* «Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda. En ella, hermana de humanidad, nos reconocemos, y con las palabras de un poema le decimos: ‘Madre, tú eres cada mujer que ama; madre, tú eres cada madre que llora a un hijo asesinado, a un hijo traicionado. Estos hijos que nunca terminan de ser aniquilados’ (Cf. D. M. Turoldo). Bajo tu protección buscamos refugio, Virgen de la Pascua, junto con todos aquellos en los que se sigue completando la pasión de tu Hijo»
Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News en español, con la meditación del Papa
* «Y entre las palabras de Jesús que no queremos dejar pasar, una resuena especialmente hoy, en esta vigilia de oración por la paz: la dirigida a Pedro en el huerto de los olivos: «Envaina tu espada» (Jn 18, 11). Desarma la mano y, antes aún, el corazón. Como ya he mencionado en otras ocasiones, la paz es desarmada y desarmante. No es disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo. No llegará como fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia e intrépido perdón. Envaina la espada es la palabra dirigida a los poderosos del mundo, a quienes guían el destino de los pueblos: ¡tengan la audacia de desarmarse! Y al mismo tiempo es dirigida también a cada uno de nosotros, para hacernos cada vez más conscientes de que no podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz»
11 de octubre de 2025.- (Vatican News / Camino Católico) El Papa León XIV súplica a la Virgen María “reina de la paz”, durante la vigilia de oración y el Santo Rosario por la paz por el fin de los conflictos armados en el mundo; en la que también recuerda las palabras de Jesús en el Evangelio: «Envaina tu espada» (Jn 18, 11)” que son una invitación a “desarmar el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz”. Decenas de miles de fieles han llenado la plaza de San Pedro rezando por la paz en el mundo.
El Santo Padre reflexiona: “Bienaventurados ustedes. Hagan todo lo que él les diga. Y nosotros nos comprometemos a que se haga nuestra carne y pasión, historia y acción, la gran palabra del Señor: ‘Bienaventurados ustedes, los que trabajan por la paz’ (cf. Mt 5,9). Bienaventurados ustedes: Dios da alegría a quienes engendran amor en el mundo, alegría a quienes, en lugar de vencer al enemigo, prefieren la paz con él”.
En su reflexión el Papa León XIV invita a contemplar en la Virgen María "sus virtudes humanas y evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana”, como lo enseña el capítulo VIII de la constitución dogmática Lumen gentium, cuyos textos también han sido leídos como meditaciones durante el Rosario.
“Como ella -dice el Papa-, la primera discípula, supliquemos el don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge. A través de ella, Mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas”.
Dice el Pontífice que las palabras de Jesús: “Envaina la espada”, hoy va dirigida a los quienes guían los destinos de los pueblos: "¡tengan la audacia de desarmarse!", y cada persona: “para hacernos cada vez más conscientes de que no podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz”. En el vídeo de Vatican News se escucha y visualiza toda la meditación del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:
JUBILEO DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA
VIGILIA DE ORACIÓN Y ROSARIO POR LA PAZ
MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Plaza de San Pedro
Sábado, 11 de octubre de 2025
Queridos hermanos y hermanas:
nos hemos reunido en oración, esta noche, junto con María la Madre de Jesús, como solía hacerlo la primera Iglesia de Jerusalén (Hch 1,14). Todos unidos, perseverantes y con un mismo sentir, no nos cansamos de interceder por la paz, don de Dios que debe convertirse en nuestra conquista y nuestro compromiso.
Espiritualidad mariana auténtica
En este Jubileo de la espiritualidad mariana, nuestra mirada como creyentes busca en la Virgen María la guía de nuestra peregrinación en la esperanza, contemplando sus «virtudes humanas y evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana» (Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen Gentium, 65.67). Como ella, la primera creyente, queremos ser un seno que acoja al Altísimo, «humilde tienda del Verbo, movida sólo por el viento del Espíritu» (S. Juan Pablo II, Angelus, 15 agosto 1988). Como ella, la primera discípula, supliquemos el don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge. A través de ella, Mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas.
Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda. En ella, hermana de humanidad, nos reconocemos, y con las palabras de un poema le decimos:
“Madre, tú eres cada mujer que ama;
madre, tú eres cada madre que llora
a un hijo asesinado, a un hijo traicionado.
Estos hijos que nunca terminan de ser aniquilados» (Cf. D. M. Turoldo).
Bajo tu protección buscamos refugio, Virgen de la Pascua, junto con todos aquellos en los que se sigue completando la pasión de tu Hijo.
Hagan lo que él les diga
En el Jubileo de la espiritualidad mariana, nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las palabras de María que nos refiere el Evangelio. Y de entre todas ellas, son valiosas las últimas pronunciadas en las Bodas de Caná, cuando, señalando a Jesús, dice a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Después no hablará más. Por tanto, estas palabras, que resultan casi un testamento, deben ser muy queridas por los hijos, como todo testamento de una madre.
Todo lo que él les diga. Ella está segura de que su Hijo hablará, su Palabra no ha terminado, sigue creando, generando, llenando el mundo de primaveras y de vino las ánforas de la fiesta. María, como una señal indicadora, orienta más allá de sí misma, muestra que el punto de llegada es el Señor Jesús y su Palabra, el centro hacia el que todo converge, el eje alrededor del cual giran el tiempo y la eternidad.
Cumplan su Palabra, recomienda. Cumplan el Evangelio, conviértanlo en gesto y cuerpo, en sangre y carne, en esfuerzo y sonrisa. Cumplan el Evangelio, y la vida se transformará, de vacía a plena, de apagada a encendida.
Hagan todo lo que él les diga: todo el Evangelio, la palabra exigente, la caricia consoladora, el reproche y el abrazo. Lo que entiendes y también lo que no entiendes. María nos exhorta a ser como los profetas: a no dejar caer en el vacío ni una sola de sus palabras (cf. 1Sam 3,19)
Y entre las palabras de Jesús que no queremos dejar pasar, una resuena especialmente hoy, en esta vigilia de oración por la paz: la dirigida a Pedro en el huerto de los olivos: «Envaina tu espada» (Jn 18, 11). Desarma la mano y, antes aún, el corazón. Como ya he mencionado en otras ocasiones, la paz es desarmada y desarmante. No es disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo. No llegará como fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia e intrépido perdón.
Envaina la espada es la palabra dirigida a los poderosos del mundo, a quienes guían el destino de los pueblos: ¡tengan la audacia de desarmarse! Y al mismo tiempo es dirigida también a cada uno de nosotros, para hacernos cada vez más conscientes de que no podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz.
Entre ustedes no debe ser así
Escuchemos de nuevo al Señor Jesús: los grandes del mundo se construyen imperios con el poder y el dinero (Cf. Mt 20,25; Mc 10,42), «Pero entre ustedes no debe ser así» (Lc 22,26). Dios no actúa así: el Maestro no tiene tronos, sino que se ciñe una toalla y se arrodilla a los pies de cada uno. Su imperio es ese pequeño espacio que basta para lavar los pies de sus amigos y cuidar de ellos.
Es también la invitación a adquirir un punto de vista diferente para mirar el mundo desde abajo, con los ojos de quien sufre, no con la óptica de los potentes; para ver la historia con la mirada de los pequeños y no con la perspectiva de los poderosos; para interpretar los acontecimientos de la historia desde el punto de vista de la viuda, del huérfano, del extranjero, del niño herido, del exiliado, del fugitivo. Con la mirada de quien naufraga, del pobre Lázaro, tirado junto a la puerta del rico epulón. De lo contrario, nunca cambiará nada y no surgirá un tiempo nuevo, un reino de justicia y paz.
La Virgen María lo hace también así en el cántico del Magnificat, cuando dirige su mirada a los puntos de fractura de la humanidad, allí donde se produce la distorsión del mundo, en el contraste entre humildes y poderosos, entre pobres y ricos, entre sacios y hambrientos. Y elige a los pequeños, se pone de la parte de los últimos de la historia, para enseñarnos a imaginar, a soñar juntos con ella los cielos nuevos y la tierra nueva.
Bienaventurados ustedes
Hagan todo lo que él les diga. Y nosotros nos comprometemos a que se haga nuestra carne y pasión, historia y acción, la gran palabra del Señor: “Bienaventurados ustedes, los que trabajan por la paz” (cf. Mt 5,9).
Bienaventurados ustedes: Dios da alegría a quienes engendran amor en el mundo, alegría a quienes, en lugar de vencer al enemigo, prefieren la paz con él.
Ánimo, adelante, en camino. Ustedes que construyen las condiciones para un futuro de paz, en la justicia y el perdón; sean mansos y decididos, no se desanimen. La paz es un camino y Dios camina con ustedes. El Señor crea y difunde la paz a través de sus amigos pacificados en el corazón, que a su vez se convierten en pacificadores, instrumentos de su paz.
Nos hemos reunido esta noche en oración alrededor de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, como los primeros discípulos en el cenáculo. A ella, mujer profundamente pacífica, reina de la paz, nos dirigimos:
Ruega con nosotros, Mujer fiel, sagrado seno del Verbo.
Enséñanos a escuchar el grito de los pobres y de la madre Tierra,
atentos a las llamadas del Espíritu en el secreto del corazón,
en la vida de los hermanos, en los acontecimientos de la historia,
en el gemido y en el júbilo de la creación.
Santa María, madre de los vivos,
mujer fuerte, dolorosa, fiel,
Virgen esposa junto a la Cruz,
donde se consuma el amor y brota la vida,
sé tú la guía de nuestro compromiso de servicio.
Enséñanos a detenernos contigo junto a las infinitas cruces
donde tu Hijo sigue crucificado,
donde la vida está más amenazada;
a vivir y dar testimonio del amor cristiano
acogiendo en cada hombre a un hermano;
a renunciar al oscuro egoísmo
para seguir a Cristo, verdadera luz del hombre.
Virgen de la paz, puerta de la esperanza segura,
¡acoge la oración de tus hijos!
Papa León XIV
Fotos: Vatican Media, 11-10-2025
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