* «Paramos a comer en una pizzería local que tenía pantallas de televisión en los techos y vi la noticia: el Papa Juan Pablo II, después de una dura lucha pública con el Parkinson, acababa de morir. Leí las palabras y de repente me eché a llorar. Allí, en medio de un estúpido combinado de pizza, llorando. Por un hombre al que no conocía, que era el líder de una Iglesia en la que no quería pensar… llorando»
* «Una de mis frases favoritas, cuando se hablaba de algo católico, era: “La Iglesia va a derrumbarse por su propio peso inflado. Si tenemos suerte, lo veremos en nuestros días”. Justo al año siguiente de su muerte, mi marido y yo entramos en la Iglesia. Dos semanas después, bautizamos a nuestros hijos»
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