* “Numerosas veces Dios me salvó de la muerte cuando ésta se acercaba en forma de decretos judiciales, de bombas químicas que llovían sobre nosotros, de ahogarme, de sufrir heridas graves… En 1988 vi a mis amigos más queridos morir horriblemente por un ataque químico en el pueblo de Halabja. Entonces entendí la fragilidad de cada hombre bajo el pecado y la desesperación radical de la vida sin la protección e intervención de Dios”
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