«Cuando aborto, clavo otra vez a Jesús en la cruz, le doy de latigazos, escupo su rostro, lo desprecio y lo mato sin saberlo. Ahora sé que cuando lloro, sabiendo que Dios me ha perdonado, esas lágrimas siguen limpiando mi profunda herida. Una herida que siempre estará abierta y que para mí es el costado del mismo Cristo, derramando a través de ella, su agua pura para mi pecado y desde mí, esta voz, para aliviar a las mujeres que han abortado y exhortar a desistir de este oscuro pecado a las que piensan hacerlo. La humanidad son los niños, todos los niños, porque a todos los crea Dios desde el Amor. No hay ningún niño que no sea amado porque ya Dios lo ha amado al crear su nombre»

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