* «Lo primero que surge, por lo menos a mí, al ponernos con un planteamiento serio delante del Señor, es una tremenda sensación de total indignidad, fruto del propio pecado. Pero cuando nos vamos dejando empapar poco a poco por el amor de ese Dios que nos ha dado a su Hijo, que es lo que más quiere, para que también nosotros podamos llamarle Abba; que vino a la tierra para salvar precisamente a los pecadores, que sentaba a su mesa; y que entrega su vida por amor a ellos, no por los “buenos”, esa indignidad se va transformando en total abandono agradecido. Se descubre entonces que Dios nos ama desde toda su eternidad, porque Él es eterno. Que desde siempre nos tiene pensados a cada uno con su infinito amor, porque Él es amor. Aquella indignidad inicial es ahora profunda acción de gracias y donación absoluta de todo el ser que ya era suyo porque de El lo había recibido»
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domingo, 4 de noviembre de 2018
Mary Carmen Sanjuan, 81 años, esposa, madre, abuela, se quedó viuda y en 2008 se hizo monja: «el Señor me dijo: “déjalo todo y vente conmigo”»
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