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domingo, 20 de abril de 2025

Homilía del Domingo de Resurrección: Cristo ha resucitado y se ha iniciado una existencia nueva, santa y victoriosa, de la que participamos por la fe y el bautismo / Por P. José María Prats

* «Señor Jesús, que esta nueva vida que has obtenido para nosotros al precio de tu Sangre, transforme por completo nuestra vida personal, familiar y social, para que un día todos podamos participar plenamente de ella contigo en la gloria eterna»

Domingo de Resurrección 

Hechos 10, 34a.37-43  / Salmo 117  / Colosenses 3, 1-4  / San Juan 20, 1-9

P. José María Prats / Camino Católico.- En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda que por el bautismo hemos muerto y resucitado con Cristo. Hemos muerto a una vida mundana, centrada en nosotros mismos –nuestros deseos, nuestra vanidad, nuestras ambiciones– y hemos resucitado a una vida nueva «escondida con Cristo en Dios», liberada de las seducciones de este mundo, sostenida e impulsada por el amor de Dios y entregada a la construcción de su Reino. Nos ha dicho San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra». Vivamos, pues, conforme a lo que somos: criaturas nuevas, liberadas de la esclavitud del pecado y que participan de la vida divina.

Recuerdo un programa que vi hace muchos años sobre la enfermedad del SIDA, que en aquella época conducía irremediablemente a la muerte. Entrevistaron a un joven de unos 30 años que había contraído esta enfermedad por el consumo de drogas. Me llamaron mucho la atención sus palabras: dijo que en su vida pasada se había equivocado por completo y que, si fuera curado, llevaría una vida de entrega total a los enfermos y de servicio a los demás.

Pues a nosotros se nos ha concedido lo que deseaba este joven: por la fe y el bautismo hemos sido curados: hemos muerto a una vida separada de Dios y hemos vuelto a nacer para vivir una vida superior, consagrada a Él y al servicio de los demás: «aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra».

Uno de los pilares de la espiritualidad de los Padres del Desierto era la toma de conciencia de que habían muerto. Desde esa conciencia vivían su vida como puro don, sin exigencia alguna de satisfacciones mundanas, sin pasiones, sin miedos. Una de las sentencias o apotegmas de los Padres dice así: «Preguntaron a un anciano: “¿Por qué tengo miedo cuando voy al desierto?”. Y respondió: “Porque vives todavía”».

Esta actitud debería arraigar en nosotros muy especialmente en este tiempo pascual haciendo nuestras aquellas palabras de san Pablo: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gal 6,14) y tomando conciencia de nuestra condición de criaturas nuevas.

Al escuchar el relato del Evangelio de hoy, hemos entrado de algún modo con Pedro y con el discípulo amado en el sepulcro de Jesús, hemos visto «los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza enrollado en un sitio aparte», y sabemos que Cristo ha resucitado y se ha iniciado una existencia nueva, santa y victoriosa, de la que participamos por la fe y el bautismo. 

Señor Jesús, que esta nueva vida que has obtenido para nosotros al precio de tu Sangre, transforme por completo nuestra vida personal, familiar y social, para que un día todos podamos participar plenamente de ella contigo en la gloria eterna. 

P. José María Prats

 

Evangelio

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». 

Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

San Juan 20, 1-9

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