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domingo, 27 de abril de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Oremos incesantemente pidiendo el don del Espíritu Santo que nos reconcilia, nos sana y nos trae la paz / Por P. José María Prats

* «Ven, Espíritu Santo, sana nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo, reconcilia nuestras familias y nuestra sociedad, renueva y santifica a la Iglesia y concédenos el don de la paz. Amén»

Domingo II de Pascua - C 

Hechos 5,12-16  /  Salmo 117  /  Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19  / San Juan 20, 19-31

P. José María Prats / Camino Católico.- El domingo pasado, la Palabra de Dios se centraba en el hecho de la resurrección y este segundo domingo de la Octava de Pascua, profundiza en el significado de este hecho y lo que supone para nosotros.

La lectura del Apocalipsis presenta a Jesucristo resucitado como «el primero y el último», es decir, como el origen y el destino de toda la creación, y el salmo 117, como «la piedra angular», o sea, como el que sostiene y da sentido a todo. Pero Él es también «el que vive por los siglos de los siglos y tiene las llaves de la muerte y del abismo», es decir, Él es la fuente de la vida, y de la relación con Él depende el acceso a la vida o la permanencia en el abismo de la muerte.

Pero es muy importante fijarse en cómo Jesucristo resucitado se presenta a San Juan: lo hace en medio de siete candelabros de oro y vestido con una larga túnica ceñida con un cinturón de oro. Los siete candelabros de oro son las siete iglesias de Asia que a su vez representan la Iglesia universal, la túnica nos sugiere un contexto litúrgico, el cinturón, trabajo y acción, y su color dorado, la realeza y el poder de quien se lo ciñe. La visión, por tanto, nos está indicando que Jesucristo resucitado está vivo en medio de su Iglesia y que ejerce su poder como rey absoluto de la creación a través, sobre todo, de la liturgia de la Iglesia, cuya cumbre es la eucaristía.

El Evangelio narra que la noche de Pascua, Jesús resucitado se apareció a sus discípulos y exhaló su aliento sobre ellos, es decir, el que vive y reina por los siglos de los siglos comunica a su Iglesia su vida y su poder por la efusión del Espíritu Santo. Y este poder tiene tres aspectos. En primer lugar, es poder para reconciliar al ser humano con Dios, con los demás y consigo mismo: «Recibid al Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». En segundo lugar, es poder para liberar al ser humano del maligno y devolverle su armonía originaria: su salud física, psicológica y espiritual. La primera lectura nos decía que mucha gente «acudía a Jerusalén llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban». En tercer lugar, es poder para construir la paz: por tres veces, Jesús resucitado repite a sus discípulos «paz a vosotros».

La Cuaresma fue el tiempo de la penitencia y la mortificación, del esfuerzo ascético que nos preparaba para acoger el don del Espíritu. Ahora, en cambio, es el tiempo de la vida mística, de recibir la efusión del Espíritu Santo que nos reconcilia, nos sana y nos trae la paz. Sólo Él actuando en nosotros puede reconstruir nuestro mundo. No perdamos, pues, esta oportunidad y oremos incesantemente durante este tiempo pascual pidiendo el don del Espíritu Santo. 

Ven, Espíritu Santo, sana nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo, reconcilia nuestras familias y nuestra sociedad, renueva y santifica a la Iglesia y concédenos el don de la paz. Amén.

P. José María Prats

Evangelio

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: 

«La paz con vosotros». 

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 

Jesús les dijo otra vez: 

«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». 

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: 

«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: 

«Hemos visto al Señor». 

Pero él les contestó: 

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: 

«La paz con vosotros». 

Luego dice a Tomás: 

«Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». 

Tomás le contestó: 

«Señor mío y Dios mío». 

Dícele Jesús: 

«Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. 

San Juan 20, 19-31

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