* «Y yo, que me consideraba una persona plenamente feliz, con una familia perfecta, salud y trabajo, me di cuenta de que por primera vez en mi vida sentía una felicidad como nunca había conocido. Desde ese día siento la presencia de Dios, y me considero muy afortunada con este regalo, pues si no, me habría perdido lo más grande de la vida. Si no hubiese sido por este acontecimiento, mi mente racional y mi soberbia nunca me hubiesen dejado ver a Dios. Tras el encuentro con el Señor, todo mi mundo cambió. Empecé a verme de forma diferente, empecé a ver mis pecados, que hasta ese momento no me habían parecido como tales. Empecé a ver mis imperfecciones, mis defectos, pero todo visto desde el amor, desde la transformación hacia el encuentro con el Señor… También al leer el Evangelio, mi mente quedaba transformada, realmente las palabras eran para mí y tenían un auténtico significado. Me aprendí el Padre Nuestro y la Salve y experimenté un efecto sanador al recitarlas. Empecé a hablar con el Señor, por primera vez en mi vida, y pude ver como él me escuchaba y me daba señales cada vez que le preguntaba»
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