* «La Navidad es la manifestación – literalmente, la epifanía – de la bondad y el amor de Dios por el mundo: ‘Se ha manifestado (epephane) la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres’, escribe San Pablo. Y otra vez: ‘Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre’ (Tit 2, 11; 3, 4). Lo más importante que se debe hacer en Navidad es recibir con asombro el don infinito del amor de Dios… Lo que debemos hacer, ante todo, en Navidad es creer en el amor de Dios por nosotros. El acto de caridad tradicional, al menos en el rezo privado y personal, a veces no debería comenzar con las palabras: ‘Dios mío, te amo con todo mi corazón’, sino: ‘Dios mío, creo con todo mi corazón que me amas’. Parece algo fácil. En cambio, es una de las cosas más difíciles del mundo. El hombre tiende más a ser activo que pasivo, a hacer que a dejarse hacer. Inconscientemente no queremos ser deudores, sino acreedores. Sí, queremos el amor de Dios, pero como recompensa, más que como regalo. De este modo, sin embargo, se produce insensiblemente un desplazamiento y un vuelco: en primer lugar, por encima de todo, en el lugar del don, se pone el deber, en el lugar de la gracia, la ley, en el lugar de la fe, obras»