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miércoles, 28 de mayo de 2025

A Sebastiana de Lima su padre le concertó un matrimonio para ella, tiene 9 hijos, uno de ellos obispo y con su apoyo se hizo monja al enviudar y ayuda a mujeres a superar adicciones: «Mi vocación es una gran cosa de Dios»


Sor Sebastiana Onofre de Lima, madre del Obispo de Dourados (Brasil), Mons. Henrique Aparecido de Lima.  / Foto: Diócesis de Dourados

* «¡Soy feliz como monja! Me gusta mucho el trabajo, el culto, la recuperación, porque mi deseo siempre ha sido recuperar vidas, sacar a estas personas del desierto de la vida y guiarlas hacia una vida digna. No somos dueños de nuestras vidas, después de entregarnos a Dios, Él sabe dónde colocarnos» 

 

 Vídeo de la EWTN con el testimonio de Sor Sebastiana Onofre Lima y su hijo Mons. Henrique Aparecido de Lima, C.Ss.R.,Obispo de Dourados, en el estado brasileño de Mato Grosso del Sur

Camino Católico.- El Obispo de Dourados, en el estado brasileño de Mato Grosso del Sur, Mons. Henrique Aparecido de Lima, C.Ss.R., es hijo de Sor Sebastiana Onofre Lima quien se hizo monja tras enviudar hace más de 20 años. Madre de nueve hijos, vio morir a su esposo con quien estuvo casada 36 años de matrimonio: con el apoyo de su hijo obispo cumplió su sueño de infancia: ser monja para servir a Dios y a la Iglesia.

“Mi vocación es una gran cosa de Dios”, dice a EWTN la hermana Sebastiana, quien se dedica a ayudar a las mujeres a superar la adicción a las drogas y al alcohol; y quien también dedica su tiempo a la adoración perpetua, carisma de la congregación de las Hermanas de la Copiosa Redención, a la que pertenece. 

Desde temprana edad, Sebastiana se sintió llamada a la vida religiosa, pero las dificultades económicas de la familia y la realidad de vivir en una zona rural de Paraná le impidieron seguir su vocación. Su destino dio otro giro cuando su padre, dadas las circunstancias, concertó un matrimonio para ella cuando aún era joven.

“Desde que me casé –dice la Hermana Sebastiana– siempre le pedí a Dios que obrara en mi vida y en la de mis hijos. Él tuvo misericordia de mí porque cuando le hacemos una promesa, Él nunca la olvida, y me honró con la gracia de la vocación de mi hijo y la mía. Nuestra familia está muy contenta con nuestras vocaciones”.

Nacido el 28 de julio de 1964, Mons. Henrique es el primogénito. Cuenta que su deseo de ser sacerdote surgió desde niño al ver a su madre siempre orando y ayudando a la gente. “Siempre la veía rezando y le preguntaba qué era eso y ella me lo explicaba”, dice el obispo.

“En casa, todas las noches rezaba el rosario y leía la Biblia con nosotros. Luego, todos se iban a dormir y mi madre seguía rezando”, relata el prelado. “Esto me cautivó y, de hecho, cuando tenía unos 14 años tomé la decisión de ir al seminario para adquirir experiencia”.

La familia vivía en una zona rural sin acceso a buena educación ni atención sanitaria. Incluso participar en la Iglesia era difícil. Henrique ingresó al seminario Santísimo Redentor en Ponta Grossa (PR), donde completó su educación primaria, pero tuvo que salir para trabajar, ayudar a su familia y ahorrar el dinero necesario para terminar sus estudios.

“Fui a trabajar para ahorrar dinero y poder mantenerme en el seminario y, cuatro años y medio después, regresé para quedarme y sigo aquí hoy”, explica Mons. Henrique, sacerdote redentorista desde 1999.

Estudió Filosofía en las Facultades Asociadas de Ipiranga en Sao Paulo y Teología en el Instituto de Teología de São Paulo (ITESP-SP). Fue nombrado Obispo de Dourados por el Papa Francisco y recibió la ordenación episcopal el 30 de enero de 2016.

“Me siento muy honrada”, asegura la hermana Sebastiana. “La familia es la cuna de Dios” y es de ella que “salen los hombres, las personas que sirven para trabajar en el camino de Dios”.

Mons. Henrique dijo que siente el apoyo de las oraciones de su madre para ejercer su ministerio. “Estoy seguro de que reza mucho por la diócesis, por mí y por la obra. Así que, sin duda, esto es un gran apoyo”, compartió.

La hermana Sebastiana visita a su hijo con frecuencia. Pasó tres meses con él cuando estaba luchando con una enfermedad. “La gente la conoce y eso también marca la diferencia en nuestras vidas”, afirma el prelado brasileño.

“A menudo bromeo: la gente piensa que el sacerdote, el obispo, es hijo de una criadora. No tiene madre, ni padre, ni hermanos. Su presencia demuestra que somos seres humanos como cualquier otro”.

El aliento del hijo obispo

“Desde niña la oía decir: No quería casarme, quería ser monja”, contó Mons. Henrique. Llegó el día en que lo logró. “Incluso mi padre, ya muy enfermo antes de morir, me dijo: ‘Ayuda a tu madre a ir al convento, que es su sueño, porque nunca quiso casarse’”.

“Mi madre convirtió a mi padre”, comparte el obispo. “No tenía ninguna religión, pero le ayudó. Mi padre murió en paz, rezando el rosario y cantando”, agrega.

Tras la muerte de su esposo, “lo primero que dijo a su familia fue: ya están todos grandes, las cosas que tenemos no son geniales, no quiero nada para mí, ahora voy a cuidar de mi vida, voy a ser monja”, explica Mons. Henrique.

Conociendo el deseo de su madre, el obispo habló con su provincial, P. Wilton Moraes Lopes, CSsR, fundador de las Hermanas de la Copiosa Redención. Como la congregación acoge a viudas para que prueben la vida religiosa, ella la probó y se adaptó tan bien que pronto se unió a la congregación.

Hermana Sebastiana, en la segunda fila, la primera por la derecha, junto a las Hermanas de la Copiosa Redención y su fundador, el Padre Wilton Moraes Lopes, CSsR. / Foto: Hermanas de la Copiosa Redención

“Mi madre era una señora, ama de casa, esposa, madre de muchos hijos, decidida toda su vida”, destaca Mons. Henrique, añadiendo que tenía dudas de que ella se adaptara a la rutina de vivir en el convento con obediencia, horarios, reglas. “Pero ella se adaptó rápidamente”.

Para Sor Sebastiana, Mons. Henrique fue su “promotor vocacional” y un gran apoyo en sus primeros pasos en la vida religiosa.

“¡Soy feliz como monja! Me gusta mucho el trabajo, el culto, la recuperación, porque mi deseo siempre ha sido recuperar vidas, sacar a estas personas del desierto de la vida y guiarlas hacia una vida digna —dice la hermana—. No somos dueños de nuestras vidas, después de entregarnos a Dios, Él sabe dónde colocarnos”.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

María Iuxta Crucem, viuda, 77 años, con 4 hijos, hace cinco que lo dejó todo y es monja gracias a la Virgen María: «Seguir a Cristo es lo más lindo que hay, da alegría, paz y gozo»

 


* «Es la Madre Santísima la que nos cuida, la que nos orienta y la que nos guía. Estamos refugiados en el hueco de su mano y, a través de Ella, podemos hacerlo todo. Aquí dentro, en el convento, uno se enamora cada día más de la Virgen. Cuando estamos ante el Santísimo sabemos que está a nuestro lado»

Sor María Iuxta Crucem cuenta su testimonio de vida en este vídeo las Hijas de la Sagrada Familia

Camino Católico.-  Sor María Iuxta Crucem (María al pie de la cruz) tiene 77 años, vive en Menorca (España) y lleva cinco como religiosa de las Hijas de la Sagrada Familia, una comunidad fundada en Colombia que, junto a los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, profesa un cuarto voto de «esclavitud mariana». Es viuda y tiene 4 hijos, el pequeño murió con 22 años, pero su relación con Dios ha sido perseverante pese a las dificultades de la vida. Sintió la llamada del Señor a ser monja cuando hizo la comunión a los 12 años, pero optó por casarse. Es en un video de las Hijas de la Sagrada Familia donde cuenta su testimonio de vida.

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viernes, 15 de abril de 2022

Simona Spinelli, madre viuda, ha escrito y rezará la 10ª estación del Vía Crucis del Papa en el Coliseo: «Jesús en ese abrazo de vigas clavadas nos mira y nunca nos deja solos»


 * «Es sorprendente la cantidad de ocasiones de gracia que nos suceden: la mirada de Jesús es en realidad la mirada de todas las personas que han estado muy cerca de nosotros. Hay una soledad existencial: al final todo hombre está solo. Pero en la vida cotidiana, a veces incluso una palabra amable y la mirada de alguien que comprende tu malestar son la mirada de Jesús. Siempre digo que he conocido a Jesús porque he conocido a una persona, a personas que han sido Jesús en mi vida. La cruz representa el máximo de cercanía en el dolor. Aunque esto sea lo más difícil de vivir»

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lunes, 8 de febrero de 2021

Fabienne Padel es viuda consagrada y la guió una certeza: «Dios me ama, sea lo que sea lo que me pase o lo que haga. Él no me manda pruebas que no pueda soportar»

 


* «El Espíritu Santo me dio el don de la confianza. Y después de esa gran conmoción, a medida que pasaban los días, mi vínculo con el Señor era cada vez más más bello, más íntimo. Cuando me piden que dé un testimonio, suelo decir que ser viuda no es una vocación, contrariamente al matrimonio, que lo es más allá de la muerte. La viudez es mi condición de vida, no la he elegido. Sin embargo, sí que elegí consagrarme al Señor, entregarle lo fundamental, como hizo la viuda del Evangelio. Esto se traduce en el voto de castidad, una vida de oración y de servicio a la Iglesia; soy una laica en misión eclesial, delegada diocesana de pastoral juvenil y de pastoral vocacional de mi diócesis. Cuando les conté a mis amigos que me iba a consagrar, alguno me lanzaron esta frase terrible: ‘Pero ¿no quieres rehacer tu vida?’. Afirmo que uno no rehace su vida, sino que la continua. Y yo he seguido mi camino permaneciendo fiel a Marc, estando presente en mi familia y ofreciéndome al Señor. Como todos, tengo mi bagaje de cruces -a veces me pesa la soledad-, pero predomina la alegría. Hago mías las palabras del salmo 29: ‘Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal  y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre’»

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domingo, 4 de noviembre de 2018

Mary Carmen Sanjuan, 81 años, esposa, madre, abuela, se quedó viuda y en 2008 se hizo monja: «el Señor me dijo: “déjalo todo y vente conmigo”»

* «Lo primero que surge, por lo menos a mí, al ponernos con un planteamiento serio delante del Señor, es una tremenda sensación de total indignidad, fruto del propio pecado. Pero cuando nos vamos dejando empapar poco a poco por el amor de ese Dios que nos ha dado a su Hijo, que es lo que más quiere, para que también nosotros podamos llamarle Abba; que vino a la tierra para salvar precisamente a los pecadores, que sentaba a su mesa; y que entrega su vida por amor a ellos, no por los “buenos”, esa indignidad se va transformando en total abandono agradecido. Se descubre entonces que Dios nos ama desde toda su eternidad, porque Él es eterno. Que desde siempre nos tiene pensados a cada uno con su infinito amor, porque Él es amor. Aquella indignidad inicial es ahora profunda acción de gracias y donación absoluta de todo el ser que ya era suyo porque de El lo había recibido»

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miércoles, 30 de marzo de 2016