* "En septiembre de 2002 empezó la rebelión y allá aguantamos con miedo en el cuerpo y mucha confianza en Dios. Allá escuche el ruido de las balas reales. Y descubrí que ser misionero valía la pena: descubrí que sólo mi mera presencia ya daba consuelo a la gente"
* "Durante cuatro meses Michael y yo vivimos completamente aislados. Ni nuestras familias, ni los misioneros de la Consolata, ni la embajada sabían nada de nosotros durante ese tiempo. Y estuvimos nueve meses sin poder salir de la parroquia. Fue un tiempo de gracia en el que toqué de cerca mis debilidades, mis miedos. Pero, al mismo tiempo, el Buen Dios me hizo profundizar mi fe, mi esperanza y mi amor por este pueblo"
sábado, 19 de octubre de 2013
Padre Ramón Lázaro, misionero en Costa de Marfil: «Me apoyo en tres pilares: Dios, la comunidad y los pobres. Si falla uno, el trípode se cae»
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