20 de junio de 2009.-Partiendo de la base de que la historia de la redención es la mayor historia de amor de todos los tiempos, en la que un Dios Padre entrega a su único Hijo a los hombres, la de Dick y Rick Hoyt debe de ser la segunda, en la que otro padre, en este caso humano, lleva al límite las fuerzas de su cuerpo sólo por cumplir un deseo de su hijo. Ésta es la historia de un padre de Massachusetts que sube montañas, atraviesa ríos, corre del alba hasta bien entrada la noche para regresar a casa rendido, cuando todos duermen, sólo con el objetivo de darle a su hijo una vida más plena.Así da a su hijo la alegría de no sentirse discapacitado, libre de la silla de ruedas en la que vive desde que nació, después de que el cordón umbilical que lo unía a sumadre se enrollara en su cuerpo privándole de oxígeno y causando una parálisis cerebral. “En el octavo mes de embarazo, los doctores nos dijeron que deberíamos sacrificarlo, que estaría en estado vegetal toda su vida, ese tipo de cosas. Bueno, esos doctores ya no están vivos, pero me gustaría que pudieran ver a Rick ahora“, sentencia Dick. “Luego me dijeron que me olvidase de él, que lo abandonase en un centro o en un hospital, porque nunca iba a poder andar, ni hablar, no iba a ser más que un vegetal“. Pero el matrimonio Hoyy no hizo caso. “Rick era muy guapo, y fuerte. Nos lo trajimos a casa y lo criamos como a cualquiera de nuestros otros hijos”.
(Jesús García / Alba) Cuando la familia Hoyt se iba a la playa, se llevaban a Rick con ellos, y le metían en el mar con ellos. Cuando sus hermanos jugaban al hockey, le daban un stick y uno de los muchachos empujaba su silla. En los ratos más íntimos, aunque no decía nada ni parecía recibir ningún estímulo, su padre se daba cuenta de que su hijo estaba vivo: “Cuando miraba a sus ojos, él me miraba directamente, sin apartar la vista. Parecía entender todo lo que estábamos diciendo”. Cuando Rick ya tenía doce años, un enorme cambio llegó a su vida. Un grupo de ingenieros logró crear un artefacto informático que emitía una voz artificial siguiendo las órdenes que, mediante movimientos, le daba Rick. Cuando trajeron la máquina a casa, Rick sorprendió a todos con su ‘primera palabra’.
Todo el mundo esperaba un “hola papá y mamá”, o algo así, cuando del altavoz del computador salió un frío “Vamos, Bruins”. Lo cierto es que los Boston Bruins, el equipo de hockey del que toda la familia era seguidora, estaban en las finales de la Copa Stanley de esa temporada, y la familia se dio cuenta así de que él había estado siguiendo todos los partidos, como los demás. Hoy, el Team Hoyt, formado por padre y el hijo, ha participado en diferentes carreras, en maratones, y han alcanzado la máxima expresión del esfuerzo y el triunfo al terminar varios triatlones, esa especie de tortura deportiva que consiste en correr a pie cuarenta kilómetros, otros cincuenta en bicicleta y cuatro más nadando.
Casi mil carreras
En estas carreras, Dick ha empujado en el asfalto, transportado sobre las dos ruedas y arrastrado a través de lagos y ríos a su hijo Rick. La historia de su afición al deporte nació cuando en el barrio de Rick se decidió organizar una carrera benéfica para comprarle una silla de ruedas a otro joven que había quedado paralítico tras un accidente. La carrera fue de cinco millas y Dick, que no era corredor ni profesional ni aficionado, las recorrió empujando la silla de ruedas de Rick. Llegaron los últimos, rotos por el esfuerzo. Pero esa noche, en la intimidad del hogar, Rick pronunció a través de la máquina la frase que cambió sus vidas para siempre: “Sobre la silla, en la carrera, no me sentí discapacitado“. Y en ese momento, su padre comenzó a correr. “Lo que quiero decir cuando digo que no me siento discapacitado cuando compito es que soy como cualquier otro atleta. Al inicio nadie me hablaba. Sin embargo, después de unas cuantas carreras, algunos atletas se me acercaban empezaban a hablarme. Incluso durante las primeras, un corredor, Pete Wisnewski, hacía una apuesta conmigo en cada carrera sobre quién de los dos ganaría. El perdedor colgaría el número del ganador en su cuarto hasta la siguiente carrera. Ahora muchos atletas se me acercan antes de las carreras o triatlones para desearme suerte”.
Con una bicicleta adaptada para cargar a Rick sobre la rueda delantera, y un bote atado a la cintura de Dick mientras nadaba, los Hoyt corrieron su primer triatlón en 1985, y no quedaron los últimos, sino los penúltimos. Hoyt, a la edad de sesenta y seis años Dick, y cuarenta y seis años Rick, han participado en casi mil carreras diferentes, sesenta maratones y seis triatlones. “Mientras sigamos divirtiéndonos, disfrutando y tengamos salud, seguiremos haciéndolo”, afirma el padre Hoyt.
Los Hoyt reciben miles de cartas y correos electrónicos desde todo el mundo. Son punto de inspiración, de motivación, de muchas personas, no sólo discapacitadas del cuerpo, sino del corazón, el músculo del amor. Ahí va el texto de una de esas cartas, escrita desde miles de kilómetros de distancia por una persona que no conocen de nada: “Les escribo porque soy padre y me da vergüenza no haberlo sido como tú, Dick.He sido más egoísta que generoso toda mi vida, nunca he corrido con mi hijo, como él quiere.He fallado hasta en eso. Pero ayer, cuando vi en TV vuestras imágenes, cambié en un solo instante. Mi corazón se rompió en pedazos cuando vi cuánto debes amar a tu hijo para ponerte en tremenda agonía, sólo para que él experimente la emoción de la carrera. Ayer empecé a dejar de ser yo y empecé a ser el padre de mi hijo“.
Puedes ver el vídeo de Dick y Nick Hoyt donde las imagenes son suficientes:
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