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viernes, 12 de diciembre de 2025

Oración de San Juan Pablo II a la Virgen de Guadalupe y otras dos para pedir su protección y por las madres gestantes

Camino Católico.-  Cada 12 de diciembre la Iglesia celebra a María, la Madre de Dios, bajo una de las advocaciones más populares y queridas en el mundo: la Virgen de Guadalupe. Siendo Ella baluarte de la identidad católica de América, ha trascendido las fronteras del mundo hispánico para colocarse en el centro mismo de lo que San Juan Pablo II llamó “Nueva Evangelización”, vocación de la Iglesia toda.

La devoción a la Virgen de Guadalupe tiene su origen en las apariciones de Nuestra Señora acontecidas entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 en las faldas del cerro del Tepeyac, ubicado al norte de la Ciudad de México.

Milagrosamente la imagen de la Virgen aparecida quedó impresa en el manto de un indígena chichimeca de nombre Juan Diego, quien llegaría después a los altares. Esa imagen se conserva hasta hoy en la basílica construida en honor a la Virgen en el lugar donde apareció.

Madre que consuela y anima

Cuando el mundo de hoy aparece sumido en una profunda crisis de valores, y los retos ponen a prueba nuestra fe, es necesario hacer silencio en el corazón y recordar que Dios nos ha puesto bajo los cuidados de su Madre. ¡Cuánto consuelo podemos hallar en las palabras de la Virgen del Tepeyac dirigidas a San Juan Diego, vidente de Guadalupe!:

“No se entristezca tu corazón… ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”.

Con ese cariño animó la Virgen al afligido Juan Diego aquel 12 de diciembre de 1531, igual como hace hoy con nosotros, peregrinos en el mundo. Las palabras de María deben recordarnos además que Jesús está de lado de quienes quieren de la tierra un lugar mejor.

Por eso hoy elevamos una oración a la Emperatriz de América y Patrona de México para dar gracias por el milagro de Guadalupe: por haber dejado su rostro grabado no solo sobre una tilma sino también en nuestros corazones, en el alma de una nación y en el alma de todo un Continente, su cultura y su fe. María de Guadalupe es señal irrefutable de cuánto Dios ama a sus hijos.

Un poco de historia sobre las apariciones

Una década después de iniciada la conquista de México, los misioneros españoles se encontraban frente a una difícil situación. El esfuerzo evangelizador, por distintos y complejos motivos, no había producido los frutos esperados.

Entre otras cosas, pesaban sobre la conciencia de los conquistadores los innumerables pecados cometidos contra los indígenas, así como las contradicciones propias de la ambición desmedida y el ansia de poder. En ese contexto, los misioneros experimentaban el desconcierto a causa de las escasas -o poco sólidas- conversiones.

Contra cualquier cosa que podría haberse esperado, todo empezó a cambiar desde el 9 de diciembre de 1531. Sería la Madre de Dios quien personalmente variaría el curso de la evangelización y de manera definitiva.

En el lugar llamado Tepeyac, María Santísima se le apareció a un campesino chichimeca de nombre Juan Diego, recién convertido al cristianismo. Para Juan Diego aquella mujer era “la Señora”, a quien miró con respeto, pero quizás también con un poco de lejanía. Ella, mientras tanto, quería tocar su corazón: se presentaba a sí misma como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”.

“La Señora” le encomendó a Juan Diego que pidiese al obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, que mandara construir una iglesia dedicada a Ella, en el mismo lugar en el que había aparecido. Juan Diego comunicó esto al obispo, pero no le creyó. En la siguiente aparición, la Virgen le solicitó a Juan Diego que insistiera. Un día después, Juan Diego volvía a encontrarse con el prelado sin lograr que cambiara de posición.

El martes 12 de diciembre, la Virgen se le presentó nuevamente para darle consuelo y esperanza. Juan Diego, reconfortado, le confesó a la “Señora” que tenía a su tío muy enfermo y que había intentado evitar un encuentro con ella por ese motivo.

Ella, entonces, le pidió que subiera a la cima del monte de Tepeyac, que recogiera flores y se las llevara consigo. Aunque el pedido parecía descabellado -era invierno y los campos no florecen-, San Juan Diego obedeció. Al llegar al sitio indicado encontró un brote de flores muy hermosas, las colocó en su tilma y se las llevó al obispo, tal y como la Virgen se lo había pedido.

Estando frente al prelado, San Juan Diego desplegó la parte delantera de su “tilma” dejando descubrir su carga. Las flores cayeron, pero algo inesperado ocurrió: en el tejido de la tilma había quedado impresa la imagen de la “Señora”, la Virgen María. Frente a los ojos de Monseñor Zumárraga y de los ocasionales testigos de la escena, lo sucedido era, por decir lo menos, “inusual”.

La imagen mostraba a la Virgen María como una mujer de tez morena, con rasgos mestizos; adornada como una reina, de pie sobre una media luna y sostenida por un ángel. Los presentes cayeron de rodillas impactados por aquello que estaban viendo. Mons. Zumárraga, conmovido, pidió perdón por su actitud inicial.

Al día siguiente, el Obispo Zumárraga, acompañado de Juan Diego, visitaría el lugar de las apariciones en el monte del Tepeyac. Allí, dio la orden para la construcción del templo, mientras los primeros hombres se ofrecían para realizar la obra. Luego, Juan Diego se marchó presurosamente a ver a su tío Juan Bernardino, que había estado muy enfermo. Al llegar, lo vio recuperado, de pie y evidenciando salud. ¡La Virgen había hecho el milagro!

Juan Bernardino le contó a su sobrino que había visto también a la “Señora” y que Ella le pidió que testimoniara su curación al obispo.


Significado

La presencia de la Virgen de Guadalupe en ese momento, y a lo largo de la historia de la Iglesia en América, ha representado una fuente de fuerza inagotable, capaz de renovar una y otra vez el impulso evangelizador.

Desde las apariciones, la Virgen se convirtió en la protagonista y la artífice de la reconciliación entre nativos y españoles, entre las culturas originales y la cultura occidental.

María de Guadalupe ha sido el catalizador del más rico y floreciente mestizaje; la prueba de que el Evangelio puede hundir sus raíces en las culturas, humanizarlas y coronarlas de grandeza; el sello indeleble de que la Buena Nueva es para todos. En los 7 años posteriores a las apariciones, millones de indios se convirtieron a la fe católica y se bautizaron. Fue una eclosión de fe que evoca la predicación de los Apóstoles después de Pentecostés.

La Virgen nos escucha, pero también habla y nos manda una tarea

“Mucho quiero, ardo en deseos de que aquí tengan la bondad de construirme mi templecito, para allí mostrárselo a ustedes, engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación (...) Porque en verdad yo me honro en ser madre compasiva de todos ustedes, tuya y de todas las gentes que aquí en esta tierra están en uno, y de los demás variados linajes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que me honren confiando en mi intercesión. Porque allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores” (Palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego).

¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Reconstruyamos con Ella la Iglesia!


Oración de San Juan Pablo II 

¡Oh Virgen de Inmaculada,
Madre del verdadero Dios y Madre de Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas
tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,
a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
De una plena fidelidad a Jesucristo a su Iglesia:
No nos sueltes de tu mano amorosa.

Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos
Los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos
de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios
y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares
la gracia de amar y de respetar la vida que comienza
con el mismo amor con el que concebiste en tu seno
la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias,
Para que estén muy unidas, y bendice a la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión,
Enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos
a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestra culpas
y pecados en el sacramento de la Penitencia,
que trae sosiego al alma.

Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos,
Que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.

Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
Con nuestros corazones libres de mal y de odios,
Podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz,
que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo,
vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén

Juan Pablo II

México, enero de 1979

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Oración invocando la protección   

Virgen Santísima de Guadalupe, Madre de Dios, Señora y Madre nuestra. Venos aquí postrados ante tu santa imagen, que nos dejaste estampada en la tilma de Juan Diego, como prenda de amor, bondad y misericordia. Aún siguen resonando las palabras que dijiste a Juan con inefable ternura: "Hijo mío queridísimo, Juan a quien amo como a un pequeñito y delicado," cuando radiante de hermosura te presentaste ante su vista en el cerro del Tepeyac.

Haz que merezcamos oír en el fondo del alma esas mismas palabras. Sí, eres nuestra Madre; la Madre de Dios es nuestra Madre, la más tierna, la más compasiva. Y para ser nuestra Madre y cobijarnos bajo el manto de tu protección te quedaste en tu imagen de Guadalupe.

Virgen Santísima de Guadalupe, muestra que eres nuestra Madre. Defiéndenos en las tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras necesidades. En los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las amarguras, en los abandonos, en la hora de nuestra muerte, míranos con ojos compasivos y no te separes jamás de nosotros.

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Oración en vídeo por las madres gestantes


Madre Santísima de Guadalupe, cúbreme con tu manto y fortalece mi fe; San Juan Diego, enséñame a escuchar la voz de Dios con un corazón dócil y obediente / Por P. Carlos García Malo

 


jueves, 11 de diciembre de 2025

Mark de Vries, de origen protestante, ateo en realidad, curioseó una misa por interés histórico en Adviento: «Al año pedí el bautismo porque tuve una relación creciente con Dios; La fe sin buenas obras es inútil»

Mark de Vries con Kitty, su esposa

* «La fe católica no se presenta solo como una cuestión de palabras y pensamiento, sino que se refiere a toda la persona, cuerpo, alma, cabeza y corazón… Cuando me siento en la Iglesia y no parece que sucede mucho, no es razón para rendirme. El bautismo es de por vida, también los votos que hice entonces y la fe que expresé en el Credo. El mensaje de Cristo es una promesa, incluso en los días más oscuros y puede parecer que está ausente. Él está ahí para mí, pero yo también tengo que estar ahí para Él… No creo en Dios por miedo: la cosmovisión secular no funciona, y no temo al mundo en que vivimos, pero creo que son mejores con Dios en ellos… Tener fe no me convierte en buena persona»                            

Camino Católico.-   A sus 42 años, Mark de Vries es un bloguero católico de Groningen (Países Bajos) cuyas publicaciones se han difundido en grandes medios de comunicación católicos como National Catholic Register, EWTN, The Remnant o Rorate Coeli.Miembro de la Latin Liturgy Society, le apasiona la historia, la fotografía y la actualidad de la Iglesia, pero cuenta en su blog, In Caelo et in Terra, que no siempre fue así. Tras años de un profundo agnosticismo, encontró la fe movido por la curiosidad y una compañera de la universidad.

El primer contacto de Mark con la religión tuvo lugar durante su infancia y educación en una escuela protestante. “Aunque eso me dio un conocimiento práctico de la Biblia y los fundamentos del cristianismo, no resultó en una fe viva en mi vida”. “Me consideraba ateo cuando empecé la secundaria, aunque eso no me impidió interesarme por algunos elementos de las clases de educación religiosa”, escribe Mark.

Frecuentemente participaba en las celebraciones escolares de Pascua y Navidad y asistía a los servicios protestantes, pero explica que todo aquello “no condujo a ninguna forma de conversión, y me dejaron con una imagen seca del cristianismo”.

“¡Que diferente sería aquello de mis primeras impresiones del catolicismo!”, exclama Mark, que siempre estuvo abierto e interesado a la idea de saber más sobre el cristianismo.

“Aunque probablemente se remontase lejanamente a este periodo, mi conversión propiamente dicha comenzó en Adviento de 2005, cuando le pregunté a una amiga católica si podía acompañarla a misa de lunes a viernes”. Escribe su historia de conversión en  su blog In Caelo et in Terra, que la relata así:

Mark de Vries a día de hoy sigue profundizando en su proceso de conversión

¿Por qué soy católico?

Una pregunta de cuatro palabras, pero no tan breve. Antes de responder, creo que deberíamos analizar las preguntas incluidas en la primera. ¿Por qué ser cristiano? ¿Por qué creer en un poder superior? ¿Por qué alejarse del ateísmo/agnosticismo hacia una creencia que, según todas las apariencias, dificulta tanto la vida? Preguntas que espero responder en los siguientes párrafos, y así formular una respuesta definitiva a la pregunta: ¿por qué soy católico? Y quizás algunos lectores empiecen a pensar en otra pregunta sobre sí mismos: ¿por qué no soy católico?

Primero, quisiera aclarar algunos malentendidos que surgen de vez en cuando: No, no tengo fe por miedo. No tengo fe porque me lo diga un libro. No tengo fe porque sea la solución más fácil. No tengo fe porque me la enseñaron mis padres. No creo ser mejor persona que quienes tienen una fe diferente o no la tienen. No le temo a la ciencia ni la encuentro sospechosa. Y, por último, tampoco soy un fundamentalista peligroso porque tengo fe y escribo sobre temas de fe.

Ahora que ya lo hemos aclarado, comencemos. Y la mejor manera de hacerlo es contarles mi historia de conversión. Verán, durante años me presenté como ateo o agnóstico (la mitad del tiempo dependía de mi estado de ánimo), así que no llevo mucho tiempo siendo católico. ¿Cómo sucedió?

Mi historia de conversión

Aunque probablemente se remonta a, por ejemplo, mi asistencia a escuelas cristianas, mi conversión propiamente dicha comenzó en el Adviento de 2005, cuando le pregunté a una amiga católica si podía acompañarla a la misa entre semana. Lo hice por curiosidad. Siempre me ha interesado la historia (las iglesias antiguas han sido lugares favoritos para visitar durante años) y sabía algo sobre los aspectos externos del culto católico: los altares, el sacerdote y los rituales, aunque ese conocimiento era realmente escaso. Así que, por curiosidad, la acompañé, solo para descubrir que entendía muy poco de esa primera misa: las lecturas estaban bien, pero no deberías haberme preguntado cuándo ponerme de pie, sentarme o arrodillarme, y mucho menos decirte por qué.

Pero en algún lugar, algo me despertó. Es difícil precisar qué fue, pero me impulsó a ir más a menudo. Todavía era estudiante por aquel entonces, pero había pausas para comer en las que asistía a misa en lugar de sentarme en la cafetería de la universidad. ¿Por qué seguí yendo? Creo que un aspecto importante fue que me sentí bienvenido. En un sentido muy básico: me sentí bienvenido por la comunidad parroquial, las pocas docenas de fieles que asistían a la misa entre semana, y más tarde también por el párroco y otros católicos de fuera de mi parroquia. No eran personas apartadas del mundo cotidiano, distantes ni nada por el estilo. No, tenían trabajo, tenían familia, también tenían sus vidas en la ciudad donde yo vivía. Eran personas normales de todos los ámbitos de la vida, que se sentían como en casa en el sencillo norte de los Países Bajos. No fingían, decían las cosas como las veían, pero por alguna razón todos creían en el Dios que aprendíamos en la misa, en las palabras de la Biblia y la homilía, y que desempeñaba su papel en la vida de estas personas. Él encajó en sus vidas, o ellos en las de Él…

Mientras esto continuaba, en el nuevo año 2006, surgieron en mí las preguntas que me hacía: ¿Quién soy yo para decir que todas estas personas, obviamente inteligentes y educadas, están equivocadas? ¿No es terriblemente egoísta pretender tener las respuestas, extraídas de mi propio pensamiento y experiencia, y que estas personas, en algún momento, han sido engañadas y han mantenido esa ilusión, a menudo durante años y décadas? ¿Qué hay, por ejemplo, del párroco, un historiador del arte que lleva 25 años compartiendo la Palabra de Dios y administrando el sacramento? ¿Se ha estado engañando a sí mismo con su vida de estudio y ministerio? ¿Y qué hay de la señora de origen protestante, hija de un pastor, que se siente cómoda en la Iglesia católica? ¿Se puede decir que delira, después de tomar la improbable y sin duda difícil decisión de convertirse al catolicismo? Decir simplemente que sí, que estas personas deliran es presuntuoso, incluso arrogante.

Mientras tanto, mientras estos pensamientos se formaban lentamente en mi cabeza, también descubrí la necesidad de preguntarme qué significaban estos pasos que ya había dado. ¿Era solo una distracción, una forma de satisfacer la curiosidad, de conocer gente nueva? No lo era, porque mucho de lo que escuchaba, tanto en las misas como en conversaciones con católicos, parecía encajar muy bien con mis propias ideas. Cosas como la importancia del amor, de la responsabilidad por las propias acciones, pero también cómo debería ser, en ese momento, una relación hipotética entre Dios y las personas. Lo que la Iglesia enseñaba sobre estos temas era esencialmente lo que yo también me había formulado, incluso antes de empezar a asistir a misas. La sociedad fría y dura en la que vivimos no tenía la respuesta a una vida satisfactoria, había pensado durante mucho tiempo. La Iglesia, como ahora aprendí, estaba de acuerdo conmigo en eso.

La bola que empezó a rodar, siguió rodando felizmente. Conocí gente en la plataforma juvenil diocesana, me involucré con la joven parroquia estudiantil (donde incluso fui lector algunas veces) y finalmente me armé de valor para hablar con mi párroco sobre mi viaje de descubrimiento. Nos reuníamos en su despacho con regularidad y hablábamos de cualquier tema que se presentara. Empecé a leer libros, encontré respuestas a mis preguntas y, en esencia, me sentí como en casa en este nuevo mundo. Incluso conocí al obispo bastante pronto.

Aproximadamente un año después de mi primera experiencia en la misa, a finales de 2006, le dije a mi párroco que quería iniciar el proceso hacia el Bautismo. A pesar de su alegría, aceptó que nos prepararíamos para el Bautismo en la Pascua de 2007, pero me aseguró que no tenía ninguna obligación: si decidía esperar un poco más, era perfectamente posible. Así que empezamos: nuestras reuniones semanales cambiaron un poco de tono, ya que el párroco me daba material de lectura específico y aspectos a considerar, y con el tiempo empezamos a reunirnos en grupos con otras personas que también recibirían los sacramentos del Bautismo y/o la Confirmación en Pascua. Al final, nuestro grupo contaba con unas nueve personas, siete de las cuales serían bautizadas. Las demás ya habían sido bautizadas en otra comunidad eclesial, por lo que solo necesitarían la confirmación.

Le pedí a la amiga a la que acompañé a misa que fuera mi madrina, y el 7 de abril de 2007 fui bautizada, confirmada y recibí mi primera comunión en la catedral de San José y San Martín de Groningen. El obispo (ahora cardenal) Wim Eijk ofició la ceremonia.

La cosa no terminó con esos sacramentos. De hecho, como pronto me dijo mi párroco, apenas estaban empezando. Mi conversión continúa, a medida que sigo aprendiendo y practicando mi fe. Probablemente seguiré haciéndolo el resto de mi vida, y eso es bueno. Nunca se termina de aprender y crecer.

Mark de Vries junto a su esposa Kitty, 

¿Por qué católico?

Pero ¿por qué católico? ¿Por qué no otra rama del cristianismo, u otra fe en su conjunto? Es una pregunta difícil de responder, porque cualquier respuesta implica más que una simple deducción lógica. También implica un sentido de convicción y confianza; fe, sin duda.

En mi época escolar, como escribí antes, me introdujeron en la fe cristiana, y en particular en su rama protestante. Si bien eso me proporcionó un conocimiento práctico de la Biblia y los fundamentos del cristianismo, no se tradujo en una fe viva en mi vida. Por lo que sé, me consideraba ateo al empezar la secundaria, aunque eso no me impidió interesarme por algunos aspectos de las clases de religión que cursaba (que, por cierto, se parecen más a las ciencias sociales que a la verdadera educación religiosa en este país), ni participar en las celebraciones anuales de Pascua y Navidad en la escuela (de ahí surgió mi interés por el teatro). Ni siquiera la asistencia ocasional a los servicios protestantes me llevó a ninguna conversión. De hecho, me dejaron una imagen del cristianismo como seco y sombrío. ¡Qué diferente de mis impresiones iniciales del cristianismo católico!

Aquí, la fe no se presenta como una cuestión de palabras y pensamientos, sino de la persona humana en su totalidad: cuerpo y alma, mente y corazón. Y eso significa que todos esos elementos humanos participan en la "elección" de la fe, que nunca es realmente una elección, ya que implica decisiones bien razonadas tras comparar todas las opciones. Obviamente, no lo hice. En cambio, me encontré en un lugar que me parecía adecuado, y que siguió sintiéndose adecuado (aunque más) a medida que aprendía más sobre él. Ese estudio de la fe implica no solo adquirir un montón de conocimiento, sino también, por necesidad, una relación creciente con la fuente de esa fe: Dios.

La fe es una relación, y al igual que las relaciones entre personas, la relación con Dios no es solo producto de la comparación, la lógica y la razón solitaria. En mi caso, comenzó con la curiosidad, pero creció con la experiencia, con el ánimo, con la confianza en las personas y, finalmente, con el encuentro con Dios. ¿Qué fue ese encuentro para mí? Tuvo diversas formas y sigue ocurriendo de vez en cuando. Puede ser un sentimiento intangible, pero también una palabra en el momento oportuno (como experimenté durante un retiro mucho antes de mi bautismo), una oración respondida, un sacramento recibido (mi primera Confesión, por ejemplo). Lo que aprendemos con la cabeza se confirma con lo que afecta a nuestro corazón.

La fe como compromiso

El ánimo que mencioné anteriormente es un gran incentivo para seguir buscando el encuentro con Dios. Pero, obviamente, eso no siempre sucede. Como todos, yo también tengo días malos cuando mi mente está ocupada con otras cosas, cuando las preocupaciones me distraen o simplemente no me esfuerzo por dedicarle tiempo y espacio a Dios. 

Pero esos momentos, cuando Dios es solo una palabra, cuando me siento en la iglesia y parece que no pasa gran cosa, no son motivo para rendirme. La fe también es un compromiso. El bautismo es para toda la vida, al igual que los votos que hice entonces, la fe que expresé en el Credo entonces y que sigo haciendo hoy. El mensaje de Cristo es una promesa, incluso en los días más oscuros, incluso cuando parece estar ausente. Él está ahí para mí, pero yo también tengo que estar ahí para Él; ya sea a solas en la oración, en la misa o a través de otras personas. Es una relación recíproca, y no puedo rendirme cuando me apetece. En ese sentido, la relación con Dios es, una vez más, similar a la relación con la familia o los amigos. Los lazos familiares o las amistades no terminan cuando hay un desacuerdo ni cuando alguien falta cuando lo necesitas. Estamos ahí el uno para el otro, como familia, como amigos y también como Dios y su pueblo.

Mark de Vries comenta que la fe es una relación con Dios que debe sostenerse en el tiempo y ser acompañada de obras

Preguntas difíciles

Entonces, aunque la fe debe ser, por su propia identidad, un asunto personal, también existe el aspecto público. Como católicos, este aspecto suele percibirse en la forma de la «Iglesia institucionalizada»: la antigua estructura de la Iglesia con sus sacerdotes y obispos, parroquias y diócesis, el Papa y la Curia, la doctrina social, el Catecismo y el derecho canónico. ¿Es esto un mal necesario o también desempeña un papel positivo en mi vida de fe?

Para mí, esto último es cierto. Personalmente, me interesa el funcionamiento de la Iglesia en la tierra, pero, salvo una mera peculiaridad mía, creo que la «Iglesia institucionalizada» es un elemento fundamental de nuestra fe. Sea cual sea la situación, para que las personas crezcan y prosperen, para que los esfuerzos tengan éxito, se requiere estructura. Esto es especialmente cierto cuando hablamos de un patrimonio tan enorme como el de la Iglesia: desde el depósito de la fe del pueblo judío hasta los escritos de los eruditos modernos y, sí, la experiencia de todos los fieles. Todo esto contribuye al patrimonio que heredamos, y que la Iglesia está llamada a salvaguardar y comunicar.

Aunque la Iglesia es de Cristo, está compuesta por personas y, por lo tanto, es una entidad muy humana. En lugar de considerar a la «Iglesia institucionalizada» como enemiga de la libre experiencia de fe, deberíamos verla como su guardiana. Con esa actitud, podemos abordar las cuestiones difíciles sin vernos obligados a considerar inmediatamente si quedarnos o irnos.

Conclusión

La fe es, ante todo, una expresión de amor. Como cristiano fiel, no pretendo saberlo todo, pero confío en que Dios, obrando en mí y en quienes me rodean, me guiará adonde Él quiere, y participaré activamente en ello. Seré guiado activamente.

Volviendo a los malentendidos que he enumerado anteriormente, y que encuentro una y otra vez aplicados contra mí y otras personas de fe, creo que podemos empezar a señalarlos.

Creo en Dios por miedo. Difícilmente. Si mi fe puede verse como una reacción a la vida y a la sociedad, es la convicción de que la cosmovisión secular no funciona. No le temo a la vida ni al mundo en que vivimos, pero creo que son mejores con Dios en ellos.

Tengo fe porque un libro me la dice. La Biblia es una guía, ya que me dice quién es Dios. Es un fundamento, para ser leído y comprendido dentro del marco de la tradición y el pensamiento humano. Es una inspiración, porque en ningún otro lugar leemos la Palabra de Dios. No es la única razón por la que creo.

Tengo fe porque es más fácil. Hoy en día, no tener fe es más fácil, ya que la mayoría de la gente dice no tenerla y se les anima a mantenerlo en privado si la tienen. Tener fe tampoco es el camino fácil, porque me dice qué pensar. No es así. Más bien, me anima a pensar, aprender y comprender.

Tengo fe porque eso es lo que aprendí de mis padres o maestros.  Crecí sin mucha fe religiosa. Las clases de religión eran más de estudios sociales que de religión.

Creo que soy mejor persona porque tengo fe. Al contrario, sé que no soy mejor que nadie, pero también sé que hay una manera de mejorar. Tener fe no me convierte automáticamente en una buena persona, ya que la fe sin buenas obras no vale nada.

Temo a la ciencia. La ciencia y la fe comparten el mismo objetivo: la búsqueda de la verdad, y por lo tanto no pueden contradecirse. Si no concuerdan, una de las dos está equivocada. Nos corresponde entonces descubrir cuál es y cuál es el error.

¿Por qué soy católico? Porque la Iglesia es mi hogar. Porque creo en un Dios que toma en serio a su pueblo y lo ama como los padres aman a sus hijos. Porque no creo poder saberlo todo y decidir qué es la verdad, el bien y el mal. Porque tengo esperanza y porque creo en el amor. Por eso soy católico.

Mark de Vries