*"Los novelistas suelen confundir al santo con el meapilas"
23 de junio de 2009.- En el colegio apuntaba maneras de escritor trotamundos; maneras que se le acabaron cuando se casó y le fueron naciendo los hijos. Él dice que formar una familia no afecta a la imaginación, que la obligación del escritor no está en vivir situaciones sino en observarlas y recrearlas.
(Gonzalo Altozano / Alba) -¿Se puede hacer un thriller con las cosas de Dios?
-Sí, porque son interesantísimas. El problema es que suelen contarse mal, de forma poco atractiva.
-No lo dirá por el Evangelio.
-Para nada. Hay pasajes de una plasticidad literaria maravillosa: cuando Cristo se aparece a los discípulos de Emaús o cuando, una vez resucitado, los apóstoles lo descubren en una playa asando pescado.
-Entonces, ¿por qué lo dice?
-Porque los novelistas -salvo Louis de Wohl y pocos más- confunden al santo con el ‘beato’.
-¿Entrecomillamos “beato”?
-Por supuesto. Con ‘beato’ me refiero al meapilas, al que siempre tiene un consejo, al que cuando reza, bisbisea.
-Los pecadores, en cambio, salen -literariamente hablando- mejor parados.
-Es que son muy interesantes. A mí, al menos, me lo parecen. Y cuanto más y con más gusto hayan pecado, mejor.
-¿Por qué?
-Porque tienen la posibilidad de una gran conversión.
-Hay quien dice que no hay aventura como la búsqueda y encuentro de Dios. Usted, que ha viajado por el mundo, ¿piensa lo mismo?
-Cualquiera que haya tenido cierta experiencia de Dios podrá decir que el compromiso con Él marca un antes y un después.
-¿Es su caso?
-Sí.
-¿Recuerda los detalles?
- Fue una tarde de hace veinte años, en una playa de Mombasa. De pronto, me di cuenta de que yo era un individuo entre millones y de que mi singularidad no se debía a mis méritos, sino a los de un Ser Superior que me había pensado, deseado y creado.
-¿Qué supuso aquello?
-El comienzo de la aventura.
-¿Se ha vuelto repetir?
-Nunca. Pero experiencias así valen para una vida.
-Nació en una familia cristiana y se educó en un colegio católico. ¿Se hace una idea de por qué eligió Dios una playa africana para llamar su atención?
-Porque para Él no existen los a prioris: como has nacido en esta familia, como has estudiado en tal colegio… Es Dios quien lleva la voz cantante y elige el momento, la persona y el lugar.
-¿Hasta entonces vivía alejado de Dios?
-Nunca he tenido etapas de alejamiento, como mucho de rebeldía. Vivía, eso sí, menos comprometido.
-Supongo que ese compromiso es el que le hace escribir y hablar de Dios con naturalidad. ¿Entiende que haya gente a la que le cueste?
-Claro. Es que la relación con Dios forma parte de lo más íntimo del ser humano, de aquellos aspectos más relacionados con el pudor.
-¿Y nunca le ha pasado sentir vergüenza ajena oyendo hablar de Dios?
-A veces, sí. Hay formas de expresión que me dan repelús.
-¿Por ejemplo?
-La familiaridad con la que a veces se trata lo majestuoso, esas canciones llenas de arabescos, ciertos giros presos del feísmo del posconcilio.
-Estará encantado con la vuelta de la misa en latín, ¿no?
-Me basta con una misa bien celebrada en lengua vernácula.
-¿Reza igual en una iglesia que en otra?
-Cerca de mi casa hay una parroquia que ha sido remozada, pero con un gusto tan terrible que cuando voy, rezo para que la ceremonia sea corta.
-En cualquier caso, reza.
-Lo procuro.
-¿Qué es para usted la oración?
-Un diálogo en el que hablan dos.
-¿No hay peligro de que eso se convierta en un monólogo de locos?
-Para eso está la lectura de los místicos (grandes o pequeños) y la dirección espiritual, elemento este que ha sido clave en el cristianismo, que se abandonó hace unas décadas y que ahora se está volviendo a recuperar.
-Y en ese diálogo, ¿se oye la voz del Otro?
-Si una cosa tengo clara en mi experiencia de orante mediocre, es que Dios habla muy bajo.
-¿Eso es bueno o malo?
-Es la forma que Él tiene de no violentar nuestra voluntad. O sea, que es bueno.
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*Entrevista publicada en ALBA el 12 de octubre de 2007.
-Sí, porque son interesantísimas. El problema es que suelen contarse mal, de forma poco atractiva.
-No lo dirá por el Evangelio.
-Para nada. Hay pasajes de una plasticidad literaria maravillosa: cuando Cristo se aparece a los discípulos de Emaús o cuando, una vez resucitado, los apóstoles lo descubren en una playa asando pescado.
-Entonces, ¿por qué lo dice?
-Porque los novelistas -salvo Louis de Wohl y pocos más- confunden al santo con el ‘beato’.
-¿Entrecomillamos “beato”?
-Por supuesto. Con ‘beato’ me refiero al meapilas, al que siempre tiene un consejo, al que cuando reza, bisbisea.
-Los pecadores, en cambio, salen -literariamente hablando- mejor parados.
-Es que son muy interesantes. A mí, al menos, me lo parecen. Y cuanto más y con más gusto hayan pecado, mejor.
-¿Por qué?
-Porque tienen la posibilidad de una gran conversión.
-Hay quien dice que no hay aventura como la búsqueda y encuentro de Dios. Usted, que ha viajado por el mundo, ¿piensa lo mismo?
-Cualquiera que haya tenido cierta experiencia de Dios podrá decir que el compromiso con Él marca un antes y un después.
-¿Es su caso?
-Sí.
-¿Recuerda los detalles?
- Fue una tarde de hace veinte años, en una playa de Mombasa. De pronto, me di cuenta de que yo era un individuo entre millones y de que mi singularidad no se debía a mis méritos, sino a los de un Ser Superior que me había pensado, deseado y creado.
-¿Qué supuso aquello?
-El comienzo de la aventura.
-¿Se ha vuelto repetir?
-Nunca. Pero experiencias así valen para una vida.
-Nació en una familia cristiana y se educó en un colegio católico. ¿Se hace una idea de por qué eligió Dios una playa africana para llamar su atención?
-Porque para Él no existen los a prioris: como has nacido en esta familia, como has estudiado en tal colegio… Es Dios quien lleva la voz cantante y elige el momento, la persona y el lugar.
-¿Hasta entonces vivía alejado de Dios?
-Nunca he tenido etapas de alejamiento, como mucho de rebeldía. Vivía, eso sí, menos comprometido.
-Supongo que ese compromiso es el que le hace escribir y hablar de Dios con naturalidad. ¿Entiende que haya gente a la que le cueste?
-Claro. Es que la relación con Dios forma parte de lo más íntimo del ser humano, de aquellos aspectos más relacionados con el pudor.
-¿Y nunca le ha pasado sentir vergüenza ajena oyendo hablar de Dios?
-A veces, sí. Hay formas de expresión que me dan repelús.
-¿Por ejemplo?
-La familiaridad con la que a veces se trata lo majestuoso, esas canciones llenas de arabescos, ciertos giros presos del feísmo del posconcilio.
-Estará encantado con la vuelta de la misa en latín, ¿no?
-Me basta con una misa bien celebrada en lengua vernácula.
-¿Reza igual en una iglesia que en otra?
-Cerca de mi casa hay una parroquia que ha sido remozada, pero con un gusto tan terrible que cuando voy, rezo para que la ceremonia sea corta.
-En cualquier caso, reza.
-Lo procuro.
-¿Qué es para usted la oración?
-Un diálogo en el que hablan dos.
-¿No hay peligro de que eso se convierta en un monólogo de locos?
-Para eso está la lectura de los místicos (grandes o pequeños) y la dirección espiritual, elemento este que ha sido clave en el cristianismo, que se abandonó hace unas décadas y que ahora se está volviendo a recuperar.
-Y en ese diálogo, ¿se oye la voz del Otro?
-Si una cosa tengo clara en mi experiencia de orante mediocre, es que Dios habla muy bajo.
-¿Eso es bueno o malo?
-Es la forma que Él tiene de no violentar nuestra voluntad. O sea, que es bueno.
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*Entrevista publicada en ALBA el 12 de octubre de 2007.
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