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domingo, 20 de abril de 2025

Meditación del Domingo de Resurrección: «Cristo ha resucitado y encontrarse con Él te llena» / Por Mons. Fernando García Cadiñanos, obispo de Mondoñedo-Ferrol

20 de abril de 2025.- (Camino Católico) El obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos reflexiona sobre el Domingo de Resurrección, inicio de la Pascua, en el que los cristianos "estamos llamados a ser luz, levadura y esperanza" en medio de "una cultura de muerte… Cristo ha resucitado". Lo hace en el espacio ‘Meditación de Semana Santa” emitido por 13 TV. Este es el texto completo de la meditación: 

¡Aleluya! Cristo ha resucitado. ¡Feliz Pascua de Resurrección! Queridos amigos y amigas, concluimos hoy nuestras reflexiones que nos han acompañado a lo largo de toda esta semana. Y lo hacemos en el día grande, el día de la Pascua, que es el punto de referencia de nuestra fe. No olvidéis que cada domingo, la Pascua Semanal, se orienta a la única Pascua y a ella hace referencia como si de un eco se tratara. Cristo ha resucitado.

Y con Él todos un día resucitaremos. Él ha sido el primero, el primogénito de entre los muertos. Él es la cabeza de este cuerpo, que es la Iglesia, llamada también a resucitar junto con su Esposo, que ha entregado su vida por ella. La Resurrección de Jesús, que es la seguridad de nuestra futura Resurrección, se convierte así en nuestra esperanza. Podemos decir que la fiesta de la Pascua es la fiesta de donde brota la esperanza, que nos permite vivir y afrontar el futuro. Porque los cristianos somos el pueblo de la esperanza.

Así lo reza el himno de la liturgia. Somos el pueblo de la Pascua. ¡Aleluya! Es nuestra canción. No porque pensemos que las cosas van a salir bien, no porque queramos ser optimistas por naturaleza, sino porque sabemos que nuestra vida no concluye en el vacío, sino que tiene una meta, una meta tan grande que justifica el esfuerzo del camino. Como nos recuerda el Papa Francisco en la bula con motivo del Año Jubilar, la esperanza cristiana consiste precisamente en esto. Ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, la vida no termina, sino que se transforma para siempre. No nos dejemos, por tanto, robar esta esperanza.

Muchas veces y de formas diferentes, las distintas generaciones se han preguntado, ¿cómo será eso? ¿Cómo se producirá esta Resurrección al final de los tiempos? San Pablo responde a esa pregunta observando la naturaleza. En ella se da ese proceso de continuidad y discontinuidad que está presente también en el acontecimiento de la Resurrección. Toda la naturaleza está llena de momentos de muerte y resurrección, especialmente cuando observamos el grano de trigo que, pudriéndose, da luz un cuerpo nuevo y diferente. No sabemos cómo, pero no es irracional. Dios lo hace en la naturaleza y lo puede hacer con nosotros. No podemos responder a la forma, pero estamos seguros de que un día también nosotros resucitaremos con Cristo y la muerte será vencida definitivamente. Pero nuestra esperanza en la Resurrección no solo es un acontecimiento del futuro. Sería poca cosa y daría la sensación de que nuestra fe en el resucitado tendría que aguardar al mañana.

No es la certeza del final de una película feliz, sino que es la fuerza y la gracia que nos permite y nos ayuda a vivir en el hoy y aquí de nuestra historia. Cristo vive y te quiere vivo. Cristo vive y quiere darte su vida, vivificarte, llenarte de su misma gracia. Como nos recuerda 'Evangelii Gaudium', la Resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de este mundo nuevo y, aunque se los corte, vuelven a surgir porque la Resurrección de Jesús ha penetrado la trama oculta de esta historia porque Jesús no ha resucitado en vano. Sí, Cristo vive. Esta es la experiencia que hicieron los apóstoles y las mujeres en la mañana del primer domingo. Esta noticia no es un acontecimiento del pasado, sino experiencia real en la vida de todo creyente a lo largo de la historia, porque el descubrimiento de Jesús como el viviente cambia la vida y es el inicio de un camino de fe que se convierte en respuesta de amistad a un acontecimiento de amor previo. Si él vive y te quiere vivo, el amigo de la vida quiere llevarte a la vida. Déjale entrar en tu vida. Experimenta la amistad con aquel que ha vencido a la muerte. Entra en comunión con aquel que siempre abre la puerta de su corazón.

Descubre la aventura de vivir con Él, por Él y para Él. Esa es la gran experiencia de amor que necesitas, saborear en tu vida. Esa es la experiencia que te cambiará y recordarás para siempre. Esa es la experiencia que te permitirá vivir hasta que mueras y vivir luego eternamente. Hace pocos días leía la carta que escribía Clara a su hija Francisco con motivo de su primer aniversario. Esta mujer italiana, que está en proceso de beatificación, continuó con su embarazo rechazando ser tratada contra un tumor que provocaría la muerte del pequeño. En sus palabras, le comparte lo que ella vive y lo que significa disfrutar de esta vida nueva que Jesús resucitado le ha regalado. En esa hermosa carta le dice, tu nombre es Francisco porque San Francisco de Asís cambió nuestras vidas y esperamos que pueda ser un ejemplo para ti.

Es hermoso tener ejemplos de vidas que nos recuerden que puedes esperar grandes alegrías aún aquí en la tierra con Dios como nuestra guía. Sabemos que eres especial y que tienes una gran misión por cumplir. El Señor te ha querido desde la eternidad y Él te mostrará el camino a seguir si abres su corazón. Con estas palabras sencillas, dichas por una creyente a su hijo, se nos dice que encontrarse con Cristo te llena, plenifica tu corazón, lo alegra y le llena en sus deseos más íntimos. Podemos utilizar otra imagen muy presente durante este Año Jubilar.

Me refiero a la imagen de la puerta. Cristo es la puerta, siempre abierta, que nos permite entrar y disfrutar de una vida nueva, de la maravilla de estar en su hogar, con Él. Ojalá durante este año jubilar hagamos esta experiencia de entrar por esta puerta para que tengamos más vida, para que dejemos atrás experiencias de muerte que todos llevamos dentro. Que no se nos olvide lo que Él nos dijo.

He venido para que tengan vida y vida abundante. Los sacramentos son esos regalos que el Señor nos hace para ofrecernos esta vida que nace de la Pascua. Por eso, sabéis que en el marco del Jueves Santo hemos celebrado la Misa Crismal, una Eucaristía presidida por el Obispo con todo su presbiterio y el pueblo de Dios, donde se bendicen y consagran el Crisma y los aceites que se utilizan en los sacramentos, y que se convertirán en las mediaciones a través de las cuales el Señor nos ofrece su vida.

De esta manera simbolizamos que la vida que el Señor nos regala por diferentes sacramentos nace de la Pascua. Y si hay un sacramento en el que esa vida nueva vivifica nuestra carne mortal, es precisamente en la Eucaristía. Recordemos sus palabras, quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Yo soy el pan de vida. Y junto con los sacramentos, la vida nueva en Cristo se experimenta en la comunidad cristiana que vive gracias al Espíritu.

El Espíritu es el que nos hace vivir y tener vida. Por eso, durante la Pascua leeremos el libro de los Hechos de los Apóstoles, para hacer nuestra la misma experiencia de aquella primera comunidad de vivientes creyentes que, por la acción del Espíritu, querían generar mucha vida a su alrededor. Toda una provocación también para nosotros hoy.

Queridos amigos, la Pascua se abre ante nosotros con un gran horizonte de novedad. Vivimos en medio de una cultura de muerte en la que los seguidores del Resucitado estamos llamados a ser luz, levadura y esperanza. Acerquémonos a Cristo y toquémosle en sus heridas, en las heridas de la carne de nuestros hermanos que sufren, para reconocerle entre nosotros. Llevemos la esperanza que provoca en nosotros la vida que hemos encontrado. Resucita, vive y vivifica nuestro mundo. Recibe un abrazo pascual de hermano y amigo.

¡Felices Pascuas!

Mons. Fernando García Cadiñanos

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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