«Quedé impactado cuando aquella mujer quiso aventarse del puente. A mis 18 años, lo único que pensé fue en correr, tomarla de la mano y decirle: “Hay alguien que la está esperando”… Me contó sus problemas; la escuché atentamente, me despedí y la invité a poner sus problemas en manos de Dios. Después de tres meses, me dijo: “Tenía mucha razón cuando me dijo que Dios sí me escuchaba”. Me preguntó qué estudiaba, le respondí que el último año de prepa, encaminado a estudiar Medicina. Ella me preguntó: “¿No le gustaría estudiar psicología o ser Cura?”»

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