Seis testimonios de esperanza en el amor de Dios ante el dolor
Impactantes historias reales en la Universidad Francisco de Vitoria donde los participantes contaron cómo afrontan el sufrimiento sin perder la paz
3 de junio de 2009.- La principal objeción que ponen muchas personas a la fe es: ‘Si Dios es bueno, ¿Por qué permite el sufrimiento?’ Ese fue el tema de la jornada celebrada en la Universidad Francisco de Vitoria, en la que se puso de manifiesto que el dolor exige un salto de fe, porque plantea siempre un interrogante. No sabemos por qué Dios lo tolera en nuestro camino, pero ese salto de fe no es irracional, parte de una experiencia de amor, aunque esto no anula el misterio. El padre Florencio Sánchez, capellán de la Universidad, apuntó que no podemos buscar un Dios ‘apagafuegos’, porque así no vamos a entender su mensaje. Pero explicó que el dolor vivido cerca de Dios adquiere un nuevo sentido porque, con Alguien dentro de nosotros, lo vivimos y lo valoramos de otra forma: “Dios no lo quita, pero lo transforma, estando contigo. Su silencio nunca es indiferencia”. Además recordó el gran valor que tiene el dolor, unido al de Cristo, que cargó sobre sí nuestros sufrimientos. “‘Mi sufrimiento unido al de Cristo está cambiando y rescatando el mundo’, como dijo el profeta Isaías. Vale muchísimo sufrir con Cristo”, subrayó. Se refirió además a la importancia de hablar a Dios con confianza: “Hay que aprender a coger a Dios por las solapas, decirle lo que piensas y darle tiempo a que responda”.
En la fotografia Pablo y Jorge. Detrás: Mercedes, Mercedes, María P. de A. y María E.
(Sonsoles Calavera / Alba) En el acto participaron personas que no hablan de oídas ni de teorías porque han tenido que mirar al dolor de frente para seguir viviendo. Entre ellas, Ruth, hermana de Sara de Jesús (en la fotografia de la izquierda), que fue directora del instituto John Henry Newman, y falleció en un accidente de montaña el 15 de febrero. Contó que además su padre sufre una grave enfermedad: “En mi familia ahora nos preparamos para perder a mi padre. Pero Dios nos da la fuerza para todo lo que nos pide. Ver cómo llevamos la cruz es un milagro. Sara me enseñó a que jamás dudara del amor de Dios. Yo antes le decía: ‘Ni se te ocurra llevarte a una hermana mía’. Pero un día se llevó a la que estaba más unida, y con una muerte absurda. Desde entonces, sólo puedo decir: ‘Tú sabes más’. Me doy cuenta de que la Providencia lo abraza todo. Todo tiene sentido y todo tiene respuesta. Es como pasar por un túnel, pero saber que va a pasar y que la carretera nos lleva a Dios”. Explicó que la pérdida de su hermana ha supuesto para ella una conversión: “Es sentir la presencia de un Dios que me sostiene y me ama. La respuesta de Dios es que Él está. Los milagros están pasando porque Sara está con el Señor e intercede y cuida de nosotros. Igual que hacía cuando íbamos a la montaña, ahora me habla ‘por el walkie’, y aunque no la pueda abrazar sé que algún día gozaremos juntas de la felicidad eterna”.
Pablo Satrústegui es diabético desde los 21 años. Esta enfermedad ha ido dejando huella en su cuerpo: le han amputado las dos piernas y ha perdido la vista de un ojo. “Dios me ha mandado esto para probarme, pero yo he tenido una vida felicísima, que no me merezco. Cuando me cortaron las piernas lloré amargamente, pero vi que el único que podía comprender mi problema era Dios y le pedí que me ayudara a llevarlo con alegría y aquí estoy: sin las dos piernas, operado de todo y esperando que me operen de lo siguiente, pero no he vuelto a sufrir en la vida. Vivo con total alegría y no tengo ningunas ganas de morirme“. Su fe y el apoyo de su familia, que ha estado siempre muy unida, ha sido todo para él. Su mujer, Mercedes, apuntó que lo más duro ha sido ver sufrir a la persona que más quiere. “Pero Dios te compensa, no he dejado de pedirle ayuda ni un sólo día y Él te escucha. Además, Pablo nos lo hace más fácil con su paz y alegría. Como decía mi hija al ir a verle al hospital: ‘Mamá, cuando entras en este cuarto, papá irradia paz’. Para nosotros ha sido un verdadero ejemplo“.
Un hijo joven y enfermo
María Esteban es madre de Rafa Cattarini (en la fotografia de la derecha), un chico de 25 años que padece Esclerosis Lateral Amiotrófica, una enfermedad degenerativa de la que no se conoce cura, que lo ha dejado inmóvil y completamente dependiente en plena juventud. “Piensas que tiene que haber algo, una fuerza invisible que hace que no tires la toalla. El dolor no es transferible, pero en todo este camino nos sentimos acompañados. Y te das cuenta de que sigues día a día, y estás contento, y sonríes… porque Dios está detrás. Pero a veces nos lo pone un poco difícil y hay que luchar para no caer en el lado oscuro de la desesperanza. A veces en el Padrenuestro, digo: ‘No me dejes caer en la depresión’, en lugar de ‘en la tentación’. Es una batalla que se libra día a día”. Y cuenta que el ejemplo heroico de coraje de su hijo ha sido un impulso para todos: “Rafa nunca jamás ha manifestado pena, ni dolor, ni ha dicho: ‘¿Por qué yo?’. Por eso, nadie nos hemos permitido el lujo de preguntarlo. Nos ha traído más felicidad que disgustos. A pesar de su distante contacto con nosotros, al final él sonríe y tú también“.
Mercedes ha sufrido una ruptura matrimonial después de 19 años de matrimonio. Contó que para ella formar una familia era lo más importante, por lo que esta ha sido una prueba muy dura, “con el dolor añadido de que repercute en tus hijos, las personas que más quieres”. Pero abandonarse en Dios le dio la paz: “Cuando le das tu mano a Dios y le dices: ‘Hágase tu voluntad’, ves que todo tiene un sentido. Vi que Dios me decía: ‘Confía de verdad’ y recobré la esperanza, algo sin lo que el hombre no puede vivir”.
Jorge Pérez de Leza se quedó parapléjico tras sufrir una caída en los Sanfermines (en la fotografia de la izquierda). “Yo puedo decir que no he sufrido, porque con la familia y los amigos hay salida a ese sufrimiento”, apuntó. Recalcó que lo más importante es el amor de los que te rodean, para aprender “a bailar con lo que tienes”. Y dio una buena receta para superar el propio dolor: “Ayudar a los demás a alcanzar sus sueños”.
María leyó el testimonio de su hermana Sole Pérez de Ayala (en la fotografia de la izquierda), enferma de cáncer, que debido a su enfermedad no pudo asistir al acto. “Prefiero la vida sin cáncer, pero me han puesto en este camino y para hacerlo me han dado un botijo lleno de paz y alegría. Cuando peor me encuentro pienso que alguien necesita algo y que yo estoy ayudando. Si Cristo, mi maestro, ha hecho esto, yo debo ir detrás. Y en la cruz siempre he encontrado a María”, aseguró.
Como apuntó el moderador, José Antonio Verdejo, Secretario General de la UFV, en las conclusiones de la jornada, del dolor no se puede huir, hay que mirarlo de frente. Es un misterio y no se puede evitar, pero sí se puede encontrar en él luz y esperanza y “muchos encuentran respuesta con los pies en la tierra, mirando al cielo”.
miércoles, 3 de junio de 2009
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