Camino Católico.– El padre Rainiero Cantalamessa, que ha sido nombrado Cardenal por el Papa Francisco el pasado año 2020, profundiza en una meditación a jóvenes consagradas en el año 2011 sobre el misterio de la transfiguración.
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viernes, 4 de agosto de 2023
El misterio de la transfiguración / Por Cardenal Raniero Cantalamessa Ofm Cap
Camino Católico.– El padre Rainiero Cantalamessa, que ha sido nombrado Cardenal por el Papa Francisco el pasado año 2020, profundiza en una meditación a jóvenes consagradas en el año 2011 sobre el misterio de la transfiguración.
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domingo, 5 de marzo de 2023
Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús no es una abstracción; está resucitado y vivo / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap.
* «A Jesús se le ve y se le toca, pero con otros ojos y con otras manos: del corazón, de la fe. Él está resucitado y está vivo. Es un ser concreto, no una abstracción, para quien ha tenido esta experiencia y este conocimiento. Más aún, con Jesús las cosas van incluso mejor. En el enamoramiento humano hay artificio, atribuyendo al amado cualidades de las que tal vez carece y con el tiempo frecuentemente se está obligado a cambiar de opinión. En el caso de Jesús, cuanto más se le conoce y se está a su lado, más se descubren nuevos motivos para estar enamorados de Él y seguros de la propia elección»
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domingo, 13 de marzo de 2022
Homilía del Evangelio del Domingo: El mensaje de poder y consuelo de la Transfiguración / Por Raniero Cantalamessa Ofmcap.
* «El Tabor es una ventana abierta a nuestro futuro; nos asegura que la opacidad de nuestro cuerpo un día se transformará también en luz; pero es también un reflector que apunta a nuestro presente; evidencia lo que ya es ahora nuestro cuerpo, por encima de sus míseras apariencias: el templo del Espíritu Santo. El hombre no tiene un cuerpo, es cuerpo. El cuerpo ha sido creado directamente por Dios, asumido por el Verbo en la encarnación y santificado por el Espíritu en el bautismo. El cuerpo está destinado a compartir eternamente la misma gloria del alma ¿Pero qué decir a quien sufre? ¿A quién debe asistir a la «desfiguración» de su propio cuerpo o de un ser querido? Para ellos es tal vez el mensaje más consolador de la Transfiguración: ‘Él transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo’. Serán rescatados los cuerpos humillados en la enfermedad y en la muerte. También Jesús, de ahí en poco tiempo, será «desfigurado» en la pasión, pero resurgirá con un cuerpo glorioso, con el que vive eternamente, con quien la fe nos dice que iremos a reunirnos después de la muerte»
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miércoles, 6 de agosto de 2008
sábado, 17 de mayo de 2008
jueves, 14 de febrero de 2008
«Transfigurados en la esperanza» / Autor: Benedicto XVI
Intervención con motivo del Ángelus
Publicamos la intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano el domingo 17 de fenrero.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Se concluyeron ayer, aquí, en el Palacio Apostólico, los ejercicios espirituales que, como todos los años, han congregado en la oración y en la meditación al Papa y a sus colaboradores de la Curia Romana. Doy las gracias a cuantos han estado espiritualmente cerca de nosotros: que el Señor les recompense por su generosidad.
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, continuando con el camino penitencial, la liturgia, tras habernos presentado el domingo pasado el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preanuncia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su Cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, le contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad.
De esta manera, podemos decir que estos dos domingos constituyen pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, es más, toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.
La montaña, el Tabor como el Sinaí, es el lugar de la cercanía con Dios. Es el lugar elevado respecto a la existencia cotidiana en el que se respira el aire puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en presencia del Señor, como Moisés y como Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del «éxodo» que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: al rezar, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a Él, adhiere con su propia voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y de este modo la luz le penetra y aparece visiblemente la verdad de su ser: él es Dios, Luz de Luz. Incluso los vestidos de Jesús se vuelven blancos y resplandecientes.
Esto recuerda al Bautismo, el vestido blanco que llevan los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (Cf. Apocalipsis 7, 9.13). Aquí está el punto crucial: la transfiguración anticipa la resurrección, pero ésta presupone la muerte. Jesús manifiesta a los apóstoles su gloria para que tengan la fuerza de afrontar el escándalo de la cruz, y comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al Reino de Dios.
La voz del Padre, que resuena en lo alto, proclama a Jesús como su Hijo predilecto, como en el bautismo del Jordán, añadiendo: «Escuchadle» (Mateo 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirle por el camino de la cruz, llevando en el corazón como Él la esperanza de la resurrección. «Spe salvi», salvados en la esperanza. Hoy podemos decir: «Transfigurados en la esperanza».
Dirigiéndonos ahora con la oración a María, reconocemos en ella a la criatura humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo y encomendémonos a su guía para recorrer con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.
[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en siete idiomas. En italiano comenzó diciendo:]
Sigo con preocupación las persistentes manifestaciones de tensión en el Líbano. Desde hace casi tres meses el país no logra escoger un jefe de Estado. Los esfuerzos para componer la crisis y el apoyo ofrecido por numerosos exponentes de relevancia de la comunidad internacional, aunque todavía no han logrado resultados, demuestran la intención de encontrar un presidente sentido como tal por todos los libaneses y de sentar los cimientos para superar las divisiones existentes. Por desgracia no faltan tampoco motivos de preocupación, sobre todo a causa de la inesperada violencia verbal o de cuantos ponen su confianza en la fuerza de las armas y en la eliminación física de los adversarios.
Junto al patriarca maronita y junto a todos los obispos libaneses os pido que os unáis a mi súplica a Nuestra Señora del Líbano para que aliente a los ciudadanos de esa querida nación y, en particular a los políticos, a trabajar con tenacidad a favor de la reconciliación, de un diálogo verdaderamente sincero, de la pacífica convivencia y del bien de una patria profundamente sentida como común.
[En español, dijo:]
Dirijo mi cordial saludo a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, especialmente a los fieles provenientes de las parroquias de San Lorenzo y de Nuestra Señora del Rosario de La Unión (Murcia). En este segundo Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a contemplar a Cristo, transfigurado en el monte Tabor, para que, iluminados por su Palabra, podamos vencer las pruebas cotidianas de la vida y ser en medio del mundo testigos de su gloria. ¡Muchas gracias!
[Al final, en su saludó en italiano, concluyó:]
Pienso de manera particular en los familiares de las personas desaparecidas el 4 de enero pasado en Venezuela, asegurándoles mi oración.
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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
Publicamos la intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano el domingo 17 de fenrero.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Se concluyeron ayer, aquí, en el Palacio Apostólico, los ejercicios espirituales que, como todos los años, han congregado en la oración y en la meditación al Papa y a sus colaboradores de la Curia Romana. Doy las gracias a cuantos han estado espiritualmente cerca de nosotros: que el Señor les recompense por su generosidad.
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, continuando con el camino penitencial, la liturgia, tras habernos presentado el domingo pasado el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preanuncia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su Cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, le contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad.
De esta manera, podemos decir que estos dos domingos constituyen pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, es más, toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.
La montaña, el Tabor como el Sinaí, es el lugar de la cercanía con Dios. Es el lugar elevado respecto a la existencia cotidiana en el que se respira el aire puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en presencia del Señor, como Moisés y como Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del «éxodo» que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: al rezar, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a Él, adhiere con su propia voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y de este modo la luz le penetra y aparece visiblemente la verdad de su ser: él es Dios, Luz de Luz. Incluso los vestidos de Jesús se vuelven blancos y resplandecientes.
Esto recuerda al Bautismo, el vestido blanco que llevan los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (Cf. Apocalipsis 7, 9.13). Aquí está el punto crucial: la transfiguración anticipa la resurrección, pero ésta presupone la muerte. Jesús manifiesta a los apóstoles su gloria para que tengan la fuerza de afrontar el escándalo de la cruz, y comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al Reino de Dios.
La voz del Padre, que resuena en lo alto, proclama a Jesús como su Hijo predilecto, como en el bautismo del Jordán, añadiendo: «Escuchadle» (Mateo 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirle por el camino de la cruz, llevando en el corazón como Él la esperanza de la resurrección. «Spe salvi», salvados en la esperanza. Hoy podemos decir: «Transfigurados en la esperanza».
Dirigiéndonos ahora con la oración a María, reconocemos en ella a la criatura humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo y encomendémonos a su guía para recorrer con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.
[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en siete idiomas. En italiano comenzó diciendo:]
Sigo con preocupación las persistentes manifestaciones de tensión en el Líbano. Desde hace casi tres meses el país no logra escoger un jefe de Estado. Los esfuerzos para componer la crisis y el apoyo ofrecido por numerosos exponentes de relevancia de la comunidad internacional, aunque todavía no han logrado resultados, demuestran la intención de encontrar un presidente sentido como tal por todos los libaneses y de sentar los cimientos para superar las divisiones existentes. Por desgracia no faltan tampoco motivos de preocupación, sobre todo a causa de la inesperada violencia verbal o de cuantos ponen su confianza en la fuerza de las armas y en la eliminación física de los adversarios.
Junto al patriarca maronita y junto a todos los obispos libaneses os pido que os unáis a mi súplica a Nuestra Señora del Líbano para que aliente a los ciudadanos de esa querida nación y, en particular a los políticos, a trabajar con tenacidad a favor de la reconciliación, de un diálogo verdaderamente sincero, de la pacífica convivencia y del bien de una patria profundamente sentida como común.
[En español, dijo:]
Dirijo mi cordial saludo a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, especialmente a los fieles provenientes de las parroquias de San Lorenzo y de Nuestra Señora del Rosario de La Unión (Murcia). En este segundo Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a contemplar a Cristo, transfigurado en el monte Tabor, para que, iluminados por su Palabra, podamos vencer las pruebas cotidianas de la vida y ser en medio del mundo testigos de su gloria. ¡Muchas gracias!
[Al final, en su saludó en italiano, concluyó:]
Pienso de manera particular en los familiares de las personas desaparecidas el 4 de enero pasado en Venezuela, asegurándoles mi oración.
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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
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