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viernes, 18 de abril de 2025

Homilía del Viernes Santo: Contemplando la cruz deberíamos orar así: “Aquí, Señor, en tu Cruz, son destruidos mis pecados, crucificadas mis pasiones; aquí soy hecho justo, soy hecho santo, soy curado” / Por P. José María Prats


Viernes Santo 

Isaías 52,13-53,12  /  Salmo 30  /  Hebreos 4, 14-16;5,7-9  /  San Juan 18, 1-19-42

P. José María Prats / Camino Católico.- La primera lectura, del profeta Isaías, es un texto formidable, de una densidad teológica extraordinaria, que nos revela el sentido profundo del relato de la pasión que acabamos de proclamar:

«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores ... Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron ... Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos ... Expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores».

Estas palabras nos pueden ayudar mucho en la adoración de la cruz que haremos más tarde en esta celebración.

Contemplando la cruz deberíamos orar así:

“Aquí, Señor, en tu Cruz, son destruidos mis pecados; aquí son crucificadas mis pasiones; aquí soy hecho justo; aquí soy hecho santo; aquí soy curado. Aquí es sepultado el hombre viejo que me domina. Aquí renazco como un hombre nuevo configurado a ti. Aquí me libero del pecado, de mí mismo y del egoísmo que me esclaviza. Aquí encuentro la paz. Aquí encuentro la vida. Aquí encuentro a los hermanos. Aquí aprendo a amar. Aquí conozco al Padre y me conozco a mí mismo. Aquí recibo el don de tu Espíritu Santo. Aquí me lleno de amor y de gozo. Aquí vuelvo a nacer y pregusto ya, desde ahora, la vida eterna.”

“Tú, Señor, has hecho posible este milagro por tu sacrificio. Ahora no puedo hacer otra cosa que vivir consagrado a ti, que vivir de ti y para ti. Aquí tienes mi vida, mi voluntad, mis deseos, mi futuro, todo lo que soy y lo que tengo: mi gozo es que sean tuyos”.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.

San Juan 18, 1-19-42


Misterios Dolorosos del Santo Rosario desde el Santuario de Lourdes, 18-4-2025

18 de abril de 2025.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Dolorosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy, viernes, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero.

Viernes Santo. Día de luto, dolor, soledad y angustia de Cristo / Por P. Carlos García Malo

 

jueves, 17 de abril de 2025

Homilía de Mons. Francisco Cerro, Arzobispo de Toledo, y lecturas de la Misa de hoy, Jueves Santo, 17-4-2025

17 de abril de 2025.-  (Camino Católico) Homilía de Mons. Francisco Cerro Chaves, Arzobispo de Toledo, y lecturas de la Misa de hoy, Jueves Santo, emitida por 13 TV desde la Catedral de Toledo.

Santa Misa de la Cena del Señor de hoy, Jueves Santo, en la catedral de Toledo, 17-4-2025

17 de abril de 2025.-  (Camino Católico)  Celebración de la Santa Misa de la Cena del Señor de hoy, Jueves Santo, presidida por Mons. Francisco Cerro Chaves, Arzobispo de Toledo, emitida por 13 TV desde la Catedral de Toledo.

Palabra de Vida 17/4/2025: «Los amó hasta el extremo» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 17 de abril de 2025, Jueves Santo, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Juan 13, 1-15:

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:

– «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó:

– «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice:

– «No me lavaras los pies jamás».

Jesús le contestó:

– «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice:

– «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dice:

– «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

– «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

El Papa Francisco se reúne con 70 presos en la prisión Regina Coeli: «Me gusta hacer cada año en la cárcel el lavatorio de los pies que Jesús hizo el Jueves Santo; este año no puedo hacerlo, pero sí quiero estar cerca de ustedes»

Camino Católico.- “El Papa Francisco ha llegado de visita a la cárcel Regina Coeli, recibido por la directora, Claudia Clementi, y está entrando en la rotonda principal, donde mantendrá un encuentro con unos 70 reclusos”, dice la comunicación de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Esta tarde, poco antes de las 15 horas, el Papa Francisco ha visitado la cárcel romana Regina Coeli. Recibido por la Directora de la Prisión, Claudia Clementi, y por el personal, llegó a la Rotonda principal, donde se encontró con unos 70 reclusos, de diversas nacionalidades, que participan regularmente en las actividades y catequesis organizadas por el Capellán del Instituto.

Tras un breve saludo del Director, que expresó el agradecimiento de toda la comunidad por la visita, el Papa Francisco ha expresado su deseo de estar presente entre los internos: «Me gusta hacer cada año lo que Jesús hizo el Jueves Santo, el lavatorio de los pies, en la cárcel». Y añadió: «Este año no puedo hacerlo, pero sí puedo y quiero estar cerca de ustedes. Rezo por ustedes y por sus familias».

Al final de un momento de oración, el Papa saludó individualmente a cada uno de los presos en la Rotonda. Por último, se dirigió de nuevo a los presentes para rezar juntos el Padre Nuestro e impartir su bendición. La visita duró unos 30 minutos.


Fotos: Vatican Media, 17-4-2025


La entrega eucarística del Señor y el misterio de la sexualidad humana como entrega / Por María Paula Aldana


17 de abril de 2025.-  (Camino Católico)  El Jueves Santo es buen día para comprender la entrega eucarística del Señor y el misterio de la sexualidad humana como entrega. María Paula Aldana hace una profunda meditación fundamentada en la Teología del Cuerpo de Juan Pablo, en un video de Somos Suyos, plataforma de la que es fundadora.


María Paula Aldana es creadora de contenido digital, conferencista internacional y escritora. Soy estudiante de la carrera civil de Teología y el bachillerato eclesiástico en la Pontificia Universidad Javeriana. Estudiante de teología del cuerpo del Theology of the Body Institute. Diplomada en Educación Sexual Integral de la Universidad Austral de Argentina y egresada del programa de Fundamentos sobre Sexualidad de la Universidad Fasta, Perú. Representante de la sociedad civil en la coalición de Juventudes ante la OEA. Defensora de la Dignidad humana de The World Youth Alliance. Ex consejera de Juventud de Usaquén, Bogotá D.C. Delegada de ADF (Allience defending freedom).

Papa Francisco en homilía leída por el cardenal Calcagno, 17-4-2025: «Queridos fieles, recen hoy por la alegría de los sacerdotes; que llegue a ustedes la liberación prometida por las Escrituras y alimentada por los sacramentos»


El Papa Francisco ha confiado la celebración al Cardenal Calcagno


* «Este es el Espíritu que invocamos sobre nuestro sacerdocio: hemos sido ungidos con Él, y precisamente el Espíritu de Jesús permanece como protagonista silencioso de nuestro servicio. El pueblo percibe su soplo cuando en nosotros las palabras se hacen realidad. Los pobres, antes que otros, así como los niños, los adolescentes, las mujeres y también quienes han sido heridos en su relación con la Iglesia, tienen “olfato” para el Espíritu Santo: lo distinguen de otros espíritus mundanos, lo reconocen cuando coinciden en nosotros el anuncio y la vida» 

 

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa Francisco, leída por el cardenal Domenico Calcagno

* «Recordemos aquella frase durante la Ordenación: “Que Dios mismo lleve a término esta obra buena que en ti ha comenzado”. Y lo hace. Es obra de Dios, no nuestra, la de llevar a los pobres un mensaje de alegría, a los cautivos la liberación, a los ciegos la vista y la libertad a los oprimidos. Si Jesús encontró este pasaje en el libro, hoy lo sigue leyendo en la biografía de cada uno de nosotros. Primero porque, hasta el último día, es siempre Él quien nos evangeliza, quien nos libera de nuestras prisiones, quien nos abre los ojos, quien aliviana la carga puesta sobre nuestros hombros» 

17 de abril 2025.- (Camino Católico) En la Misa Crismal, con la que se abre el Triduo Pascual de la Semana Santa, el Papa Francisco ha pedido al final de su homilía: “Queridos fieles, pueblo de la esperanza, recen hoy por la alegría de los sacerdotes. Que llegue a ustedes la liberación prometida por las Escrituras y alimentada por los sacramentos”. 

El Santo Padre ha delegado para presidir la Misa Crismal del Jueves Santo al cardenal italiano Domenico Calcagno, Presidente Emérito de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), quien ha leído la homilía preparada por Franciscol.

El Pontífice, de 88 años, sigue mejorando de sus problemas de salud, tanto desde el punto de vista de la movilidad como de la respiración y de la voz, pero ha optado por delegar en cardenales de la Curia las principales celebraciones litúrgicas de Semana Santa.

“El pastor que ama a su pueblo no vive en búsqueda de aprobación y consenso a toda costa”, afirma en la homilía que pronunció el prelado italiano ante cerca de 4.300 personas.

En esta celebración, los sacerdotes renuevan ante el obispo las promesas que hicieron el día de su ordenación.

Se llama Misa Crismal porque incluye la bendición de los santos óleos, que servirán a lo largo del año para impartir los sacramentos de la confirmación, la unción de los enfermos y la ordenación sacerdotal. El cardenal Calcagno la ha celebrado en la Basílica de San Pedro, ante cerca más de 1.800 sacerdotes que renovaron sus promesas simbólicamente ante su obispo, el Papa Francisco.

Por otro lado, el Papa Francisco ha pedido a los presbíteros que no caigan en el desánimo porque “Dios nunca falla”. “Al llamarnos a su misión y al insertarnos sacramentalmente en su vida, Él también libera a otros a través de nosotros”. A continuación, constata que el ministerio sacerdotal es “una entrega silenciosa, pero radical y gratuita”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre leída por el cardenal Domenico Calcagno, traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente: 

Más de 1.000 sacerdotes renovaron sus promesas simbólicamente ante su obispo, el Papa Francisco

SANTA MISA CRISMAL 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO 

LEÍDA POR EL CARDENAL DOMENICO CALCAGNO

Basílica de San Pedro

Jueves Santo, 17 de abril de 2025

Queridos obispos y sacerdotes,

queridos hermanos y hermanas:

«El Alfa y la Omega […], el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso» (Ap 1,8) es Jesús. Precisamente el Jesús que Lucas nos describe en la sinagoga de Nazaret, entre quienes lo conocen desde niño y ahora se maravillan de Él. La revelación —“apocalipsis” — se ofrece dentro de los límites del tiempo y del espacio: tiene como eje la carne, que sostiene la esperanza. La carne de Jesús y la nuestra. El último libro de la Biblia narra esta esperanza. Lo hace de forma original, disipando todos los miedos apocalípticos a la luz del amor crucificado. En Jesús se abre el libro de la historia y puede leerse.

También nosotros, sacerdotes, tenemos una historia: al renovar el Jueves Santo las promesas de la Ordenación, confesamos que sólo podemos leer esa historia desde Jesús de Nazaret. «Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre» (Ap 1,5), Él abre también el libro de nuestra vida y nos enseña a encontrar los pasajes que nos revelan su sentido y misión. Cuando dejamos que sea Él quien nos instruya, nuestro ministerio se convierte en un ministerio de esperanza, porque en cada una de nuestras historias Dios inaugura un jubileo, es decir, un tiempo y un oasis de gracia. Preguntémonos: ¿estoy aprendiendo a leer mi vida? ¿Acaso tengo miedo de hacerlo?

Es todo un pueblo el que encuentra consuelo cuando el jubileo comienza en nuestra vida. Ojalá no sea una vez cada veinticinco años, sino en esa cercanía cotidiana del sacerdote con su gente, en la cual se cumplen las profecías de justicia y paz. «Hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre» (Ap 1,6): he aquí el Pueblo de Dios. Este reino de sacerdotes no se refiere sólo al clero. El «nosotros» que Jesús plasma es un pueblo cuyos límites no podemos ver, en el que caen los muros y las aduanas. Aquel que dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5) ha rasgado el velo del templo y tiene preparada para la humanidad una ciudad-jardín, la nueva Jerusalén, cuyas puertas están siempre abiertas (cf. Ap 21,25). Así, Jesús lee y nos enseña a leer el sacerdocio ministerial como puro servicio al pueblo sacerdotal, que pronto habitará una ciudad sin necesidad de templo.

El año jubilar representa así, para nosotros los sacerdotes, un llamado específico a recomenzar bajo el signo de la conversión. Peregrinos de esperanza, para salir del clericalismo y convertirnos en anunciadores de esperanza. Claro, si el Alfa y la Omega de nuestra vida es Jesús, también nosotros encontraremos el rechazo que Él experimentó en Nazaret. El pastor que ama a su pueblo no vive en búsqueda de aprobación y consenso a toda costa. Sin embargo, la fidelidad del amor transforma: los primeros en reconocerlo son los pobres; luego, lentamente también inquieta y atrae a los demás. «Todos lo verán, aun aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén» (Ap 1,7).

Estamos aquí reunidos, queridos amigos, para hacer nuestra y repetir esta afirmación: «Sí, así será. Amén». Es la confesión de fe del Pueblo de Dios: “¡Sí, así es, firme como una roca!”. Pasión, muerte y resurrección de Jesús, que nos disponemos a revivir, son el terreno que sostiene firmemente a la Iglesia y, en ella, a nuestro ministerio sacerdotal. ¿Y qué terreno es este? ¿En qué humus podemos no sólo resistir, sino florecer? Para comprenderlo, hay que volver a Nazaret, como lo intuyó tan profundamente san Carlos de Foucauld.

«Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura» (Lc 4,16). Aquí se evocan al menos dos hábitos: el de frecuentar la sinagoga y el de leer. Nuestra vida se sostiene gracias a buenos hábitos. Estos pueden hacerse áridos, pero revelan dónde está nuestro corazón. El de Jesús es un corazón enamorado de la Palabra de Dios: desde los doce años ya se vislumbraba, y ahora, siendo un adulto, las Escrituras son su hogar. Ese es el terreno, el humus vital que encontramos al convertirnos en sus discípulos. «Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje» (Lc 4,17). Jesús sabe lo que busca. El ritual de la sinagoga lo consentía: tras la lectura de la Torá, cada rabino podía elegir páginas proféticas para actualizar el mensaje. Pero aquí hay mucho más: está la página de su vida. Es lo que Lucas quiere decir: entre muchas profecías, Jesús escoge cuál cumplir.

Queridos sacerdotes, cada uno de nosotros tiene una Palabra que cumplir. Cada uno de nosotros tiene con la Palabra de Dios una relación que viene desde lejos. Y la ponemos al servicio de todos sólo cuando la Biblia sigue siendo nuestro primer hogar. Dentro de ella, cada uno tiene páginas más queridas. ¡Esto es hermoso e importante! Ayudemos también a que otros encuentren las páginas de su vida: tal vez a los esposos, cuando eligen las lecturas de su matrimonio; o a quienes están de luto y buscan pasajes para encomendar el difunto a la misericordia de Dios y a la oración de la comunidad. Hay una página vocacional, por lo general, al comienzo del camino de cada uno de nosotros. A través de ella, Dios nos sigue llamando, si la custodiamos, para que no se entibie el amor.

Sin embargo, también es importante para cada uno de nosotros, y de manera especial, la página escogida por Jesús. Nosotros lo seguimos a Él y, por eso mismo, su misión nos concierne e involucra. «Abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado por la unción.

Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,

a anunciar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,

a dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor.

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó» (Lc 4,17-20).

Ahora nuestros ojos están fijos en Él. Acaba de anunciar un jubileo. Lo ha hecho no como quien habla de otros. Ha dicho: «El Espíritu del Señor está sobre mí» como uno que sabe de qué Espíritu está hablando. Y de hecho añade: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Esto es divino: que la Palabra se haga realidad. Ahora los hechos hablan, las palabras se cumplen. Esto es nuevo, es fuerte. «Yo hago nuevas todas las cosas». No hay gracia, ni Mesías, si las promesas permanecen sólo como promesas, si desde aquí abajo no se hacen realidad. Todo se transforma.

Este es el Espíritu que invocamos sobre nuestro sacerdocio: hemos sido ungidos con Él, y precisamente el Espíritu de Jesús permanece como protagonista silencioso de nuestro servicio. El pueblo percibe su soplo cuando en nosotros las palabras se hacen realidad. Los pobres, antes que otros, así como los niños, los adolescentes, las mujeres y también quienes han sido heridos en su relación con la Iglesia, tienen “olfato” para el Espíritu Santo: lo distinguen de otros espíritus mundanos, lo reconocen cuando coinciden en nosotros el anuncio y la vida. Podemos convertirnos en una profecía cumplida, ¡y eso es hermoso! El santo crisma, que hoy consagramos, sella este misterio transformador en las distintas etapas de la vida cristiana. Y pongan atención, ¡nunca hay que desanimarse, porque es obra de Dios! ¡Creer, sí! ¡Creer que Dios no fracasa conmigo! Dios nunca falla. Recordemos aquella frase durante la Ordenación: “Que Dios mismo lleve a término esta obra buena que en ti ha comenzado”. Y lo hace.

Es obra de Dios, no nuestra, la de llevar a los pobres un mensaje de alegría, a los cautivos la liberación, a los ciegos la vista y la libertad a los oprimidos. Si Jesús encontró este pasaje en el libro, hoy lo sigue leyendo en la biografía de cada uno de nosotros. Primero porque, hasta el último día, es siempre Él quien nos evangeliza, quien nos libera de nuestras prisiones, quien nos abre los ojos, quien aliviana la carga puesta sobre nuestros hombros. Y luego porque, al llamarnos a su misión y al insertarnos sacramentalmente en su vida, Él también libera a otros a través de nosotros. Generalmente, sin que nos demos cuenta. Nuestro sacerdocio se convierte en un ministerio jubilar, como el suyo, sin sonar el cuerno ni la trompeta; en una entrega silenciosa, pero radical y gratuita. Es el Reino de Dios, ese que narran las parábolas, eficaz y discreto como la levadura, silencioso como la semilla. ¿Cuántas veces los pequeños lo han reconocido en nosotros? ¿Somos capaces de dar gracias?

Sólo Dios sabe cuán abundante es la mies. Nosotros, obreros, vivimos el esfuerzo y la alegría de la cosecha. Vivimos después de Cristo, en el tiempo mesiánico. ¡Fuera la desesperación! El Pueblo de Dios espera más bien la restitución y la remisión de deudas, la redistribución de responsabilidades y de recursos. Quiere participar y, en virtud del Bautismo, es un gran pueblo sacerdotal. Los óleos que consagramos en esta solemne celebración son para su consolación y para la alegría mesiánica.

El campo es el mundo. Nuestra casa común, tan herida, y la fraternidad humana, tan negada pero imborrable, nos llaman a tomar posición. La cosecha de Dios es para todos: un campo vivo, donde crece cien veces más de aquello que fue sembrado. Que nos anime, en la misión, la alegría del Reino, que recompensa todo esfuerzo. Todo agricultor, en efecto, conoce estaciones en las que no se ve nacer nada. Tampoco faltan en nuestra vida momentos así. Es Dios quien hace crecer y quien unge a sus siervos con óleo de alegría.

Queridos fieles, pueblo de la esperanza, recen hoy por la alegría de los sacerdotes. Que llegue a ustedes la liberación prometida por las Escrituras y alimentada por los sacramentos. Muchos miedos nos habitan y grandes injusticias nos rodean, pero un mundo nuevo ya ha surgido. Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo, Jesús. Él unge nuestras heridas y enjuga nuestras lágrimas. «Él viene entre las nubes» (Ap 1,7). Suyo es el Reino y la gloria por los siglos. Amén.

Francisco


Fotos: Vatican Media, 17-4-2025