15 de septiembre de 2024.- (Camino Católico) Celebración de la Santa Misa de hoy, XXIV domingo de Tiempo Ordinario, presidida por Mons. Enrique Benavent, Arzobispo de Valencia, emitida por 13 TV desde la parroquia de la Asunción de Torrent, Valencia.
domingo, 15 de septiembre de 2024
Palabra de Vida 15/9/2024: «Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho» / Por P. Jesús Higueras
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 15 de septiembre de 2024, domingo de la 24ª semana de Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Marcos 8, 27-35:
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías.»
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma».
Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Para ti quién soy yo?, sigue preguntando Jesús a cada uno / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.
* «Existe un salto por dar que no viene de la carne ni de la sangre, sino que es don de Dios que hay que acoger mediante la docilidad a una luz interior de la que nace la fe. Cada día hay hombres y mujeres que dan este salto. A veces se trata de personas famosas –actores, actrices, hombres de cultura- y entonces son noticia. Pero infinitamente más numerosos son los creyentes desconocidos. En ocasiones los no creyentes se toman estas conversiones como debilidad, crisis sentimentales o búsqueda de popularidad, y puede darse que en algún caso sea así. Pero sería una falta de respeto de la conciencia de los demás arrojar descrédito sobre cada historia de conversión. Una cosa es cierta: los que han dado este salto no volverían atrás por nada del mundo, y más todavía, se sorprenden de haber podido vivir tanto tiempo sin la luz y la fuerza que vienen de la fe en Cristo. Como San Hilario de Poitiers, que se convirtió siendo adulto, están dispuestos a exclamar: ‘Antes de conocerte, yo no existía’»
¿Y vosotros quién decís que soy yo?: Domingo XXIV del tiempo ordinario – B:
Isaías 50, 5-9a / Salmo 114 / Santiago 2, 14-18 / Marcos 8, 27-35
Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Los tres [evangelios] sinópticos refieren el episodio de Jesús, cuando en Cesarea de Filipo preguntó a los apóstoles cuáles eran las opiniones de la gente sobre Él. El dato común en los tres es la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo». Mateo añade: «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16) que podría, sin embargo, ser una manifestación debida a la fe de la Iglesia después de la Pascua.
Pronto el título «Cristo» se convirtió en un segundo nombre de Jesús. Se encuentra más de 500 veces en el Nuevo Testamento, casi siempre en la forma compuesta «Jesucristo» o «Nuestro Señor Jesucristo». Pero al principio no era así. Entre Jesús y Cristo se sobreentendía un verbo: «Jesús es el Cristo». Decir «Cristo» no era llamar a Jesús por el nombre, sino hacer una afirmación sobre Él.
Cristo, se sabe, es la traducción griega del hebreo Mashiah, Mesías, y ambos significan «ungido». El término deriva del hecho que en el Antiguo Testamento reyes, profetas y sacerdotes, en el momento de su elección, eran consagrados mediante una unción con óleo perfumado. Pero cada vez más claramente en la Biblia se habla de un Ungido o Consagrado especial que vendrá en los últimos tiempos para realizar las promesas de salvación de Dios a su pueblo. Es el llamado mesianismo bíblico, que asume diversos matices según el Mesías sea visto como un futuro rey (mesianismo real) o como el Hijo del hombre de Daniel (mesianismo apocalíptico).
Toda la tradición primitiva de la Iglesia es unánime al proclamar que Jesús de Nazaret es el Mesías esperado. Él mismo, según Marcos, se proclamará tal ante el Sanedrín. A la pregunta del sumo sacerdote: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?», Él responde: «Sí, lo soy» (Mc 14, 61 s.).
Tanto más, por lo tanto, desconcierta la continuación del diálogo de Jesús con los discípulos en Cesarea de Filipo: «Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él». Sin embargo el motivo está claro. Jesús acepta ser identificado con el Mesías esperado, pero no con la idea que el judaísmo había acabado por hacerse del Mesías. En la opinión dominante, éste era visto como un líder político y militar que liberaría a Israel del dominio pagano e instauraría con la fuerza el reino de Dios en la tierra.
Jesús tiene que corregir profundamente esta idea, compartida por sus propios apóstoles, antes de permitir que se hablara de Él como Mesías. A ello se orienta el discurso que sigue inmediatamente: «Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho…». La dura palabra dirigida a Pedro, que busca disuadirle de tales pensamientos: «¡Quítate de mi vista, Satanás!», es idéntica a la dirigida al tentador del desierto. En ambos casos se trata, de hecho, del mismo intento de desviarle del camino que el Padre le ha indicado –el del Siervo sufriente de Yahveh- por otro que es «según los hombres, no según Dios».
La salvación vendrá del sacrificio de sí, de «dar la vida en rescate por muchos», no de la eliminación del enemigo. De tal manera, de una salvación temporal se pasa a una salvación eterna, de una salvación particular –destinada a un solo pueblo- se pasa a una salvación universal.
Lamentablemente tenemos que constatar que el error de Pedro se ha repetido en la historia. También determinados hombres de Iglesia, y hasta sucesores de Pedro, se han comportado en ciertas épocas como si el reino de Dios fuera de este mundo y debiera afirmarse con la victoria (si es necesario también de las armas) sobre los enemigos, en vez de hacerlo con el sufrimiento y el martirio.
Todas las palabras del Evangelio son actuales, pero el diálogo de Cesarea de Filipo lo es de forma del todo especial. La situación no ha cambiado. También hoy, sobre Jesús, existen las más diversas opiniones de la gente: un profeta, un gran maestro, una gran personalidad. Se ha convertido en una moda presentar a Jesús, en los espectáculos y en las novelas, en las costumbres y con los mensajes más extraños. El Código da Vinci es sólo el último episodio de una larga serie.
En el Evangelio Jesús no parece sorprenderse de las opiniones de la gente, ni se retrasa en desmentirlas. Sólo plantea una pregunta a los discípulos, y así lo hace también hoy: «Para vosotros, es más, para ti, ¿quién soy yo?». Existe un salto por dar que no viene de la carne ni de la sangre, sino que es don de Dios que hay que acoger mediante la docilidad a una luz interior de la que nace la fe. Cada día hay hombres y mujeres que dan este salto. veces se trata de personas famosas –actores, actrices, hombres de cultura- y entonces son noticia. Pero infinitamente más numerosos son los creyentes desconocidos. En ocasiones los no creyentes se toman estas conversiones como debilidad, crisis sentimentales o búsqueda de popularidad, y puede darse que en algún caso sea así. Pero sería una falta de respeto de la conciencia de los demás arrojar descrédito sobre cada historia de conversión.
Una cosa es cierta: los que han dado este salto no volverían atrás por nada del mundo, y más todavía, se sorprenden de haber podido vivir tanto tiempo sin la luz y la fuerza que vienen de la fe en Cristo. Como San Hilario de Poitiers, que se convirtió siendo adulto, están dispuestos a exclamar: «Antes de conocerte, yo no existía».
Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.
Evangelio
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos:
«¿Quién dicen los hombres que soy yo?».
Ellos le dijeron:
«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas».
Y Él les preguntaba:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Pedro le contesta:
«Tú eres el Cristo».
Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.
Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».
Marcos 8, 27-35
Homilía del Evangelio del Domingo: Dios esculpe en nosotros el rostro de Cristo golpeando con la cruz el egoísmo y la soberbia / Por P. José María Prats
* «La cruz no nos gusta, pero llama a la puerta para purificar nuestra casa, para derribar pedestales y vanidades, recordarnos nuestra dependencia radical de Dios y ponernos en comunión con el sufrimiento humano ante el cual a menudo permanecemos indiferentes. Dice Jacinto Verdaguer que “al aguijón del sufrimiento y al ladrido de la calumnia, los buenos responden amén y los santos amén, aleluya”, pues saben que Cristo ha hecho que la cruz ya no sea un instrumento de tortura sino un trampolín que nos dispara hacia la vida eterna. Porque lo importante, lo decisivo en el momento de la muerte, no será que nuestra vida haya sido más o menos placentera, sino que Dios haya esculpido en nosotros la maravilla del rostro de Cristo»
Domingo XXIV del tiempo ordinario – B:
Isaías 50, 5-9a / Salmo 114 / Santiago 2, 14-18 / Marcos 8, 27-35
P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de hoy encontramos una de las sentencias más conocidas de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es una afirmación lapidaria que nos invita a reflexionar sobre la cruz como instrumento de salvación.
De hecho, el mensaje central del cristianismo es que la vida es un misterio de muerte y resurrección. Por el pecado nos separamos de Dios y nuestra naturaleza humana quedó deformada y corrompida, prisionera del egoísmo y del afán de autoafirmación. Pero el Hijo de Dios ha asumido esta naturaleza herida, la ha destruido en la Cruz y, resucitando, la ha reconstruido santa y gloriosa, tal como había anunciado: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19).
La vida cristiana no es otra cosa que participar en esta muerte y resurrección del Señor para que muera el «hombre viejo» que habita en nosotros y renazca un «hombre nuevo» a imagen de Cristo, revestido de justicia y santidad. Esta transformación se realiza en lo más íntimo de la persona por el bautismo, tal como dice San Pablo: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,4). Pero esta transformación del núcleo esencial de la persona que acontece en el bautismo tiene que extenderse a todo su ser por la participación cotidiana en la muerte y resurrección del Señor que tiene lugar en la propia vida y en la eucaristía. Así describe un anciano del Apocalipsis a los que han alcanzado la eterna bienaventuranza: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero» (Ap 7,14).
La cruz no nos gusta. Como San Pedro, a quien Jesús llama «Satanás» por intentar desviarlo del camino de la cruz, huimos instintivamente de ella. La Cruz del Señor es, como dice San Pablo, «escándalo para los judíos y necedad para los gentiles», mas para los llamados, «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Co 1,23-24).
Como el artista esculpe una bella imagen dando golpes con un martillo y un cincel sobre un bloque informe de mármol, así Dios esculpe en nosotros el rostro de Cristo golpeando con la cruz el egoísmo y la soberbia de nuestro «hombre viejo». La cruz no nos gusta, pero llama a la puerta para purificar nuestra casa, para derribar pedestales y vanidades, recordarnos nuestra dependencia radical de Dios y ponernos en comunión con el sufrimiento humano ante el cual a menudo permanecemos indiferentes.
Dice Jacinto Verdaguer que “al aguijón del sufrimiento y al ladrido de la calumnia, los buenos responden amén y los santos amén, aleluya”, pues saben que Cristo ha hecho que la cruz ya no sea un instrumento de tortura sino un trampolín que nos dispara hacia la vida eterna. Porque lo importante, lo decisivo en el momento de la muerte, no será que nuestra vida haya sido más o menos placentera, sino que Dios haya esculpido en nosotros la maravilla del rostro de Cristo.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos:
«¿Quién dicen los hombres que soy yo?».
Ellos le dijeron:
«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas».
Y Él les preguntaba:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Pedro le contesta:
«Tú eres el Cristo».
Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.
Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».
Marcos 8, 27-35
Oración a Nuestra Señora de los Dolores para ofrecer nuestros sufrimientos y unirlos a la cruz de Cristo / Por P. Carlos García Malo
* «Madre, que en el via crucis de Cristo viste también los sufrimientos de todos tus hijos a lo largo de todos los tiempos; ayúdanos a cargar nuestras cruces, tú que eres el consuelo de los afligidos y el auxilio de cuantos acuden a ti»
P. Carlos García Malo / Camino Católico.- Un día después de la Fiesta de la Exaltación de la Cruz, la Iglesia conmemora a Nuestra Señora de los Dolores. Esta devoción viene desde muy antiguo y fue en 1814 que el Papa Pío VII estableció esta celebración para el 15 de septiembre.
Se hace memoria hoy de la presencia de la Virgen María, que de pie junto a la cruz de Jesús, su Hijo, estuvo íntima y fielmente asociada a su pasión salvadora. Fue la nueva Eva, que por su admirable obediencia contribuyó a la vida, al contrario de lo que hizo la primera mujer, que por su desobediencia trajo la muerte.
En esta oración invocando a Nuestra Señora de los Dolores pedimos su intercesión para ofrecer nuestros sufrimientos y unirlos a la cruz de Cristo, como hizo ella, para que den frutos de vida eterna:
A ti, a la que una espada atravesó el alma al ser testigo de tanta maldad y crueldad injusta.
Madre, que en el vía crucis de Cristo viste también los sufrimientos de todos tus hijos a lo largo de todos los tiempos; ayúdanos a cargar nuestras cruces, tú que eres el consuelo de los afligidos y el auxilio de cuantos acuden a ti.
Madre, no nos dejes solos y que al sentirte a nuestro lado como lo estuviste a los pies de la Cruz, valoremos que el sufrimiento ofrecido por amor nunca muere sino que genera, unidos a la Cruz de Cristo, frutos de vida eterna.
Amén.
Virgen Dolorosa. Ruega por nosotros.
P. Carlos García Malo
Oración a Nuestra Señora de los Dolores y a la Santa Cruz / Por P. Carlos García Malo
P. Carlos García Malo / Camino Católico.- Por dos veces durante el año, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen que es el de la Semana de la Pasión y también hoy, 15 de septiembre Nuestra Señora de los Dolores.
Ayer día 14 se celebró la Exaltación de la Santa Cruz “en la que se muere para vivir; para vivir en Dios y con Dios, para vivir en la verdad, en la libertad y en el amor, para vivir eternamente”, como dijo alguna vez San Juan Pablo II. María vivió los dolores de la Pasión de Cristo pero a la vez el gozo de la salvación de la humanidad entera.
En la vida de los santos se narra que San Antonio Abad, al ser atacado por terribles tentaciones del demonio, hacía la señal de la cruz y el enemigo huía. Desde ese tiempo, se dice, que se hizo costumbre el hacer la señal de la cruz para librarse de males.
Otro hecho de lo poderoso y sagrado de este signo lo mostró la Santísima Virgen María, quien al aparecerse por primera vez a Santa Bernardita y al ver que la niña quiso santiguarse, nuestra Señora se persignó muy despacio para enseñarle que es necesario hacerlo calmadamente y con más devoción.
Oremos a Nuestra Señora de los Dolores Santa Cruz para que interceda por nosotros en los momentos difíciles y de cruz de nuestra vida y exaltemos la Cruz de Cristo por su gloriosa victoria sobre el maligno:
Frase escandalosa dirigida a la Madre de Dios y no por eso menos certera.
Dolores de María que le acompañaron cual pasión de la Virgen: nacimiento de Jesús en un pesebre sin poder darle la hospitalidad que se merece al Hijo de Dios; huida a Egipto huyendo de un martirio prematuro que aún no era su tiempo; el niño perdido en el templo sin saber durante tres jornadas dónde estaba el salvador del mundo; habladurías malintencionadas en Nazaret por los milagros y enseñanzas de Jesús… y la pasión de Cristo que es también tu pasión, madre.
No te privaste de ningún sufrimiento y acompañaste a tu Hijo hasta los pies de la cruz.
Madre, permítenos hoy ser tu consuelo y apoyo.
Ser hijos buenos que busquen con la oración del Santo Rosario amortiguar tu dolor y el desprecio de los hombres por las cosas del Cielo.
Santísima Virgen de los Dolores. Ruega por nosotros.
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Madero Santo donde el Malvado encuentra su derrota definitiva.
Con orgullo y agradecimiento tantos cristianos adornan sus cuellos y te llevan siendo testigos de la victoria del Amor frente al odio y el pecado.
Oh, Cruz gloriosa que no desmerezcamos tus méritos y ayúdanos a cargarte cuando nos visites.
Te alabamos, oh Cristo, y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste el mundo.
Amén.
P. Carlos García Malo
sábado, 14 de septiembre de 2024
Homilía del P. Carmelo Donoso y lecturas de la Misa de hoy, sábado, la Exaltación de la Santa Cruz, 14-9-2024
14 de septiembre de 2024.- (Camino Católico) Homilía del P. Carmelo Donoso y lecturas de la Santa Misa de hoy, sábado de la 23ª semana de Tiempo Ordinario, la Exaltación de la Santa Cruz, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.
Santa Misa de hoy, sábado, la Exaltación de la Santa Cruz, 14-9-2024
14 de septiembre de 2024.- (Camino Católico) Celebración de la Santa Misa de hoy, sábado de la 23ª semana de Tiempo Ordinario, la Exaltación de la Santa Cruz, presidida por el P. Carmelo Donoso, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.
Palabra de Vida 14/9/2024: «Tiene que ser elevado el Hijo del hombre» / Por P. Jesús Higueras
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 14 de septiembre de 2024, sábado de la 23ª semana de Tiempo Ordinario, la Exaltación de la Santa Cruz, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Juan 3, 13-17:
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios».
Misterios Gozosos del Santo Rosario en la Parroquia Asunción de Nuestra Señora, Torrelodones, 14-9-2024
14 de septiembre de 2024.- (Camino Católico) Misterios Gozosos del Santo Rosario en la parroquia Asunción de Nuestra Señora, Torrelodones, emitido por 13 TV.