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miércoles, 8 de octubre de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 8-10-2025: «Jesús Resucitado se acerca en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas, en los trabajos, en las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos le es ajeno»

* «Hoy, el Señor resucitado viene junto a cada uno de nosotros, tal como recorremos nuestros caminos -los del trabajo y el compromiso, pero también los del sufrimiento y la soledad- y con infinita delicadeza nos pide que nos dejemos calentar el corazón. No se impone con clamores, no exige ser reconocido inmediatamente. Con paciencia espera el momento en que nuestros ojos se abran para ver su rostro amigo, capaz de transformar la decepción en confiada espera, la tristeza en gratitud, la resignación en esperanza»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «Los invito a pedir la gracia de reconocer la presencia humilde y discreta de Dios en todos los momentos de nuestra vida, especialmente en los más difíciles. Que no haya nada que pueda arrebatarnos la alegría de experimentar a Cristo vivo»

8 de octubre de 2025.- (Camino Católico).- “El Resucitado se acerca en los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas, en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra existencia le es ajeno” ha afirmado el Papa León XIV en su catequesis de hoy, en la plaza de San Pedro, ante decenas de miles de fieles, en el transcurso de la Audiencia General de los miércoles.

En su catequesis, el Pontífice ha invitado a los fieles a contemplar un aspecto profundamente conmovedor del misterio pascual: la humildad de la Resurrección de Cristo. Lejos de los gestos espectaculares o de las manifestaciones de poder, el Señor resucitado se presenta ante sus discípulos con la sencillez del amor cotidiano: “El Señor resucitado no hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos. No aparece rodeado de huestes de ángeles, no hace gestos sensacionales, no pronuncia discursos solemnes para revelar los secretos del universo. Al contrario, se acerca discretamente, como un viandante cualquiera, como un hombre hambriento que pide compartir un poco de pan.” En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles, 8 de octubre de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 10. Volver a encender. «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». (Lc 24, 32)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera invitaros a reflexionar sobre un aspecto sorprendente de la resurrección de Cristo: su humildad. Si recordamos los relatos evangélicos, nos damos cuenta de que el Señor resucitado no hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos. No aparece rodeado de huestes de ángeles, no hace gestos sensacionales, no pronuncia discursos solemnes para revelar los secretos del universo. Al contrario, se acerca discretamente, como un viandante cualquiera, como un hombre hambriento que pide compartir un poco de pan (cf. Lc 24,15.41).

María de Magdala lo confunde con un jardinero (cf. Jn 20,15). Los discípulos de Emaús creen que es un forastero (cf. Lc 24,18). Pedro y los demás pescadores creen que es un simple transeúnte (cf. Jn 21,4). Habríamos esperado efectos especiales, signos de poder, pruebas abrumadoras. Pero el Señor no busca eso: prefiere el lenguaje de la proximidad, de la normalidad, de la mesa compartida.

Hermanos y hermanas, en esto hay un mensaje precioso: la Resurrección no es un giro teatral, es una transformación silenciosa que llena de sentido cada gesto humano. Jesús resucitado come una porción de pescado delante de sus discípulos: no es un detalle marginal, es la confirmación de que nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras relaciones no son un envoltorio para tirar. Están destinados a la plenitud de la vida. Resucitar no significa convertirse en espíritus evanescentes, sino entrar en una comunión más profunda con Dios y con nuestros hermanos, en una humanidad transfigurada por el amor.

En la Pascua de Cristo, todo puede convertirse en gracia. Incluso las cosas más ordinarias: comer, trabajar, esperar, cuidar de la casa, apoyar a un amigo. La Resurrección no resta vida al tiempo y al esfuerzo, sino que cambia su sentido y su "sabor". Cada gesto realizado en gratitud y comunión anticipa el Reino de Dios.

Sin embargo, hay un obstáculo que a menudo nos impide reconocer esta presencia de Cristo en lo cotidiano: la pretensión de que la alegría debe ser sin heridas. Los discípulos de Emaús caminaban tristes porque esperaban otro final, un Mesías que no conociera la cruz. A pesar de haber oído que la tumba está vacía, son incapaces de sonreír. Pero Jesús está a su lado y, con paciencia, les ayuda a comprender que el dolor no es la negación de la promesa, sino el modo en que Dios ha manifestado la medida de su amor (cf. Lc 24, 13-27).

Cuando por fin se sientan a la mesa con Él y parten el pan, se les abren los ojos. Y se dan cuenta de que su corazón ya ardía, aunque no lo sabían (cf. Lc 24, 28-32). Esta es la mayor sorpresa: descubrir que bajo las cenizas del desencanto y del cansancio siempre hay un rescoldo vivo, a la espera de ser reavivado.


Hermanos y hermanas, la resurrección de Cristo nos enseña que no hay historia tan marcada por el desengaño o el pecado que no pueda ser visitada por la esperanza. Ninguna caída es definitiva, ninguna noche es eterna, ninguna herida está destinada a permanecer abierta para siempre. Por distantes, perdidos o indignos que nos sintamos, no hay distancia que pueda apagar la fuerza infalible del amor de Dios.

A veces pensamos que el Señor sólo viene a visitarnos en momentos de recogimiento o de fervor espiritual, cuando nos sentimos con fuerzas, cuando nuestra vida parece ordenada y luminosa. En cambio, el Resucitado se acerca en los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas, en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra existencia le es ajeno.

Hoy, el Señor resucitado viene junto a cada uno de nosotros, tal como recorremos nuestros caminos -los del trabajo y el compromiso, pero también los del sufrimiento y la soledad- y con infinita delicadeza nos pide que nos dejemos calentar el corazón. No se impone con clamores, no exige ser reconocido inmediatamente. Con paciencia espera el momento en que nuestros ojos se abran para ver su rostro amigo, capaz de transformar la decepción en confiada espera, la tristeza en gratitud, la resignación en esperanza.

El Resucitado sólo desea manifestar su presencia, hacerse nuestro compañero de camino y encender en nosotros la certeza de que su vida es más fuerte que cualquier muerte. Pidamos, pues, la gracia de reconocer su presencia humilde y discreta, de no esperar una vida sin pruebas, de descubrir que todo dolor, si es habitado por el amor, puede convertirse en lugar de comunión.

Y así, como los discípulos de Emaús, también nosotros volvemos a nuestras casas con un corazón que arde de alegría. Una alegría sencilla, que no borra las heridas, sino que las ilumina. Una alegría que nace de la certeza de que el Señor está vivo, que camina con nosotros y nos da en cada momento la posibilidad de recomenzar.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis contemplamos un rasgo sorprendente del misterio de la Resurrección de Cristo, la humildad. El Señor resucitado no se manifiesta de manera espectacular, no irrumpe forzando la fe de los discípulos, al contrario, se acerca con discreción: mientras María Magdalena lo confunde con el jardinero, los discípulos de Emaús creían que era un forastero. De este modo, Jesús resucitado tiene gestos tan ordinarios como comer con sus discípulos un trozo de pescado. 

Jesús, con su Resurrección, nos enseña, además, que ninguna caída es definitiva. Si bien la historia humana está herida por la desilusión y el pecado, por este misterio de amor tenemos la esperanza de que no existe nada, ni siquiera la muerte, que pueda separarnos del amor de Dios. A veces pensamos que Él está con nosotros sólo cuando las cosas van bien, sin embargo, nos acompaña también en los momentos más oscuros.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a pedir la gracia de reconocer la presencia humilde y discreta de Dios en todos los momentos de nuestra vida, especialmente en los más difíciles. Que no haya nada que pueda arrebatarnos la alegría de experimentar a Cristo vivo. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho:     

Finalmente, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Invito a todos a pensar en María, invocada este mes de octubre como Reina del Santo Rosario; fíjense en ella y estén dispuestos a responder al plan amoroso de Dios para cada uno de ustedes. 

¡Mi bendición para todos!

Papa León XIV












Fotos: Vatican Media, 8-10-2025

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