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sábado, 24 de noviembre de 2007

A contraola / Autor: Alfonso Aguiló

Vivir con los grandes hombres en sus biografías
y ser inspirados por su ejemplo
es vivir con cuanto hay de mejor en la humanidad.

Samuel Smiles

John Henry Newman sintió desde muy joven una pasión por Dios y por las cosas del espíritu, que le llevaron a ordenarse sacerdote en 1825 en el seno de la Iglesia anglicana. Desempeñó durante catorce años su labor como vicario de la Iglesia de Santa María, junto a la Universidad de Oxford, punto de encuentro de los mejores intelectuales ingleses de la época.

Al tratar de hacer su propia interpretación de los 39 artículos de la doctrina anglicana, comenzó a descubrir la verdad en la Iglesia católica, ganándose las críticas de la comunidad universitaria de Oxford y de la misma Iglesia de Inglaterra. Tras retirarse en el silencio de la oración y el estudio durante tres años, en 1845 abrazó el catolicismo, en cuyo seno fue ordenado sacerdote.

El doloroso acceso a la verdad

Por aquella época, en que las antiguas certidumbres se tambaleaban, los creyentes se encontraban con la amenaza del racionalismo, por una parte, y del fideísmo por otra. El racionalismo rechazaba la autoridad y la trascendencia, mientras el fideísmo resolvía los desafíos de la historia y las tareas de este mundo con una dependencia mal entendida de la autoridad y del gobierno. En un mundo así, Newman estableció una síntesis memorable entre fe y razón.

Pero todo ese proceso supuso para él una etapa de mucho sufrimiento. La lucha por la verdad siempre es difícil. Y Newman tuvo que padecer todas las contradicciones que suelen acompañar a quienes emprenden con seriedad la búsqueda de la verdad. El apasionado amor al anglicanismo de sus primeros años y su casi instintiva repugnancia hacia los planteamientos de la doctrina católica, le costaron un verdadero despellejamiento cuando, a través, sobre todo, de la lectura de los antiguos padres de la Iglesia, fue descubriendo que la verdad estaba en la Iglesia Católica y que, al tiempo, no todos sus miembros más destacados la servían con rectitud y brillantez.

Entre brillos y sombras

— Pienso que ese sentimiento es bastante habitual en el proceso de conversión de una persona, e incluso en el de la vocación.

Ciertamente. Es frecuente que, al plantearse la incorporación a la Iglesia, o al considerar la incorporación a un seminario diocesano concreto, o la entrega a Dios en una determinada institución católica, a esa persona le vengan a la mente algunas imágenes que no le resultan gratas. Newman sentía un rechazo natural por todo lo católico, pues había sido educado en ese sentimiento. Tuvo que pasar por todo un proceso de purificación, en el que fue descubriendo cuánto había de leyenda y de desconocimiento en esas impresiones suyas. Pero también tuvo que aprender a deslindar lo que era sustancial en la Iglesia de lo que eran los defectos de quienes pertenecían a ella, incluso de quienes la gobernaban. Comprendió que los defectos de quienes servían a la Iglesia no debían ocultarle el verdadero rostro de ella.

— ¿No ves inconveniente entonces en entregarse a Dios en un entorno en el que no todo nos resulta grato o convincente?

Me parece que es natural que haya siempre algunas sombras. Cuando una persona se enamora y piensa en el noviazgo, o en casarse, es natural que haya detalles de la persona amada que no le gusten. Y si no los ve, es porque está cegada por el enamoramiento, pues siempre los hay. Pero enamorarse, y casarse, supone entregarse globalmente a esa persona en su conjunto, con todo lo que nos gusta más y con todo lo que nos gusta menos.

Es natural, por otra parte, que nos propongamos ayudar a esa persona a superar esos defectos que observamos, pero contamos con que siempre tendrá defectos, como los tenemos nosotros, y sabemos que sería un egoísmo impresentable enamorarse solo de las cualidades positivas de una persona y rechazarla en lo demás, o escandalizarse de que no sea perfecta.

Buscando mayor mejora

— ¿No ves problema entonces en iniciar el camino de una vocación con el propósito de hacer cambiar esa institución?

Si por cambiar se entiende mejorarla, no solo no veo problema, sino que es nuestra natural obligación. Lo que no se debe querer cambiar es un espíritu o un carisma fundacional, que se puede tomar o no tomar, pero que no sería lícito ni leal querer alterar.

Newman encontró dentro de la Iglesia Católica mucha santidad y también bastante conservadurismo, algunas tradiciones espurias que encubrían una cierta pereza mental, una excesiva resistencia al cambio. Pero desde el principio supo reconocer que la verdad, aunque a veces tan mal servida por algunos, estaba allí. Entró en la Iglesia Católica entre penumbras, como quien entra en la noche, sabiendo que la luz está allí pero viéndola solo en destellos. Newman fue un modelo de fe, un crítico obediente, un rebelde sumiso, un avanzado prudente, un hombre del mañana que soportaba pacientemente el lento ritmo del cambio.

Resultan incómodos siempre

— Siempre se ha dicho que los grandes hombres han sido un poco adelantados a su tiempo.

Sí. Lo describe muy bien Pilar Urbano, al hilo de su biografía de San Josemaría Escrivá, otro hombre adelantado a su tiempo. "Los grandes hombres –género muy distinto del de las meras "celebridades"– ofrecen una interesante dificultad al biógrafo y al historiador: por una parte, son contemporáneos de la mentalidad, de los usos y de los sucesos de su propia época; por otra, son hombres anticipativos, animados por una clarividencia del futuro. Van por delante de su tiempo vital, a contracorriente de las modas de pensamiento, a contrapelo de las masas gregarias, a contraola de las inercias de su generación. Avanzan afrontando el viento de cara. Derriban fronteras. Destripan tópicos. Hacen saltar por los aires el cartón-piedra de rancios prejuicios. Roturan caminos sin trillar... Ese ir más deprisa, con las manecillas del reloj adelantadas, y mirando más allá, les hace ser extemporáneos entre los de su propio siglo.

"Ante los problemas, ellos proponen soluciones audaces, imaginativas, atípicas. Saben ver en lo invisible. Por eso se atreven con lo imposible. Son, por anticipados, proféticos. Y, por desinstalados, rebeldes. A causa de todo ello, mientras atraviesan su tiempo, suelen ser mal comprendidos. Llevan en soledad el peso del liderazgo. Sus seguidores les van muy a la zaga. La opinión pública, o no les atiende, o no les entiende. Los que viven en la cómoda griseidad de lo vulgar y corriente se sienten perturbados, molestados, por esos trallazos de inquietud... En fin, si llegan a un conocimiento popular, se les negará el reconocimiento de su excelencia. Y si alguna fama les visita en vida, será la mala fama o esa fama de bolsillo que se llama "ser noticia".

Los célebres y los grandes

"Los personajes célebres, los famosos de cada temporada, pueden llevar una vida confortable y muelle. Los grandes hombres, no. Un hombre grande jamás se arrellana, jamás se instala, jamás se conforma, jamás se solaza en la autocomplacencia de la tarea realizada. Su actitud permanente es la de levantarse exultante, para recorrer el camino con prisa..."

— ¿Y te parece que toda esa incomprensión del ambiente es un riesgo para la perseverancia en la vocación?

La entrega a Dios siempre se enfrenta a una cierta incomprensión, siempre está enemistada con la mediocridad, siempre va un poco a contraola de su entorno. Los santos siempre han sido un poco incómodos para quienes estaban a su alrededor. Cuando el Santo Cura de Ars llegó a aquel pueblo, sus habitantes lo menospreciaban, porque se fijaban en la tosquedad de su porte, en lo burdo de su sotana de mal paño, de su calzado campesino, de sus pobres dotes oratorias. Solo con el paso de los años descubrirían el tesoro que tenían. Y eso fue posible porque él no se arredró. Se consideró siempre responsable de los feligreses que tenía encomendados y fue capaz de perseverar aunque pasó por todas las dificultades imaginables. "Dadme, Señor –clamaba a Dios– la conversión de mi parroquia. Consiento en sufrir cuanto queráis durante toda mi vida. Si es preciso, durante cien años dame los dolores más vivos, con tal que se conviertan." Fue esa perseverancia suya la que hizo brotar tanta fecundidad. Y esa perseverancia no estaba garantizada, ni podía estarlo, cuando decidió hacerse sacerdote. Porque la perseverancia se conquista día a día.

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Fuente: Interrogantes.net

Cómo salir del agujero (molestando lo menos posible) / Autor: Enrique Monasterio

No hablo de salir del armario para evitar equívocos; pero es cierto que hay demasiados cristianos voluntariamente escondidos en el ghetto; católicos apocados que ocultan su fe como si se tratara de una neurosis y viven en su gazapera, aconejados, sin atreverse a enseñar la oreja. Les han dicho que la fe es algo íntimo y personal; que han de ser respetuosos incluso con los que no lo son. De acuerdo; pero también el embarazo es íntimo y se luce con orgullo sin el menor recato.

Escribí hace meses que, tal como se están poniendo las cosas, los católicos tenemos obligación de dar la nota. Cuando el silencio se interpreta como aquiescencia, es un deber moral dar la cara, y, sin agredir a nadie, cantar las cuarenta al lucero del alba.

¿Y qué haremos para salir del agujero? ¿Cómo daremos la nota?

Los puntos de un manifiesto que habría que poner de moda sin miedo alguno y persuadidos de que tenemos todo el derecho

Mi amigo Kloster, que es hombre sabio y no tiene pelos en la pluma, me dictó estas sabias recetas que transcribo sin más preámbulos:

• Cuando vayas de turista a una catedral, saluda ante todo al Dueño y Señor de la casa, que vive en la Capilla del Santísimo. No te limites a admirar las vidrieras. No olvides que las iglesias son Sagrarios, no meros edificios de interés cultural.

• No te importe quedar con tus amigos "después de Misa". A lo mejor alguno se anima y queda contigo "antes".

• Limpia y enriquece tu lenguaje. Nada tengo contra el taco como interjección lírica, que, usado con moderación, sosiega el ánimo; pero la mugre sobra. ¿Para qué tantas referencias glandulares, tanta alusión al presunto oficio de la madre de un tercero, tanta basura sexual? No sé si la cara es el espejo del alma (espero que no), pero el idioma sí que lo es.

• Y hablando de lenguaje, no es preciso que digas "Jesús" cada vez que oigas un estornudo, pero habrá que poner de moda algunas viejas y entrañables expresiones: "si Dios quiere", "con la ayuda de Dios", "adiós"… Sustituirán con ventaja al "hasta luego" que todo el mundo profiere aunque se despidan para la eternidad.

• Di a tu novia que se tape el ombligo y sus alrededores; que prefieres mirarla a los ojos, porque es lo único que no envejece. A lo mejor se ruboriza de gusto. Y tú, no es preciso que exhibas por encima del cinturón la etiqueta de tu ropa interior. Esos pantalones, que ya utilizaba Cantinflas hace cincuenta años, francamente, son una horterada.

• Cuando empieces a salir con una "niña supermona" (o con un "niño supermono"), pregúntale qué piensa sobre Dios, la Iglesia, la familia, los hijos… Y no olvides que, en el noviazgo, es más importante conocerse que tocarse.

• Si vas al restaurante un viernes de cuaresma, pide al camarero que te enseñe el menú de vigilia. Si no lo entiende, llama al chef y se lo explicas. Y, antes de comer, bendice la mesa. Si se dan cuenta los vecinos, mejor para ellos.

• Cuando estés de viaje y llegues al hotel en una ciudad desconocida, di en recepción que te informen sobre los horarios de Misas de las iglesias más cercanas. Si son buenos profesionales, harán la gestión sin mover un músculo. Cosas más insólitas les piden cada día.

• Cuando hables de tu novia con tus amigos evita la terminología culinaria o troglodita: Fulanita no "está buena" porque no es objeto de consumo. Te sugeriría dos docenas de expresiones alternativas, pero sonarían un poco antiguas. Seguro que tú mismo sabrás inventar otras. Sé creativo.

• No toleres la blasfemia en tu entorno. Si la atmósfera se pone apestosa, basta con una frase ingeniosa y contundente, como la que empleó mi amiga Natalia hace años: "oye, tío, ¿por qué no insultas a tu padre y dejas al mío en paz?" Natalia tiene una voz aguda y un tanto chillona. A su "amigo" se le atragantó la pepsi.

• Y si el estudio de la tele se convierte en un zoo, en un catre o en un retrete (sin perdón, que así se llama), tira de la cadena y coge un libro. O refúgiate en la 2, donde los animalitos son más limpios y honrados.

• Manda un mail a tu periódico, a tu emisora o a tu columnista favorito sobre todo cuando hacen las cosas bien. Levántales el ánimo, que buena falta hace.

• Utiliza Internet sin miedo y echa la red –es decir, la web– para pescar: participa en los debates, da doctrina, difunde los links cristianos. Forma un grupo de amigos cibernautas y llévales el mensaje de Jesucristo.

• Pero no te olvides de poner un filtro para que no entre en casa la basura cibernética. No se trata sólo de proteger a los niños. Los adultos estamos igual de indefensos porque todos somos corruptibles y capaces de las mayores aberraciones. Si tuvieses siempre sobre la mesa un montón de revistas pornográficas, ¿estás seguro de que nunca les echarías una ojeada?

• ¿Y qué ocurriría si, sobre esa mesa de trabajo, hubiese una imagen de la Virgen? A Luisa, cuando la puso por primera vez en su oficina, se la rompieron. Volvió a poner otra, y la pintarrajearon. La tercera fue sustituida por una foto pornográfica…; pero la guerra no duró mucho. Desde hace más de un año nadie toca su imagen de la Virgen de Guadalupe. Y su amiga Marijose ha puesto otra.

• En tu casa, piso o apartamento también podrías poner un buen cuadro de Santa María. Es fácil encontrar uno que sintonice con tu estilo: los hay para todos los gustos.

• Quítate ese colmillo de gorila que llevas al cuello. Cualquiera diría que se lo arrancaste a una amiga de la infancia. Una medalla-escapulario es mucho más práctica. Ahora muchos chavales se cuelgan el rosario como si fuera un collar. Aprovecha la ocasión para explicarles cómo se usa.

• Visita a tu párroco alguna vez. Necesita sentir el afecto de sus feligreses. Dale ideas, cuéntale el último chiste, fumaos un pitillo juntos (con permiso de la ministra), y escúchale, que a veces está muy solo.

• En el cestillo de la Misa echa papel moneda. La calderilla está bien para las propinas o los parquímetros, pero en la iglesia necesitan algo más que las sobras. Y este mes de junio pon la equis donde tú sabes.

• En verano, llévate a Jesús de vacaciones. Él solía ir también a la montaña y a la playa. Y comía pescado a la brasa al anochecer. Aprende a descansar a su lado, sin huir. No lo mandes a un asilo ni lo abandones en la primera gasolinera.

• Habla de Dios a tus amigos. Hablar de Dios es hablar de uno mismo, de lo que Él ha hecho contigo. Por eso cuesta. Hacer apostolado es quedarse a la intemperie, pero vale la pena.

• Y si es necesario, sal a la calle con una pancarta. Algunas veces los cristianos tenemos que manifestarnos, hacer bulto y gritar fuerte, llenando las avenidas y las plazas de las grandes ciudades. No quemes papeleras ni estropees el mobiliario urbano. Lleva a los viejos y a los niños, que somos gentes de paz y no correrán riesgos. El próximo día 18, sábado, tienes una oportunidad en Madrid. ¿Te animas?


Una vez leído el largo manifiesto de Kloster, sólo me queda añadir una palabra. No es muy original, pero en este caso sí que parece imprescindible: ¡pásalo!

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Furnte: Fluvium.org

Amistad: Lanzarse por una amistad verdadera / Autor: Alan Wirfel, LC

Una de las escenas más hermosas de toda la Biblia se encuentra al final del Evangelio de san Juan. Es de mañana y el sol está apenas saliendo. Pedro y los otros cinco apóstoles están cansados de haber pasado toda la noche intentando pescar sin haber obtenido nada como fruto de sus esfuerzos. De repente escuchan un grito que viene de la orilla: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Nos es familiar lo que pasará después: la pesca milagrosa. Pero el momento más cautivador lo vemos en la reacción de Pedro, cuando se lanza de la barca. Juan dice solo tres palabras, “¡Es el Señor!”, y le bastan a Pedro para tirarse al agua. Si tuviésemos una foto de aquel momento, de Pedro en pleno vuelo, nos diría mil palabras; palabras sobre todo de la amistad que le motivó a lanzarse; de la amistad que comparten Jesucristo y Pedro. Pero, ¿qué es la verdadera amistad, cómo se forma y qué importancia tiene para mí?

Amistad y sus clases

De entre todas las virtudes humanas que hay, pocas nos atraen tanto como la amistad. Aristóteles distingue tres tipos de amistad en la “Ética Nicomaquea”. La primera se trata de la amistad de utilidad: es bueno para mí tener esta relación, me es útil y puedo sacarle provecho. Esto es lo que esperaríamos de las relaciones entre empresarios; nos asociamos porque nos ayuda para ganar dinero o una mejor posición social. El segundo tipo tiene como base el placer: me gusta estar con el otro porque es divertido y me hace sentir bien. El tercero se trata de la verdadera amistad. Esta amistad encuentra su razón de ser en la virtud y bondad del otro. Como amigos compartimos el deseo de vivir una vida virtuosa, los altos ideales.

Sin embargo, me atrevo decir que a Aristóteles le falta algo... Es verdad que las amistades uno y dos no son verdaderas. Una amistad no es una inversión prudencial: no es que invierto mi tiempo con una persona porque preveo beneficios futuros, ni tengo un amigo solo porque me hace sentir feliz. Esto sería usarlo, tratarlo como medio de la propia felicidad y, a fin de cuentas, sería buscarse uno mismo. C.S. Lewis lo expresa así:

La donación como amistad

“La amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás, que no son mayores que las bellezas de miles de otros hombres; por medio de la amistad Dios nos abre los ojos ante ellas. Como todas las bellezas, éstas proceden de él, y luego en una buena amistad, las acrecienta por medio de la amistad misma, de modo que éste es su instrumento tanto para crear una amistad como para hacer que se manifieste”.

No le echo la culpa a Aristóteles pues nunca escuchó aquellas palabras reveladoras de Jesucristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 12-13). Así, Jesucristo nos revela un aspecto más profundo: la donación de sí, termómetro fiel de la verdadera amistad. Probablemente no se nos presentará en esta vida la oportunidad de dar la propia por un amigo, pero la vida cotidiana sí nos presenta mil oportunidades para darnos a los demás en las cosas pequeñas y momentos difíciles. Aunque sepamos valorar al amigo, sus cualidades y talentos, la verdadera amistad nos llevará a valorar también sus luchas y aceptar sus deficiencias. Por eso, la amistad verdadera es realista y leal. Ser amigo en los momentos difíciles quiere decir olvidarse y donarse. Esta amistad la expresó perfectamente J.R. Tolkien cuando nos escribe sobre la amistad incondicional entre Sam y Frodo:

Amistad y malos momentos

“Sam lo miraba. Las primeras luces del día se filtraban apenas a través de las sombras, bajo los árboles, pero Sam veía claramente el rostro de su amigo, y también las manos en reposo, apoyadas en el suelo a ambos lados del cuerpo. De pronto le volvió la mente la imagen de Frodo, acostado y dormido en la casa de Elrond, después de la terrible herida. En ese entonces, mientras lo velaba, Sam había observado que por momentos una luz muy tenue perecía iluminarlo interiormente; ahora la luz brillaba, más clara y más poderosa. El semblante de Frodo era apacible, las huellas de miedo y la inquietud se habían desvanecido; y sin embargo recordaba el rostro de un anciano, un rostro viejo y hermoso, como si el cincel de los años revelase ahora toda una red de finísimas arrugas que antes estuvieran ocultas, aunque sin alterar la fisonomía. Sam Gamyi, claro está, no expresaba de esa manera sus pensamientos. Sacudió la cabeza, como si descubriera que las palabras eran inútiles y luego murmuró: ‘Lo quiero mucho. Él es así, y a veces, por alguna razón, la luz se transparenta. Pero se transparente o no, yo lo quiero”.

Quizá sólo es en los momentos difíciles que la verdadera amistad se forja y se aprecia por lo que es: “Un amigo fiel es un escudo poderoso, el que lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no se paga con nada, no hay precio para él” (Sirácide 6, 14). Y es así, al final, hallamos lo que motivó a Pedro a lanzarse al mar con el sólo hablar de Cristo. Qué hombre de avanzada edad hace esto con sólo escuchar a otro si no es porque le ama, si no es porque es su amigo.

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Fuente: virtudesyvalores.com

viernes, 23 de noviembre de 2007

Eucaristía y fidelidad / Autor: P Antonio Rivero LC

La fidelidad es cumplir exactamente lo prometido, conformando de este modo las palabras con los hechos. Es fiel el que guarda la palabra dada, los compromisos contraídos con Dios y con los hombres y con su propia conciencia.

Debemos ser fieles a Dios, a nuestras promesas, a nuestros cargos y encomiendas, a nuestra vocación, a nuestra fe católica y cristiana, a nuestra oración. Cristo en el Evangelio puso como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal en lo pequeño, al administrador fiel. La idea de la fidelidad penetra tan hondo dentro del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo (cf Hech 10, 45; 2 Co 6, 15; Ef 1, 1).

Hoy se echa de menos esta virtud de la fidelidad: se quebrantan promesas y pactos hechos entre naciones; se rompen vínculos matrimoniales por naderías o vínculos sacerdotales, por incoherencias. ¿Por qué esta quiebra en la fidelidad?

Un fallo fuerte en la fidelidad se debe a la falta de coherencia. Otras veces será el propio ambiente lo que dificulte la lealtad a los compromisos contraídos, la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parece querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona. En otras ocasiones, los obstáculos para la fidelidad pueden tener su origen en el descuido de la lucha en lo pequeño. El mismo Señor nos ha dicho: “Quien es fiel en lo pequeño, también lo es en lo grande” (Lc 16, 10).

¿Qué relación hay entre Eucaristía y fidelidad?

Fue en la Eucaristía donde Dios fue fiel a ese anhelo y voluntad de quedarse entre los hijos de los hombres. En la Eucaristía Dios cumplió lo que dice en el libro de los Proverbios: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres” (8, 13). Dios en Cristo Eucaristía fui fiel a su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

La Eucaristía me da fuerzas para ser fiel a mi fe, a mi vocación, a mi misión como cristiano, como misionero, como religioso, como sacerdote. De la Eucaristía los mártires sacaron la fuerza para su testimonio fiel hasta la muerte. De la Eucaristía las vírgenes sacaron la fuerza para defender su pureza hasta la muerte, como lo demostró la niña santa María Goretti. De la Eucaristía los confesores sacaron la fuerza para confesar su fe y explicarla a quienes les pedían razones de su fe. De la Eucaristía el cristiano se alimenta para fortalecer sus músculos espirituales y así ser fiel a sus compromisos como padre o madre de familia, como esposo y esposa, como trabajador, como empresario, como profesor, como estudiante, como líder, como catequista.

¿Cómo va a ser fiel ese matrimonio, si no se alimenta de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel ese joven a Dios, venciendo todas las tentaciones que el mundo le presenta, si no se fortalece con el Pan de la Eucaristía que nos hace invencibles ante el enemigo? ¿Cómo va a resistir la fatiga de la soledad y del cansancio esa misionera o esa religiosa, si no participa diariamente del banquete renovador de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel a su celibato ese sacerdote, si no valora y celebra con cariño y devoción su santa Misa diaria? ¡Cuántos pobres y enfermos se mantienen en su fidelidad a Dios, gracias a la Eucaristía!

En la Eucaristía, Dios sigue siendo fiel a ese esfuerzo por salvar a los hombres, mediante su Palabra y mediante la comunión del Cuerpo de su querido Hijo que nos ofrece en cada Misa. Así como fue fiel a los patriarcas, profetas y reyes, así también sigue siendo fiel a cada uno de nosotros. Y donde Él ratifica su fidelidad es sin duda en la Eucaristía, el sacramento del amor fiel de Dios para con el hombre y la mujer.

El día en que Dios nos retirase la Eucaristía, ese día podríamos dudar de su fidelidad. Pero Dios es siempre fiel.

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Fuente: Catholic.net

jueves, 22 de noviembre de 2007

Sabio Afraates: «La oración es escuchada cuando ofrece alivio al prójimo» / Autor: Benedicto XVI

Benedicto XVI presenta la figura de Afraates el «Sabio»

Intervención durante la audiencia general


(ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura del obispo Afraates el «Sabio», «uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV».

* * *

En nuestro viaje al mundo de los padres de la Iglesia, hoy quisiera guiaros hacia una parte poco conocida de este universo de la fe, es decir, a los territorios en los que florecieron las Iglesias de lengua semítica, aún no influidas por el pensamiento griego. Esas Iglesias se desarrollaron a lo largo del siglo IV en Oriente Medio, desde Tierra Santa hasta el Líbano y Mesopotamia.

Durante aquel siglo, que fue un período de formación a nivel eclesial y literario, en dichas comunidades se manifestó el fenómeno ascético-monástico con características autóctonas, que no experimentaron la influencia del monaquismo egipcio. De este modo, las comunidades siríacas del siglo IV fueron una representación del mundo semítico del que salió la Biblia misma, y fueron expresión de un cristianismo cuya formulación teológica aún no había entrado en contacto con corrientes culturales diversas, sino que vivía de formas de pensamiento propias. Fueron Iglesias en las que el ascetismo bajo varias formas eremíticas (eremitas en el desierto, en las cuevas, recluidos y estilitas) y el monaquismo bajo formas de vida comunitaria desempeñaron un papel de vital importancia para el desarrollo del pensamiento teológico y espiritual.

Quisiera presentar este mundo a través de la gran figura de Afraates, conocido también con el sobrenombre de «Sabio», uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV.

Originario de la región de Nínive-Mosul, hoy Irak, vivió en la primera mitad del siglo IV. Tenemos pocas noticias sobre su vida; de todos modos, mantuvo relaciones estrechas con los ambientes ascético-monásticos de la Iglesia siríaca, sobre la que nos transmitió algunas noticias en su obra y a la cual dedicó parte de su reflexión. Según algunas fuentes, dirigió incluso un monasterio y, por último, fue consagrado obispo. Escribió veintitrés discursos conocidos con el nombre de «Exposiciones» o «Demostraciones», en los que trató diversos temas de vida cristiana, como la fe, el amor, el ayuno, la humildad, la oración, la misma vida ascética y también la relación entre judaísmo y cristianismo, entre Antiguo y Nuevo Testamento. Escribió con un estilo sencillo, con frases breves y con paralelismos a veces contrastantes; sin embargo, logró hacer una reflexión coherente, con un desarrollo bien articulado de los varios argumentos que afrontó.

Afraates era originario de una comunidad eclesial que se encontraba en la frontera entre el judaísmo y el cristianismo. Era una comunidad muy unida a la Iglesia madre de Jerusalén, y sus obispos eran elegidos tradicionalmente de entre los así llamados «familiares» de Santiago, el «hermano del Señor» (Cf. Marcos 6, 3), es decir, eran personas con vínculos de sangre y de fe con la Iglesia jerosolimitana. La lengua de Afraates era el siríaco, por tanto, una lengua semítica como el hebraico del Antiguo Testamento y el aramaico hablado por el mismo Jesús. La comunidad eclesial en la que vivió Afraates era una comunidad que trataba de permanecer fiel a la tradición judeocristiana, de la que se sentía hija. Por eso, mantenía una relación estrecha con el mundo judío y con sus libros sagrados. Afraates se definía significativamente a sí mismo como «discípulo de la Sagrada Escritura» del Antiguo y del Nuevo Testamento («Exposición» 22, 26), que consideraba su única fuente de inspiración, recurriendo a ella tan a menudo hasta el punto de convertirla en el centro de su reflexión.

Los argumentos que Afraates desarrolló en sus «Exposiciones» son variados. Fiel a la tradición siríaca, presentó a menudo la salvación realizada por Cristo como una curación y, por consiguiente, a Cristo mismo como médico. En cambio, considera el pecado como una herida, que sólo la penitencia puede sanar: «Un hombre que ha sido herido en batalla --decía Afraates--, no se avergüenza de ponerse en las manos de un médico sabio (…); del mismo modo, quien ha sido herido por Satanás no debe avergonzarse de reconocer su culpa y alejarse de ella, pidiendo el remedio de la penitencia» («Exposición» 7, 3).

Otro aspecto importante de la obra de Afraates es su enseñanza sobre la oración y, en especial, sobre Cristo como maestro de oración. El cristiano reza siguiendo la enseñanza de Jesús y su ejemplo orante: «Nuestro Salvador ha enseñado a rezar diciendo así: “Ora en lo secreto a Quien está escondido, pero ve todo”; y también: “Entra en tu aposento y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6, 6) (…). Lo que nuestro Salvador quiere mostrar es que Dios conoce los deseos y los pensamientos del corazón» («Exposición» 4, 10).

Para Afraates, «la vida cristiana se centra en la imitación de Cristo, en tomar su yugo y en seguirlo por el camino del Evangelio. Una de las virtudes más convenientes para el discípulo de Cristo es la humildad. No es un aspecto secundario de la vida espiritual del cristiano: la naturaleza del hombre es humilde, y Dios la eleva a su misma gloria. La humildad --observó Afraates-- no es un valor negativo: «Si la raíz del hombre está plantada en la tierra, sus frutos suben ante el Señor de la grandeza» («Exposición» 9, 14). Siendo humilde, incluso en la realidad terrena en la que vive, el cristiano puede entrar en relación con el Señor: «El humilde es humilde, pero su corazón se eleva a alturas excelsas. Los ojos de su rostro observan la tierra y los ojos de su mente la altura excelsa» («Exposición» 9, 2).

La visión del hombre y de su realidad corporal que tenía Afraates es muy positiva: el cuerpo humano, siguiendo el ejemplo de Cristo humilde, está llamado a la belleza, a la alegría y a la luz: «Dios se acerca al hombre que ama, y es justo amar la humildad y permanecer en la condición de humildad. Los humildes son sencillos, pacientes, amados, íntegros, rectos, expertos en el bien, prudentes, serenos, sabios, tranquilos, pacíficos, misericordiosos, dispuestos a convertirse, benévolos, profundos, ponderados, hermosos y deseables» («Exposición» 9, 14).

En Afraates la vida cristiana se presenta a menudo con una clara dimensión ascética y espiritual: la fe es su base, su fundamento; transforma al hombre en un templo donde habita Cristo mismo. Así pues, la fe hace posible una caridad sincera, que se expresa en el amor a Dios y al prójimo. Otro aspecto importante en Afraates es el ayuno, que interpretaba en sentido amplio. Hablaba del ayuno del alimento como una práctica necesaria para ser caritativo y virgen, del ayuno constituido por la continencia con vistas a la santidad, del ayuno de las palabras vanas o detestables, del ayuno de la cólera, del ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio, y del ayuno del sueño para dedicarse a la oración.

Queridos hermanos y hermanas, regresemos una vez más --para concluir-- a la enseñanza de Afraates sobre la oración. Según este antiguo «Sabio», la oración se realiza cuando Cristo habita en el corazón del cristiano, y lo invita a un compromiso coherente de caridad con el prójimo. En efecto, escribió: «Consuela a los afligidos, visita a los enfermos, sé solícito con los pobres: esta es la oración. La oración es buena, y sus obras son hermosas. La oración es aceptada cuando consuela al prójimo. La oración es escuchada cuando en ella se encuentra también el perdón de las ofensas. La oración es fuerte cuando rebosa de la fuerza de Dios» («Exposición» 4, 14-16).

Con estas palabras, Afraates nos invita a una oración que se convierte en vida cristiana, en vida realizada, en vida impregnada de fe, de apertura a Dios y, así, de amor al prójimo.

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos ocupamos de Afraates, apodado también el "Sabio", una figura destacada del cristianismo del siglo IV en Siria, donde las comunidades mantuvieron características propias: eran cercanas a la lengua y mentalidad semíticas en las que se fraguó la Biblia, afines al judaísmo, estrechamente unidas a la Iglesia madre de Jerusalén y en ellas ejercían un papel muy importante las diversas formas de vida eremítica.

En los escritos de este Padre de la Iglesia, destaca la estrecha relación con las Sagradas Escrituras, de las que él se decía "discípulo", y que tenía como su única fuente de inspiración. Muestra a Cristo como médico que nos salva y al que se acude para curar, por la penitencia, la herida del pecado. Para Afraates, la vida cristiana es seguir a Cristo y orar como Él nos ha enseñado, con humildad, para que habite en nuestro corazón y nos lleve a un compromiso de caridad para con el prójimo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo promotor del programa «Vida sin droga» de Colombia, acompañado por los Señores Embajadores de ese País. Es de esperar que esta y otras iniciativas similares se propaguen y ayuden a construir un mundo mejor. Saludo también a la delegación de la Escuela de Policía de Chile, así como a los demás peregrinos de México y España. A todos recuerdo una máxima del Sabio Afraates: «La oración es escuchada cuando ofrece alivio al prójimo»

Reina en mí / Autor: P. Jesús Higueras

Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: "A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido." También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!"
Había encima de él una inscripción: "Este es el Rey de los judíos."
Uno de los malhechores colgados le insultaba: "¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!"
Pero el otro le respondió diciendo: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho."
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino."
Jesús le dijo: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso."
Lc 23, 35-43

Joyas, oro, coronas, palacios, poderes y ejércitos, son las cosas que siempre hemos vinculado a la palabra realeza y a la palabra rey, especialmente en el pasado, cuando los reyes eran aquellos que ostentaban el poder, sobre todo un poder a través de la fuerza y a través del dominio.

Que diferente es el concepto de realeza que tenemos los humanos, al concepto de realeza que la Iglesia y el Evangelio nos presenta de Jesucristo, porque efectivamente a Él le preguntan: ¿Tú eres rey? Y Él dice que sí, aunque su reino no es de este mundo.

Jesús se nos presenta como rey desde la cruz. No trae consigo ni palacios, ni oro, ni coronas, ni joyas, y sin embargo, es más Rey que ninguno de los reyes que han existido en la historia. Porque verdaderamente el Padre ha querido entregar toda la creación a Jesús, y Él es el verdadero Rey de todo el universo. Algún día comprenderemos como toda la creación, toda la belleza de Dios, ha sido hecha desde la mente de Cristo – que es el conocimiento que tiene el Padre de sí – por medio del Espíritu Santo. Pero sobre todo, que Jesucristo sea el Rey del universo, significa para mí, que Jesucristo es mi Rey, es aquél a quien yo he querido entregar el señorío sobre mí, de quien yo he querido que toda mi vida dependa. Cada uno de nosotros tenemos que preguntarnos si tal vez no hallamos hecho muchas veces como aquellos judíos, que le rechazaron diciendo: “No queremos que sea nuestro rey, que nuestro rey sea el Cesar”.

“Que Cristo sea Señor y sea Rey”, así lo proponía la Iglesia al principio, en el primer sermón de San Pedro: “Jesús vive y es el Señor. Decir Señor o decir Rey es lo mismo, y por eso, Cristo tiene que reinar. Tiene que reinar en mi corazón, pero solo va a reinar si yo le dejo, porque Él no se impone por la fuerza. Él no se impone ni por las armas, ni por el miedo, ni por el castigo, sino que solamente se impone por el amor. Él solo quiere reinar si tú le abres las puertas, si tú eres capaz de decirle: “Quiero que reines en mí”.

Reinar en tí, significa dejarle que Él escriba tu historia, no revelarte ante su voluntad, aunque a veces la voluntad del Rey tenga forma de dolor o de cruz. No tenemos porque entender todos los designios del Rey, Él sabe más. Significa decirle: “Yo quiero que Tú reines, que seas mi Rey; el Rey de mis emociones, de mis sentimientos, de mis miedos, mis sueños, el Rey de mi vida”.

En esta última fiesta del tiempo ordinario, pidámosle a Cristo que reine en nosotros, en nuestros corazones, que reine en nuestras vidas. Que Cristo reine en todos mis actos, y para eso tendremos que abrir las puertas al Rey. Él quiso entrar en Jerusalén manso, sencillo, humilde y entrará así, también a través de la humildad y de la mansedumbre. Cuantas veces los salmos dicen: “Abridme las puertas del triunfo”, o cuantas veces: “Portones alzad los dinteles, va a entrar el Rey de la gloria”. Cristo sigue llamando a la puerta de los corazones, y sigue preguntando: ¿Me dejas reinar? ¿Me dejas que Yo sea tu rey? ¿Me dejas que Yo gobierne tus actos y quieres definitivamente confiar en Mí y saber que Yo te voy a conducir, como buen pastor, por praderas de hierba fresca, por fuentes tranquilas? Que aunque camines por cañadas oscuras no tendrás que temer, porque tu Rey y tu Señor te cuidará y te protegerá. Deja de ser tú tu propio rey, y deja que Cristo reine. Entrégale tu reino, tu voluntad, todo lo que tú eres. Déjalo en sus manos y veras que paz tan grande visitará tu corazón.

Un joven afortunado / Autor: José H. Prado Flores

El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche. Había abundantes lámparas en la estancia superior donde estábamos reunidos. Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo. Lo levantaron ya cadáver.
Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: "No os inquietéis, pues su alma está en él." Subió luego; partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó. Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco.
(Hech. 20,7-12)

San Lucas cuenta un episodio que dejó una profunda huella en su vida de evangelizador: Pablo había llegado a Tróada, para despedirse de la comunidad. Pero durante la celebración de la Cena del Señor, la charla se alargó hasta media noche y, un joven sentado junto a la ventana, se quedó dormido y cayó al vacío, muriendo inmediatamente. Aunque el accidente no deja de ser impresionante, lo más importante es su significado y la aplicación a la tarea evangelizadora.

Todo el relato está marcado por los contrastes que se oponen: la oscuridad de la noche se extendía afuera, mientras que la sala de reunión estaba iluminada por muchas lámparas. Adentro se encontraba la comunidad, escuchando la Palabra de Dios, mientras que afuera reinaba el silencio de la noche.

Eutico, que así se llamaba el protagonista de este drama, era un joven, tan atrevido, como imprudente, que en vez de sentarse como todo mundo, lo hizo en el filo de la ventana que miraba tres pisos abajo. Por lo tanto, no estaba ni adentro ni afuera. La mitad de su cuerpo era iluminado por las abundantes lámparas de la sala, pero la otra mitad permanecía en la oscuridad. Con un oído escuchaba la Palabra que se predicaba y con el otro prestaba atención a lo que pasaba afuera. Con un ojo miraba dentro y con otro miraba hacia fuera. Era parte de la comunidad, pero al mismo tiempo no pertenecía totalmente a ella, pues la mitad de atención e interés estaban fuera. Su corazón estaba dividido.

A medida que pasaban las horas, en vez de que Pablo terminara de contar las maravillas de Dios, alargaba su discurso. Eutico, que se interesaba sólo parcialmente en la reunión, comenzó a cabecear y dormitar, pues "un profundo sueño lo iba dominando". Estaba perdiendo la primera batalla: ya no tenía conciencia de lo que pasaba a su alrededor. Cada vez escuchaba menos la Palabra, por la simple razón de que no estaba ni adentro ni afuera. El grave problema de Eutico era la indecisión. Quería dos cosas a la vez, sin decidirse por ninguna de ellas.

Por fin, Eutico se quedó dormido en el filo de la ventana, y perdió el equilibrio, desplomándose hasta el suelo. Curiosamente, en vez de caer hacia la sala, donde se celebraba la Cena del Señor, se fue al vacío, tres pisos abajo. Tal vez porque todo el que se duerme, se inclina más hacia afuera que hacia la comunidad. Obviamente, Pablo interrumpió la predicación, al mismo tiempo que todos los que dormitaban, se despertaron con sobresalto.

Cuando Eutico dejó de escuchar la Palabra, se quedó dormido. Todo aquel que cierra sus oídos a la Palabra, se duerme. Si toda la mente, todo el corazón y todas las fuerzas no están escuchando y acogiendo la Palabra, se duerme irremediablemente, porque tarde o temprano las preocupaciones de la vida, la concupiscencia de la carne y el afán de las riquezas asfixian la semilla de la Palabra.

Tal vez Eutico no era el único que dormitaba esa noche, pero su problema se agudizaba por el lugar que había escogido para sentarse: un poco adentro y un poco afuera. Ni pertenecía a la comunidad ni se decidía abandonarla. Su mente y su corazón estaban divididos, procurando dos cosas al mismo tiempo. Quien vive de esta manera, es como quien se sienta en la ventana; es decir, arriesga su vida inútilmente. Quien no escucha con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas la Palabra de Dios, se duerme, porque no permite que la semilla de la Palabra, penetre en lo más profundo de su conciencia.

El drama de nuestro tiempo radica en que a la gente le gusta sentarse en la ventana. De manera especial, parece ser un síndrome juvenil. Muchos jóvenes se duermen con una droga o con el alcohol, se duermen por la filosofía de New Age, o son adormecidos por el sensualismo que insensibiliza. El olor del incienso también provoca sueño, mientras que la codicia hace cerrar los ojos ante las necesidades de los demás.

El problema más importante que debe atacar un evangelizador, es la gente que le gusta sentarse en la ventana: quienes desean seguir a Cristo, pero que no están dispuestos a renunciar completamente al pecado; aquellos que procuran servir al Señor, pero que al mismo tiempo pretenden servirse de él; los que condicionan su entrega o siguen coqueteando con los criterios del mundo y de la carne; en fin, todos aquellos que sirven a dos señores... San Pedro describe la salvación como el paso de las tinieblas a la luz (1Pe 2,9), y Jesús exige tener el cuerpo enteramente luminoso, sin sombra de tiniebla (Lc 11,35). La conversión ha de ser radical o no es conversión: o se entra plenamente a la luz, o es mejor quedarse afuera; o frío o caliente, porque los tibios son vomitados de la boca del Señor. El tesoro escondido sólo se adquiere cuando se vende todo con alegría, para comprar el campo. La Perla preciosa, cuesta todo, no importa si es mucho o poco, con tal de que sea todo.

Los evangelizadores también somos retados por la Palabra de Dios: no nos sentemos en la ventana para predicar la Palabra de Dios. Esto significa que si le hemos entregado nuestra vida al Señor, no consintamos darla a medias. ¿Hay algún aspecto de la vida que no hemos rendido bajo el Señorío de Jesús? No se puede poner la mano en el arado y volver la vista atrás. La entrega es total y para siempre. De otra forma, la misma Palabra que proclamamos nos va a juzgar muy severamente.

Cuenta la Palabra, que Pablo, repitiendo un gesto de los antiguos profetas (1Re 17, 17-24; 2Re 4,30-37), resucitó a Eutico. El apóstol, acompañado por el joven recién vuelto a la vida, regresó a la sala, para continuar narrando los prodigios de sus viajes apostólicos. Ya no se nos precisa dónde se sentó Eutico, pero de una cosa estamos ciertos: no procuró la peligrosa ventana. Es más, ni siquiera volteaba a verla. Tal vez escogió el lugar opuesto y no se distraía lo más mínimo de las palabras de Pablo, que siguió predicando hasta al amanecer... ...tal vez, algunos otros tenían sueño, menos uno: Eutico.

Eutico, cuyo nombre significa "afortunado", ha sido en verdad afortunado. La noche en que cayó de la ventana, había una comunidad escuchando la Palabra de Dios y un evangelizador que lo predicaba con el poder del Espíritu. De otra forma, este joven hubiera pasado a las estadísticas como uno más de los que mueren en un accidente. Sin embargo, se integra a la historia de la salvación, por haber resucitado, dejando un mensaje a todos los que se duermen: nunca lo hagan al filo de la ventana.

Que la Palabra de Dios, que es lámpara para nuestros pasos (Sal 119,103), nos ilumine para ser luz del mundo, que refleja el resplandor de aquel que dijo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8,12), para amar, servir y proclamar al Señor con toda nuestra vida.

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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés

Cogitaciones zoológicas: La intimidad es humana / Autor: Enrique Monasterio

A mi amigo Kloster le gusta pasear por el zoo. No se fija mucho en los animales, pero disfruta mirando las miradas de los niños, e impregnándose de exóticos aromas.

Nos detenemos frente al espacio reservado a los monos. A mí no me atraen en absoluto. Me produce una inquietud indefinible contemplar sus movimientos vagamente familiares y sentirme observado por esos ojillos malignos y estúpidos que siempre recuerdan a algún conocido.

Hoy los simios disfrutan exhibiendo sus miserias y haciendo guarradas para regodeo del público.

— Ya ves –comenta mi amigo–. Los animales carecen de intimidad.

— Sí –le contesto– son unos impúdicos.

— ¿Impúdicos? No. Acusarles de impudor es tan injusto como decir que no son humildes o caritativos. El pudor es una virtud, y los animales no son virtuosos ni perversos. Son sólo animales.

— Ya. Entonces, ¿qué es la intimidad?

Kloster cierra los ojos como siempre que pontifica.

— La intimidad es el ámbito sagrado donde el espíritu humano se reconoce a sí mismo, establece su dominio y se guarda de las agresiones externas. Alguien escribió –quizá yo mismo– que la adolescencia comienza el día en que el niño, por primera vez, cierra el pestillo del cuarto de baño. Ese día descubre su dignidad. Hasta entonces, durante el primer tramo de su vida, ha vivido cara al público, en un escaparate como los monos del zoo. Incluso le encanta proclamar a gritos sus mas íntimos problemas digestivos.

Algo más sobre intimidad

En ese momento, a lo lejos se oye una estridente voz infantil:
— ¡Mamá, me he hecho piiiiís!

— ¿Lo ves? –continúa Kloster–. Esa criatura aún no sabe quién es. Un día mirará hacia adentro de sí mismo y entenderá que las secreciones de su cuerpo no deben ser de dominio público.

— Pero la intimidad es más que eso…

— Claro. Ya te he dicho que es el refugio del espíritu. El alma va creando a su alrededor como círculos concéntricos más o menos privados, que son expresión de la dignidad personal. El círculo más amplio quizá sea su casa. En ella el hombre comparte con los suyos mucho de su intimidad. Pero, dentro de la casa, hay entornos más reservados: el dormitorio, el cuarto de baño… Y, por último, el propio cuerpo, que se cubre con un vestido no sólo para abrigarse. Si la indumentaria tuviese ese fin, Dios nos habría creado con pelo como los gorilas o con plumas de colores como los faisanes. Pero el vestido es sobre todo un lenguaje con el que expresamos amor, respeto, veneración, confianza, alegría, piedad… Es también defensa frente a mirones y marco para la propia belleza.

Lo más privado

Kloster se queda en silencio mirando fascinado cómo se rasca el oso pardo.

— Naturalmente el núcleo más secreto y sagrado es aquel en que radica el amor. Por eso avergüenza airear los sentimientos eróticos más auténticos: las dudas, los celos, la ternura, el placer… Y las cartas o los emilios de amor… De ahí también que la exhibición del propio cuerpo no sea natural. Porque el cuerpo humano –sólo el humano– ha sido creado para amar como Dios mismo ama.

— Estamos yéndonos un poco lejos, ¿no te parece?

— Quizá. Pero recuerda que la intimidad no puede ponerse en venta. Nadie tiene derecho a alquilarse, porque ningún ser humano se pertenece del todo. Su dignidad también es patrimonio mío. Por eso nos duele verla pisoteada en tantos lugares del mundo. Y cuando unas marujas y marujos vomitan sus vergüenzas en la tele a cambio de cuatro duros, me ofenden aún más. Con su actitud están diciendo que la dignidad humana no existe. tampoco la mía; que nada es inviolable ni sagrado, que el espíritu es sólo una neurosis.

El valor de la intimidad

Esta vez Kloster se ha enfadado en serio. Trato de cambiar de conversación, y le llevo al sector de las aves, donde las zancudas y los patos conviven en paz. Pero al cabo de un rato, concluye:

— Hace años en un museo de este país nuestro había un hombre disecado… Era un negro, por supuesto. ¿Te imaginas que aquí, en el zoo, se exhibiesen en una jaula más o menos cómoda tres o cuatro parejas de seres humanos…? Sólo les pediríamos que renunciasen a su dignidad en beneficio de la zoología, a cambio de un buen sueldo.

— Habría muchos mirones para el espectáculo…

— Sí. Todos somos corruptibles. Y la tentación de violar miserias ajenas es muy fuerte…

— Sin embargo –le digo–, te equivocas en una cosa. Las aves sí tienen intimidad. Y pudor. No se trata de una virtud, por supuesto, sino de un don que Dios hace al hombre para que aprendamos algo más de ellas…

— ¿Estás seguro?

— Completamente. Otro día te lo contaré con detalle.

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Fuente Fluvium

Un regalo de Amor / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.

En 1937 varios exploradores rusos lograron pasar unos meses en las
proximidades del Polo Norte, en el reino del hielo eterno, o, como solía
decirse, de la “muerte eterna”. Hasta entonces, se creía
realmente que allí no podía crecer ninguna planta. Por eso, la sorpresa de
los exploradores fue enorme al encontrar en el mismo Polo Norte una
flor... Era una especie de alga diminuta, del tamaño de la cabeza de un
alfiler, de color azul. Quisieron descubrir su raíz y empezaron a cavar.
Cavaron nueve metros de profundidad y todavía no dieron con el final de
la raíz... Ciertamente, esa flor es un ejemplo para nosotros. Por
todas partes, le rodeaban el hielo y la muerte y no se asustaba ni
retrocedía. Iba taladrando el suelo y se lanzó, en el reino de la oscuridad y
de las tinieblas, hacia arriba en busca de la luz.., hasta que la
encontró. No le importó, si tuvo que subir veinte metros. Valió la pena
llegar a la luz y poder alegrar la vida de unos exploradores y alabar a Dios
en las solitarias y heladas regiones del Polo Norte. Por eso, tú no te
desanimes, no importa cuántos metros estés bajo el peso de tus
pecados. Jesús te espera en la confesión y en la luz del sagrario; sigue
subiendo, El es la luz del mundo y te está esperando para darte una nueva
vida.

Allí, en el sagrario, vela Jesús todas las noches en silencio,
esperando la llegada del alba y de algunas personas que lo amen para
repartirles sus tesoros de gracia escondidos en su Corazón. Porque el sagrario
contiene todos los tesoros de Dios, ahí están los almacenes llenos y son
inagotables. ¿Por qué no vas a misa? ¿Por qué no comulgas? ¿Por qué no
te arrodillas ahora mismo, en el lugar donde te encuentras, y te
diriges al Jesús del sagrario? Mira hacia la iglesia y dile así:

Jesús mío, ¿qué haces ahí todo el día en la Santa Eucaristía? ¿Qué
haces en las noches silenciosas, solitario en la blanca hostia?
¿Esperándome? ¿Por qué? ¿Tanto me amas? ¿ Y por qué yo me siento tan angustiado
por los problemas y creo que Tú te has olvidado de mí? ¿En qué pienso?
¿En qué me ocupo? ¿Por qué me siento tan solo, si tú eres mi compañero de
camino? Ahora, he comprendido que tú me amas y me esperas y seguirás
esperándome sin cansarte jamás, porque tienes todo tu tiempo
exclusivamente para mí. Señor aumenta mi fe en tu presencia eucarística. Lléname
de tu amor ven a mi corazón. Yo te adoro y yo te amo. Yo sé que tú estás
siempre conmigo y que contigo ningún vendaval y ninguna tempestad
podrá destruirme. Dame fuerza, Jesús, YO TE AMO, perdóname mis pecados. Yo
sé que, si estoy contigo, tengo conmigo la fuerza del Universo, porque
tú eres mi Dios.

¡Oh misterio bendito, prodigio de amol; sacramento admirable, fuente de
vida... Jesús Eucaristía! ¡Qué vacía estaba mi vida sin Tí! Ahora he
comprendido que tú eres mi amigo y quieres abrazarme todos los días en
la comunión. Por eso, yo te prometo ir a visitarte todos los días y
asistir al gran misterio de amor de la Eucaristía. Quiero ser tu amigo.
¡AMIGO DE JESUS EUCARISTÍA!

Amor de hermanos / Autor: P. Fernando Pascual

El problema tiene muchas raíces y se produce por motivos distintos. En algunos casos, es debido a errores de los padres en la educación de sus hijos. En otros, a un problema surgido entre los mismos hermanos en un momento puntual de su desarrollo infantil o juvenil. En otros, a conflictos que aparecen ya en la edad adulta: peleas por la herencia, puntos de vista opuestos respecto a la religión o la política, disconformidad por el piso o el trabajo escogido por el otro, etc.

Cada situación merecería ser tratada de un modo específico. Quisiéramos ahora hacer una breve reflexión sobre la necesidad de suscitar, cuidar y acrecentar el amor entre los hermanos.

Lo primero es suscitar o promover. Un grave error en la vida familiar es suponer que por vivir en la misma casa y tener la misma sangre surgirá de modo espontáneo el afecto y cariño entre los hermanos. La realidad es que el amor se construye día a día, a base de educación, de renuncia al propio egoísmo, de apertura al otro, por medio de un trato que vaya más allá de los saludos habituales entre quienes viven bajo el mismo techo.

Los padres tienen una responsabilidad enorme en esta tarea. Desde que los niños son pequeños, buscan darles lo mejor y lograr que cada uno se sienta igual de amado que los otros. Este esfuerzo es un primer paso muy importante, pero hay que ir más allá: hay que conseguir que cada hijo aprecie, respete y ame a sus hermanos.

Desde el amor, los padres pueden ayudar mucho a que entre los hijos se promueva un clima de respeto. Es lícito que cada uno tenga su pequeño espacio de autonomía (donde las dimensiones de la casa lo permitan...). Pero es más importante educar a cada hijo a no encerrarse en su pequeño mundo y a abrirse a sus hermanos con el mismo cariño, o incluso superior, con el que se abren y tratan con sus amigos de escuela o de barrio.

Es muy hermoso, en ese sentido, ver cómo el padre o la madre se sientan junto a la hija de 10 años para explicarle que su hermano adolescente está pasando por una edad difícil, que necesita comprensión, que hay que respetar sus cosas, que hay que rezar por él. O que hablan con la hija universitaria para pedirle que nunca le grite al hermanito pequeño por el caos que provoca en casa, sino que más bien sepa buscar momentos para ayudarle en sus deberes, para enseñarle a ordenar las cosas en la habitación, para motivarle a participar en las mil tareas de casa.

Lo segundo, en parte ya mencionado, es cuidar el amor. La vida familiar implica continuos roces. La niña quiere poner la música a todo volumen mientras que el “niño” (ya tiene 15 años...) ha pedido silencio por las tardes para sacar sus problemas de matemáticas. O el hermano mayor no quiere saber nada de ayudar a limpiar platos, mientras la hermana que le sigue en edad considera eso una injusticia machista que debe desaparecer cuanto antes.

Que haya conflictos es lo más normal del mundo. Pero saber superarlos con paciencia y, sobre todo, con un respeto que nace del cariño y que va más allá de las simples reglas de justicia, lleva a restablecer en seguida los lazos que unen a los hermanos entre sí.

Habrá ocasiones en que antes de ir a misa los padres pedirán a sus hijos que si alguno tiene rencor o rabia hacia algún hermano, antes de ir al altar pida perdón y ofrezca su perdón. Sólo así tiene sentido pleno participar en la misa como familia verdaderamente cristiana.

Lo tercero es acrecentar el amor. Si en casa ha sido promovido el amor; si el amor ha sido preservado y custodiado, a veces también “curado”, a lo largo de los meses; si padres e hijos se sienten no sólo miembros de una misma familia, sino realmente amigos que se quieren y se ayudan... Entonces este tesoro de cariño, que es un don maravilloso de Dios, necesita incrementarse con el tiempo.

El paso de los años lleva, como consecuencia normal, a que cada hijo haga su propia vida. Escoge su carrera, busca un trabajo, empieza el noviazgo, llega al día de bodas, vuela del nido. Pero ese momento no debe convertirse en una despedida o una ruptura. Se trata más bien de un paso hacia la madurez, hacia la creación de una nueva familia, que no debe significar un perder el tesoro de cariño que existe entre los hermanos.

En el respeto a la autonomía normal de cada adulto, es muy hermoso interesarse por el hermano que tiene problemas en su trabajo, que no sabe cómo atender a un hijo nacido con una enfermedad peligrosa, que no alcanza a pagar la mensualidad para su piso... Las situaciones son infinitas, y los tipos de ayuda que se pueden ofrecer varían mucho de caso a caso.

Es cierto que quien está necesitado no puede “abusar” de sus hermanos ni pedir continuamente dinero u otras ayudas. Pero también es cierto que existen muchas maneras de mostrar y vivir el cariño mutuo, especialmente cuando los problemas son más graves y uno necesita sentirse apoyado por quienes son de la misma sangre y, sobre todo, por quienes han aprendido a vivir unidos como “buenos hermanos”.

En la oración se encontrarán fórmulas para lograr esa armonía que hace tan hermosa la vida familiar. El amor entre los hermanos será, entonces, el mejor fruto de la siembra paterna, la mejor manera de vivir el cariño hacia unos padres que supieron promover, en un hogar que quiso vivir con alegría el Evangelio, ese amor en el que cada uno deja de lado sus gustos para servir al prójimo más prójimo: el propio hermano.

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Fuente: Catholic.net

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Desde mi punto de vista y mi propia experiencia: Testimonio de Sor. Lily Scullion, ocso

LA GRACIA CISTERCIENSE HOY: CONFORMACIÓN CON CRISTO

El concepto de escucha es central en la espiritualidad cisterciense. El comienzo de todo movimiento espiritual se encuentra en el corazón. “Conoce el corazón de Dios a través de la palabra de Dios”, fue una cita que me dio Sor Eleonor, RSM, que provocó el deseo de Dios en el interior de mi corazón. Empecé a atender a la voz interior y escuché la pregunta “¿Hago realmente lo que Dios espera de mí?” En busca de discernimiento con una hermana dominica, hallé en ella una mujer con una tremenda capacidad de escucha, una escucha con el propio corazón. Fue como estar en la presencia de Dios y por eso fui feliz siguiendo su consejo cuando me dijo:

“ Lily, solicita el puesto de monitora de jóvenes en Ballymurphy

y si se te ofrece el trabajo, tómalo y estate allí hasta que Dios

te dé una señal.”


Conseguí el puesto, trabajé y perseveré allí durante casi tres años. Ballymurphy es un guetto de Belfast y una plaza fuerte del I.R.A. en los “problemas” de los “seis condados” de Irlanda del norte. Fue una experiencia difícil y dolorosa. A menudo, como forma de escape, hubiera solicitado otros puestos, pero al final seguía trabajando con los pobres de la zona.

Para sobrevivir, me volvía a Jesús diariamente en la Eucaristía, que me dio la fuerza y el coraje para continuar trabajando y combatir el dolor y el sufrimiento que acarrea. Una noche, en el silencio y la soledad de mi dormitorio, tuve una experiencia que sólo puedo comparar a la de Jacob en lucha con Dios.[1] Luché con Dios toda la noche. Me sentía físicamente desamparada. Sentí la densidad de Su presencia y tuve miedo: miedo de lo que se me iba a pedir; miedo a perder mi identidad si Le dejaba tomar posesión de mi vida; miedo de ser apartada de mis amigos y de la gente “normal” de mi vivir cotidiano. Me llené de un humillante temor cuando pensé en mi maldad, las muchas veces que he jugado al escondite y las muchas veces que Le he mantenido fuera de mi vida. Pero no había escapatoria. Me sentía cercada, vencida, anonadada por su poderosa presencia. Fue una experiencia de muerte, cara a cara a solas con Dios. Comprendí que sí: “tengo que dejarme llevar, entrar libremente en esto y aceptar la realidad de esta situación”.

Este dejarse llevar no es fácil, es un tiempo de dolor y de lucha. ¿No es ésta la condición permanente de nuestras vidas? El sudor, el dolor, el miedo, fueron todos muy reales mientras la lucha, el regateo, continuaba. La noche fue oscura y larga. Amaneció y una voz amable dijo estas palabras:

“ Lily, es la vida de clausura lo que quiero de ti.”

Estaba hecha pedazos, confundida, aturdida y asustada. ¿Qué significaba esto? Me acordé de las palabras del profeta Isaías: “Te he llamado por tu nombre. Tú eres mío”.[2] Ser llamado por el nombre es una experiencia muy intensa y conmovedora.

Es imposible describir lo que ocurrió en ese íntimo encuentro con el Señor. Cuando volví a estar en calma y presente a la experiencia, me di cuenta de que había sido el Señor quien me hablaba, y entre lágrimas de pesar, alegría y gratitud respondí diciendo:

“ Sí, Señor, Tú has consentido mis voluntades todos estos años; por eso ahora, Señor, de Ti depende: haz conmigo lo que quieras. No tengo idea de lo que quieres de mí, pero te doy todo lo que tengo y confío en Ti para que me lleves allí donde me quieres.”


Con esto, experimenté un gran sentido de libertad interior y paz. Cuando llegó la mañana estaba todavía agitada por la experiencia y comprendí que la vida había tomado una nueva dirección. No necesitaba consultar a nadie. Él había hablado claramente y yo había cedido a la magnética atracción de Dios. En mi corazón sentía una fuerza interior y un coraje para confiar en su revelación acerca del camino que tenía por delante. Podría decir que el Señor tomó posesión de mí. Me sentía llena de una nueva confianza y apertura para mantener mi respuesta y compromiso, dados a Él en aquel intenso e íntimo encuentro.

El 21 de mayo de 1.980, conocí a la hermana Agnes de Glencairn y a través de ella experimenté la amabilidad de Cristo, que despertó mi curiosidad por el estilo de vida que hubiera detrás de su actitud.

Convine en visitar Glencairn a finales de junio para ver como hacían sus tarjetas con flores prensadas. Durante las dos últimas horas de aquel viaje sentí emerger un conflicto interno. Un diálogo interior comenzó. El hecho de que iba a pasar un fin de semana con monjas se hizo insoportable. Tanto que al llegar al portón de entrada de la Abadía dï media vuelta y retomé el camino a casa. Tras una hora de retirada, paré el coche y comprendí que debía mantener mi cita, y volví a dar media vuelta. A las puertas de la Abadía me encontré nuevamente con la palabra “Clausura”, en la que no había pensado desde mi encuentro con el Señor. Los titubeos se acabaron con mi decisión de pasar la noche si no había rejas. Y no las había. Estaba, pues, obligada a pasar la noche. Me quedé todo el fin de semana y disfruté viendo la confección de las tarjetas y trabajando en el jardín.

Durante el viaje de vuelta me invadía una gran paz, que dio como resultado que me pusiera manos a la obra aquella misma noche y escribiera una carta a Glencairn diciendo que iría a finales de septiembre a unirme a la comunidad.

Desde el principio de mi noviciado me enseñaron a centrarme en Cristo, y pude experimentar cómo, cuando mi centro venía a ser cualquier otra cosa, la vida cisterciense se hacía dificultosa y sin sentido.

Comencé a seguir mis propios deseos, centrándome en las debilidades de los otros y enmarañándome en sentimientos de inferioridad. Todo lo cual da pábulo al conflicto y al dolor. Para mí, este centrarse en Cristo, que exige disciplina para vivir en su Espíritu, cargar cada día con la cruz de mi humanidad.

El dar tiempo y lugar para estar con Cristo en silencio, oración y soledad, no brotó de mí de un modo espontáneo. Antes de llegar al monasterio, yo llevaba una vida muy activa como trabajadora a jornada completa entre los jóvenes, las bombas, las balas, el ruido incesante de los helicópteros del ejército, el fragor de carros de combate, las tanquetas y los rifles, y el sufrimiento resultante de toda aquella situación. Acostumbrarme al silencio y la paz del entorno monástico fue mi primer reto, como podéis imaginaros fácilmente. Todo eso requería paciencia conmigo misma y paciencia también de las demás conmigo.

Poco a poco llegué a apreciar el valor del silencio y la soledad, y a darme cuenta de que lo que al principio parecía una pérdida de tiempo, como la lectio y la oración, estaban encaminadas a permitir al Espíritu de Cristo transformarme y modelarme.

La experiencia de la dimensión humana de la vida comunitaria puede ser donación de vida o negocio de muerte, dependiendo de cómo percibamos diversas situaciones. Como católica criada en los “seis condados” de Irlanda del Norte, para tener un sentido de identidad, yo aprendí desde muy joven a defender lo mío y a ser directa y franca acerca de mis sentimientos en las cosas importantes para mí. Estos rasgos provocaron muchos malentendidos en la comunidad de Glencairn. Algunas veces se tomaba por agresividad lo que para mí no era sino honestidad y rectitud. Debido a todo lo cual yo me sentía sola y como ajena. Y me causaba mucho dolor y sufrimiento. Reflexionando ahora, me doy cuenta de que la raíz de ese conflicto provenía de una diferencia cultural, que producía una profunda oscuridad en mí. Era como estar en un profundo pozo sin fondo. Nadie parecía entender por lo que estaba pasando. Cuando compartí mi experiencia con mi confesor, su respuesta fue: “Es muy pronto para pasar por la Noche Oscura”. Así que tuve que continuar en la misma. Durante aquel tiempo me identifiqué mucho con la Pasión de Cristo.

Gradualmente emergí de aquella oscuridad y pude salir a la luz con el acompañamiento de mi Maestra de Novicias, que transitó conmigo la oscuridad. Experimenté su paciencia, amabilidad y respeto, que mediaban para mí la presencia paciente, amable y respetuosa de Cristo. Fue para mí un nuevo amanecer.

La Regla de San Benito es cristocéntrica: Benito nos dice una y otra vez “No anteponer nada al amor de Cristo”,[3] “No preferir nada al amor de Cristo”.[4] Benito nos alienta a estar constantemente atentos a la presencia de Dios en nuestra vida diaria, que para mí se manifiesta en la relación con los demás, en la belleza de la naturaleza, en el trabajo manual y en la Liturgia. A este modo de vida es al que pienso que nuestro Abad General, Dom Bernardo, nos invita a todos cuando habla en su reciente Carta Circular de la dimensión mística de nuestro carisma cisterciense :

A esta hora de la historia humana, en este momento de transición cultural nosotros, monjes y monjas orientemos más decididamente nuestras vidas hacia el Misterio a fin de ser místicamente transformados por él. Nuestra mística cristiana es en última instancia, una experiencia de reforma y conformación con Cristo.[5]

Parte de esta reforma y conformación con Cristo empieza en el noviciado. No siempre respondemos a la llamada de Cristo en nuestras circunstancias diarias. Por eso tropezamos, retrocedemos y caemos en la oscuridad en nuestro esfuerzo por venir a la luz. De vez en cuando somos ambiciosos, llenos de orgullo, y nuestras voluntades son tercas y precisan mucho desgaste a través de los grados de humildad. San Benito señala en su Regla que “El primer grado de humildad es la obediencia sin demora, que es propia de quienes nada estiman más que a Cristo”.[6] Pienso que esta obediencia es el núcleo de la “Conformación con Cristo” en la vida cisterciense. Obediencia y amor no se pueden separar. Cristo amó y porque amó “Él se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.[7]

San Benito abre su regla diciendo:

“ Escucha, hijo, los preceptos de un maestro e inclina el oído de tu corazón” [8]

De ahí la importancia de escuchar esta Regla y sus intuiciones acerca de la vida, con ilusión, o sea “Con el oído del corazón”. Es así que aprendemos a oír lo que Dios quiere en cada situación dada y con la gracia del Espíritu Santo nos disponemos para abrir nuestros corazones en respuesta amorosa a dicha llamada. Esto es la obediencia, la disposición para escuchar la voz de Dios en nuestras vidas diarias, que nos arrancará de nuestros pequeños mundos. Como seres humanos frecuentemente dejamos de atender y oír la voz de Cristo. A veces algunos podemos experimentar la ausencia de Cristo más que Su presencia a lo largo de nuestro camino.

Yo experimento Su presencia en mi vida de los siguientes modos. Por ejemplo en mis diecinueve años como hermana cisterciense, constantemente soy animada al ver a las Hermanas felices y realizadas en Glencairn. Pienso en la Madre Imelda Power, R.I.P, quien me alentó enormemente por el celo y alegría que ella exhalaba, y su profunda fe en medio de los altibajos de la vida diaria.

Mi comunidad está compuesta por 40 Hermanas, algunas de las cuales son ancianas y enfermas. A pesar de esto ellas están en la Iglesia preparadas para cantar el oficio a las 4 aún en las frías mañanas de invierno. A causa de estas cualidades de fidelidad a la oración, fe y alegría, las cuales se encarnan en las vidas de las Hermanas, la Iglesia del païs está constantemente atraida a Glencairn para aliviar sus angustias e inquietudes con una atenta escucha. La gente pide oraciones y con frecuencia participa personalmente en la Liturgia de las Horas.

Las más jóvenes son también alentadoras al traer con ellas la vitalidad, la frescura y el entusiasmo por la vida. Ellas muestran también una gran compasión hacia nuestras Hermanas mayores, lo que me lleva a preguntarme si yo misma doy por supuesto a mis hermanas.

Mi familia y mis amigos visitan la Abadía y reparan energías mediante la participación en nuestra Liturgia. Yo, a mi vez, me beneficio con la constancia de su fiel amistad, que anima y respalda mi vocación monástica. Así como la riqueza de esta Liturgia tiene la virtud de fortalecerme y confortarme, también solicita compromiso, generosidad, entrega, disciplina y fidelidad, tanto de mí como de cada miembro de mi comunidad.

Otra bendición de Glencairn es su situación geográfica en la campiña pintoresca de suaves colinas, flanqueada por el río Blackwater ( “el Rin irlandés”). Estoy segura de que muchos de vosotros estaréis de acuerdo si digo que Dios habla muy poderosamente a través de la naturaleza. Quedo fascinada ante el prodigio de Su creación.

Mis primeros años de formación estuvieron jalonados de experiencias que llamo “del huerto de Getsemaní”. Uno de los motivos de sufrimiento se centraba en un antagonismo de personalidades con mi Superiora, y la obediencia en tal situación no se hacía fácil. Mi oración entonces era aquella de Dom Marmion:

“ Señor, Tú me has traído aquí. De Ti depende que me quede.” [9]

A menudo, cuando atravesaba aquella oscuridad, las palabras de mi Maestra,

“ Tener a Cristo es todo...Gracias, Señor, por estar en Glencairn.”

alimentaban mi pensamiento y me auxiliaban en la lucha, para darme cuenta de que mi vocación era más fuerte que mi sufrimiento. Este sufrimiento fue recompensado el día de mi Profesión Solemne con un desbordante sentimiento de paz y de gracia por ser capaz de entregarme totalmente a Cristo en el camino de la vida cisterciense. Unos pocos años después, pude experimentar la alegría y la libertad de la reconciliación con mi Superiora.

El clima espiritual de nuestros días se caracteriza por el énfasis en la autenticidad de la vida humana. La calidad de nuestras relaciones con el otro es la medida de nuestra relación con Dios. Como monjes y monjas en comunidad, estamos llamados a ser una epifanía de “Iglesia/ecclesia”. En la ceremonia de Profesión, la comunidad reconoce la importancia de la oración de intercesión. Compartir es un aspecto esencial de nuestros votos. Las Constituciones hablan de la participación en la vida común, nos llaman a la “mutua solicitud, cooperación y obediencia” [10] y afirman que “ la Abadesa gobernará a las hermanas con respeto hacia la persona humana, creada a imagen de Dios”.[11] Yo veo esto como una llamada a una profundización en la comunión con cada uno a través de un diálogo en el que escuchemos su verdad. A veces, cuando toca definir situaciones, tomar decisiones, redactar informes de la Casa, etc, una comunidad puede sorprenderse en una dinámica de conflicto en la que los miembros se pongan a la defensiva, den rienda suelta a sus enojos, su egocentrismo, fiscalizando y juzgando a los demás. La unidad se pierde si no se centra en un bien más alto. Esto requiere mutua obediencia, en la que cada cual renuncia a su propio deseo en servicio al otro. Cuando nos abrimos a las indicaciones del Espíritu, nos hacemos capaces de conformarnos al deseo de Cristo.

Un grupo de cistercienses que fueron capaces de conformarse hasta el punto del martirio fueron los hermanos de Atlas. El suyo es un mensaje profético para nuestra generación. Reflejado en sus vidas, tal y como presentadas en “Una herencia demasiado grande para nosotros”, lo que me impresiona es la dimensión de su unanimidad. Este grupo de monjes que durante unos cuantos años habían constantemente dialogado juntos frente a una muerte inminente, alcanzó una creencia común acerca de lo que la conformidad con Cristo quería decir dada su situación. En su dialogar habían oído y escuchado a cada uno y finalmente se habían convertido en un solo miembro efectivo del Cuerpo Místico de Cristo invitando a sus hermanos y hermanas argelinos a la Mesa del Amor y de la Reconciliación. Conseguir llegar a ser obedientes incluso en la muerte, una muerte de cruz, es la forma más alta de libertad para un cristiano. Hace dos mil años Jesús hizo exactamente eso, y nos abrió el camino del Misterio Pascual. Nuestros hermanos del Atlas, por medio de su amor, fidelidad, humildad y obediencia, llegaron a ese nivel de libertad y unidad en el Espíritu y, por ello mismo, fueron arrebatados a los amorosos brazos de nuestro Padre Eterno.

Sí, la comunidad de Atlas fue un grupo ordinario de monjes viviendo nuestra vida cisterciense de un modo extraordinario, modo que conforma radicalmente con Cristo. He aquí una descripción de la comunidad en las propias palabras de P. Christian:

“ Nuestra vida como monjes nos ata a la voluntad de Dios para con nosotros, la cual es una vida de oración y sencillez, trabajo manual, hospitalidad y generosidad con todos, especialmente con los más pobres. Estas razones para vivir son una libre elección de cada uno de nosotros, que nos comprometen hasta la muerte...” [12]

Nosotros, los primeros cistercienses que estamos en el umbral de un milenio, hemos testimoniado y compartido en la gracia de estas vidas entregadas a “Dios y Argelia”. Con humilde corazón, demos gracias a Dios por sus vidas, por nuestras propias vidas. Pido en oración para que cada uno de nosotros responda a esa misma reforma y conformación con Cristo, que en momentos de crisis y cambios, podamos abrazar el espíritu de estas palabras del testamento de P. Christian:

“ Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez

que me permita pedir el perdón de Dios

y el de mis hermanos los hombres,

y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón,

a quien me hubiera herido.”
[13]

Unida a vosotros en Cristo

Sor. Lily Scullion, ocso

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[1] Gen. 32, 26-32.

[2] Is. 43,1.

[3] RB. c.4.

[4] Ibid. c.5.

[5] Dom Bernardo, Carta Circular 1999 ; RB. c.5.

[6] RB. c.5.

[7] Fil. 2,8.

[8] RB. Prólogo.

[9] Dom Marmion, Christ the Soul of the Monk.

[10] Cst. 16,2.

[11] Ibid. 16,3.

[12] Dom Donald Glynn, Nunraw , A Heritage too big for us.

[13] Testamento del Hno. Christian, como referido en A Heritage too big for us.

Oración de cura y liberación


Asumiendo con fe nuestra cura, liberación y salvación

Ven, Espíritu Santo, penetra las profundidades de mi alma con tu poder.

Arranca las raíces más profundas y ocultas del dolor y del pecado que están enterradas en mí.

Lávame en la preciosa Sangre de Jesús y aniquila definitivamente toda ansiedad que traigo en mí, toda amargura, angustia, sufrimiento interior, desgaste emocional, infelicidad, tristeza, ira, desesperación, envidia, odio y venganza, sentimiento de culpa y de autoacusación, deseo de muerte y de fuga de mí, toda opresión del maligno en mi alma, en mi cuerpo y toda insidia que él coloca en mi mente.

Oh bendito Espíritu Santo, quema con tu fuego abrasador toda tiniebla instalada dentro de mí, que me consume e impide de ser feliz. Destruye en mí todas las consecuencias de mis pecados y de los pecados de mis antepasados, que se manifiestan en mis actitudes, decisiones, temperamento, palabras, vicios. Libera, Señor, a toda mi descendencia de la herencia de pecado y rebelión a las cosas de Dios que yo mismo les transmití. ¡Ven, Santo Espíritu! ¡Ven, en el nombre de Jesús!

Lávame en la Sangre preciosa de Jesús, purifica todo mi ser, quiebra toda la dureza de mi corazón, destruye todas las barreras de resentimiento, dolor, rencor, egoísmo, maldad, orgullo, soberbia, intolerancia, prejuicios e incredulidad que existen en mí. Y, en el poder de Jesucristo resucitado, ¡libérame Señor! ¡Cúrame Señor! ¡Ten piedad de mí, Señor! ¡Ven Santo Espíritu! Hazme resucitar ahora para una vida nueva, llena de tu amor, alegría, paz y plenitud.

Creo que estás haciendo esto en mí ahora y asumo por la fe mi liberación, cura y salvación en Jesucristo, mi Salvador. ¡Gloria a ti, mi Dios! ¡Bendito seas por siempre! ¡Alabado seas, oh mi Dios! En nombre de Jesús y por Maria nuestra Madre.

Amén

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Extraído del blog de Ana Néri
miembro de la comunidad Canção Nova

Jesús es mi perdón / Autor: Jaume Boada i Rafí O.P.

Sí, hermano, Jesús es tu perdón.

Estas palabras con las que comienzo esta meditación tienen un profundo y hermoso significado que me es difícil de expresar, pero en el contexto en el que fueron dichas se puede encontrar su profundo significado.

Un monje contemplativo amigo, después de una larga y dolorosa enfermedad, agonizaba plenamente consciente del momento. El Abad, con la comunidad monástica, estaba en su celda para celebrar el sacramento de la unción de los enfermos. El Padre invitó al monje enfermo, según el ritual, a pedir perdón a Dios y a los hermanos. El enfermo contestó, con una gran serenidad: "Sí, pido perdón al Señor y a todos. Yo mismo perdono a todos, pero tengo una gran confianza: Jesús es mi perdón."

Es reconfortante pensarlo: Jesús, más que perdonar, Él mismo es perdón, es comprensión, es cercanía, es bondad. Y en este camino de la búsqueda de Dios en el que estás orando estos días es bueno que recuerdes que Jesús es perdón. Más aún, necesitas pensar que Jesús es el rostro de perdón que tiene Dios cuando mira tu vida con tus pobrezas, tus limitaciones, tus pecados.

Tengo que decir, además, que he creído oportuno recordar esta gran verdad antes de invitarte a hacer esta pregunta: ¿buscas a Dios o huyes de Él?

Sí. Cuando en la anterior meditación te decía: "Yo soy el amor y me doy a ti, y me daré siempre. Aunque tú me rehuyas, me rechaces y me desprecies, aunque no quieras, te llenaré de mi amor" cuando escuchabas esto habrás podido pensar "¿Es posible, es posible que Dios me diga esto a mí?".

Cuando vayas haciendo la ruta de la búsqueda de Dios, a medida que vayas descubriendo que Dios es amor, te darás cuenta del alcance y la importancia que tienen tus infidelidades, tus huidas, tus desconfianzas.

Te has consagrado a Dios en pobreza, castidad y obediencia. Eres todo de él. Por esto quiero proponerte unos breves pensamientos para orar y contemplar pausadamente, en tus diálogos serenos con el Señor.

Has hecho de tu vida una donación a Dios y a los hermanos. ¿No crees que consciente o inconscientemente has ido retirando pequeñas o grandes partes de esta ofrenda que un día pusiste sobre el altar?.

Como cristiano consagrado en la Iglesia buscas la santidad, la perfección del amor. ¿No piensas acaso que, en muchas oportunidades, tu vida ha consistido en un "ir tirando" monótono y falto de entusiasmo?.

Por tu virginidad estás especialmente capacitado para la acogida, para un amor absoluto, para vivir atento, entregado, libre, disponible para el servicio de los hermanos. ¿No te ha ocurrido en cambio el convertir tu vida en un amor cerrado y egoísta que se manifiesta de una manera especial cuando piensas demasiado en ti o en tus tristezas, o en lo que te dicen, o en lo que te hacen?.

El abandono en las manos del Padre te exige lanzar el corazón, dejarte llevar, ser blando y dócil como la arcilla, vivir atento al amor. ¿Tú crees que esto se puede ver en tu vida cuando, de hecho, vives distraído o disperso, cuando te dejas llevar por un conformismo paralizante o cuando rehuyes la cruz?.

Si siguiéramos en este camino de preguntas, podrías ver cómo no siempre tu respuesta es de amor al Señor que, según expresión de Francisco de Asís, "murió por amor de tu amor ", dio su vida buscando tu amor, porque quería tu amor.

Por ello yo te invito a decirle al Señor con todo el amor de tu alma: "Tú eres mi perdón, mi fuerza, mi vida. Tú eres la oración que yo quiero decirle al Padre. Tú eres mi hermano, el amigo cercano, el compañero de camino, Tú eres mi perdón. Tú eres mi oración, Señor Jesús".

El Señor sabe, sin embargo y mejor que nadie, que no quieres huir de Él, que quieres o deseas que Él lo sea todo en tu vida. Por esto quiero sugerirte que hagas tu oración a partir de unas palabras del Evangelio. Dicen así: "Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntaba a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?" Ellos contestaron: "Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas". Entonces Jesús les preguntó: "Y vosotros, quién decís que soy Yo?".

Esta pregunta también es para ti: tú, ¿quién dices que es Jesús con tus palabras y con tu vida?.

Da una respuesta. Que sea la de tu vida o la de tu deseo, la de tu realidad o la de tu esperanza., pero que sea sincera. Y que sea oración. Ten presente, como trasfondo de todo, lo que hemos pensado y rezado sobre el abandono.

Quisiera ofrecerte, además, una serie de pensamientos para acompañar tu oración de hoy. Debes tener en cuenta que tu oración es imprescindible en la búsqueda de Dios por el camino del abandono. Y por esto te digo con sencillez:

* Que tu oración sea siempre silencio para escuchar al Señor que te habla, que te pregunta, que quiere llegar a ti.

* Que tus palabras sean pocas, sinceras, de respuesta y de amor.

* Lo esencial de la oración para ti ha de ser siempre la presencia del Señor. Él es amor, Él está, Él es fiel. Él es el primero que espera tu oración. Lo que importa es su presencia y tu presencia en Él.

* La presencia del Señor en tu vida y en tu oración a veces será elocuente, te será fácil orar. En otras ocasiones el Señor estará, pero su presencia será callada, silenciosa. Limítate entonces a estar, mirar y dejarte mirar por Él.

* Es bueno que aprendas a no querer hacer tu oración, la que a ti te gusta, sino busca más bien la oración que Él espera de ti.

* Vive, en todo caso, la oración con una dimensión de abandono.

* Tus súplicas han de ir acompañadas de una disponibilidad y servicio en relación con tus hermanos.

* Cuando te sea difícil orar o te cueste concentrarte, o te sea difícil hacer silencio, antes de analizar tu oración pregúntale al Señor y pregúntate a ti mismo por el amor a los hermanos. Hoy, antes de preguntarte quién es el Señor para ti., reconcíliate desde tu corazón con tus hermanos. Así tu respuesta será la verdad de tu vida.

* En tu oración, en tu deseo de buscar a Dios y de abandonarte en sus manos de Padre, procura preparar tu corazón para recibir al Señor, para hospedarlo, para que Él pueda habitar en ti.

* Deja entrar el amor del Padre en ti. Deja que Él transforme tu vida. Déjate llevar.

* Cuida que las actitudes de tu vida sean las de la arcilla blanda y dócil que el Padre va moldeando con sus manos amorosas. Que pueda reproducir en ti la imagen de su Hijo, que pueda cristificar tu vida, que, con pobreza de alma, te sientas invitado a abandonarte en sus manos, a dejarte llevar por Él, transformar por Él.

* En tu oración piensa que Él te puede dar vida con su amor, y puede dar vida a tu trabajo, a todo lo de cada día, a tu relación fraterna, a tus idas y venidas, a tus preocupaciones e inquietudes, a tus ilusiones y tus esperanzas.

* No te dejes llevar nunca por la tentación de pensar que lo que haces ya es oración. Si no buscas momentos explícitos para orar, como estás haciendo ahora, si no te preguntas qué es el Señor para ti, si no lo expresas con una respuesta sincera, no solamente no orarás con lo que haces, sino que hasta podrás perder el sentido y la vida que pueden tener en Dios todas tus obras, todas tus actividades.

* Vive tu oración como quien vive de la fe. Que tu oración sea hacer acto de presencia en la fe esperando el don de Dios.

* Cree en el amor que Dios te tiene. Cree que Él vive en ti y se ocupa de ti. Y, después, que tu oración te lleve a obrar, a responder con vida.

* Conviene que comprendas la importancia de "dejar de hacer" para "dejarle hacer", "dejar de hablar" para "dejarle hablar".

* Tu oración te llevará a reconocer el lenguaje con el que Dios te habla a través de los acontecimientos de tu vida. Que te ayude también a encontrar el hilo conductor con el que la providencia amorosa del Padre lo va llevando todo en tu vida.

* Aprenderás a orar cuando aprendas a llamar a Dios PADRE, cuando descubras en verdad que Él es el Padre, cuando veas que si no le dices Padre nuestro, pierdes buena parte de tus derechos de llamarle Padre.

* Aprenderás a orar cuando te sepas en las manos amorosas del Padre y cuando vivas el abandono en una disponibilidad sin límites.

* Hoy, que te invito a preguntarte quién es Cristo para ti, piensa que no es bueno que conviertas tu plegaria en una mera reflexión, por muy teológica o espiritual que sea. Tampoco sería válido que la convirtieras en un fervor meramente sensible.

* Los cristianos ortodoxos gustan decir que para orar es necesario que el pensamiento descienda al corazón. Podríamos decir que tu oración de hoy, y la de siempre, ha de consistir en poner la vida en tus manos, toda tu vida y, desde ella, hablar a Dios. No puedes hablar a Dios alejado de tu vida.

* En tu oración piensa siempre con intensidad que Él está.

* Déjate llevar por el Espíritu y dile con fuerza al Señor: "Señor, yo no tengo ya palabras. Sé tu mismo mi propia oración".

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Fuente: abandono.com