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sábado, 19 de abril de 2025

Homilía de la Vigilia Pascual: Cristo ha muerto y ha resucitado para encender en nuestros corazones la luz divina que disipa las tinieblas del pecado y nos da el poder de ser hijos de Dios / Por P. José María Prats

* «Que en verdad esta luz que hoy se renueva en nosotros nos convierta en lámparas que disipen la oscuridad, la injusticia y la desesperanza de nuestro mundo»

Vigilia Pascual 

Génesis 1, 1-2, 2  / Éxodo 14, 15-15,1 / Ezequiel 36, 16-17a.18-28 / Romanos 6, 3-11 / San Lucas 24, 1-12

P. José María Prats / Camino Católico.- Cada año, siguiendo el mandato de Dios, el pueblo de Israel se reunía –y se sigue reuniendo todavía– para celebrar la fiesta de Pascua haciendo memoria de su historia, que tenía como hecho central la liberación de Egipto. Para ello –como recordábamos este Jueves Santo– mataban un cordero, untaban con su sangre las jambas y el dintel de sus casas y comían su carne asada al fuego con panes ázimos y hierbas amargas. Un niño entonces preguntaba: «¿Qué significa este rito para vosotros?», y su padre le respondía con estas palabras: «Es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó junto a las casas de los hijos de Israel en Egipto, hiriendo a los egipcios y protegiendo nuestras casas» (Ex 12,26-27).

En esta noche de Pascua, también los cristianos –a quienes San Pablo llama el «Israel de Dios» (Ga 6,16)– nos reunimos para hacer memoria de nuestra historia, una historia que ya no tiene como centro la liberación de Egipto, sino a Jesucristo. Lo hemos proclamado solemnemente al inicio de la celebración: “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén”. Cristo es nuestro libertador; como dice el cántico del Benedictus, Él es «el Sol que ha nacido de lo alto para iluminar a los que vivíamos en tinieblas y en sombra de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79).

De hecho, el simbolismo de Cristo como luz que ilumina y vence a las tinieblas es central en esta vigilia pascual. Hemos empezado la celebración con un fuego encendido en la oscuridad de la noche, que nos ha recordado el principio de la creación cuando «la tiniebla cubría la superficie del abismo» y dijo Dios con su Verbo eterno: «”exista la luz”. Y la luz existió».

Y a continuación, como los hijos de Israel que caminaban de noche a la luz de una columna de fuego, hemos entrado en la iglesia guiados únicamente por la luz de Cristo, recordando sus palabras: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Después hemos escuchado cómo esta luz «por la que todo fue hecho» iluminó y liberó a su pueblo a lo largo de su historia, mientras anunciaba y preparaba el acontecimiento decisivo que nos sacaría definitivamente de las tinieblas del pecado y de la muerte: «¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. ¡Ha resucitado!». Cristo es la «luz verdadera» que, por su resurrección y ascensión al cielo, el Padre ha puesto «en el candelero para que ilumine a los que entran en la casa» (Lc 8,16), es decir, a los que entran a formar parte de su Pueblo santo, que es la Iglesia.

En la liturgia bautismal que celebraremos a continuación encenderemos nuestros cirios en la luz del Cirio Pascual –que representa a Cristo resucitado– para significar que por la fe y el bautismo esta luz ha venido a habitar en nuestros corazones. Dice San Pablo: «el mismo Dios que dijo: brille la luz del seno de las tinieblas, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.» (2 Cor 4,6).

Cristo ha muerto y ha resucitado para encender en nuestros corazones la luz divina que disipa las tinieblas del pecado y «nos da el poder de ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Que en verdad esta luz que hoy se renueva en nosotros nos convierta en lámparas que disipen la oscuridad, la injusticia y la desesperanza de nuestro mundo.


P. José María Prats


Evangelio

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron:

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar».

Y recordaron sus palabras. Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás.

Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.

Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos. Y se volvió a su casa, admirándose de lo sucedido.

San Lucas 24, 1-12

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