* «Con el paso de los años, vi al Espíritu actuar poderosamente en mi vida y, sobre todo, en mi pobreza. Una última peripecia me hizo comprender que, incluso en mi silla, Él era verdaderamente el Padre de los pobres. Fue en 2009. Al comenzar un retiro que predicaba sobre la vida en el Espíritu, mi principal válvula cardiaca se rompió… El 3 de septiembre, yo estaba en la mesa de quirófano para una operación a corazón abierto. Salió mal y mis órganos empezaron a fallar uno tras otro. Era mi fin. Los médicos avisaron a mi entorno para el último adiós. Ya me iban a dar por perdido, cuando el cirujano,in extremis, decidió volver a operarme. “¿Vuelves para hacer la guardia de Navidad?”: fue la primera frase que escuché al salir del coma… ¡a primeros de diciembre! Tetrapléjico, incapaz de hablar e incluso de tragar, me desperté lleno de dolores. Mi sufrimiento era tan enorme que muchas veces pensé en el suicidio. Entonces me embargaba la vergüenza y rezaba: “Señor, tú que sufres en la Cruz, eres el único que puede comprenderme”. Era un grito. Mi obispo me confió que estando en oración había tenido la intuición de que mi misión en la tierra no había terminado… San Pablo lo resume todo cuando pone en boca de Dios: ‘Te basta mi gracia, porque la fuerza culmina en la flaqueza’ (2 Cor 12, 9)»
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