* «Un amigo no creyente me llevó, con autoridad y a pesar de mi negativa, a la Misa de Navidad. Allí ocurrió lo inaudito: Cristo me estaba esperando. Entré en la iglesia a las 20:30, y… mi mente estaba completamente teñida de azul. El azul intenso e inolvidable de María, iluminado por una luz sobrenatural. A las 20:31, me había convertido en creyente y en católico. Era obvio, aunque no podía explicar nada. María acababa de dar a luz a Jesús en mi corazón y había hecho una cuna con él. Había conocido a Jesús y la luz de su Padre. Me dio el don de la fe, en el momento. Por increíble que sea, conocí a una persona real, Cristo. No es una idea o un concepto. Es invisible, puro espíritu, pero es una persona con la que se entra en relación. He experimentado su increíble gentileza, su mansedumbre, su bondad, su nobleza, en una palabra: su amor por nosotros. Es una persona viva. Es a través de la fe que entramos en una relación con él y llegamos a conocerlo. A través de nuestra fe, se revela entonces en su ser, atento a nuestras peticiones. Me enseñó a rezar, y me mostró cómo Su amor por nosotros es gratuito, incondicional, similar al amor de un padre o una madre por su hijo»