los primeros meses todavía estaba muy enojado, perdido en las fantasías del pasado, no tenía ni un poquito de fe y toda la vida comunitaria me parecía imposible. Me recuerdo que todos los días pensaba en escaparme y me decía a mí mismo: “Mañana, mañana”. Porque aunque no tenía deseos de quedarme en la Comunidad Cenáculo, comprendía que por algún motivo esos jóvenes estaban contentos ¡aún sin tener nada! Y yo también quería esa felicidad, dentro mío todavía estaba encendido el deseo de alegría, de plenitud, de luz.
Buscaba en los libros una respuesta que se convirtió en un medio para hacerme ver y aplastar a los otros. Me aislaba, me sentía diferente de mis compañeros de
escuela y detrás de la máscara de “chico muy inteligente”, crecía en mí el miedo y la inseguridad.
Cuando finalicé el colegio me hice los primeros amigos de la droga: me parecía que eran más fuertes, más inteligentes, más profundos. También yo me zambullí en la droga con toda la insatisfacción que llevaba adentro.
En poco tiempo la droga fue mi refugio, la anestesia para todos mis miedos, la fuerza para recorrer las calles del mal, la mentira y la violencia. Ahora comprendo que todo ese mal, no sólo la droga, me despojaba de la dignidad, me hacía cada vez más débil y desilusionado, hasta incapaz de pensar en una vida mejor.
Sin embargo, sentía una vocecita que me empujaba a buscar el bien, pero no sabía dónde buscarlo: probé con la política, con la carrera, con la literatura. . . pero la droga todo lo volvía una ilusión.
Luego comenzaron años cargados de psicólogos, psiquiatras, clínicas, hospitales y demás. Siempre recaía, cada vez estaba peor; la rabia y la falta de confianza en mí me habían hecho perder los estímulos vitales y siempre estaba fuera de control. Me odiaba, odiaba a todos, odiaba a Dios.
Nadie había tenido el coraje de proponerme el encuentro con Dios y una vida cristiana. Al ingresar en una clínica psiquiátrica, mi mamá que también estaba agotada de tantos fracasos y sin saber qué hacer, me hablo de la Virgen de Medjugorgie y de una Comunidad que había ahí.
Todo me parecía ciencia ficción, pero ya no tenía nada que perder, estaba desesperado y ya no podía ocultar mi fracaso: acepté y la Comunidad Cenáculo me acogió..
Los primeros meses todavía estaba muy enojado, perdido en las fantasías del pasado, no tenía ni un poquito de fe y toda la vida comunitaria me parecía imposible. Me recuerdo que todos los días pensaba en escaparme y me decía a mí mismo: “Mañana, mañana”. Porque aunque no tenía deseos de quedarme en la Comunidad Cenáculo, comprendía que por algún motivo esos jóvenes estaban contentos ¡aún sin tener nada! Y yo también quería esa felicidad, dentro mío todavía estaba encendido el deseo de alegría, de plenitud, de luz.
Hasta que en un momento, por gracia de Dios, empecé a abrir los ojos y descubrí que lo que toda la vida había buscado, lo tenía delante de mí: la amistad sincera y limpia, una vida sencilla, un trabajo que me hace madurar y el pertenecer a una nueva familia, sana, que continuamente me ayuda a ver quién soy, a reconciliarme con mi pasado, a aprender a amar. Ese fue el momento en que Dios entró en mi existencia. El mal había tratado de arrancarme la vida y Él me daba una nueva… ¡sólo por amor! Comprendí entonces que no había terminado en otra institución sino que había entrado a formar parte de la familia de los hijos de Dios.
Empecé a percibir los signos de la Providencia, a madurar en el sacrificio y la amistad, a confrontar mi vida con el Evangelio, a rezarle a un Amigo, a un Padre a quien veía concretamente en las pequeñas cosas de cada día y que se hacía sentir en el corazón. Dentro de mí, en ese período explotó una “bomba” de alegría y de entusiasmo que colmó de sentido lo que estaba viviendo. Ahí emprendí mi camino para transformarme en un hombre cristiano, para conquistar la confianza en Dios, en mí mismo, la constancia, la fidelidad.
En suma, entablé una “lucha” santa. En el año 2005 se abrió la Fraternidad en la Argentina y tuve el regalo más grande de mi camino que fue formar parte del grupo de los “fundadores”. Una vez más sentí cómo la Comunidad me quiere bien: la confianza, el deseo de hacernos vivir aventuras grandes, bellas. . . y además experimentar el Amor de Dios y de la Virgen por nosotros, que se manifiesta en la Providencia que cada mañana nos precede, que se ocupa de nuestro futuro, que nos mantiene unidos, que aún en el sacrificio nos hace vivir en armonía, que nos hace comprender con la vida las palabras que escuchamos en el Evangelio, de Madre Elvira, de los hermanos . . . la Santa Providencia que me hace decir ¡Gracias!!
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