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viernes, 18 de abril de 2025

Meditación del Viernes Santo: «Contemplar y permanecer al pie de la cruz de Cristo» / Por Mons. Fernando García Cadiñanos, obispo de Mondoñedo-Ferrol


18 de abril de 2025.- (Camino Católico) El obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos medita sobre el evangelio del Viernes Santo, la Pasión del Señor y explica por qué Jesús acoge en su Cruz el dolor de toda la humanidad caída y sufriente. Invita a “contemplar y permanecer al pie de la cruz de Cristo”. Lo hace en el espacio ‘Meditación de Semana Santa” emitido por 13 TV. Este es el texto completo de la meditación:

Un saludo muy especial y fraterno en este Viernes Santo. Hoy la Iglesia nos invita a contemplar la Cruz. Es la Cruz que nos hace, precisamente, más hermanos unos de otros, más cercanos y solidarios de toda la humanidad. En medio de esta realidad de desvinculación social en la que vivimos, necesitamos a alguien que nos congregue, nos reúna, Cristo en la Cruz.

Así nos lo expresa perfectamente la oración universal con la que oraremos en la liturgia de este día. Porque Jesús acoge en su Cruz el dolor de toda la humanidad caída y sufriente. Porque la respuesta ante este misterio del dolor y de la Cruz presente en nuestro mundo es, precisamente, el Crucificado.

Jesús se une misteriosamente a través de su Cruz con los sufrimientos e injusticias de nuestro mundo inicuo. Dolores y cruces que no podemos ocultar, sino que tenemos que seguir señalando y levantando para que nos hagan más humanos y nos descubramos en el camino de la entrega y de la solidaridad.

En la Cruz de Cristo encontramos la denuncia de la injusticia, la solidaridad con los que sufren, la esperanza de un mundo nuevo. Su costado abierto nos recuerda que el amor de Dios no se queda en el templo sino que sale a las calles, a los hospitales, a las cárceles, a los campos de refugiados.

Cristo crucificado asume el dolor de los crucificados de nuestro tiempo, todos ellos con un rostro concreto, de los enfermos y moribundos, de los migrantes que sufren en las fronteras, de las víctimas de todas las guerras, de los empobrecidos de nuestro mundo, de los hambrientos que mueren por la injusticia, de las víctimas de la trata, de las personas sin hogar, de los que no tienen trabajo o lo realizan en condiciones indignas, de las personas que están en situación de soledad no deseada. En fin, en la Cruz de Jesús Él asume misteriosamente tu dolor, el dolor de la humanidad.

Lo acoge, lo acompaña, lo redime, lo ofrece. Esta Cruz de Jesús que, por cierto, nunca podemos separarla de su vida. Su muerte es la consecuencia de su existencia, no es un hecho aislado, sino resultado de su ofrenda al Padre y a su pueblo.

De esta manera sella con su muerte el núcleo de su existencia. San Francisco de Sales se preguntaba en uno de sus sermones si no podría habernos redimido de otra manera, el que todo lo puede por su poder, y llega a la siguiente conclusión. Claro que podría haberlo hecho, pero no quiso renunciar a su muerte en Cruz porque lo que era suficiente para nuestra salvación no era suficiente para satisfacer su amor. En definitiva, es lo que decimos a la persona a la que verdaderamente amamos, te quiero tanto que moriría por ti. Por eso hoy podemos celebrar la muerte de Jesús. ¿Por eso tendría sentido celebrar una muerte si no fuera salvadora y signo de algo más grande? De ahí que una consecuencia que nos invita a descubrir este santo es que, si ha muerto por nuestro amor, deberíamos morir también por él, y si no podemos morir de amor, al menos que no vivamos sino sólo para él.

Así se entiende mejor la muerte de los mártires, y por eso en este día tenemos un recuerdo muy especial por los cristianos perseguidos, hombres y mujeres, hermanos nuestros, que sufren persecución por su fe y que no renuncian a ella porque no pueden traicionar el amor grande experimentado en sus vidas. Toda una lección. El texto del Evangelio de Juan, que leeremos en La Pasión, indica una profecía que ha sido ampliamente analizada por los padres de la Iglesia y que también comenta el Papa Benedicto XVI. Me refiero al texto en el que se dice «Mirarán al que atravesaron». ¿Qué se quiere indicar? ¿Por qué hoy seguir mirando al Crucificado? ¿Por qué hoy sacar a nuestras calles y plazas las cruces que representan el patíbulo de un hombre, el horror de una muerte, el fracaso de una vida, el dolor más inhumano? ¿Por qué la Cruz sigue siendo la señal de los cristianos? Varios aspectos nos pueden ayudar a dar respuesta a estos interrogantes.

El texto del Evangelio indica que un soldado abrió el costado de Jesús con la lanza. No sé si sabéis que, para ello, emplea la misma palabra que se utiliza en el Antiguo Testamento cuando se narra la creación de Eva del costado de Adán dormido. Si miramos al que atravesaron, es porque en el costado de Cristo hay un nuevo nacimiento, una nueva creación. La entrega de Jesús, su oblación hasta el final, trae una nueva fecundidad que se encarna en Cristo, el nuevo Adán. Él es el hombre verdadero. Él es el ser para los demás. Él es la medida de todo ser humano hacia el que confluye toda persona para llegar a su propia autenticidad y plenitud. Él es el hombre abierto al Padre y hacia los hombres.

Por eso, al mirar al que atravesaron, nos está indicando el misterio de la humanidad y el camino que ha de recorrer todo cristiano. Serlo de verdad significa hacerse hombre, es decir, llegar a la humanidad verdadera, ser para los demás y ser a partir de Dios. Además, del costado traspasado de Cristo nos dice la Escritura que emanó sangre y agua. Este dato, según interpretación de los padres, representa los dos sacramentos fundamentales que constituyen el contenido auténtico del ser Iglesia, el Bautismo y la Eucaristía. Por eso se puede decir que del costado de Cristo nace la Iglesia, la nueva Eva. En su costado abierto nace la Iglesia, una comunidad llamada a ser signo de esperanza, a trabajar por la justicia, a cuidar de los más vulnerables.

El Bautismo nos une a Cristo, nos hace hermanos y hermanas, nos llama a construir una comunidad inclusiva donde nadie se sienta al margen. La Eucaristía nos alimenta con el pan de la solidaridad, nos fortalece para amar y servir, nos impulsa a compartir nuestros bienes con los necesitados. A través de estos dos sacramentos, los creyentes somos incorporados vitalmente a la entrega de Cristo al Padre para bien de la humanidad.

Mirar al que traspasaron hoy nos señala, por tanto, el camino del hombre y el camino que tiene que recorrer la Iglesia, su lugar más propio. Somos los hijos de la Cruz. La Iglesia nace y solo se puede mantener con autenticidad si permanece al pie de la Cruz, entre los crucificados de la historia, en las periferias de la humanidad, junto a María, puestos los ojos en el Crucificado que nos salva.

Por eso tiene sentido seguir mirando hoy a la Cruz, levantarla y ofrecer la Cruz a nuestra humanidad como signo de esperanza y luz en las tinieblas. Te invito hoy a contemplar el Crucificado, a coger una Cruz entre tus manos y a agradecerle su amor, empaparte de su entrega. Siente en esa Cruz que Dios acoge tu dolor, tu sufrimiento y el de la entera humanidad. Él ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. La Cruz se convierte en la proclamación de que la victoria final no pertenece a aquellos que superan a los demás, sino a aquellos que se superan a sí mismos, no a quienes hacen sufrir, sino a quienes sufren. Por eso, que al mirarla se alumbre también tu esperanza, tu llamada a entregarte, que su victoria y su fuerza fortalezcan tu camino de fe.

¡Feliz Viernes Santo!

Mons. Fernando García Cadiñanos

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