* «Con un sentimiento extraño, me fui con toda mi familia para ir al noviciado. Lo más difícil fue despedirme de mi familia. Hacía mucho tiempo que no lloraba, pero en ese momento no pude contenerme. Lloré. Lloré porque sabía que estaba dejando una de mis posesiones más preciadas, el mayor regalo que Dios me había dado. No me costó mucho dejar la universidad, mi trabajo, mi coche, mi teclado, etc., cosas por las que había luchado; pero me costó mucho dejar a mi familia. Hasta ese momento no sabía que estaba unido a ellos. Sólo a partir de entonces me di cuenta de lo mucho que me gustaban. Así que, ya en la Legión, pensé que me iba a ir después de uno o dos meses. No creía que fuera a durar mucho tiempo. Pero, como escribió San Pablo: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (II Cor 12,10). Pasé cinco meses muy difíciles, luchando duramente sin mirar de frente a toda la misión que me esperaba. Ahora, sin embargo, mantengo la clara conciencia de que estoy tratando de seguir lo que Dios quiere de mí. Y así he encontrado el sentido de mi vida»
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