Andrés Carrión dice que "en la cárcel descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad"
* «Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra. Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas»
Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Andrés Carrión cuenta su testimonio
* «Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo.Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga. Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente, me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios»
Camino Católico.- Andrés Carrión es español, tiene 34 años, está casado y tiene cuatro hijos. Del Camino Neocatecumenal, su historia es realmente de película. De una dura infancia en una familia desestructurada, pasó a la cleptomanía, a consumir drogas, posteriormente al tráfico de drogas, a la santería... hasta que el encuentro con Dios en la cárcel le devolvió la paz, y a conocer a la que hoy es su mujer. Acaba de contar su testimonio en El Rosario de las 11 PM. Esta es su historia contada en primera persona con los fragmentos esenciales que relata en el vídeo:
Nací en una familia cristiana, al uso, pero un poco desestructurada. Mi madre me tuvo con 17 años. Fue por accidente, no digo que fuera un hijo 'no querido' pero sí 'no deseado'. Mi vida, desde los primeros días, no fue nada fácil. Mi madre tuvo anorexia de joven y estuvo a punto de morir. Fue un milagro que siguiera viva. Entonces, mis abuelos maternos fueron los que me sustentaron y me criaron.
Vivía en un barrio de la zona sur de Móstoles, en Madrid. Un barrio normal y corriente en el que se ven muchas cosas. Desde bien pequeñito empecé a jugar con ciertas cosas, empecé a robar en los bazares chinos (...). Eso, poco a poco, me llevó a dar más pasos. Con 8 años di mi primera calada a un cigarrillo (...). Yo tenía una carencia muy grande de madre y de padre, y la buscaba llenar en la calle. Lo que fueron hurtos pequeños sin importancia empezaron a ser un poquito más grandes.
Esto me creó una adicción que se llama cleptomanía. Todo lo que veía lo tenía que robar, sentía que lo necesitaba, tenía que robarlo, incluso hasta a mis amigos. Con nueve o diez años ya no era feliz, y no era feliz porque, en realidad, mi corazón ansiaba lo que veía en mis amigos, que tenían padre y madre en casa. Yo no sé lo que es llegar a mi casa y decir 'hola, mamá', y 'hola, papá'. Mi vida fue un ir y venir".
Me llevaron a un colegio que me generó mucha violencia. Tenía muchos problemas en la escuela. No sentía esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad. Estaba harto de volver con mi madre, luego con mi padre, otra vez con mi abuela. Con doce o trece años empecé a tocar los porros y me generó una adicción desde bien joven, hasta el punto de que no podía vivir sin ello. Con trece o catorce años yo ya no podía vivir sin una piedra de hachís en el bolsillo.
Tenía la adicción al chocolate, al hachís... y, con esa edad, no tenía ingresos, con lo cual solo tenía una opción, que era gastar lo que me daban de paga. Pero, como mi consumo diario era muchísimo, eso me llevaba a robar constantemente, a robar a mi familia, a mi madre... a mi abuela le he robado muchísimo, no puedo decir la cantidad de cosas de casa que le quitaba para venderlas. El día que me levantaba y no tenía una piedra de hachís en el bolsillo del pantalón me generaba una ansiedad...
Andrés Carrión asegura que "a mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño"
Esto me llevó un punto de querer quitarme la vida, con 15 años ya no quería vivir más, era un completo infeliz. Pero mi padre había vuelto a retomar contacto conmigo, gracias a la Iglesia y en concreto al Camino Neocatecumenal, porque él también tuvo una juventud muy complicada por la droga. Sus catequistas le invitaron a recuperar esa paternidad que había perdido. Entonces me empezó a llevar a la Iglesia. Con nueve o diez años yo participaba de las eucaristías con la comunidad de mi padre, veía en la Iglesia algo que me llamaba mucho la atención, sentía, y vivía, una paz, y una felicidad.
A mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño. Yo tenía una doble vida, cuando iba con mi padre a la Iglesia me iba calando poco a poco, y, con 15 años, me invitaron a hacer las catequesis del Camino. Estaba feliz de estar ahí pero, al mismo tiempo, la calle, el mundo lo tenía tan dentro de mí que no podía soltarlo solo. Me acuerdo de que iba a las celebraciones con una piedra de hachís en el bolsillo, comulgaba con una piedra de chocolate en el bolsillo. Muchas veces he comulgado en pecado mortal. Estaba totalmente absorbido en el mundo de la delincuencia.
Empiezas por una cosa simple y luego pasas a otras drogas, a ver la cocaína, el cristal, drogas sintéticas... Me pasaba noches enteras en Madrid de fiesta drogándome. Hasta que un día, acabé tirado inconsciente en una calle. Había consumido tantos tipos de drogas que no sé por qué no me llegó a pasar algo más. Llegué a desarrollar un trastorno de doble personalidad, en la Iglesia era una persona y fuera otra totalmente diferente.
La droga te genera mucha violencia interna y mi abuela me amenazaba con no dejarme entrar en casa. Un día cumplió su promesa y, gracias a Dios, acabé en la calle. Con 20 años me ofrecieron ganar un dinero fácil, era para hacer un transporte de drogas. Estaba sumido en tantos problemas, y tenía tanta ansia de dinero, que lo acepté sin ningún problema. Era hacer un viaje a Venezuela con todos los gastos pagados, me montaron en un avión y me llevaron para allá. Aquí empieza a torcerse la cosa. Me acuerdo de que me recibió una chica, con la cual tuve una relación personal bastante fuerte.
Ella me dijo que no lo hiciera, porque me iban a meter en la cárcel 15 años. Vi un ángel de Dios que me avisaba, aunque tengo que decir que esta chica es un milagro, porque iba a ganar dinero conmigo, no es que fuese una persona de bien, formaba parte de este negocio. Le hice caso en todo momento, la voz de Dios siempre estuvo conmigo. Siempre he tenido esa conciencia de pecado. Decidí no hacerlo y eso generó un problema grande, estamos hablando de traficantes, de cosas muy serias, hay mucho dinero envuelto. Entonces tuvimos que inventar un accidente de tráfico, que me había roto el fémur y que no podía volar. Cogimos a un maquillador profesional que me maquilló, que me vendó la pierna. Pero el chico, desde España, estaba interesado en venir a ver mi estado.
El tiempo se iba alargando y el chico seguía insistiendo en que iba a venir. Entonces decidí quedarme durante un tiempo en Venezuela. Mis padres pusieron una denuncia por desaparición, y, a los dos meses, les llamé y les dije que estaba allí.
Andrés Carrión reflexiona que "volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar"
Esta amiga, que en teoría era amiga, participaba de una cosa que se llama la santería. Yo he llegado a participar de un rito satánico, te hacen lavados con gallos, cortan la cabeza de los gallos y te limpian. He llegado a hablar incluso con demonios, he llegado a ver cómo mi propia amiga era poseída delante de mí. De la nada más absoluta era poseída por un espíritu que entre tres personas no éramos capaz de sostenerla. Luego me llevaron a hablar con un demonio, con una persona que había sido poseída por el demonio, que hablaba una lengua muy rara, era un lenguaje muy extraño, que yo no entendía, lógicamente.
Estuve nueve meses, hasta que llegó un punto en el que ya tenía que volver a España. La vuelta era muy complicada, me esperaba gente... Durante los primeros días me escondía entre los coches. No podía hacer vida normal, no podía salir a la calle, y una vez, por casualidad, uno de mis mejores amigos me vio y vino a mi casa, y, durante un tiempo, me mantuvo en secreto, me llevaba en coche a otro sitio donde seguía consumiendo droga. Seguía en esa vida de la drogadicción.
Un día me dijo que tenía que plantar cara y decir que estaba aquí, y quedamos con esa persona que llevaba el tema del narcotráfico. Fui pensando que iba a morir, literalmente, ellos no sabían que lo del accidente era un montaje. Yo pensaba que sí lo sabían y que querían cogerme para pagar las consecuencias. Para mi sorpresa, después de un rato largo hablando con esta persona, me dijo que a mí no me iba a pasar nada, pero que la otra chica iba a morir. Entonces la avisé, me dijeron que no lo hiciera, pero cómo iba a quedarme callado, si esta chica a mí me salvó de estar muerto. Ella cometió el error y habló con ellos, y entonces me tacharon de chivato. Me pusieron una cantidad económica que tenía que pagar, yo no tenía dinero y me obligaban a robar, me llevaban a centros comerciales y me obligaban a robar para ir pagando esa deuda.
Entonces volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar (...). Intenté hacer una nueva vida, pero la calle seguía tirándome. Hasta que con 22 años me volvieron a ofrecer otro transporte de droga, en ese momento estaba en la miseria más absoluta, vivía en la calle. Mi abuela ya no me abría las puertas de su casa. Ocupaba pisos de nueva construcción, para poder pasar la noche allí y, a la mañana siguiente, me iba a un hospital público, me aseaba, y volvía a la vida en el barrio a seguir fumando porros.
Había caído en la cocaína, había gastado mucho dinero. En dos meses, unos 6000 euros, que eran de mi abuelo, él me dejó un dinero para poder montar un pequeño negocio, pero lo acabé malgastando en droga. Me llegué a quedar en 50 kg, esquelético perdido, no comía, solo consumía, fue terrible. Intenté volver a la Iglesia. Dios siempre está abierto a la conversión de quien se arrepiente y soy testigo de ello.
Durante estos años tuve un intento de suicidio, cogí un cuchillo... como yo no sabía lo que era ser feliz, para mí quitarme la vida no era un problema. El problema era que tenía esa voz de Dios, y una vez escuché que el que se suicida tiene unas papeletas muy grandes para ir al infierno. Está claro que la misericordia de Dios es infinita. Ese miedo a ir al infierno a mí me ha salvado.
En Brasil, en la fila del avión, sacaron la cocaína y un policía me dijo que la cárcel iba a ser mi casa durante los próximos 4 años. Fue un punto de inflexión muy grande, el mayor de mis problemas era que había vivido toda mi vida haciendo mi voluntad. Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos.
Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra y vino unas tres o cuatro veces a verme (...). Fui condenado a cinco años y medio, pero la condena se me redujo a un año y once meses (...). Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas.
Tuve un permiso en la cárcel de una semana, pero volver por tus propios pies a la cárcel no fue nada fácil, caí en una depresión (...). Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo. Todas las semanas se hacía un culto obligatorio, tan obligatorio que si no asistía te pegaban una paliza. Cuando participaba de esos cultos lo que hacía era rezar el Rosario. Mi cuerpo estaba preso pero mi espíritu estaba libre.
Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo y me llevaba a varios sitios, me invitó a su casa a comer. Intentó hacérmelo lo más agradable posible. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga.
Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente, me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios. Espero que pueda haber ayudado a alguien, la Iglesia está para ayuda.
Andrés Carrión
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