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martes, 4 de noviembre de 2025

Raúl Martínez: «Mi esposa y yo íbamos a divorciarnos y mi cuñado falleció de cáncer, contacté con un sacerdote, crecimos en la fe y Dios me llamó a ser diácono; al entregarnos por completo, Dios nos llena de nuevo»

A la izquierda, el diácono Raúl Martínez  y su familia / Foto: Cortesía de Raúl Martínez

* «Mi esposa y yo hemos cargado con nuestras propias cruces y a través de ellas, Dios nos ha dado corazones que comprenden el dolor de los demás. Me siento honrado de que Dios me permita servir a su pueblo y compartir su esperanza, alegrías, dolor y luchas. Y a través de todo esto, he aprendido que cuanto más me entrego, más me llena Dios de gratitud, fe y alegría… Ya sea sirviendo en el altar, acompañando a parejas que se preparan para el matrimonio, visitando a los enfermos o caminando con familias en duelo, he encontrado a Cristo en cada rostro. El diaconado me ha enseñado a ver más allá de las apariencias, a escuchar más de lo que hablo, a amar más de lo que juzgo y a estar presente donde más se necesita a Cristo» 

Camino Católico.- A veces, la llamada de Dios a servir llega como un suave susurro, y a menudo cuando menos lo esperamos. Para el diácono Raúl Martínez, ese susurro llegó durante uno de los capítulos más difíciles de su vida. Lo que comenzó con una profunda tristeza se convirtió en un camino de fe, renovación y servicio, que transformó al diácono Martínez, a su esposa, Linda Martínez, a su familia y a la comunidad parroquial de la parroquia de Santa Teresa en Frederick de la arquidiócesis de Denver, en Colorado, Estados Unidos.

“No fui mucho a la iglesia durante mi infancia. Cuando mi esposa y yo nos casamos, ella era una feligresa devota, pero después de mudarnos de nuestra ciudad natal, poco a poco dejamos que el mundo nos absorbiera. Caímos en la trampa de pensar que Dios no necesitaba estar en el centro de nuestras vidas, que simplemente podía estar al margen 'por si acaso'”, explica el diácono Martínez a Caitlin Burm en el Denver Catholic.

“Unos cinco años después, todo empezó a desmoronarse”, añade. “Mi esposa y yo estábamos al borde del divorcio, y a mi joven cuñado le diagnosticaron cáncer y falleció. Recuerdo preguntarme: ‘¿Qué está pasando? He hecho todo lo que el mundo decía que me haría feliz, ¿por qué me siento tan vacío?’”.

En ese momento de desesperación, se puso en contacto con, el padre Hernán Flórez Albarracín; una decisión que lo cambiaría todo. “Desde nuestro primer encuentro”, recuerda el diácono Martínez, “sentí algo que nunca antes había experimentado: un amor inmenso, una profunda sensación de esperanza y una paz que llenó el vacío que sentía en mi interior”.

El diácono Martínez comparte que, gracias a la guía del padre Hernán, él y su esposa, Linda, crecieron en su fe, sirviendo como catequistas, ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión y lectores. A través de ese servicio, el diácono Martínez sintió que su corazón se acercaba al Señor de una manera nueva.

“Mientras meditaba en las Escrituras”, comparte, “me encontré con la historia de Isaac diciéndole a su padre: ‘Átame, para que no me resista’. Sentí esas palabras profundamente en mi alma; Dios me llamaba a unirme a él, tal como había hecho un pacto con mi esposa. Sentí el llamado a hacer ese mismo pacto con Cristo”.

Así pues, en 2015, el diácono Martínez inició su formación diaconal. En aquel momento, su familia estaba creciendo, con tres hijos de entre 2 y 17 años, y un cuarto en camino. Conciliar su vida familiar, su formación y su trabajo resultó todo un reto.

“Tras mi primer año, el diácono St. Louis, nuestro formador, tuvo una conversación muy difícil conmigo y decidí retirarme”, recuerda. “Me sentí destrozado y como si hubiera defraudado a todos, especialmente a Dios, que había sido tan misericordioso conmigo. Sin embargo, el llamado de Dios no se desvaneció. Continuó, no con relámpagos ni truenos, sino en un suave susurro”.

“Años después, desperté con una profunda sensación de estar listo para regresar a la formación”, añade. “Ese mismo día, supe que el diácono St. Louis había fallecido. Creo firmemente que fue su último impulso desde el Cielo, instándome a responder una vez más al llamado de Dios”.

Servir con un corazón transformado

A través de cada bendición, duda y lucha, el diácono Martínez dice que ha aprendido que “el llamado de Dios es paciente, persistente y lleno de misericordia”.

“El diaconado no es algo que se hace”, reflexiona. “Es algo en lo que uno se convierte: una invitación continua a acercarse a Cristo Siervo y a dejar que su corazón transforme el nuestro”.

Su ministerio también ha influido en su familia. Su hija le dijo una vez que su formación le enseñó que la verdadera caridad debe estar arraigada en el sacrificio personal. “Ella me vio entregarme incluso cuando el tiempo y la energía eran limitados”, dice. “Pero también vio cómo esa entrega me transformó”.

El diácono Martínez dice que su esposa e hijos no solo han apoyado su vocación; sino que también han crecido en su propia fe a través de ella, viendo ese servicio como una bendición. “Al dar, recibimos, y al entregarnos por completo, Dios nos llena de nuevo”, afirma.

El diácono Raúl Martínez recibe el Libro de los Evangelios durante su ordenación diaconal /Foto: Neil McDonough - El Pueblo Católico

Dentro de su comunidad parroquial, el ministerio del diácono Martínez también ha profundizado las relaciones de maneras que nunca hubiera podido imaginar. 

“Ya sea sirviendo en el altar, acompañando a parejas que se preparan para el matrimonio, visitando a los enfermos o caminando con familias en duelo, he encontrado a Cristo en cada rostro. El diaconado me ha enseñado a ver más allá de las apariencias, a escuchar más de lo que hablo, a amar más de lo que juzgo y a estar presente donde más se necesita a Cristo.”

A través de esta vocación, su fe se ha convertido en algo más que una creencia; se ha convertido en una forma de vida. 

Un “sí” para toda la vida

Aunque no hay dos días iguales, cada uno le presenta al diácono Martínez una nueva oportunidad de encontrarse con Cristo.

“Los fines de semana participo en cada misa, asistiendo en el altar; ese es, sin duda, el corazón de mi ministerio”, dice. “Mi mayor alegría es estar en el altar durante la consagración. En ese momento, soy profundamente consciente del privilegio de servir tan cerca del misterio de nuestra salvación”.

Más allá del altar, acompaña a parejas que se preparan para el matrimonio, a padres que se preparan para los sacramentos de sus hijos y a familias que atraviesan una pérdida. 

“Mi esposa y yo hemos cargado con nuestras propias cruces”, dice, “y a través de ellas, Dios nos ha dado corazones que comprenden el dolor de los demás”.

Añadió que, en general, como diácono, “me siento honrado de que Dios me permita servir a su pueblo y compartir su esperanza, alegrías, dolor y luchas. Y a través de todo esto, he aprendido que cuanto más me entrego, más me llena Dios de gratitud, fe y alegría”.

¿Sientes el llamado a servir?

Para aquellos que disciernen su vocación, el diácono Martínez ofreció un consejo sencillo: “No tengan miedo”, dice, haciéndose eco de las palabras del Papa San Juan Pablo II. 

“Cuando Dios te llama al corazón, a menudo es un susurro, un suave tirón que no desaparece”, señala. “Dios no llama a los perfectos; llama a los dispuestos”.

Su consejo es empezar poco a poco: orar, escuchar e involucrarse. 

“Participen como lectores, catequistas o voluntarios”, dice. “Dejen que Dios hable a través de esos momentos”.

Porque, como ha aprendido el diácono Martínez, el llamado a servir rara vez llega de repente. Se va desvelando, un “sí” fiel a la vez.

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