(Revista Misión)Candela llegó a mi vida una mañana de abril lluvioso, con ojos colmados de tristeza y el corazón contrito, de la mano de una amiga común. “Yo ya no creo en Dios, ni siquiera puedo rezar”, dijo a modo de presentación. “Cuéntanos qué te afl ige, Candela”, sugerí. “Dices no tener fe, pero nosotras podemos rezar por ti”.
FUE ENTONCES cuando nuestra nueva amiga rompió el cascarón del miedo y escupió, entre amargas lágrimas, la causa de su visita a nuestro grupo de oración. Todo su dolor provenía de un hijo adolescente cuyo nombre era Pedro.
Pedro había sido un muchacho muy amado, sensible, inteligente y popular, había proporcionado grandes alegrías a sus padres a lo largo de toda su infancia. Pero todo se había truncado al cumplir los 16 años, cuando comenzó a salir y disfrutar con compañías poco recomendables.
Sus nuevos amigos lo introdujeron en el mundo de la noche, de las
peleas y de las drogas, y éstas, al fi n, se adueñaron de Pedro.
Candela y su esposo no tardaron en percatarse del cambio de carácter de su hijo. La armonía con los hermanos se había deteriorado y pronto comenzaron las peleas, los celos y los pequeños hurtos en el hogar. Pedro se había convertido en drogadicto y había caído en las garras de una terrible enfermedad: la esquizofrenia, causada, según los muchos psiquiatras que tuvieron que consultar, por un desequilibrio químico en el cerebro provocado por la ingesta de terribles mezclas letales de diferentes drogas.
Nosotras escuchamos su lamento con atención. Como madres, nos estremecimos sintiendo su miedo, su amargura y desesperanza. ¿Qué madre no teme algo así? “Candela”, dije al fin. “Dices que no puedes rezar, pero nosotras sí podemos hacerlo. Déjanos al menos entregaros a
ambos a Dios a través de nuestras plegarias. Nuestra reunión consiste precisamente en eso: en unirnos en oración durante una hora a la semana para rogar por nuestros hijos, preocupadas por el torbellino de acontecimientos que últimamente observamos que sucede en nuestra sociedad. Las cosas no van bien para los jóvenes: hay demasiada violencia en las calles, se cometen atrocidades incomprensibles y cada vez se aceptan con mayor ligereza vicios de extrema peligrosidad que rompen familias. Agarradas a nuestra fe, pensamos que nuestras oraciones, como gritos de socorro al cielo, pueden proteger a nuestros pequeños. Así nos hemos convertido en unas pequeñas madres coraje, humildes soldados contra la maldad que les rodea. Nosotras no podemos hacer mucho, pero Dios sí. Y tenemos el convencimiento de que Él nos escucha y actúa protegiendo, ayudando y acompañando a nuestros hijos”.
No hay palabras para describir la fuerza sobrenatural que tras nuestro encuentro invadió a Candela. Aquel primer día, impulsada por nuestra
seguridad y nuestra fe, quiso aprender a orar, a entregar a su hijo herido de muerte a Dios. Hoy es asidua a nuestras reuniones y acude con alegría y templanza.
Pedro aún sufre mucho, pero mejora poco a poco gracias a la fuerza y al amor que su madre le transmite cada día. Candela es la misma buena, bella y paciente madre, pero ahora tiene un arma letal contra la desesperación que antes había extraviado: la esperanza en Dios; y sólo eso la ha convertido en una verdadera y extraordinaria madre coraje.
(Para saber más sobre el movimiento de “Los
grupos de oración de las madres en España”,
dirigirse a: charolafita@hotmail.com)
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