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domingo, 13 de abril de 2025

Homilía del P. Javier Martín y lecturas de la Misa de hoy, Domingo de Ramos, 13-4-2025

13 de abril de 2025.-  (Camino Católico).- Homilía del P. Javier Martín, FM, y lecturas de la Santa Misa de hoy, Domingo de Ramos, emitida por Magníficat TV.

Santa Misa de hoy, Domingo de Ramos, 13-4-2025

13 de abril de 2025.-  (Camino Católico).- Celebración de la Santa Misa de hoy, Domingo de Ramos, presidida por el P. Javier Martín, emitida por Magníficat TV.

Misterios Gloriosos del Santo Rosario desde el Santuario de Lourdes, 13-4-2025

13 de abril de 2025.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Gloriosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy, domingo, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero.

Palabra de Vida 13/4/2025: «Pasión de Nuestro Señor Jesucristo» / Por P. Jesús Higueras

         

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 13 de abril de 2025, Domingo de Ramos, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Lucas, 22, 14-23,56:

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».

Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».

Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».

Y añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme».

Y dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «Basta».

Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación». Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».

Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».

Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También éste estaba con Él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «Hombre, no lo soy». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba con Él, porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre, no sé de qué hablas». Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». Y proferían contra Él otros muchos insultos.

Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey». Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré». Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».

Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.

El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

Homilía del evangelio del Domingo de Ramos: Asemejarnos a Jesús en la negación y donación de nosotros mismos, que nos permite contemplar el drama de la existencia humana herida por el pecado/ Por P. José María Prats

* «Dios es amor y, por ello, la existencia de Jesús, el Hijo de Dios, es negación y donación de sí mismo. La negación de sí mismo le permite no quedar atrapado en su dolor y su humillación, escapar de la autocompasión y el resentimiento para ver todo desde su verdad: Ve a los hombres y mujeres que él mismo creó a su imagen, seducidos y esclavizados por el mal; ve a los que destinó a ser santos y a vivir en plenitud, víctimas de su egoísmo y de sus pasiones. Y su impulso esencial de donación de sí mismo en obediencia a la voluntad del Padre, le lleva a interceder por ellos y a entregar su vida para revertir esta situación: 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen'»

Domingo de Ramos - C

Isaías 50, 4-7 / Salmo 21 / Filipenses 2, 6-11  /  San Lucas 22, 14-23,56

P. José María Prats / Camino Católico.- Al escuchar este relato de la Pasión según san Lucas, es interesante ponerse en el lugar de Jesús e imaginar lo que vive y lo que siente.

¿Qué vive? Una realidad desoladora: La traición de Judas, la negación de Pedro, la burla y los golpes de los soldados, las mentiras y maquinaciones del Sanedrín, el desprecio de Herodes, la cobardía de Pilato, los gritos del pueblo pidiendo su muerte, el tormento de la crucifixión.

¿Qué siente? Una inmensa compasión por todos y cada uno de los que le están causando un dolor y un sufrimiento tan grande: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

¿Y cómo puede sentir esto a pesar del sufrimiento tan intenso que está viviendo? Porque Dios es amor y, por ello, la existencia de Jesús, el Hijo de Dios, es negación y donación de sí mismo. La negación de sí mismo le permite no quedar atrapado en su dolor y su humillación, escapar de la autocompasión y el resentimiento para ver todo desde su verdad: Ve a los hombres y mujeres que él mismo creó a su imagen, seducidos y esclavizados por el mal; ve a los que destinó a ser santos y a vivir en plenitud, víctimas de su egoísmo y de sus pasiones. Y su impulso esencial de donación de sí mismo en obediencia a la voluntad del Padre, le lleva a interceder por ellos y a entregar su vida para revertir esta situación: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Jesús nos ha pedido que sigamos su ejemplo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.» (Lc 6,27-28). Es algo que nos cuesta entender y aún más, practicar. Sólo podremos penetrar en este misterio en la medida en que nos asemejemos a Jesús en la negación y donación de nosotros mismos: la negación que nos permite contemplar, más allá de nuestro sufrimiento, el drama de la existencia humana herida por el pecado; y la donación que nos empuja a interceder y a socorrer a las víctimas de este drama para que se cumpla el deseo de Dios de que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

P. José María Prats


Evangelio

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».

Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».

Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».

Y añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme».

Y dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «Basta».

Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación». Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».

Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».

Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También éste estaba con Él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «Hombre, no lo soy». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba con Él, porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre, no sé de qué hablas». Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». Y proferían contra Él otros muchos insultos.

Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey». Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré». Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».

Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.

El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

San Lucas 22, 14-23,56

El Domingo de Ramos nos invita a reflexionar sobre la humildad y el amor; sirvamos y amemos como Cristo y no busquemos las falsas alabanzas / Por P. Carlos García Malo

 


Viktoria, de 30 años, dos años como médico militar en Ucrania evacuando soldados del frente: «Creo que Dios nos guía y actúa a través de nosotros; He visto cómo el Señor salva la vida de creyentes y no creyentes»


Viktoria, médica militar en Ucrania, evacua soldados del frente de guerra, apoyada en la fe y la oración a Dios

* «A menudo no entiendo por qué las cosas han salido como han salido, por qué un joven se ha ido con el Señor. Entonces le pido a Dios: ‘Dame sabiduría, dame la fuerza para aceptar todo esto” y Él me da la fuerza… Tuvimos un accidente con la ambulancia que se paró con las ruedas hacia arriba, pero yo estaba de pie. El coche estaba tan doblado que no se podía reparar. Además, había una bomba de oxígeno que podría haber explotado en cualquier momento. Pero tanto el conductor como yo salimos ilesos. Tuve la impresión de que los ángeles me pusieron en pie. Cuando me sacaron del coche, recé como nunca lo había hecho. A través de esta experiencia, el Señor me dijo: 'Yo estoy contigo. ¿Ves lo que podría haberte pasado?’ Lo primero que hice fue ir a una iglesia de Kramatorsk para dar gracias a Dios» 

Camino Católico.- "No me encontré con ningún no creyente en el frente. Es la fe lo que te mantiene en pie en medio de todo este caos de guerra, dolor, sufrimiento e incluso decepción. Pero es difícil explicar cómo actúa Dios: lo sientes en tu corazón. He visto muchas veces cómo el Señor salva la vida de creyentes y no creyentes, como si hablara a través de las circunstancias: “Estoy aquí, no os he abandonado”". Viktoria, de 30 años, lleva dos años sirviendo como médico militar en Ucrania y participa en la evacuación de soldados heridos del frente. En los breves descansos de su servicio, la joven viaja desde el este del país hasta la capital, Kiev, para hacer los exámenes de medicina, donde cursa el último año. Antes de la universidad, se había graduado en un instituto de medicina y luego había trabajado en una sección terapéutica de un hospital de Kiev.

La decisión de quedarse

Estaba en la capital al principio de la guerra a gran escala; mientras muchos abandonaban la ciudad, ella tomó la decisión de quedarse. "Sabía que, de todos modos, no todo el mundo se iría - recuerda- en primer lugar las personas discapacitadas o en circunstancias particulares de la vida. Pero, sobre todo, sabía que nuestros militares se quedarían y que necesitarían atención médica. Y como soy médico de formación, decidí quedarme en Kiev. No tuve mucho tiempo para pensarlo, pero fue una decisión consciente", dice a Vatican News.

Esfuerzos y responsabilidades

En primera línea, la joven trabaja junto a un conductor. "Sólo somos dos - explica - porque hay pocos médicos. Los equipos de reanimación también tienen un anestesista. A veces yo también trabajo con ellos, pero es un trabajo extremadamente difícil porque la carga física es muy alta. A veces, por ejemplo, llegamos al punto A: cogemos a un paciente grave que está con ventilación artificial pulmonar y está inconsciente, lo llevamos al hospital donde recibe un tratamiento específico y, a la vuelta, puede que tengamos otra llamada. Tardamos ocho horas en ir y volver, así que es físicamente exigente, por lo que hacemos rotaciones de vez en cuando: a veces trabajamos en el equipo de reanimación, a veces con pacientes más estables. Aunque en la guerra no existen los «pacientes estables», porque en realidad todos los pacientes pueden ponerse críticos durante el viaje. Por lo tanto, cada vez es una gran responsabilidad y un enorme esfuerzo, de lo contrario no podríamos salvar vidas".

Viktoria, médica militar en Ucrania, dice que en el frente no ha encontrado una sola persona que no fuera creyente

El primer día de servicio en Bakhmut

Viktoria recuerda muy bien su primer día de servicio en la zona de guerra. Lo recuerda con una expresión significativa: “En los ojos de la muerte”. Ella formaba parte de un equipo de reanimación. Habían sido llamados a Bakhmut, aún no ocupada por los rusos, para asistir a un joven que conducía una ambulancia y, con un paramédico a bordo, había tenido un accidente porque, como suele ocurrir en el frente, se había visto obligado a conducir a gran velocidad. Era un extranjero que había llegado a Ucrania como voluntario.

"Desgraciadamente -relata la mujer- el chico tenía heridas graves. Como equipo de reanimación, lo intentamos todo para salvarle la vida. Luchamos durante más de 30 minutos, más de lo que exigía el protocolo, haciendo todo lo que podíamos. Pero por desgracia no fue posible salvarle. Fui el último en salir de la sala de reanimación. Cerré sus ojos y lo encomendé a la misericordia de Dios... Recé por él, para que el Señor lo acogiera después de un sacrificio tan grande: venir de otro país para ayudarnos. Le estoy muy agradecida".

Dios siempre cerca

Esta dolorosa experiencia fue la primera para la joven doctora, pero desgraciadamente no la última. Su profunda fe y certeza en la promesa de Dios: “Yo estoy aquí, no te he abandonado” la ayudaron a superar esos momentos. Viktoria sintió estas palabras profundamente ciertas cuando ella misma sufrió un accidente. Hasta entonces, atravesaba un periodo de aridez espiritual, se sentía muy cansada debido a la pesada carga de trabajo y ni siquiera podía rezar. Inmersa en esta agotadora rutina diaria, sólo había tenido fuerzas para preguntar a Dios: “¿Dónde estás?”.

El accidente

Un día, mientras volvía de evacuar a un herido grave, la ambulancia en la que viajaba sufrió un accidente de tráfico: el conductor no tomó bien una curva y el coche volcó varias veces.

"Recuerdo que todo alrededor daba vueltas y el coche se paró con las ruedas hacia arriba, pero yo estaba de pie. El coche estaba tan doblado que no se podía reparar. Además, había una bomba de oxígeno que podría haber explotado en cualquier momento. Pero tanto el conductor como yo salimos ilesos. Tuve la impresión de que los ángeles me pusieron en pie. Cuando me sacaron del coche, recé como nunca lo había hecho. A través de esta experiencia, el Señor me dijo: 'Yo estoy contigo. ¿Ves lo que podría haberte pasado?’ Lo primero que hice fue ir a una iglesia de Kramatorsk para dar gracias a Dios".

Viktoria, médica militar en Ucrania, tiene presente todo el día a Dios ante la difícil misión de evacuar soldados heridos

Más allá de los protocolos

Los médicos y paramédicos militares deben hacer su trabajo con rapidez y eficacia porque no sólo luchan por la vida de los demás, sino que también arriesgan la suya. Tienen protocolos que seguir para salvar vidas, pero a menudo van más allá de los prescritos. 

"Una mirada a los ojos, una sonrisa amable, una palabra de ánimo: son cosas que los protocolos no especifican -dice la doctora ucraniana- pero forman parte integrante de mi trabajo diario. Los pacientes a menudo me toman de la mano, sobre todo los que sufren lesiones oculares por heridas de metralla o quemaduras químicas. Recuerdo que en una de las evacuaciones llevábamos a Dnipro a un soldado que no podía ver. Condujimos durante unas cuatro horas. El paciente me agarraba la mano y cuando se la quitaba para poner una inyección al otro herido del coche, empezaba a inquietarse y me preguntaba: 'Viktoria, ¿dónde estás? Quiero sentir tu mano'".

Oración a Dios 

Aunque Viktoria intenta mirar el sufrimiento a través del prisma de la fe, a veces le resulta difícil comprender la voluntad del Señor: “A menudo no entiendo por qué las cosas han salido como han salido, por qué un joven se ha ido con el Señor. Entonces le pido a Dios: ‘Dame sabiduría, dame la fuerza para aceptar todo esto” y Él me da la fuerza’.

Esperanza en el futuro

Para quienes conoce y cuyas vidas salva, ella es un rayo de luz. ¿Y dónde ve ella rayos de luz, dónde ve esperanza en un país que lleva más de tres años despertándose cada día con el ruido de cohetes, drones y bombas? 

"Para mí, los rayos de esperanza están en nuestra fe. Creo que el Señor ha sembrado una semilla de sí mismo y de su esperanza en cada persona. Y la fe nos motiva a actuar: por ejemplo, yo creo que mi país resistirá, así que voy al frente, ayudo a salvar vidas y hago todo lo que puedo. Si soy una pequeña gota en el océano, doy gracias a Dios por ello. Creo que Ucrania será libre e independiente. Creo que todas las personas que evacúo volverán a casa vivas y sanas. Creo que sus familias se alegrarán cuando reciban la noticia de que un padre, un hermano, una madre están vivos. Creo que el Señor nos guía a cada uno de nosotros y también que Dios actúa a través de cada uno de nosotros".